Turismo responsable: el negocio de los falsos huérfanos en Camboya

El Centro de la Paz tiene un aspecto lúgubre desde el exterior. La fachada principal es una gran reja verde que encierra un pequeño patio en la planta baja de un edificio de dos pisos. Tres dependencias separadas dan a la especie de claustro donde entra una luz atenuada. La visita es inesperada, pero bien recibida. «Normalmente pedimos a los visitantes que nos llamen antes, pero podéis pasar», dice Bophal, la propietaria del centro. En el interior, una veintena de niños aprende algunas palabras en inglés mientras juega con dos profesores y una rubia voluntaria estadounidense cuya piel blanca contrasta con la tez morena de los menores. Es uno de los más de 500 orfanatos que durante los últimos años han proliferado en los principales puntos turí­sticos de Camboya.

Casi la mitad de ellos no están registrados antes las autoridades y funcionan sin ninguno tipo de control sobre sus actividades o finanzas. Los centros residenciales para menores comenzaron a multiplicarse en el paí­s asiático a partir de 2005. Cinco años después prácticamente se habí­an duplicado, según un estudio realizado por el gobierno camboyano y Unicef.

El mismo informe apunta a una razón muy clara para este incremento de los orfanatos en un paí­s en el que el número de huérfanos ha disminuido: el gran aumento del turismo internacional durante esos años. La explosión turí­stica en Camboya comenzó en 2004, cuando se superó por primera vez el millón de visitantes extranjeros. En 2010, ya eran 2,5 millones y este año el gobierno estima que se alcanzarán los 4,7 millones de visitantes extranjeros.

La mayor parte de los orfanatos son en realidad un negocio, denuncia James Sutherland, responsable de comunicación de Friends International, una de las principales ONG en la atención a niños vulnerables en Camboya que lleva varios años promoviendo una campaña para evitar estas visitas.

El Lighthouse Orphanage es un buen ejemplo de ello. Situado en las afueras de la ciudad, es un viejo conocido de los conductores de tuk-tuk que transportan a los turistas -aunque también a locales- en sus amplios remolques tirados por motocicletas. Nada más subirse al tuk-tuk, el conductor sugiere comprar un saco de arroz para los niños del orfanato. La mayorí­a de los sacos de arroz comprados por turistas a precios desorbitados nunca son cocinados y vuelven intactos a la tienda donde fueron adquiridos, cuyo propietario suele tener un acuerdo con el orfanato y el conductor. El portal de viajes TripAdvisor, por ejemplo, tiene un hilo de comentarios abierto sobre este lugar como destino turí­stico.

A primera vista, el Lighthouse Orphanage es un lugar menos sombrí­o. La entrada principal da acceso directamente a un amplio terreno al aire libre donde una docena de niños juega al fútbol. Bordeando la zona de recreo, varios edificios de una planta acogen dormitorios, zonas comunales y baños. Una parte está además reservada a un pequeño huerto donde están plantados algunos árboles frutales y comienzan a crecer unos pocos vegetales. De nuevo, la visita no ha sido anunciada, pero en este caso es mejor recibida.

«No hace falta que llames antes, simplemente ven», reza su página web. La invitación no ha caí­do en saco roto y varios turistas juegan en el interior con los niños o los ayudan con supuestas tareas escolares. Rithy, uno de los trabajadores del centro, recibe a los visitantes y les explica que el orfanato no recibe ayudas del gobierno y que depende de las donaciones. «Si quieres hacer un voluntariado, te puedes quedar el tiempo que quieras, pero hay que pagar 15 dólares (unos 12 euros) al dí­a», asegura, sin pedir referencias ni un proyecto concreto a realizar con los menores. «Puedes ayudar como quieras, dando clases o trabajando en el huerto», explica Rithy.

Pasada la guerra, los orfanatos siguen creciendo

Los turistas llegaron cargados de buenas intenciones a Camboya, un paí­s con un 20 por ciento de su población por debajo del umbral de la pobreza y una de las historias más convulsas del siglo XX. El capí­tulo más negro fue el de los jemeres rojos, un movimiento ultramaoí­sta que llegó al poder en 1975 tras cinco años de guerra y que exterminó a cerca de dos millones de personas «“un 25 por ciento de la población de entonces»“ en menos de cuatro años. En 1979, tropas vietnamitas derrocaron al gobierno de Pol Pot, pero varios grupos de los jemeres rojos se hicieron fuertes en zonas fronterizas y la guerra civil continuó hasta 1999.

El paí­s ha vivido ahora 15 años de relativa calma en los que las condiciones de vida han mejorado notablemente en el paí­s, aunque las capas más pobres de la sociedad siguen viviendo en condiciones de subsistencia. «Era de esperar un aumento en el número de orfanatos tras los jemeres rojos, porque muchos niños se quedaron sin padres. Pero lo lógico era que esa tendencia hubiera cambiado y lo que se ha visto es que se han incrementado aún más», asegura Sutherland, esos centros ni siquiera deberí­an llamarse así­ porque, en tres de cada cuatro casos, los niños no son huérfanos.

Bophal lo confirma. «No, la mayorí­a no son huérfanos, pero proceden de familias pobres», dice la dueña del centro que se anuncia en su página web como un orfanato.

Intermediarios en busca de niños pobres

Intermediarios y trabajadores de orfanatos recorren los pueblos más pobres de Camboya en busca de familias desesperadas que no puedan dar de comer a todos sus hijos. Les prometen que proveerán a los menores con una mejor educación y un futuro brillante. La realidad que se encuentran en los orfanatos suele distar bastante de la idí­lica imagen presentada por los intermediarios a las familias. Con plantillas a menudo escasas, los niños están frecuentemente desatendidos, no reciben el afecto adecuado y tienen un nivel educativo menor a la media porque sus profesores son normalmente voluntarios extranjeros que se quedan apenas unas semanas, dice Unicef.

«El cuidado en residencias deberí­a ser la última opción, pero los directos de orfanatos o agentes les dicen a las familias que estarán mucho mejor en los orfanatos», explica Sutherland. Los niños pueden incluso arrastrar las consecuencias en sus etapas adultas. Según el estudio realizado por el gobierno camboyano y Unicef, los orfanatos pueden llevar a «desórdenes en la personalidad, retrasos en el crecimiento y en el habla, y una disminución de las capacidades para reintegrarse en la sociedad» en el futuro.

Muchos inclusos son expuestos a pederastas, debido a la falta de control de los visitantes o incluso de sus gerentes y trabajadores. «El peligro de los orfanatos con respecto a la explotación sexual de los niños es real», dice Ana Gabriela Pinheiro, responsable de comunicación de APLE Cambodia, una ONG que lucha contra estos abusos en el paí­s asiático. Uno de los casos más sonados fue el del británico Nicholas Griffin, que fue condenado en 2011 a dos años de prisión por abusar de los menores que estaban a su cargo en su orfanato de Siem Reap, la ciudad más turí­stica del paí­s.

Las ONG como Friends y APLE denuncian además que los niños sufren una explotación laboral encubierta, en la que son obligados a entretener a los visitantes para que aporten más dinero. Es el caso del Lighthouse Orphanage. Sus casi 90 niños terminarán el dí­a amenizando a turistas y voluntarios con sus graciosas danzas tradicionales para derretir así­ sus corazones y sus bolsillos.

Texto publicado originalmente en eldiario.es

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