Fábricas textiles contra el trabajo esclavo en Tailandia

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Jurapa es una de las trabajadoras de Try Arm, una «fábrica libre de esclavitud» que fabrica prendas de ropa interior en Tailandia. ( L. Villadiego)

«Aquí­ no hay explotación como en otras fábricas de textil. Todo el dinero lo repartimos entre los trabajadores». La frase suena extraña entre el traqueteo rí­tmico de las máquinas de coser. Las condiciones laborales en el sector textil han estado durante décadas en el punto de mira de consumidores concienciados y activistas y muy especialmente durante el último año después de que un edificio de ocho plantas que albergaba varios talleres se desplomara en Bangladesh y matara a más de 1130 trabajadores. El derrumbe puso en evidencia la dantesca cadena de producción del sector textil que escudriña el planeta en busca de los paí­ses más baratos en los que fabricar las prendas. Pero en Try Arm, una pequeña fábrica de textil situada a las afueras de Bangkok, Tailandia, aseguran que hay otro camino. «Todas somos dueñas de la fábrica. Hay coordinadoras, pero todas somos iguales», explica Jittra Cotchadet, una de esas coordinadoras.

Tailandia fue, una vez, uno de esos paí­ses codiciados por la industria textil. En los años 80 el gobierno se embarcó en un programa de industrialización, que impulsó en un primer momento los sectores poco cualificados como el textil o la alimentación. El paí­s se llenó de fábricas y Tailandia se convirtió en uno de los principales exportadores de ropa a paí­ses occidentales. Sin embargo, el aumento de salarios de los últimos años ha ahuyentado a la industria textil, que se ha trasladado a paí­ses vecinos más baratos como Camboya, Myanmar o el propio Bangladesh. Las que se han quedado han sustituido a los trabajadores locales por otros procedentes de esos mismos paí­ses pobres, principalmente Myanmar.

Es lo que ocurrió en la fábrica en la que trabajaban las mujeres de Try Arm, un juego de palabras procedente del nombre de Triumph International, uno de los lí­deres mundiales del sector de la ropa interior y propietaria de la fábrica en la que trabajaban. «El caso de Triumph era paradigmático, porque en realidad las condiciones de los trabajadores eran bastante buenas, ya que el sindicato era muy fuerte. Así­ que decidieron deshacerse del sindicato», explica Jittra Cotchadet, quien era además una de las lí­deres del sindicato. Cotchadet explica que, sin embargo, en otras fábricas los trabajadores hacen a menudo horas extra no remuneradas, son castigados con deducciones de salario sin motivo aparente o se les impide organizarse en sindicatos. «EnTailandia es realmente difí­cil registrar un sindicato. Y hay represalias por pertenecer a ellos como ocurrió en Triumph», dice Patchanee Kumnak, activista por los derechos laborales de la organización Thai Labour Campaign.

Esas eran las condiciones que Triumph querí­a imponerles cuando decidió cerrar la fábrica que tení­a en Bangkok y abrirla en una provincia remota. «Nos despidieron a todos y ni siquiera cumplieron con los dos meses de preaviso», explica Cotchadet, quien fue acusada de lesa majestad como castigo por liderar las protestas de los trabajadores. Tailandia tiene una de las leyes de lesa majestad más duras del mundo, con penas de entre 3 y 15 años de cárcel por insultos a la monarquí­a, y es a menudo utilizada con motivaciones polí­ticas o económicas.

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La de Try Arm es una de las pocas fábricas textiles en Tailandia que fabrican según principios éticos./ L. Villadiego

Tras el despido masivo, los 1900 trabajadores organizaron manifestaciones frente a la fábrica y el Ministerio de Trabajo tailandés para pedir la readmisión. A cambio, recibieron máquinas de coser y algo de dinero como compensación. Y decidieron abrir una nueva fábrica con ello. «La mayorí­a no creí­a que fuera posible abrir una fábrica por nuestra cuenta», explica Cotchadet, a quien sólo se le unieron 35 de las trabajadoras al proyecto, que se organizaron en forma de cooperativa. Y la realidad ha sido dura; a pesar de que hasta el momento han conseguido sobrevivir, hay meses en los que el dinero no llega.

Ahora la fábrica es poco más que un taller. Amueblado con una veintena de mesas blancas con sus respectivas máquinas de coser, sólo 12 trabajadoras continúan en el proyecto. «Al principio fue muy difí­cil. Y es cierto que, incluso con los que ganamos ahora, cobraba más en la otra fábrica, pero yo prefiero trabajar aquí­, tengo más poder de decisión», asegura Wipa, una mujer menuda casi en la cuarentena que trabajó durante 17 años para Triumph y que ha cosido para diferentes marcas desde que tiene 14 . «Aqui me siento más segura, porque depende de mí­, no de si alguien me quiere despedir», afirma. Jarupa, sin embargo, preferí­a trabajar en la fábrica de Triumph. «Aquí­ es más duro. Lo que tenemos que hacer todo nosotras. Por ejemplo, no tenemos mecánicos para reparar las máquinas. Hemos tenido que aprender», explica esta mujer soltera y poco habladora. «Aunque no sepa hacerlo o no sea buena en ello, tengo que hacerlo», continúa.

«El marketing es lo más complicado. Hacer que la gente compre lo que produces», explica Wipa Matchachat, quien, además de ayudar con las ventas, se encarga de encontrar telas a buen precio. A falta de una red de distribución como la de Triumph, las trabajadoras de Try Arm se sirven de los contactos personales y de las redes sociales para colocar sus productos. «Vendemos la mayorí­a a través de Facebook. Ayer mismo vendimos 300 prendas a través de la red social», dice Jittra Cotchadet, una persona que se ha ganado fama de sindicalista combativa y que tiene miles de seguidores en las redes sociales. «En Facebook puedo conversar con los clientes. Es como si fuera una tienda de verdad», dice.

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Jittra Cotchadet, una de las fundadoras de Try Arm, se sirve de las redes sociales para vender los productos de la cooperativa./ L. Villadiego

El grupo vende además sus productos en algunos mercados y eventos sociales. El precio es, sin embargo, su principal estrategia de venta. «Creo que la mayorí­a no nos compra para apoyar un proyecto justo, sino porque realmente vendemos más barato con la misma calidad», explica Cotchadet.

Try Arm no es la única fábrica de este tipo en Tailandia. La precursora fue Dignity Returns («La dignidad vuelve»), otro fábrica «libre de esclavitud» que nació también de otro despido masivo en 2003. Su «Fábrica de la Solidaridad», como la llaman, produce sobre todo camisetas y pertenece, junto a la cooperativa argentina La Alameda y otras tres cooperativas, al proyecto internacional No Chains, que busca una producción textil sin esclavitud. Pero la competencia con las grandes marcas no es sencilla y en Try Arm sólo han podido exportar a otros paí­ses a través de oenegés y organizaciones sociales. «Podemos vender más barato porque no tenemos intermediarios, pero producimos más caro. No podemos competir en el mercado normal, porque lo que importa es el precio», concluye Cotchadet.

Nota: Este artí­culo fue originalmente publicado en Periodismo Humano el 5 de junio de 2014. Poco después de su publicación, Jittra Cotchadet fue detenida por la junta militar tailandesa instaurada tras el golpe de Estado del 22 de mayo de 2014. 

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