AMARGA DULZURA
Una historia sobre el origen del azúcar

Amarga Dulzura: Una historia sobre el origen del azúcar’ es una investigación realizada por el proyecto “Carro de Combate” sobre la cadena de producción de esos cristales que a muchos nos acompañan desde primera hora de la mañana. Desde Tailandia a Brasil, el libro repasa las injusticias que se viven cada dí­a en un proceso que aún está ligado a condiciones de esclavitud, desahucios y abusos, pero analiza también las alternativas, los esfuerzos de muchos por mejorar el sector y los avances de la industria en las últimas décadas. El relato pone además un especial énfasis en las consecuencias ambientales tanto de las plantaciones como de las refinerías y en su impacto en las poblaciones locales.
 
El libro fue originalmente publicado en mayo de 2013. En su quinto aniversario en mayo de 2018, hemos comenzado a liberar los contenidos del libro, que estarán recogidos en esta web. Si quieres conseguir una copia electrónica del libro, hazte mecenas.

Azúcar

El mercado del azúcar: Un sector en medio de una revolución

Este es el tercer capítulo de nuesto primer libro ‘Amarga Dulzura. Una historia sobre el origen del azúcar’ que publicamos en mayo de 2013. Cinco años después de su publicación, liberamos gradualmente su contenido. Sin embargo, si quieres conseguir una copia en formato de libro electrónico, hazte mecenas de Carro de Combate y ayúdanos a seguir escribiendo…

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El consumo de azúcar: ¿Veneno o fuente de energía?

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Colombia. Una historia de la panela

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Introducción
Una historia del azúcar

Una Historia del azúcar: De la “sal de la India” al monocultivo exportador

  Este es el primer capítulo de nuesto primer libro ‘Amarga Dulzura. Una historia sobre el origen del azúcar’ que publicamos en mayo de 2013. Cinco años después de su publicación, liberamos gradualmente su contenido. Sin embargo, si quieres conseguir una copia en formato de libro electrónico, hazte mecenas de Carro de Combate y ayúdanos a seguir escribiendo libros como éste.

La historia de un grano de azúcar es toda una lección

de economía política, de política y también de moral”

(Augusto Cochin)

Pocos productos han tenido un papel tan determinante como el azúcar en el desarrollo del sistema capitalista y las dinámicas geopolíticas de la edad moderna. No es un alimento cualquiera: el azúcar, ese dulce néctar tan codiciado en muchas culturas, ha experimentado durante siglos una demanda ascendente que sólo ha caído ocasionalmente en momentos muy concretos, como la revolución en una de las islas productoras, Haití, a fines del siglo XVIII [1]. Otra constante que se produjo fue la separación entre países productores y consumidores. La necesidad de climas tropicales y subtropicales para el crecimiento de la caña -que era casi exclusivamente la única fuente de sacarosa hasta que se comenzó a utilizar la remolacha, ya en tiempos de Napoleón- determinó el avance de los cañaverales en las colonias europeas, obligadas a especializarse en el cultivo intensivo y exportación de materias primas como el café, el tabaco y el algodón. Pero era el azúcar el principal de esos “monarcas agrícolas”, como acuñó el escritor uruguayo Eduardo Galeano en su ensayo Las venas abiertas de América Latina. Los orígenes del azúcar de caña se remontan a tiempos remotos. La planta fue domesticada en Nueva Guinea -y, tal vez, también en Indonesia- y, hacia el año 8.000 a. C., experimentó una primera oleada de expansión; unos 2.000 años más tarde llegaría a Filipinas y la India. Sólo mucho después, desde la India, hacia el siglo V a. C., el azúcar llega a Persia, donde los soldados del Rey Darío quedaron fascinados por “esa caña que da miel sin necesidad de abejas” [2]. Su desembarco en Europa se producirá dos siglos después, a raíz de los viajes y conquistas de Alejandro Magno, que dejarán el conocimiento del azúcar a los griegos, de quienes a su vez lo heredarán los romanos. Por entonces, el azúcar comenzó a denominarse “sal de la India” y a utilizarse, como la sal y la pimienta, para perfumar platos. Son los árabes, por su afición al dulce y sus eficientes técnicas agrícolas, quienes incorporan el azúcar a su gastronomía y, a lo largo del medievo, extienden el cultivo de caña por el norte de África, islas mediterráneas como Chipre y Sicilia, e inclusive al sur de la Península Ibérica, donde se produjeron algunos experimentos. Cuentan las crónicas de la época que los boticarios utilizaban el azúcar para multitud de pócimas y medicinas, incluyendo un remedio mágico contra el mal de amores. Por aquella época, el azúcar era un producto para la alta sociedad, hasta el punto de que se incluía en la dote de las princesas europeas [3]. Sin embargo, “de 1650 en adelante, el azúcar empezó a transformarse, de un lujo y una rareza, en algo común y necesario para muchas naciones” [4].

La caña desembarca en América

En el segundo viaje de Cristóbal Colón al Nuevo Mundo, en 1496, la caña desembarca en América. Ya antes, los españoles la cultivaban en las Islas Canarias, y los portugueses, en las Azores, pero será ahora cuando los conquistadores españoles descubran en el trópico americano el lugar óptimo para cultivar la caña: tierra fértil y abundante y un clima perfecto para el crecimiento de la planta. Eso sí: sólo para el cultivo. Los españoles -no tanto los portugueses- perdieron su oportunidad de consolidar una industria azucarera. Del refinado se encargaban otros, los países del norte de Europa en ascenso, con Inglaterra y Holanda a la cabeza. Las metrópolis -con la salvedad de España, entonces- se encargaban del transporte y del refinado de la caña, y suministraban además a las colonias prácticamente todas las manufacturas que consumían sus habitantes. Es la trampa de la división internacional del trabajo, que se comenzaba a consolidar en la época del capitalismo incipiente y que luego se plasmaría en la teoría de las “ventajas comparativas” del economista David Ricardo: cada país debía dedicarse a producir aquello en lo que era más eficiente en términos de costes de fabricación. Sin embargo, tras este simple esquema se esconden muchas complejidades y relaciones ocultas, que son las que, de algún modo, queremos poner en evidencia en este ensayo. Como ha escrito el antropólogo Sidney W. Mintz, esa división añade misterio al proceso de producción: “Cuando el lugar de la manufactura y el del uso se encuentran separados en el tiempo y el espacio, cuando los hacedores y los usuarios se conocen tan poco entre sí como los mismos procesos de manufacturas y de uso, el misterio se hace más profundo”[5]. Y se dan paradojas como que los peones de Puerto Rico corten la caña con machetes made in Connecticut [6]. Paradojas que resultaron ser funcionales al sistema capitalista: en el siglo XVIII, las relaciones de las metrópolis con sus colonias se habían consolidado y las economías del centro “se relacionaban con la periferia a través de las necesidades de abastecimiento de materias primas” [7]. Es decir, se modeló a estas economías para servir a los intereses de la acumulación capitalista del sistema mercantil.

Caña y esclavitud

Los cañaverales y el trabajo esclavo siempre fueron de la mano. La caña es intensiva en dos cosas: agua y mano de obra. Si el primer factor reafirmó el trópico caribeño como un lugar óptimo para la producción, el segundo ayudó a la consolidación de otro mercado en auge: el de los esclavos negros venidos de África para trabajar en las plantaciones americanas. Escribe Mintz: “Tuvieron que importar de algún lado grandes cantidades de gente encadenada para trabajar [en las plantaciones]. Éstos eran esclavos o gente que vendía su fuerza de trabajo porque no tenía otra cosa que vender; que probablemente producirían artículos de los que no serían los principales consumidores; que consumirían artículos que no habían producido, brindando en el proceso utilidades para otros, en otra parte”. Léase para las metrópolis de ultramar. “La esclavitud desempeñó un papel en la industria del azúcar” desde tiempos antiguos, escribe Sidney W. Mintz. Según el antropólogo, ya se utilizaban esclavos en la Edad Media, en los cañaverales del norte de África y de Mesopotamia, si bien “la esclavitud adquirió mayor importancia cuando los cruzados europeos les arrebataron a sus predecesores las plantaciones de azúcar” [8]. Españoles y portugueses utilizaban esclavos africanos en las islas Madeira y Canarias; también se había ensayado con éxito el modelo en la isla de Chipre. Pero fue en el Nuevo Mundo donde la caña encontró vastas y fértiles tierras para extenderse, y con ella, se generalizó el modelo del latifundio y el uso masivo de mano de obra esclava. Al principio, explotando a los sobrevivientes aborígenes de las guerras de la conquista; pero muchos indígenas terminaban suicidándose por la dureza del trabajo. En el siglo XVI, el fraile dominico Bartolomé de Las Casas, que había decidido que los indios tenían alma, abogó por traer esclavos africanos, que pronto se conocerían por su mayor fortaleza y resistencia. Comenzaba así a gran escala el comercio de la trata de personas para su explotación laboral, que, legal o no, es hasta hoy uno de los negocios más lucrativos del mundo [9].

El “oro blanco”

Buena parte de la historia del capitalismo moderno puede leerse a través de la historia del azúcar. Al fin y al cabo, fue la primera materia prima que se vendió a gran escala en el mercado internacional. Era una especie de petróleo de la Edad Moderna. Para Mintz, en el azúcar “se perpetúa una larga historia de relaciones cambiantes entre pueblos, sociedades y sustancias”. La expansión meteórica de los cañaverales dibujó una nueva economía mundial en que la tierra de las colonias se destinaba a servir de materias primas a las metrópolis, y no a alimentar las bocas de los seres humanos que las habitaban. “Así se iba trasvasando la sangre por todos estos procesos. Se desarrollaban los países desarrollados de nuestros días; se subdesarrollaban los subdesarrollados”, escribe Galeano. Prosperaron los cañaverales en el Nordeste brasileño, las islas del Caribe -Cuba, Haití, Jamaica- y la costa peruana. “Al integrarse al mercado mundial, cada área conoció un ciclo dinámico; luego, por el agotamiento de la tierra o por la aparición de otros productos sustitutivos u otras zonas de producción, sobrevino la decadencia”[10]. Y, así, una región bendecida por la fertilidad, nacida para producir alimentos más allá de sus necesidades, se convirtió en una región donde buena parte de la población pasaba hambre, y donde, hasta hoy, la estructura del desperdicio latifundista obligaba a traer alimentos desde otras zonas. En los siglos XVII y XVIII, las Antillas eran las Sugar Islands. Barbados fue la primera isla que plantó para la exportación, y su suerte fue muy parecida a la que corrió Brasil: pobreza, hambre, suelos exhaustos. Poco después, el modelo se reproduce en Jamaica y Haití. En todos estos lugares, las plantaciones de caña fueron asociadas a una “estructura social especial, que causa una rígida estratificación social y tensión racial”, lo que Helmut Blume denominaría una “institución política” en sí misma [11]. La revolución y posterior crisis de producción en Haití, a fines del siglo XVIII, lleva al auge azucarero de Cuba. El modelo se consolida con la llegada de los ingleses a la isla en 1862: a partir de ese momento, la economía de la isla se conformó en función del azúcar. Comenzaron a llegar esclavos de forma masiva. “El ingenio absorbía todo, hombres y tierras” [12]. En 1890, Cuba es ya el primer productor y exportador mundial de caña de azúcar, y una próspera oligarquía local compra nuevas tierras para extender las lucrativas plantaciones. Cambia el régimen de la tierra; se consolida el latifundio. Como antes Brasil, Cuba quemó sus bosques para ceder terreno a los cañaverales que desertificarían un suelo otrora fértil [13]. El libertador José Martí había profetizado que “el pueblo que confía su subsistencia a un solo producto se suicida”. No se escucharon sus advertencias y la rapiña del monocultivo -de azúcar, de café, de algodón- condenó al hambre a los pueblos latinoamericanos, cuyas economías quedaban sometidas a la dictadura de los precios internacionales de las materias primas.

La remolacha llega a Europa

La creación y consolidación de una economía colonial subordinada basada en el trabajo forzado se prolongó durante cuatro siglos. Desde la perspectiva europea, el modelo funcionó a la perfección; sin embargo, con los incipientes movimientos independentistas, a fines del siglo XVIII, Europa percibe la amenaza de perder el abastecimiento de azúcar de las colonias. El inicio de la revolución independentista en Haití en 1793 enciende la voz de alarma para los europeos: el sistema colonial y esclavista se ve amenazado. Brasil mantendrá la esclavitud legal durante más tiempo que sus competidores antillanos, generando así una ‘ventaja comparativa’ respecto de otros productores de caña. El capital no entiende de argumentos morales y premia únicamente el lucro rápido. En ese contexto, en el siglo XVIII, Franz Achard (1753-1821) logra perfeccionar la extracción de sacarosa a partir de la remolacha. Pero fue Benjamien Delessert quien fabricó panes de azúcar blanco en 1812, para deleite de Napoleón. Napoleón Bonaparte difunde en sus campañas el cultivo de la raíz de remolacha y fomenta la construcción de fábricas azucareras, primero en Francia y más tarde en otros países de Europa Central, como Alemania. En España, la siembra de remolacha comienza a fines del siglo XIX, en coincidencia con el declive de la influencia española sobre Cuba. La primera fábrica será la de Alcolea, en la provincia andaluza de Córdoba, en 1877. Y es entonces cuando se produce toda una revolución en el mercado mundial del azúcar: aunque ya en el siglo XVII la sacarosa procedente de la caña había comenzado a desbancar a la miel como endulzante predilecto de los europeos, sólo con el cultivo de la remolacha el azúcar se convirtió en un producto accesible para los europeos y se popularizó su consumo, hasta ese momento reservado a las clases privilegiadas. Aunque la caña de azúcar conservará su lugar hegemónico en la producción mundial de azúcar, la remolacha tendrá consecuencias de calado en el mercado mundial del azúcar [14]. En 1860, la remolacha europea suponía unas 352.000 toneladas de azúcar anuales, un 20 por ciento de la producción mundial de azúcar; en treinta años, se había incrementado esa cifra a 3,7 millones de toneladas, el 59 por ciento de la producción. Europa pasó de ser importadora neta a exportadora neta de azúcar, y dejó a Estados Unidos como principal, y casi único, demandante del azúcar producido en las Antillas. Por supuesto, la remolacha europea no quedó abandonada al libre mercado. La industria francesa del azúcar de remolacha recibió un trato de favor hasta que su producción fue completamente competitiva con el azúcar de caña que provenía de las colonias tropicales francesas, como Martinica y Guadalupe”[15]. ¿Y lo de las ventajas comparativas? Bueno, parece que depende de quién se lleve la ventaja… En consecuencia, Estados Unidos se convirtió en el principal cliente de los productores del trópico, especialmente de Cuba. Según las leyes del mercado global, “el pueblo que compra manda; el pueblo que vende sirve”, como dijo José Martí. Así que, a partir del siglo XIX, “Estados Unidos es la dueña de Cuba” y las decisiones económicas de la isla se toman en función de las necesidades de Washington [16].

El tránsito al régimen salarial

Entre 1860 y 1890, estos cambios se concretan en la estructura de la producción azucarera en los cañaverales del trópico latinoamericano; “se quiebra la estructura secular azucarera, originándose una nueva forma de producir y comerciar e, inclusive, creándose un nuevo producto final, un azúcar que se rige por normas distintas y que expende un nuevo tipo de envase. No es exagerado decir que, en el azúcar del Caribe, en 1890 todo es distinto a lo que existiera en 1860” [18], en palabras del historiador Manuel Moreno Fraginals. Ese momento de cambio viene marcado por la abolición de la esclavitud, que llega a la isla de Cuba en 1881. El fin del sistema esclavista, que había sido la base del antiguo ingenio azucarero, fomenta una revolución industrial en el Caribe que afecta a todo el proceso de fabricación del azúcar y, sin embargo, no viene acompañada de una revolución agrícola complementaria. Más bien al contrario, “el sector agrícola -siembra, cultivo y cosecha de la caña- mantuvo su atraso tradicional”, aunque con un nuevo régimen legal [19]. Mientras existió esclavitud, el proceso de fabricación no estaba mecanizado, por lo que había trabajo todo el año. Ahora, con las innovaciones en la industria, los procesos se agilizan y la mano de obra intensiva -los cortadores de caña- sólo es requerida tres o cuatro meses al año; los que duran las cosechas. Los braceros, que ya no son esclavos -a los que hay que alimentar todo el año- sino trabajadores libres, pero desposeídos, obligados a vender su fuerza de trabajo al precio del mercado, trabajan cuatro meses al año y se enfrentan al drama social de ocho meses de desempleo estacional. Esta realidad no cambió mucho en el último siglo. Hasta hoy, la rentabilidad del negocio se basa en las rebajas salariales y el aumento de la superficie cultivada, y no al incremento de la productividad [20]. En Brasil, principal productor y exportador mundial de caña, se ha denunciado durante años que la ansiada modernización de la industria azucarera, pendiente desde los años 70 y mil veces anunciada, nunca se produjo. Los salarios de los cortadores de caña son tan míseros que la inversión en maquinaria resulta poco atractiva para las empresas; en los últimos años, las mejoras en productividad se han logrado vía reducción salarial: a los obreros se les paga (cada vez menos) por peso recogido, como veremos más adelante, en el capítulo dedicado a las condiciones laborales en los cañaverales. Paralelamente, en el siglo XX comienzan a operar en las bolsas los mercados de futuro de alimentos, esto es, se compra a precio de hoy un azúcar de entrega futura. “La bolsa no sustituye al mercado real, donde se compra y vende el azúcar física; simplemente lo domina imponiéndole precios y condiciones” [17]. Este mercado abre la vía a la especulación, y sólo será regulado después de que el Crack del 29 y la Gran Depresión demuestren las consecuencias de dejar al mercado abandonado a su libre albedrío. Después, con la hegemonía del discurso neoliberal en los años 80, las desregulaciones permitirán a los mercados financieros acumular un poder hasta ahora inédito.

Azúcar y acumulación de capital

El azúcar del trópico americano, argumenta Galeano, “aportó un gran impulso a la acumulación de capitales para el desarrollo industrial de Inglaterra, Francia, Holanda y, también, de los Estados Unidos, al mismo tiempo que mutiló la economía del nordeste de Brasil y de las islas del Caribe y selló la ruina histórica de África. El comercio triangular entre Europa, África y América tuvo por viga maestra el tráfico de esclavos con destino a las plantaciones de azúcar [21]”. El propio Adam Smith decía que el descubrimiento de América había “elevado el sistema mercantil a un grado de esplendor y gloria que de otro modo no se hubiera alcanzado jamás”, recuerda Galeano. La esclavitud americana fue, así, “el más formidable motor de acumulación de capital mercantil europeo”, y esa acumulación resultó ser “la piedra fundamental sobre la cual se construyó el gigantesco capital industrial de los tiempos contemporáneos” [22]. Entre los albores del siglo XVI y la agonía del siglo XIX, “varios millones de africanos, no se sabe cuántos, atravesaron el océano; se sabe, sí, que fueron muchos más que los inmigrantes blancos, provenientes de Europa”. Ellos “talaron los bosques, cortaron y molieron las cañas de azúcar, plantaron algodón, cultivaron cacao, cosecharon café y tabaco y rastrearon los cauces en busca de oro”. Por eso dice Galeano que “gracias al sacrificio de los esclavos en el Caribe, nacieron la máquina de James Watt y los cañones de Washington”. La historia muestra que, en la práctica, el sistema colonial, que, bajo el modelo de la globalización, subsistió a la caída de la esclavitud legal y el colonialismo formal, empobrece a los pueblos y arrasa con la tierra. Las evidencias dicen que las ventajas comparativas de Ricardo sólo son ventajosas para unos pocos que se enriquecen. Pero la codicia es obtusa por definición. En Brasil, la caña continúa su inexorable avance: después de acabar con la fertilidad de las tierras pernambucanas, avanza ahora sobre el Cerrado brasileño. Pernambuco, otrora epicentro del boom azucarero colonial, es hoy uno de los estados más pobres del país; en Cuba, buena parte de la tierra de la isla está al borde de la desertificación tras siglos de monocultivo intensivo e irresponsable. En Cuba conocen bien las consecuencias del monocultivo exportador. Aún hoy, para muchos cubanos, el azúcar sigue siendo un símbolo del despojo, un objeto del rencor poscolonial. Y la Revolución de 1959 pretendía liberar a la isla de aquel yugo, según el cual “Cuba sigue siendo una factoría productora de materia prima: se exporta azúcar para importar caramelos”, como dijo Fidel Castro. La historia imparte sus lecciones, pero no siempre la humanidad sabe leer sus enseñanzas; y, cuando no lo hace, está abocada a repetir los mismos errores. NOTAS AL CAPÍTULO 1. Véase Sidney W. Mintz, Dulzura y poder. El lugar del azúcar en la historia moderna. Madrid, Siglo XXI, 1996 (primera edición en castellano. Original en inglés de 1985). 2. Véase http://www.iedar.es/azucar/historia.htm. Aunque otras investigaciones (Mintz, óp. Cit.) atribuyen esa frase a un general de Alejandro Magno, Nearchus. 3. Véase Galeano, Las venas abiertas de América Latina, Siglo XXI, México, 1971 4. Mitz, óp. Cit., pág. 27. 5. Mintz, óp. Cit., pág. 21. 6. Lo decía Carlos Marx a mediados del siglo XIX: “Pensaréis tal vez, señores, que la producción de café y azúcar es el destino natural de las Indias Occidentales. Hace dos siglos, la Naturaleza, que apenas tiene que ver con el comercio, no había plantado allí ni el árbol del café ni la caña de azúcar”. En palabras de Eduardo Galeano: “La división internacional del trabajo no se fue estructurando por mano y gracia del Espíritu Santo, sino por obra de los hombres”. 7. Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto, Dependencia y desarrollo en América Latina, Siglo XXI Editores, pág. 30. 8. Mintz, óp. Cit., pág. 57. 9. Dos siglos después de la abolición de la esclavitud, se estima que unos 21 millones de personas viven en condiciones análogas a la esclavitud, según la Organización Internacional del Trabajo. La trata de personas es uno de los tres negocios más lucrativos que existen a nivel mundial, junto al narcotráfico y el tráfico de armas, legal o ilegal. 10. Galeano, óp. Cit. 11. Helmut Blume, The Geography of Sugarcane, Enviromental, Structural and Economical aspecs of Cane Sugar Production, Verglag, Berlin, 1985 12. Galeano, óp. Cit., pág. 90 y siguientes. 13. Véase, en esta misma obra, el capítulo dedicado a las consecuencias ambientales del cutivo de caña de azúcar. 14. Hoy en día, la mayor parte del azúcar de mesa que se consume en España procede de la remolacha, pero no así el azúcar inserto en muchos alimentos preparados; a nivel mundial, alrededor del 80% que se consume procede de la caña. Véase el capítulo 4 de este volumen, dedicado al mercado del azúcar en nuestros días. 15. Mintz, óp. Cit., pág. 43. 16. Galeano, óp. Cit. 17. Manuel Moreno Fraginals, La historia como arma y otros estudios sobre esclavos, ingenios y plantaciones, Ed. Crítica, pag. 71. 18. Manuel Moreno Fraginals, La historia como arma y otros estudios sobre esclavos, ingenios y plantaciones, Ed. Crítica, pag. 56. 19. Fraginals, óp. Cit., pág. 59. 20. “El creciente mercado del azúcar fue satisfecho por una extensión constante de la producción, más que por aumentos bruscos de la productividad por trabajador o del rendimiento por unidad de superficie” de tierra cultivada. En Mintz, óp. Cit. 21. Eduardo Galeano, “El Rey azúcar y otros Monarcas agrícolas”, óp. Cit., págs.106-111. 22. Sergio Baú, citado por Eduardo Galeano, óp. Cit. Imagen: Caña de azúcar, Diego Rivera

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El mercado del azúcar

El mercado del azúcar: Un sector en medio de una revolución

Este es el tercer capítulo de nuesto primer libro ‘Amarga Dulzura. Una historia sobre el origen del azúcar’ que publicamos en mayo de 2013. Cinco años después de su publicación, liberamos gradualmente su contenido. Sin embargo, si quieres conseguir una copia en formato de libro electrónico, hazte mecenas de Carro de Combate y ayúdanos a seguir escribiendo libros como éste.

“El mundo está hecho de azúcar y porquería ”
(Alfred Döblin)

Cuando se observa una cucharada de azúcar blanco es difícil imaginar el largo camino recorrido para obtener los dulces cristales. El azúcar es, sin embargo, un producto único, que puede ser obtenido de plantas tan alejadas botánicamente que crecen prácticamente en cualquier rincón del mundo. Una vez refinados, los cristales blancos son, además, idénticos ya provengan de la caña o de la remolacha, sus dos principales fuentes. Para unos es una característica única; para otros, el principio de la trampa, de las dificultades para conocer el verdadero origen de los granos. ¿Alguna vez te has fijado si en el paquete de azúcar que has comprado especifican si procede de la remolacha o de la caña de azúcar? Si es blanca, probablemente no diga nada. Si es moreno, y tampoco lo indica, es posible que proceda de la remolacha, que naturalmente no produce azúcar moreno, y que haya sido “teñida” con melaza, un residuo que se obtiene durante el proceso de refinado de la caña.

Pero vayamos por partes. Decíamos que el azúcar procede principalmente de dos plantas tan diferentes que una concentra su azúcar en el tallo y la otra en la raíz. En realidad, el azúcar se puede obtener de unas 30 plantas diferentes, pero la industria se ha servido tradicionalmente de dos, las que tenían una mayor concentración. Como ya hemos visto [1], la caña ha sido, desde hace siglos, la favorita; la principal fuente de azúcar para el ser humano. De hecho, si no hubiera sido por la multitud de guerras en Europa que dificultaron en ciertos periodos históricos el suministro de azúcar desde las colonias, la remolacha, la otra gran fuente de sacarosa, jamás se habría desarrollado. En la actualidad, la caña sigue ganando terreno; casi el 90 por ciento del azúcar que se fabrica procede de sus tallos, que son cultivados en 103 países del mundo [2].

Técnicamente, la caña es una hierba, pero de grandes dimensiones. Puede crecer hasta seis metros de altura y su macizo tallo alcanza hasta los seis centímetros de diámetro. Es además una planta tropical que requiere para crecer tres de las características que ofrecen estos climas: mucha luz, agua y calor. La remolacha, que proporciona aproximadamente el diez por ciento restante de la producción mundial de azúcar, parece el antónimo de la caña; procedente de climas templados, produce el azúcar en su raíz y sus hojas apenas se levantan unos centímetros del suelo.

Como iremos desgranando en estas páginas, muchas cosas diferencian a la caña y a la remolacha. Pero también poseen muchas semejanzas, que determinan buena parte de las propias características de la industria. Una industria que, veremos a lo largo de este libro, es adictiva y muy rentable, pero que está pasando por dificultades al cuestionarse cada vez con mayor fuerza la inocuidad de su dulzura.

Esquema de la cadena de producción del azúcar / Silvana Martins

1. Un producto adictivo, y muy rentable

Algunos estudios señalan que el azúcar es un producto adictivo. El cerebro reacciona a la sacarosa como a muchas drogas y su consumo habitual provoca un síndrome de abstinencia: siempre queremos más [3]. Otros informes cuestionan que se pueda hablar de adicción, pero algo no está en discusión entre los científicos: el cuerpo se acostumbra a la cantidad de glucosa que se le suministre; de ahí aquello de querer siempre más. Lo veremos con mayor detenimiento en el capítulo dedicado al consumo del azúcar, pero, sin duda, esto tiene un impacto directo en la industria: le ofrece una demanda estable o en crecimiento, y, por tanto, es potencialmente muy rentable.

La industria del azúcar no ha dejado de crecer durante las últimas décadas. Como ya hemos visto, desde hace cinco siglos, cuando el azúcar se convirtió en un producto clave para el comercio internacional, la producción no ha caído en ningún momento, salvo un corto período durante la revolución en Haití (1791-1803), entonces una de las principales colonias productoras de caña [4]. Pero fueron los años 50 del siglo XX los que vieron el gran auge del azúcar, en una sociedad que, tras la devastación de la II Guerra Mundial, buscaba un poco de dulzor en su vida diaria.

Luego llegó la obsesión por la figura y por la alimentación sana y la industria del azúcar se enfrentó a uno de sus peores baches. Sin embargo, a medida que los consumidores reducían el azúcar que tomaban directamente, otra industria crecía y se aliaba con la azucarera: la de los alimentos preparados. Las propiedades adictivas y también conservantes de todo tipo de azúcares, procedentes de fuentes cada vez más diversas, eran muy atractivas para este tipo de nuevos productos envasados y listos para comer, que se han impuesto en las mesas de medio mundo con el auge del modelo de consumo occidental: más urbanita, más inmediato, menos natural. “El proceso de urbanización ha incrementado el consumo de azúcar por la sociedad, que elige ahora productos más elaborados que tienen un mayor contenido en azúcar”, afirma Jorge Chullén, analista de la Unión Internacional de Trabajadores de la Alimentación (UITA) especializado en el sector azucarero. El azúcar se colaba así en productos dulces y salados, en bebidas, postres e incluso primeros platos y se escondía bajo una multitud de nombres diferentes imposibles de reconocer por el consumidor: dextrosa, jugo de caña evaporado, maltosa…

En la actualidad, la industria sigue su marcha imparable. Cada año se producen aproximadamente 160 millones de toneladas de azúcar que mueven unos 70.000 millones de dólares en todo el mundo, según FAO. Cada persona consume una media de 24 kilos anuales y la FAO calcula que en la campaña 2021-2022 la producción será de 207 millones de toneladas, un 26 por ciento más que diez años antes [5].

2. Un producto sencillo, pero estratégico

A pesar de su rentabilidad, jugar según las reglas de la industria no es fácil para todos. El azúcar es lo que los anglosajones llaman una commodity, es decir, un producto tan básico que la industria apenas puede innovar para diferenciarse de sus competidores. El proceso de obtención no tiene demasiados secretos – “Es un viejo conocido”, afirma Chullén – y las fábricas se parecen mucho unas a otras. Por tanto, la ventaja de las empresas no reside en las cualidades de su producto, sino en su precio [6].

En este contexto, la competencia por obtener un mejor precio debería ser feroz, sobre todo cuando, como hemos visto, la materia prima se puede obtener casi en cualquier latitud del mundo. Y dado que la industria no es especialmente innovadora, la ruleta juega, en principio, a favor de los países menos desarrollados, que tienen una mano de obra más barata y a menudo las condiciones climáticas necesarias para que la caña crezca sin demasiada inversión. Pero ¿cómo renunciar a tan dulce producto por el que los consumidores, adictos, están dispuestos a pagar un precio elevado?

Los países desarrollados simplemente no lo hicieron. Como no podían competir con los países más pobres decidieron blindar sus fronteras, aquellas que tenían más adictos dentro. Ahora, la industria del azúcar se sigue comportando como si siguiera en la época de las colonias y los gobiernos tuvieran que proteger el dulce néctar. El azúcar es así una especie de sector estratégico, similar a la energía, que forma parte de las políticas nacionales de muchos países; y gran parte de la compraventa se negocia a través de contratos entre gobiernos y no entre empresas, explican los economistas Herbert Gutiérrez y Adolfo Reyes [7].

La producción está además muy protegida para asegurar que agricultores y fábricas locales puedan cubrir sus costos de producción y que el azúcar de fuera no suponga una amenaza. Los aranceles, los precios garantizados de producción y las subvenciones son constantes en las industrias azucareras de la mayor parte de los países, tanto desarrollados como en desarrollo. Esto tiene dos consecuencias principales. En primer lugar, el azúcar se inmoviliza, es decir, es mayoritariamente producido y consumido de forma local. Por ello, a pesar de ser una commodity, sólo el 30 por ciento del azúcar mundial se compra y vende en los mercados internacionales; el 70 por ciento restante se consume en los mismos países que lo fabrican. En segundo lugar, los precios internacionales del azúcar se vuelven muy inestables, porque están continuamente subvencionados y el valor de venta no se corresponde con los costes de producción. Esto perjudica principalmente a los pequeños países en desarrollo, antiguas colonias azucareras, que no tienen suficiente mercado interno para dar salida a su azúcar, ni suficiente presupuesto para subvencionar a su industria, y que dependen de los mercados internacionales para vender su producción.

Por tanto, sólo una pequeña cantidad de azúcar se intercambia en el mercado internacional y, de ésta, una cantidad aún menor lo hace a través de transacciones libres. Sin embargo, la importancia de estas transacciones libres, que están estrechamente relacionadas con el mercado de derivados financieros, es grande. Las bolsas de medio mundo comercian principalmente a través de contratos de futuros, es decir, compromisos de comprar o vender a un determinado precio en una determinada fecha. En el caso del azúcar es más que un simple instrumento financiero. Como el precio del azúcar es tan inestable, los principales operadores de la industria se sirven de estos mecanismos para asegurarse precios rentables en el futuro. “Esta técnica se conoce como hedging y consiste en transferir el riesgo de pérdida debido a movimientos adversos de precios, a través de la compra o venta de contratos en el mercado de futuros”, explican Gutiérrez y Reyes [8]. Por supuesto, no se intercambia simplemente azúcar, sino que los mercados están especializados: mientras Londres comercia con el azúcar refinado, Nueva York hace lo propio con el azúcar crudo. Pero son en realidad instrumentos financieros y sólo en contadas ocasiones se lleva a cabo un intercambio físico de producto dentro de este tipo de mercado. “En el mercado del azúcar, se mueve mucho papel pero muy poco azúcar”, asegura Cándido Domínguez, del sindicato agrario Unión de Campesinos de Valladolid.

Aunque todos los grandes productores protegen de alguna manera sus industrias, la Unión Europea ha sido la más criticada durante años por practicar dumping, esto es, por vender en el mercado internacional por debajo del coste de producción. La campaña ha sido tal que, finalmente, Europa ha cedido a las presiones y se ha visto obligada a abrir su mercado. Con ello, ha provocado toda una revolución en el sector.

3. Un producto, hasta ahora, europeo

Europa ha sido siempre un actor clave en el mercado internacional del azúcar. Desde el inicio de la colonización del Nuevo Mundo y hasta la actualidad, han sido los países europeos los que han controlado el sector. Hoy en día, las principales empresas azucareras siguen siendo europeas (ver gráfico 2), aunque poco a poco las compañías brasileñas y tailandesas, los dos mayores países exportadores, van ganando terreno.

El sistema azucarero europeo fue lanzado en 1968 bajo el paraguas de la denostada Política Agraria Común con dos principios: asegurar un precio alto al agricultor por la remolacha así como el autoabastecimiento dentro de la Unión. No obstante, los costes de producción eran elevados, por lo que, al mismo tiempo, se garantizó un precio alto de venta en Europa para compensar los mayores gastos. Así, el azúcar se vendía en Europa a un precio tres veces mayor que en el resto del mundo; si el precio caía por debajo de ese mínimo, la Unión Europea estaba obligada a comprar.

Principales empresas azucareras del mundo

El negocio era tremendamente rentable, pero tenía el riesgo de incitar a la sobreproducción y a la importación excesiva. Para evitarlo, la Unión Europea estableció una serie de cuotas que determinaban la cantidad máxima que se podía vender dentro del continente y puso unas altas tarifas aduaneras para las importaciones desde el exterior. El resto debía guardarse para el siguiente año, o bien destinarse a la exportación. Como la primera opción suponía reducir la cuota del siguiente año, la mayor parte de ese azúcar era exportado, aunque a precios más reducidos (entre un tercio y la mitad). Los altos precios del mercado interno en Europa permitían cubrir los costes con creces, pero la consecuencia en el mercado internacional era clara: el desplome de los precios, con el subsiguiente perjuicio para otros países productores.

Volumen de exportaciones e importaciones por país./ Nerea de Bilbao

Durante años, organizaciones y productores del tercer mundo se quejaron de que el sistema europeo no respetaba los criterios del comercio internacional, y que usaba lo que llamaron una “subvención cruzada”, sustentada en el propio consumidor europeo que pagaba un precio tres veces más caro por el azúcar. No les faltaba razón: Oxfam estimó en el año 2002 que el sistema azucarero de la Unión Europea suponía unas pérdidas de 494 millones de dólares anuales para Brasil, 151 millones para Tailandia y 60 millones para Sudáfrica y la India [9]. Entonces, Europa, a pesar de tener los costes de producción más altos del mundo, acaparaba el 40 por ciento del total de las exportaciones. En total unos 3 millones de toneladas de azúcar salían cada año de Europa, que además re-exportaba unos 1,6 millones de toneladas procedentes de los países menos desarrollados (Least Developed Countries) y del ACP (África, Caribe y Pacífico) con los que tenía un acuerdo preferencial.

Tras una denuncia presentada por Tailandia, Australia y Brasil, en 2005, la Organización Mundial del Comercio condenó a la UE por sus prácticas en el mercado del azúcar y le instó a liberalizar el sector. La Unión Europea accedió a abrir el mercado, pero en varias etapas, para posibilitar la adaptación del sector. En la primera fase, que debía llegar hasta 2015 y que ahora Bruselas ha ampliado hasta 2017, se ha reducido la producción de remolacha a la mitad y se ha rebajado el precio mínimo de compra de la remolacha. Esto obligó a un tercer cambio: si Europa quería asegurarse que los agricultores siguieran cultivando remolacha, tenía que implantar un subsidio, esta vez directo, sobre el precio que se paga al agricultor.

La reforma del sistema de la Unión Europea tenía tres objetivos fundamentales: incrementar el precio internacional del azúcar, hacerlo más estable y, al mismo tiempo, mejorar las condiciones de los trabajadores en países en desarrollo. El primer objetivo de la reforma se consiguió: los precios internacionales del azúcar se han incrementado durante los últimos años. Sin embargo, el precio, que antes determinaba Europa, lo controla ahora Brasil, gracias a su papel en el pujante mercado del etanol, como veremos en el capítulo dedicado a los biocombustibles. Los precios son, por tanto, más altos, pero no más estables (el segundo objetivo), lo que perjudica a los pequeños productores, que además han visto cómo en los últimos años se incrementaban los costes de energía y pesticidas.

Es en el tercer objetivo donde más se ha fallado. La reforma de la remolacha supuso la pérdida de entre 6.000 y 10.000 puestos de trabajo en Europa hasta diciembre de 2011, según la propia Comisión [10]. El cierre de un 40 por ciento de las fábricas ha sido el principal culpable, aunque también ha habido pérdidas en sectores relacionados como el del transporte. Los agricultores, por su parte, simplemente han cambiado de cultivo. “La ventaja que había con la remolacha es que nunca había impagos; antes era rentable para todos, para el agricultor y para la industria. Pero ahora mismo, a los precios que están los cereales, éstos son mucho más rentables”, asegura Eutimio Cuesta, el agricultor que visitamos en Valladolid.

Pero ese coste de empleos en el Viejo Continente no ha supuesto una mejora para los países menos desarrollados: trabajadores de medio mundo aseguran que sus remuneraciones no han aumentado. Al contrario, al suponer una mayor competitividad, ha habido una mayor concentración en el sector, por lo que muchos pequeños productores de países como Tailandia se han visto obligados a vender sus tierras a las grandes empresas. “No hay trabajos decentes. De los 18 países de la ACP (África, Caribe y Pacifico), solo en tres ha habido participación de sindicatos”, afirma Jorge Chullén.

Por otra parte, los países de ACP y los menos desarrollados (Least Developed Countries, LDC) han visto potenciados los acuerdos preferenciales para importar azúcar a la Unión Europea, pero con un precio un 36 por ciento inferior al que recibían antes de 2006. Muchos han tenido que abandonar ante la imposibilidad de hacer frente a los costes, pero muchos otros sobreviven precisamente porque en ese mercado no tienen que hacer frente a competidores más eficientes, como Brasil o Tailandia. Sin embargo, este acuerdo probablemente terminará en en 2017 – en un principio no hay más prórrogas posibles –, cuando el mercado termine de abrirse. Cuando llegue ese momento, cinco serán los países que se verán obligados a abandonar el cultivo de caña: Barbados, Belice, Fiji, Guyana y Jamaica, según un estudio de LMC International y Overseas Development Institute [11]. Otros siete (Laos, Malawi, Mauricio, Mozambique, Swazilandia, Zambia y Zimbabwe) podrían sobrevivir, pero con una reducción sustancial de sus ingresos. En números más concretos, el mismo estudio asegura que la liberalización del mercado del azúcar europeo supondrá arrojar a la pobreza a unas 200.000 personas que dependen de esta industria. Otros seis millones podrían verse en la misma situación si los precios internacionales del azúcar bajan demasiado, algo que el acuerdo preferencial evitaría. Al mismo tiempo, como veremos en el caso de Camboya con el acuerdo Everything but Arms (Todo menos armas), estos acuerdos preferenciales son amargos y han sido utilizados por las empresas para exportar a costa de expropiaciones y violaciones de los derechos humanos.

No obstante, la consecuencia más importante es que, por primera vez desde las colonias, Europa ya no controla el mercado internacional del azúcar. Ahora es Brasil quien dirige los precios y la producción. Al mismo tiempo las empresas europeas -que cada vez son menos europeas- se han hecho más fuertes, como consecuencia del proceso de concentración aún mayor que ha habido dentro del Viejo Continente. Unos países han salido más beneficiados que otros. Es, sin duda, paradójico que en varios países europeos, como Francia y Alemania, el cultivo apenas haya disminuido, mientras que otros como Portugal o Irlanda lo han abandonado completamente. Algunas empresas han aprovechado además para acaparar más cuota, en ocasiones a través de la compra de otras compañías más pequeñas como el caso de British Foods que adquirió la española Ebro Azucarera.

4. Un mercado con pocos actores

Europa no es el único actor importante en este mercado, aunque el pastel se reparte entre pocos. Estados Unidos, un país con una gran avidez consumidora, ha determinado buena parte de la política azucarera de los países latinoamericanos, especialmente de Cuba en tiempos pasados, y ahora, de Brasil, debido al auge del etanol. Como Europa, tradicionalmente Estados Unidos ha protegido su mercado azucarero con políticas de precios mínimos para los agricultores y aranceles a la importación que, también como en el caso de Europa, costea el consumidor: los estadounidenses pagan por el azúcar el doble que en el mercado internacional. Además, Estados Unidos ofrece sustanciosos subsidios a sus agricultores que sirven para forjar imperios como los de los hermanos Fanjul, que controlan un tercio de la producción del país. Así se comporta -paradojas de la globalización capitalista- el principal adalid del libre comercio. Sea como fuere, seguramente la principal aportación de Estados Unidos a la industria mundial del azúcar ha sido su sólida apuesta por el jarabe de fructosa hecho a base de maíz. Lo estudiaremos más adelante, y nos detendremos en sus perniciosas consecuencias para la salud.

Superficie cultivada de caña de azúcar por países./ Nerea de Bilbao

Brasil es ahora el rey del azúcar. Ya en la época colonial, sus vastas extensiones de tierra y la mano de obra esclava salvaron a la decadente industria azucarera en Europa [12]. Ahora, su capacidad para producir grandes cantidades de azúcar a bajo costo le ha puesto de nuevo a la cabeza de los exportadores mundiales; sin embargo, en los últimos años el desarrollo del país está suponiendo un incremento en los costes de producción. “La mayor parte de la gente no se da cuenta de que hoy es más barato cultivar y producir azúcar en Europa”, aseguraba en un evento público celebrado en mayo de 2012 Alberto Weisser, ejecutivo de Bunge, una de las principales firmas de compraventa de materias primas [13]. La afirmación parece todavía exagerada, si bien algunos países del Este de Europa pueden ofrecer costes salariales muy similares a los del país de la samba.

Tailandia, el segundo exportador mundial, tampoco parece que pueda evitar la subida de costes en su territorio. El gobierno acaba de aprobar un incremento del salario mínimo que, aunque no afecta directamente a buena parte de los trabajadores del sector, que cobran al peso, sí lo hace indirectamente. “Durante los últimos años han tenido que aumentar el pago por la caña, porque todo está subiendo mucho”, asegura Thanat Sengthong, ingeniero agrónomo de la organización Thai Contract Farmer Network. Pero Bangkok está empeñado en que la industria del azúcar en Tailandia sea un caso de éxito y la sigue protegiendo. A ello le dedicaremos un capítulo en este libro.

 Volumen de negocio y millones de toneladas de azúcar producidas.

La India parece bien posicionada para tomar el relevo. Es el segundo productor mundial de azúcar, pero su consumo interno es tan grande – el más elevado del mundo en valores absolutos –, que sus exportaciones son limitadas. Al igual que tantos otros países, la producción ha estado controlada durante décadas por el gobierno, que obligaba además a las fábricas a venderle un 10 por ciento de su producción a un precio más bajo que el del mercado. India ha anunciado recientemente un proceso de apertura, que terminará supuestamente con estas prácticas y que, por tanto, podría llevar a un gran incremento de la producción [14]. Con la subida de precios en otros países y la numerosa mano de obra procedente de los estratos más pobres de la sociedad, India, el segundo país más poblado del mundo podría convertirse en el nuevo cañaveral del mundo. Probablemente, su competencia vendrá principalmente de África, donde la producción ha aumentado considerablemente durante los últimos años. Si la situación política acompaña, es posible que los “esclavos” africanos se conviertan de nuevo en el motor de la industria azucarera.

5. Dos plantas, dos modelos de cultivo

Las diferentes características de las plantas también determinan la forma en la que se cultivan. La caña de azúcar es un cultivo intensivo, que tiene su máxima expresión en el latifundio, principalmente en Latinoamérica [15]. Las grandes extensiones de caña comenzaron a adueñarse del Nuevo Continente con la llegada de los colonos europeos y han continuado avanzando en el último siglo. En Asia, el modelo de pequeñas plantaciones y cooperativas ha pervivido durante más tiempo, pero va cayendo poco a poco con el avance de la industria. El principal problema de la caña es que es muy invasivo y su ciclo de crecimiento tiene poco que ver con el del resto de las plantas. Conseguir una buena cosecha puede costar hasta 18 meses, especialmente en la primera siembra, por lo que es difícil compaginarla con otros cultivos cuyos ciclos son normalmente anuales. Las cañas se cultivan además a partir del propio tallo, que se puede reproducir hasta tres o cuatro veces sin necesidad de replantarlo, por lo que los ciclos se vuelven tremendamente largos.

La remolacha, sin embargo, es un cultivo de rotación, que tiene que ser combinado con otros productos para no agotar la tierra. La rotación no responde, por tanto, a un deseo de dejar respirar el suelo, sino a una necesidad impuesta por la propia planta. Al tercer año de plantar remolacha, las raíces simplemente no crecen, explica Eutimio Cuesta, el agricultor que visitamos en Valladolid. “El mínimo de rotación es de seis años. Se necesita mucha extensión para rotar”, asegura. Por ello, la remolacha ha permanecido principalmente como un cultivo de minifundio, en el que el agricultor proveía a la industria a través de contratos.

En Europa, hasta hace poco el principal productor de remolacha, los agricultores no dedicaban toda su tierra a un único cultivo, sino que la dividían en varias partes y cada año cultivaban una de ellas con remolacha. A la industria no le interesaba mantener extensiones tan grandes de tierra de las que podían aprovechar como máximo un sexto; como la remolacha era un cultivo muy rentable, gracias a las políticas proteccionistas, los agricultores aceptaban. Así podían asegurarse que iban a cumplir con los cupos estipulados en su contrato con la fábrica azucarera y que no perderían el cliente por no tener remolacha durante alguna campaña. Era una de esas relaciones que los anglosajones llaman win-win (todo el mundo gana), aunque, como siempre, había unos que ganaban más que otros.

 

Aunque en nuestra cuchara pueda no parecerlo, la materia prima del azúcar es un producto tremendamente efímero. Poco después de ser cortada, el azúcar comienza a evaporarse. Ni la remolacha ni, sobre todo, la caña, soportan ningún tipo de almacenamiento, por lo que tienen que ser procesadas poco después de la recolección. La remolacha comienza a perder azúcar a partir del tercer día después del arranque, mientras que la caña de azúcar apenas aguanta doce horas sin malograrse. Ésta es probablemente una de las características que más afecta a los más débiles, a las etapas más bajas de la cadena. Las fábricas tiene así una situación de superioridad sobre los agricultores, que pueden perder su cosecha fácilmente. Ante la presteza, los agricultores no pueden negociar mejores condiciones y acaban cayendo en contratos abusivos, como les sucede a los habitantes del nordeste de Tailandia [16], sólo para asegurarse la venta de su producto. En Europa, sin embargo, aunque los agricultores a menudo se ha organizado en cooperativas, suelen tener contratos similares, pero mucho menos abusivos, con los que las fábricas se aseguran el suministro de materia prima.

Esta última característica ha definido además otra peculiaridad de la industria: la importancia del consumo local. Como veíamos, tan sólo un 30 por ciento del azúcar producido se vende en los mercados internacionales, esos que están intervenidos. La mayor parte es consumido cerca del lugar de cultivo y en procesos poco elaborados. En el caso de la caña de azúcar, la cristalización se puede hacer además fácilmente de forma casera, hirviendo durante horas el jugo de los tallos, tal y como lo han hecho durante siglos en India para fabricar el gur, una pasta marrón, muy dulce, pero con un sabor más fuerte que el de la versión refinada, similar al del azúcar crudo (mascabado) que cada vez más llega a los supermercados europeos -es lo que en Colombia llaman panela, un caso al que dedicaremos una atención especial en el capítulo 8-. Los tallos también se mastican y se les saca con los dientes su jugo de color grisáceo. En países como Camboya o Birmania, tradicionalmente se ha extraído el azúcar de la savia de las palmeras que, al igual que el jugo de caña, se hierve durante horas antes de formar pequeñas bolas que tienen la forma de un caramelo.

Estas son sólo algunas de las formas que el ser humano encontró desde tiempos ancestrales para consumir el azúcar, sin necesidad de refinerías de por medio. Sin embargo, el azúcar comenzó a refinarse para potenciar su sabor dulce y para evitar que se malograra con el agua que quedaba del jugo, dando lugar a un cambio fundamental en la industria.

7. Un producto refinado

En el comercio internacional, los pobres venden arcilla y los ricos hacen vasijas con ella. Durante siglos, los países menos desarrollados han sido fuente de materias primas, mientras que los más pudientes han sido los encargados de procesarlas y devolvérselas, más caras, al punto de partida. El azúcar no es una excepción. Al igual que ocurría durante la época colonial, el refinado esconde la clave del control de la industria azucarera. Analizaremos el proceso con mayor detenimiento en un capítulo de este libro, pero, por el momento, es curioso observar el mapa del comercio del azúcar: en muchos casos, se llega al extremo de que los países que plantan la caña tienen que importar también el azúcar blanco. Decimos la caña, porque la remolacha debe ser refinada cerca de las tierras de las que se ha extraído dado que es mucho más difícil almacenarla; el jugo de la caña, por el contrario, puede ser extraído y conservado, para ser luego refinado.

Es paradójico el caso de Indonesia, tal vez el primer país de Asia en domesticar la caña, que se ha convertido ahora en uno de los mayores importadores de azúcar del continente. Indonesia es en sí mismo un ejemplo a pequeña escala de cómo funciona el mercado internacional y de cómo los precios son tremendamente volátiles. La falta de refinerías en el país empuja los precios del azúcar al alza a medida que se incrementa el consumo y que el gobierno intenta poner freno al mercado negro. Pero al mismo tiempo, cuando no se controla la entrada de azúcar blanco importado los precios caen y arruinan a los agricultores locales que sólo pueden ofrecer azúcar crudo.

El refinado es el nuevo objetivo de Europa. La pérdida de capacidad de producción de remolacha en el Viejo Continente ha dejado muchas instalaciones infrautilizadas; en otros casos, simplemente se han abandonado. Sin embargo, muchas empresas han cambiado su estrategia y han adaptado sus complejos para poder refinar el jugo de la caña de azúcar, que requiere de algunos pasos adicionales. Sólo así se explica la carta firmada por varios diputados europeos en julio de 2012 [17] para pedir un final rápido a las cuotas y dar preferencia al refinado de caña de azúcar. Los parlamentarios alegan la importancia de los trabajos altamente cualificados que proporcionan estas refinerías. Pero pareciera que, simplemente, se ha convertido en el camino más barato, pues, según afirman los expertos, cuesta menos importar azúcar crudo y refinarlo en el lugar de destino [18] que transportar el azúcar ya refinado.

El objetivo final de las empresas es la concentración vertical, controlar toda la cadena. Compran empresas y tierras en países productores de caña, o se alían con las empresas locales, y buscan controlar todos los subproductos que se pueden obtener del azúcar. Porque el negocio está cada vez más en los derivados.

8. Un flexiproducto

Se dice que la caña es uno de los conversores más eficaces de luz solar en materia orgánica. Crece rápido y la fibra resultante es de un alto valor energético. Sin duda, los tallos tienen cientos de usos diferentes, es lo que se ha llamado un flexiproducto. La remolacha tampoco se queda atrás y es posible encontrar una utilidad a cada una de sus partes y residuos.

Durante siglos, estos subproductos no habían sido más que una parte secundaria del mercado. Lo principal era conseguir el azúcar. Pero la aparición de los biocombustibles ha revolucionado el sector. “Los biocombustibles han cambiado la manera de estructurar el precio azucarero”, afirma Chullén. Así, la caña de azúcar y la remolacha pueden utilizarse para producir el llamado etanol, un eficaz sustituto de la gasolina – en contraposición a los aceites que sustituyen al diésel. En un mundo sediento de energía, los que tienen la infraestructura para fabricar la “gasolina verde” tienen ahora un buen precio asegurado, pero aquellos menos poderosos dependen de los intereses de los grandes.

El mercado está cambiando con rapidez, y no sólo por la aparición de estos subproductos o por los cambios legislativos en algunos países. Mientras la caña desplaza a la remolacha como fuente de azúcar refinado, otras plantas están tomando buena parte del mercado. El maíz se ha convertido últimamente en la fuente principal de azúcar para la industria alimentaria en Estados Unidos, y, cada vez más, en otros países. El consumo disminuye en muchos países desarrollados, pero sigue imparable entre la nueva clase media, especialmente la asiática. Sin embargo, las nuevas enfermedades asociadas ya han lanzado la voz de alarma en estos países. El futuro del azúcar como alimento es incierto, pero el futuro de la caña está casi asegurado.

NOTAS AL CAPÍTULO

1. En el capítulo 2, centrado en la dimensión histórica del azúcar
2. Según datos de FAO (Food and Agriculture Organization), el 88 por ciento de la producción procede de la caña y el 12 por ciento de la remolacha. Overview of Sugar Policies and Market Outlook, Kaison Chang, Cuarta Conferencia Internacional sobre el azúcar de FAO, agosto 2012, Fiji
3. «Evidence for sugar addiction: Behavioral and neurochemical effects of intermittent, excessive sugar intake», Nicole M. Avena, Pedro Rada, and Bartley G. Hoebel, Princeton University
4. Sidney Mintz, Dulzura y poder, óp. Cit.
5. Kaison Chang, “Overview of Sugar Policies and Market Outlook”, 4th FAO International Sugar Conference, Fiji, Agosto 2012
6. No obstante, la industria busca nuevas formas de diferenciarse de la competencia: así, el polémico sello de certificación Bonsucro del que hablaremos en el capítulo “Dulzor sostenible”.
7. “El mercado mundial del azúcar”, Revista de la Facultad de Ciencias Económicas de la UNMSM, año VIII, Nº 23 Diciembre 2003
8. Íbidem
9. Dumping on the world, Oxfam Briefing Paper.
10. Evaluation of Common Agricultural Policy measures applied to the sugar sector, AGROSYNERGIE,December 2011
11. Según un estudio de LMC International y Overseas Development Institute
12. Sugar, the grass that changed the world. Sanjida O’Connell, Random House, 2004
13. “Brazil sugar production costs rise”, Financial Times, 15 de mayo de 2012
14. “India removes sugar curbs to clip output swings”, Reuters, 5 de Abril de 2013
15. Hay excepciones, como el caso de la producción panelera en Colombia, que analizamos en el capítulo 8 de este ensayo.
16. Lo explicaremos de forma más detallada en el capítulo 12 de este libro.
17. Consultada en http://www.theparliament.com/latest-news/article/newsarticle/sugar-cane-meps/#.USgmwh2eODs
18. The World Sugar Market, International Sugar Organization, 2004


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¿Cómo se forma realmente el precio de los alimentos?

¿Cómo se forma realmente el precio de los alimentos? El caso del azúcar


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Este domingo, esperábamos con mucho interés el nuevo programa de Alberto Chicote, ese famoso cocinero estridente que esta vez prometíía contarnos cuáles son las claves del precio de los alimentos más cotidianos en nuestra cesta de la compra. El precio, y no las condiciones sociales o medioambientales en las que ha sido fabricado, es el factor más importante para el consumidor a la hora de adquirir un producto, pero no deja de ser el reflejo final de toda la cadena de producción y, por tanto, explicar sus variables implica hablar de las condiciones de fabricación del producto. Que este tema sea tratado en una cadena de gran audiencia y por un personaje relevante como es Chicote no puede ser más que una buena noticia.

En otros paííses se ha demostrado que la televisión puede ser un medio ameno y riguroso para informar sobre lo que se esconde detrás de lo que compramos. Quizá uno de los mejores ejemplos es el programa francés «Cash Investigation», en el que se investiga sobre la cadena de producción de productos y servicios, pero también sobre publicidad, lobbies o la corrupción y la evasión fiscal. El también francés ‘Envoyé Spécial’ (Enviado Especial) es otro de los programas que trata a menudo este tipo de temas.

La gran diferencia entre estos programas y ‘El precio de los alimentos’ de Chicote es, sin duda, la profundidad. Chicote quiso explicar en menos de una hora las variables que determinan el precio de seis productos, aproximadamente unos 8 minutos para cada uno. Una misión casi imposible, porque, a pesar de la impresión que da Chicote de que la formación de precios es algo simple [«la ecuación del aceite es sencilla», dice en un momento del programa], es en realidad algo muy complejo y depende de la acción de muchos actores diferentes, ya sean gobiernos, empresas, lobbies o incluso otras industrias relacionadas.

Chicote ha lanzado así­ la primera piedra para que se hable más en serio de lo que hay detrás de nuestra cesta de la compra y seríía interesante que la misma cadena emprendiera ese camino, sobre todo teniendo en cuenta que se van a emitir únicamente dos capíítulos de ‘El precio de los alimentos’. Hablar de esa cadena de producción es el principal objetivo de este proyecto, especialmente a través de los Informes de Combate y de los libros que hemos escrito. En un simple post, nos serí­a imposible comentar todos los productos de los que habla Chicote en su programa, asá­ que vamos a centrarnos hoy en el que mejor conocemos, el azúcar, sobre el que escribimos el libro Amarga Dulzura en 2013.

Chicote da algunas pinceladas básicas sobre la industria del azúcar, pero que solo pueden ser interpretadas correctamente si se conoce cómo funciona el sector. Aquí­ vamos a intentar completar la información fundamental que falta, aunque para entender mejor la industria os animamos a leer Amarga Dulzura.

  • El sector del azúcar está fuertemente intervenido por los gobiernos de medio mundo. Esto quiere decir que forma parte de las políticas nacionales de la mayor parte de los paííses en los que supone una industria importante y que el precio y la producción está controlado por éstos. No es un juego de libremercado por lo que entender su precio sin puntualizar este aspecto es imposible. En el programa de Chicote se menciona muy por encima dos de los paí­ses que en buena parte determinan el precio mundial del azúcar: Brasil, que es el principal productor y exportador mundial y cuyo mercado está muy determinado por su políítica energética de biocombustibles (según los precios mundiales del azúcar y del petróleo Brasil destina mayor o menor cantidad de caña de azúcar a uno u otro sector); y Tailandia, de quien un analista dice que el golpe de Estado de mayo del año pasado ha causado dudas que pueden afectar al mercado (en realidad el actual gobierno tiene una polí­tica de potenciar la industria azucarera). No obstante, es Brasil quien fundamentalmente establece el precio internacional y los biocombustibles son la principal variable (aunque sin caer en el reduccionismo, hay más variables y el azúcar es además uno de los sectores más complejos actualmente). De hecho, como se ve en esta gráfica, los precios mundiales se mueven casi al mismo compás que los precios brasileños (lí­nea amarilla y morada respectivamente):

preciosinternacional

  • También es muy difí­cil entender el sector del azúcar sin hablar de dónde procede. Es algo que no llega a explicarse y que se confunde continuamente en el reportaje de Chicote, hasta el punto de que se habla de los campos de remolacha de Suazilandia mientras se ven imágenes de grandes plantaciones de caña. La principal fuente de azúcar hoy en dí­a es la caña de azúcar (entre un 80 y un 90 por ciento del total). Es un cultivo tropical que requiere de mucha agua, calor y sol. La remolacha completa la mayor parte del resto de la producción. Es un cultivo de climas fríos y que se cultiva fundamentalmente en Europa, China y Estados Unidos. Antes, la mitad de la producción mundial era de remolacha y un 40 por ciento procedí­a de Europa gracias a los grandes subsidios que daba la Unión Europea. Hasta 2006, era Europa quien decidí­a el precio del azúcar, que era muy bajo, al estar subvencionado (hoy en día, como ya hemos dicho, es Brasil). Sin embargo, aunque Europa hací­a caer los precios mundiales, dentro de la Unión se pagaba el azúcar tres veces más caro por este control. Esos subsidios se están retirando y se ha obligado a reducir la producción en Europa. Lo que nos lleva al siguiente punto.
  • El sector del azúcar está en fase de liberalización (parcial) y, por tanto, de revolución total. Todo el proceso de formación de precios del azúcar está cambiando y seguirá cambiando al menos hasta 2017, que es cuando la Unión Europea terminará su liberalización. Los precios internacionales del azúcar han aumentado como resultado de este proceso, pero aún no son estables. Sin embargo, como consecuencia del proceso de liberalización, deberían haberse reducido los precios en Europa puesto que no estaban ajustados al precio internacional. Pero eso no ha ocurrido, como se puede ver en el gráfico. La industria azucarera simplemente ha aumentado su margen de beneficio, ya que ahora puede importar materia prima más barata (el precio de referencia es el mí­nimo que se paga por la materia prima):

grafico2

  • No todo depende de Europa. Otro país clave puede ser India, el segundo productor mundial, cuyo mercado está también muy controlado, pero que podríía ser también liberalizado. En realidad, paí­ses como Suazilandia cuentan muy poco en la formación del precio internacional.
  • Pero entonces, ¿por qué Suazilandia es uno de los principales importadores a España? Chicote dice que es el quinto paí­s más pobre del mundo y que la esperanza de vida es de 49 años. «Quizá por eso nos venden su azúcar tan barato», dice. Lo cierto es que Suazilandia nos vende su azúcar tan barato porque se beneficia de los acuerdos prefenciales con la Unión Europea que le aseguran un precio mí­nimo, unas cuotas y una exención de impuestos por vender su azúcar a Europa. Muchos otros paííses se benefician de estos acuerdos, fundamentalmente los 49 considerados como ‘Menos Desarrollados’ por Naciones Unidas, de los que Suazilandia forma parte. Brasil suele ser considerado el paí­s más eficiente en sus costes de producción de azúcar, en buena parte porque el sector utiliza de forma generalizada mano de obra en condiciones análogas a la esclavitud, pero Brasil no tiene estas ventajas asíí que su proceso de importación se encarece.
  • Y luego están, como­ se apunta en el programa de Chicote, los mercados financieros, que juegan un papel importante en la formación de precio. Es otro tema del que se habla muy por encima sin mencionar la principal variable, los mercados de futuros. Los mercados de futuros nacieron supuestamente con el objetivo de proporcionar una seguridad financiera en las operaciones de compraventa de ciertos productos. Así­, se acordaba un precio x, generalmente el del día del acuerdo, para una mercancí­a que iba a ser producida en el futuro. El objetivo es que el comprador supiera cuánto le iba a costar la mercancía y el productor supiera cuánto iba a cobrar. Pero al final se ha convertido en un instrumento financiero que sirve para especular (la FAO calcula que en el 98 por ciento de los casos estos contratos nunca llegan a materializarse) y que añade volatilidad, es decir, una mayor fluctuación de precios.
  • Hay además un elemento adicional. El azúcar es un producto que puede guardarse durante mucho tiempo. En el programa se menciona que en muchos casos se ha decidido no sacar azúcar al mercado para hacer subir su precio (algo que, por cierto, ha ocurrido de forma más pronunciada en el caso de los cereales pero de lo que no se habla en la parte correspondiente al trigo). La ironí­a es que, mientras el producto procesado puede mantenerse durante mucho tiempo, la materia prima no. La caña de azúcar empieza a degradarse a las 12 horas y la remolacha a los pocos dí­as. Eso da muy poco margen de acción a los agricultores para negociar el precio porque se arriesgan a perder la cosecha. La diferencia entre precio de compra al agricultor y precio de venta final se ensancha.
  • El azúcar es un producto adictivo y su demanda se ve muy afectada por este factor. Cuanta más azúcar se consume, más nos pide el cuerpo. Esta es también una de las principales razones por las que se utiliza cada vez más a menudo en la comida preparada, incluso en aquella que no es en un principio dulce. Es algo que­ menciona Chicote, aunque los números, que no menciona, son muy elocuentes. Las tres cuartas partes del azúcar que consumimos están en productos procesados.
  • Tampoco hay que perder de vista que se están empezando a generalizar nuevos cultivos para obtener azúcar, al menos la utilizada en la industria alimentaria, que no necesita de cristalización para ser añadida a los productos procesados. El más importante de ellos es el maí­z.

En el libro de Amarga Dulzura se comentan más variables y se documentan las historias de agricultores de medio mundo. Para acceder a él, podéis haceros mecenas aquí­. Siendo mecenas tendréis también acceso a los Informes de Combate, donde explicamos de forma más resumida muchos otros sectores.

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Actores
Marketing del azúcar

El marketing del azúcar: Vendiendo felicidad

Nota: este texto es parte de nuestro libro sobre la industria del azúcar ‘Amarga Dulzura’ que estamos liberando gradualmente. El libro fue posible gracias a la ayuda económica proporcionada por nuestros mecenas. Si quieres ayudarnos a que podamos continuar a escribir libros como éste, puedes hacerte mecenas aquí.

“El azúcar pone la energía en la dulzura”
Anuncio de los años 50

«¿Cómo? ¿Comer azúcar y adelgazar?» Una mujer con unos cuantos kilos de más sobre una báscula se deleita cuando un supuesto doctor, pipa en la boca, le ofrece un suculento pastel y le dice que es la mejor manera para perder peso. «Investigaciones nutricionales modernas demuestran que la comida que contiene azúcar puede ser un elemento importante para controlar el peso». El anuncio puede sorprender ahora, pero era habitual encontrarse este tipo de eslóganes hacia 1955.

Durante décadas, la industria del azúcar ha tenido que luchar incesantemente contra la mala fama de su producto. Explotación y esclavitud, problemas de salud o la contaminación de las fábricas han sido algunos de las polémicas a las que ha tenido que hacer frente la industria. Pero el lobby azucarero ha sido siempre fuerte. A mediados del siglo XIX, buena parte del mundo azucarero había adquirido la independencia. América Latina ya no pertenecía a España o Portugal, salvo algunas excepciones, y los Estados Unidos y Australia ya no rendían pleitesía al Reino Unido. Europa, tras el bloqueo comercial que Inglaterra impuso al continente durante la época napoleónica, había empezado a desarrollar la remolacha. La industria del azúcar había vivido una revolución en unos pocos años, con nuevos actores y nuevos productos.

Estados Unidos comenzó entonces su escala en la industria del azúcar. El consumo seguía creciendo y se hacía necesario proteger el producto. A principios de los años 80 se dieron los primeros intentos de crear una asociación que reuniera a los refinadores. El principal objetivo era incrementar los beneficios, ampliando la diferencia entre el precio del azúcar crudo y del refinado. En 1887 se creó finalmente la American Sugar Refining Company, que comprendía ocho refinerías. Su control casi total del mercado le llevó, sin embargo, a ser denunciada en virtud la recién aprobada Ley Antimonopolio Sherman; ganó el caso. En 1900 se convertiría en Domino Sugar, que luego acabaría formando parte de la Fanjul Corp, uno de los mayores conglomerados alimentarios de Estados Unidos, autor, precisamente, del anuncio con el que iniciábamos el capítulo.

Estados Unidos ha sido la cuna del marketing azucarero. No es una casualidad, los norteamericanos son también los padres de la publicidad moderna. Durante todo el siglo XX, decenas de miles de anuncios han intentado convencer a los ciudadanos estadounidenses de las bondades del azúcar. Si observamos la situación en la actualidad, pareciera que la industria ha perdido la batalla: la imagen del azúcar entre la opinión pública ha ido empeorando con los años, especialmente en lo que toca a sus efectos en la salud. Cada vez más envoltorios ostentan la etiqueta «Sin azúcar» o «Con un x por ciento menos de azúcar» para tranquilizar a los consumidores.

Sin embargo, ha sido una doble batalla. Gran parte de las empresas azucareras se han introducido ellas mismas en el negocio de los sustitutivos no calóricos, por lo que, mientras intentaban vencer la mala publicidad del azúcar, aprovechaban los nuevos hábitos de consumo para abrir nuevos nichos de mercado.

La primera reacción, la negación

Los años 50 fueron la década clave. Con el inicio de la recuperación tras la II Guerra Mundial, el consumo de azúcar aumentó y con él, la preocupación por sus efectos sobre la salud. No era la primera vez; ya a finales del siglo XIX se habían dado las primeras campañas contra los efectos perjudiciales de la industria. En 1918 apareció además el primer libro sobre dietas, el Diet and Health with a Key to the Calories de Lulu Hunt Peters. Este libro fue el primero en introducir el concepto de calorías y de su reducción para conseguir adelgazar. La autora ya colocaba al azúcar, entre otros alimentos, en la lista de productos que engordan – “alto valor nutricional”, decía –, pero no recomendaba su eliminación.

La primera reacción de la industria fue negarlo todo. Como vimos con el anuncio que inició este capítulo, las empresas desplegaron toda una campaña de marketing para convencer a los consumidores de que el azúcar no engorda. Algunos incluso llamaban a la capacidad del azúcar para quitar el hambre y evitar, por tanto, engordar. «Ese momento graso del día. Ese en el que tienes hambre y te podrías comer dos de lo que fuera. Aquí es donde el azúcar puede ayudar», rezaba uno de estos anuncios. Esta y otras publicidades aseguraban que el azúcar es una fuente de energía, que se convierte en combustible más rápido que cualquier otro alimento, y que, por tanto, quita el hambre en un periodo de tiempo más breve.

La batalla publicitaria durante las dos siguientes décadas fue feroz. El objetivo era presentar como saludable algo de lo que había grandes evidencias de que no lo era, al menos en grandes cantidades. Varios estudios de la época ya habían avisado sobre las consecuencias de la ingesta de glucosa. Pero la industria prefirió hacer sus propios estudios. Los donuts se convirtieron en fuente de vitaminas, tres cucharadas de azúcar resultaron engordar menos que media manzana, y un dulce se vendía como un alimento para despertar las mentes.

Ya en 1973, la Sugar Information Foundation contrató varios anuncios a página completa en revistas nacionales en las que aseguraban que el azúcar era un carbohidrato y, por tanto, un nutriente. El caso llegó hasta el Senado, donde el Comité Nacional de Revisión de la Publicidad determinó que el anuncio era engañoso y que la afirmación no tenía fundamentos.

Durante estos mismos años, se desarrolló la industria de los caramelos que, aunque habían existido durante siglos, solían ser caseros y poco variados. Los caramelos comenzaron a utilizar vistosos envoltorios para diferenciarse y volverse cada vez más sofisticados. El público se diversificó: unos eran para niños, otros para adolescentes, otros para adultos.

Curiosamente, era habitual que los anuncios de caramelos remarcaran la presencia de dextrosa. Ya hemos visto que el azúcar de mesa es un compuesto complejo, formado por dos moléculas de azúcares simples. La dextrosa, que en la actualidad se conoce más comúnmente como glucosa, es uno de esos tipos de azúcar simple que existen.

La guerra contra los endulzantes

La batalla contra la imagen pública del azúcar se complicó con la aparición de los sustitutos no calóricos. Buena parte de estos sustitutos fueron descubiertos de forma accidental en investigaciones químicas o farmaceúticas. La industria del azúcar no tuvo, por tanto, mucho que ver en aquellos primeros pasos. El primero en aparecer fue la famosa sacarina, descubierta en 1878 en un laboratorio de la Universidad Johns Hopkins de Estados Unidos. En 1937 llegaría el ciclamato y en 1965, el aspartamo. Todos ellos eran compuestos químicos no naturales que, sin embargo, desplazaron rápidamente al azúcar por la preocupación por el aumento de peso.

Pero estos compuestos pronto se vieron inmersos en la polémica. En los años 70 el ciclamato fue prohibido en Estados Unidos, después de que un estudio en un laboratorio demostrara que estaba asociado al desarrollo del cáncer. La sacarina se convirtió también inmediatamente en sospechosa y el consumo de azúcar volvió a crecer. Poco antes se había descubierto el aspartamo, de nuevo, en un error de laboratorio. En aquel momento, G.D. Searle, la compañía que lo había descubierto, estaba llevando a cabo pruebas sobre la salud de animales con el nuevo edulcorante. El neurólogo John Olney se convirtió entonces en el mayor detractor del aspartamo al que consideró, al igual que el glutamato, una toxina. Olsen explicaría su teoría en una carta dirigida al Senado de Estados Unidos en 1987. «El aspartato (Asp) y su componente relacionado el glumatato (Glu) están presentes en altas concentraciones en el cerebro donde sirven como neurotransmisores excitatorios […]. Paradójicamente, estas sustancias tienen un fuerte potencial neurotóxico si se les permite tener un contacto prolongado con receptores en la superficie exterior de la neurona, literalmente excitan la célula hasta la muerte». Es lo que llamó la excitotoxicidad, un proceso por el cual las neuronas son dañadas y destruidas por las sobreactivaciones de ciertos receptores del cerebro. El aspartamo fue finalmente aprobado en 1974 – aunque de forma restringida en un primer momento a los alimentos desecados –, pero la polémica no desapareció, según algunos, alimentada por la propia industria azucarera.

Desde entonces, lo único que ha podido parar el descenso en el consumo de azúcar ha sido el miedo a estos sustitutos no calóricos. Algunos, tras numerosos estudios, han probado ser inofensivos para la salud, mientras que aún hay muchas dudas sobre ciertos otros. Pero el público los ha considerado todos de la misma manera. No obstante, estos productos han supuesto un duro golpe para las empresas azucareras, hasta el punto de que algunas han decidido aliarse con el enemigo y han entrado, como decíamos, en el mercado de los sustitutos.

Un nuevo valor, el de la alegría

Una vez perdida la batalla sobre las propiedades adelgazantes del azúcar, la industria se centró en valores más subjetivos para vender su productos. Sin duda, el «a nadie le amarga un dulce» se volvió en su mayor aliado. A partir de los años 80, el azúcar se relacionó con la familia, la amistad, la energía o la fuerza. La televisión ayudó a transmitir el mensaje. Los anuncios se acompañaban con pegadizas canciones que invitaban a bailar.

En los años 50, C&H ya emitió un animado anuncio en las televisiones estadounidenses mostrando, con unos niños cantarines, el delicioso azúcar procedente de la caña de Hawaii. La canción que utilizó C&H durante aquellos años se volvió muy popular entre la población infantil, protagonista de la mayor parte de los spots. En los años 80, cuando se hablaba cada vez más de las calorías y de su impacto, los anuncios de C&H cambiaron de tono y relacionaron el azúcar con el calor del hogar, la vuelta a casa, con una madre que sigue haciendo los pasteles de la niñez.

Poco ha cambiado desde entonces. En 2010, en Kenia, la marca Sony Sugar lanzaba un anuncio ubicado en una boda en la que los protagonistas se cantaban dulces apelativos cariñosos (sweety, sugar, honey). En España, la marca Azucarera ha sido la que más ha explotado la publicidad comercial. Su estrategia también ha ido encaminada a relacionar el azúcar con eslóganes como «Con Azucarera, la vida sabe mejor».

El papel de las empresas de bebidas

Las bebidas carbonatadas han tenido un papel central en el marketing de los productos azucarados, especialmente porque ha sido el sector que más ha jugado con el doble discurso «azúcar bueno – azúcar malo». En los años 50, siguieron la tendencia de la industria azucarera en general, y llamaron incluso con mayor frecuencia al público infantil, con publicidades que probablemente ahora estarían prohibidas. Un anuncio de la época rezaba: «¿Estás haciendo pagar a tus hijos por tu problema de peso? Si estás intentando perder peso guardando en casa refrescos bajos en azúcares, recuerda una cosa: tus hijos lo beberán también». Y añadía una “nota para las madres” previniendo del peligro de la fatiga para sus hijos, causada por la falta de azúcar. Otro anuncio de 7Up mostraba a un bebé bebiendo de una de sus botellas, con un eslogan encima: «¿Por qué tenemos los clientes más jóvenes de este negocio?». Coca-Cola también se dirigió pronto a los más pequeños: «Para empezar mejor la vida, empieza la Cola antes», mientras se preguntaba: «¿Cómo de pronto es demasiado pronto?».

Aquellos mensajes se relacionaban con el sabor y la frescura. Pero ya a principios de los años 50 salió al mercado la primera soda dietética, llamada «No-Cal Beverage», una especie de Ginger Ale endulzado con sacarina. Schweppes lanzaría en 1958 la bebida Diet-Rite y Coca-Cola ofertaría su primera versión de la Coca-Cola Light, al principio llamada TAB, en 1963. En los años 70, la publicidad de TAB se dirigía especialmente a las mujeres, que debían «mantener la forma» para no perder a sus hombres. No sería hasta 1982 cuando se lanzase la Diet Coke, producto que cambiaría diez años más tarde el mercado de la publicidad de las bebidas refrescantes con aquel memorable anuncio de un atractivo obrero que hacía su pausa a las 11:30 mientras un grupo de féminas lo miraba desde la oficina, pegadas a la ventana.

Con todo, las marcas de sodas saben que ya no pueden limitarse ofrecer un producto alternativo para aquellos que quieran adelgazar o mantener la línea. Por eso, han comenzado a limpiar su nombre de su principal enemigo público: su relación con el incremento de la diabetes. A esto responde uno de los últimos anuncio de Coca-Cola. «¿Tú sabes quiénes somos nosotros?», dice una voz en off en el anuncio. «Nosotros somos el poder, estamos en los grandes centros de decisión. Desde hace siglos os hemos ido controlando, en el trabajo, cuando os quedáis en casa, cuando salís de ella, lo controlamos todo. Nosotros somos las sillas». La silla se da la vuelta, vacía. El joven le reta entonces a levantarse. «Si os levantáis, habremos perdido», le contesta. El joven se levanta, soberbio, y coge una botella de Coca-Cola. El spot está supuestamente dirigido a combatir la obesidad, promoviendo una vida menos sedentaria. Curiosamente el anuncio también anima a levantarse a coger un refresco que contiene una media de unas diez cucharadas de azúcar: una bomba calórica. Cosas del marketing.

NOTAS AL CAPÍTULO
1. El glutamato, también conocido como GMS, es un aditivio alimentario muy popular en Asia.
2. Veremos más sobre estos endulzantes no calóricos y sus efectos para la salud en el capítulo dedicado a las Alternativas al consumo de azúcar.


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Biocombustibles

Cuando los automóviles comen azúcar: El auge de los biocombustibles

Liberamos un nuevo capítulo de nuestro libro ‘Amarga Dulzura. Una historia sobre el origen del azúcar’ en el que investigamos esta industria. Recuerda que si nos quieres ayudar a seguir realizando investigaciones como ésta, puedes participar en nuestro crowdfunding en Goteo.

“Hoy, los automóviles devoran a la gente”
(Franz Hinkelammert)

Hubo un tiempo en que los seres humanos comían aceite, maíz y azúcar, mientras los vehículos se alimentaban de derivados del petróleo. Hoy en día las cosas se han complicado un tanto y los coches también consumen productos alimenticios. La tecnología por la que se convierte la caña de azúcar en un combustible similar a la gasolina se conoce desde hace décadas, pero ha sido en los últimos tiempos cuando, debido al aumento de los precios del petróleo, el etanol ha llegado a adquirir una importancia estratégica para la economía de ciertos países, como Brasil, que desde los años 70 está haciendo una firme apuesta por este producto.

Nos referimos con el nombre genérico de biocombustibles o biocarburantes [1] a las fuentes sustitutas del petróleo que se extraen de ciertos alimentos. Solemos distinguir dos tipos: el bioetanol, que sustituye a la gasolina y procede de vegetales ricos en azúcares, como la caña, la remolacha y el maíz; y, de otro lado, el biodiésel, que sustituye al diésel y se obtiene de aceites de girasol, colza y otros [2]. Nuestra atención se centrará aquí, por tanto, en el bioetanol o etanol de biomasa, que se produce por fermentación alcohólica de azúcares de diversas plantas, como la caña de azúcar, la remolacha o ciertos cereales ricos en carbohidratos.

En la actualidad, la producción mundial de biocombustibles ronda los 22 millones de toneladas anuales. En lo que respecta al etanol, Estados Unidos y Brasil copan el mercado: entre los dos, producen alrededor del 90 por ciento del etanol mundial, con Estados Unidos ligeramente a la cabeza. En 2007, Estados Unidos produjo 6,5 millones de toneladas, frente a los 5 millones de toneladas de Brasil. Eso sí: a los brasileños les gusta insistir en que su etanol, hecho a base de azúcar de caña, es de mejor calidad que el estadounidense, elaborado a partir del maíz.

El auge de los agrocombustibles ha provocado que cada vez mayor porcentaje de ciertos cultivos se dediquen a este uso. Esto es particularmente notorio en el caso del azúcar y el etanol: según la FAO, si en 2010 se dedicaba en torno al 20 por ciento del azúcar moreno que se producía a la elaboración de etanol, en 2021 se prevé que esa cifra supere el 30 por ciento [3]. En Estados Unidos, el país que con diferencia lidera la demanda energética mundial, se percataron de ello y, en época de George W. Bush, firmaron con Brasil, el mayor productor mundial de etanol, un acuerdo estratégico. Bush y el entonces mandatario brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, pactaron en 2007 impulsar en la región latinoamericana un polo productor de biocarburantes con el objetivo de garantizar a Washington el abastecimiento energético. Para David Harvey [4], esa estrategia se debe, de un lado, al intento de disminuir la vulnerabilidad de Estados Unidos fruto de su dependencia del petróleo; y de otro, de la presión del poderoso sector del agronegocio, que controla el Senado y es uno de los más poderosos lobbies del país.

Sea como fuere, el plan de la Casa Blanca era reemplazar un 20 por ciento de combustibles derivados del petróleo por etanol. Harían falta 130.000 millones de litros para satisfacer esa demanda, y, según publicó en ese momento la revista liberal The Economist, los Estados Unidos no tenían capacidad para producir más que una séptima parte de ese montante, sobre todo, por la falta de tierra disponible. Y si algo tiene América del Sur es mucha tierra y muy fértil.

Para garantizarse esa producción a un precio competitivo, Washington impuso ciertas condiciones a Brasilia, tanto en lo relacionado al volumen de producción como a la productividad del proceso: se obligaba, entonces, a mecanizar la recogida de caña, algo que, como ya hemos visto, los empresarios llevaban décadas posponiendo por falta de incentivos: ¿quién quiere acometer semejante inversión pudiendo contratar esclavos? Paralelamente, la Unión Europea apostaba también por los biocombustibles, y miraba hacia el resto del mundo como posibles exportadores: Brasil, Argentina, Malasia. Por su parte, los productores agrícolas de los países del Sur entendían que el impulso al etanol contrarrestaría los efectos negativos que, para ellos, han tenido los subsidios agrícolas de los Estados Unidos y la Unión Europea, tanto al maíz como a la remolacha azucarera. Sobre todo cuando, en los últimos años, los países ricos abandonaron algunas de las ayudas a las inversiones en el sector de los biocombustibles, una vez comenzaron a instalarse algunas dudas sobre sus bondades ambientales. América Latina, gracias a sus vastas superficies de tierra muy fértil, quedaba así configurada como una región muy atractiva para este tipo de inversiones.

Un matiz importante: al decir aquí “los productores”, nos referimos principalmente a los grandes productores. Al agronegocio y al terrateniente. El pequeño productor, el campesino, no suele dedicarse al cultivo masivo de caña o maíz destinados a la exportación, sino, más bien, a la producción diversificada de alimentos dirigidos al consumo propio o a la venta local. La expansión de los monocultivos, a la que está vinculada el ascenso de los agrocombustibles, promueve más bien el desalojo de comunidades campesinas a lo largo y ancho del planeta, como hemos venido documentando en este ensayo.

Brasil y el auge del etanol

Brasil es, una vez más, el ejemplo paradigmático. El país cuenta con una larga tradición de cultivo de caña de azúcar, pero ésta experimentó un cierto declive del que se recuperó con creces gracias al auge del etanol. Como ya hemos visto, la producción de caña de azúcar en Brasil responde al modelo de agronegocio industrial y exportador basado en el latifundio y el monocultivo, dominado por oligarquías locales y grandes empresas. Éstas se articulan en torno a tres grandes conglomerados: Cosan, Crystalsev y Copersugar. Con el reciente auge del azúcar, al compás del auge de los biocombustibles, la producción se ha desplazado del nordeste a la zona centro-sur, donde avanzan los cañaverales al ritmo de las ingentes inversiones internacionales que se alimentan, también, de la ayuda del Banco Mundial, el Banco Nacional de Desarrollo brasileño y otros organismos internacionales. Los discursos políticos hablan de sostenibilidad y reforma agraria; la realpolitik habla otro lenguaje: el de las multinacionales.

Brasil produce caña de azúcar para etanol desde 1975. Hoy es el principal productor mundial de este biocombustible: produce el 60 por ciento del etanol mundial con cultivos de caña que cubren tres millones de hectáreas; lo que no se queda en casa para alimentar los vehículos flex fuel, se exporta, y el principal destino es Estados Unidos, con quien, como ya vimos, Brasil firmó en 2007 un importante acuerdo comercial. Las cosas no pintan mal para el negocio brasileño del etanol: los productores aguardan el visto bueno de la presidenta, Dilma Rousseff, para que salga adelante una reforma que los técnicos ya avalan: que la mezcla de etanol en la gasolina suba del actual 20 por ciento hasta el 25 por ciento [5].

En el sur del país, en el estado de Mato Grosso do Sul, en la frontera con Paraguay, la caña de azúcar se vincula dramáticamente al exterminio del pueblo guaraní-kaiowá, una de las etnias aborígenes que más duramente ha sufrido las consecuencias del alza del precio de las materias primas, que ha provocado la reprimarización de las economías latinoamericanas [6].

Los guaraní-kaiowá viven muriéndose [7]. El 25 de marzo de 2013, el semanario Brasil de Fato publicaba un titular estremecedor: moría atropellada una niña en un campamento indígena. El conductor huyó sin asistir a su víctima. Es la sexta menor de edad muerta en esas circunstancias en ese campamento de Mato Grosso. Los miembros de la comunidad no tienen dudas sobre el carácter violento y provocado de esas muertes. Las familias sobreviven en ese campamento desde que las expulsaron de sus tierras ante el avance del agronegocio. Las investigaciones de la ONG Repórter Brasil apuntan a la implicación de dos de los mayores grupos del sector alimenticio del país, Grupo Bumlai y Grupo Bertin, propietarios de la usina de San Fernando, que procesa la caña de una hacienda próxima [8].

En toda América del Sur, los agrocombustibles se presentan como un sector muy atractivo, que se suma, para regocijo del pujante agronegocio, a ese oro verde que en todo el Cono Sur es, desde hace una década, la soja. Volviendo al etanol, Argentina es, a mucha distancia de Brasil, el segundo productor y exportador de la región. Otros países de más modesta producción también dirigen su mirada al etanol: así, Colombia, que produjo 287 millones de litros de este combustible en 2010 [9]. Uno de los mayores productores de azúcar del país, Riopalla Castilla, ha anunciado que invertirá durante los próximos años 800.000 millones de pesos (unos 340 millones de euros) para abrir una planta de etanol y ampliar su negocio de la caña de azúcar. Entre sus proyectos está construir una destilería para la producción de alcohol carburante en la región del Valle del Cauca, uno de los principales focos de resistencia indígena en el país. Paralelamente, la compañía prevé crear una planta de cogeneración de energía con capacidad instalada de 35 megavatios. También ha tomado en arriendo 2.000 hectáreas para sembrar planta aceitera.

Todas estas inversiones se hacen en nombre del desarrollo del país y de la apuesta por las “energías limpias y renovables”. Pero, ¿hasta qué punto los biocarburantes son, como dicen las empresas productoras y comercializadoras, una buena opción en términos medioambientales y sociales?

La polémica medioambiental

La polémica en torno al uso de los agrocombustibles ha acompañado su auge en los últimos años. En un principio, se presentaron como una solución al agotamiento de las reservas de hidrocarburos y a las trágicas consecuencias del cambio climático que éstos ayudan a provocar. Los biocombustibles pueden emplearse en usos como el transporte, a los que no llegan otras energías llamadas renovables -como la hidroeléctrica y la eólica-. Así que, bajo la etiqueta de energía verde y limpia, los gobiernos de los países desarrollados, como los de la Unión Europea y los Estados Unidos, subsidiaron la producción de etanol y biodiésel. Paralelamente, comprometieron ciertas metas pretendidamente ecologistas, como llegar a un determinado porcentaje de biocarburante en el consumo nacional. En Argentina, hace unos años se aprobó también una ley de fomento de los biocombustibles por la cual la gasolina y el gasoil debe mezclarse con un 5 por ciento de etanol y biodiésel, respectivamente. También comenzaron a otorgarse beneficios fiscales a quienes instalen biorrefinerías en el país [10]. Así que estos productos alcanzaron un auge sin precedentes tanto en Estados Unidos como en ciertos países en desarrollo, con Brasil y Argentina a la cabeza. Para muchos, los biocombustibles siguen siendo, hoy por hoy, la única alternativa al irremediable agotamiento de los hidrocarburos.

En los últimos años, las virtudes de los biocombustibles comenzaron a ponerse en cuestión. Para muchos ecologistas, no está claro que sean más benevolentes con el medio ambiente que los hidrocarburos; principalmente, porque promueven la deforestación y aumentan las dimensiones del dañino monocultivo, y con él, del avance de la desertificación de la tierra, en un momento en que, según datos de la FAO, el 25 por ciento de la superficie cultivable del planeta ya está dañada. Además, el proceso de producción de etanol o biodiésel puede llegar a consumir grandes cantidades de agua. Por último, y este factor es muy determinante en la opinión de muchos ecologistas, los biocombustibles crean la ilusión de que hay alternativas al que sería el único modo de hacer el sistema más sostenible: consumir menos y, sobre todo, despilfarrar menos.

Personas versus automóviles

En los últimos años, y especialmente después del estallido de la crisis financiera en 2008, otro dilema aún más agudo ha ganado protagonismo. En la última década, la demanda creciente de materias primas que, como el maíz y la caña, se emplean para producir etanol se sumó al aumento de la demanda de alimentos sostenida en los países asiáticos en auge, y ello, junto con la especulación en los mercados de futuro de alimentos – que alcanzaron un inusitado auge al calor de la crisis financiera internacional [11] –, provocó un preocupante aumento de los precios de alimentos básicos como el maíz o el arroz. Las consecuencias para los millones de personas que pasan hambre en el mundo han sido devastadoras. Y, aunque se ha detenido ese aumento alarmante que alcanzó su pico máximo en 2008, la FAO sostiene que los alimentos se mantendrán en precios comparativamente más caros a lo largo de la presente década [12].

La pregunta, inevitable en un mundo donde, según la FAO, unos 800 millones de personas sufren malnutrición – esa cifra se eleva a mil millones según los cálculos de ONG independientes –, es: ¿es ético destinar las tierras de cultivo a combustible de automóviles en un mundo con millones de hambrientos? Así lo expone el filósofo y economista Franz Hinkelammert: “Los automóviles devoran a la gente. Los autos tienen altos ingresos, los hambrientos en cambio no tienen ningún poder de compra. Lo que hoy se entiende por acción racional es que los autos en nombre de la acción racional tiene que tener preferencia. El concepto de racionalidad [vigente en el discurso dominante] en perfectamente perverso” [13].

Más aún: ¿existe un riesgo de que esa tensión se recrudezca? Hablando el lenguaje del capital – es decir, en términos monetarios –, producir etanol resulta ventajoso si el petróleo cotiza a más de 90 dólares, algo que tras años de bajos precios ya no resulta extraordinario [14]. Pero, ¿y si el precio del barril se dispara, digamos, a 200 dólares? La estrecha e inexorable ley de la oferta y la demanda dice que el aumento del petróleo automáticamente implicaría un incremento similar en el precio de los agrocombustibles y de las materias primas – es decir, los alimentos – con los que éstos se producen.

“Lo que se debate es el destino de la producción agrícola, una competencia por el uso de la tierra”, asegura un experto consultado por el diario argentino Clarín [15]. No piensa lo mismo Gregorio Antolín, director de la División Químico Alimentaria en el Centro Tecnológico CARTIF: “Si hubiéramos de escoger, obviamente la alimentación debe prevalecer, pero no creo que haya un enfrentamiento. Los medios que ahora existen son capaces de soportar la población que hay en este momento desde todos los puntos de vista”, afirma. Lo cierto es que, para muchos analistas, la subida exponencial de los precios de los alimentos en los últimos años tiene mucho más que ver con la especulación de alimentos en el mercado de futuro que con los biocombustibles. La volatilidad de las inversiones y las divisas tras el estallido de la burbuja financiera en Estados Unidos en 2008, a lo que siguió la crisis del euro, provocó dudas entre los inversores, que comenzaron a dirigirse hacia el mercado de alimentos. Lo que arroja una pregunta urgente: ¿deberían los alimentos estar sujetos a los movimientos meramente especulativos de los grandes fondos de inversiones? ¿Es lícito que estas operaciones puramente especulativas tengan efectos reales, y demasiadas veces mortales, en la vida de miles de millones de personas?

“No echemos la culpa a los biocombustibles: lo que tenemos que hacer es cambiar nuestro sistema de vida y reutilizar todas las cosas; y entonces nos sobrará para todo”, asegura Antolín. Por ejemplo: en el norte de Europa se está produciendo energía con los residuos urbanos. Algunos expertos, además, no ven que exista contrariedad alguna: para producir etanol a partir del maíz se utiliza únicamente el almidón, que es precisamente el componente más perjudicial para el ganado; en cuanto a la caña, el bioetanol se produce a partir de la melaza. Así lo explica Gregorio Antolín: “La caña puede dar azúcar y biocombustibles al mismo tiempo, planteando un proceso que atienda a ambas cosas. Se puede extraer el jugo de la caña y producir azúcar. Si sobra se puede producir etanol, pero si no sobra se puede usar el material celulósico para producir bioetanol de segunda generación”.

Antolín insiste en una idea: “La tecnología no se está utilizando de forma correcta: no se está aprovechando todo lo que se puede”. Si se utilizase, no tendríamos problemas, ni de escasez de alimentos, ni de energía. ¿Y entonces? “A las empresas que controlan el negocio del petróleo no les interesa que aparezcan competidores. Por eso han entrado fuertemente en el sector de biocombustibles, para controlarlo. Y su objetivo muchas veces no es la sostenibilidad ni el interés general, sino la búsqueda de la rentabilidad rápida”.

Una vez más, la búsqueda de la rentabilidad y la eficiencia entendida por una maximización del beneficio que sólo se mide en dólares, y que aparece, como indiscutido dogma, en todos los niveles de la cadena de producción. Así, los grandes conglomerados productores y distribuidores de etanol han sido señalados como empleadores de mano de obra esclava en Brasil, una práctica, como ya hemos visto, tristemente extendida en los cañaverales brasileños. Grandes distribuidoras como Petrobrás, Shell, Texaco e Ipiranga mantuvieron contratos con industrias como la Destilería Gameleira, que detenta el título de mayor liberación de trabajadores de esclavos de la historia brasileña: 1.003 jornaleros en 2005 [16]. De nuevo, esa perversa lógica -perversa y asesina- de la acción racional de la que hablaba Hinkelammert.

NOTAS AL CAPÍTULO
1. Hay quien prefiere el término agrocombustibles, porque el prefijo bio- se presta a confusión -en Europa bio suele utilizarse para referirse a productos agrícolas en cuya producción no intervienen procesos de síntesis- y dota al término de connotaciones positivas que, como veremos a continuación, son como mínimo cuestionables. Sin embargo, hemos optado aquí por utilizar ambos términos, pues sin duda biocombustibles es la expresión más generalizada.
2. En la actualidad se está investigando además la obtención de biocombustibles a partir de algas.
3. FAO, “Perspectivas agrícolas 2012-2021”. http://www.oecd.org/site/oecd-faoagriculturaloutlook/SpanishsummaryOCDEFAOPerspectivasgr%C3%ADcolas2012.pdf
4. D. Harvey, El enigma del capital, Madrid, Akal, 2010
5. http://economia.estadao.com.br/noticias/economia+brasil,aumento-de-etanol-na-gasolina-para-25-so-depende-de-dilma,140317,0.htm
6. Véase el último capítulo de este libro, dedicado al proceso de acaparamiento de tierras que se vive hoy en buena parte del mundo en desarrollo.
7. Véase http://www.miradasdeinternacional.com/2012/12/03/de-la-memoria-historica-a-la-propiedad-de-la-tierra-en-argentina/
8. http://www.brasildefato.com.br/node/12437#
9. http://www.fedebiocombustibles.com/files/Cifras%20Informativas%20del%20Sector%20Biocombustibles%20-%20ETANOL(29).pdf
10. Véase http://edant.clarin.com/suplementos/economico/2007/04/15/n-01400041.htm.
11. Para muchos expertos, otros factores como la demanda de soja o los propios biocombustibles es apenas anecdótico: la clave de estas subidas estaría en la especulación de los mercados de futuros, como veremos más adelante.
12. FAO, “Perspectivas agrícolas 2012-2021”. http://www.oecd.org/site/oecd-faoagriculturaloutlook/SpanishsummaryOCDEFAOPerspectivasgr%C3%ADcolas2012.pdf
13. Franz Hinkelammert, “La rebelión de los límites, la crisis de la deuda, el vaciamiento de la democracia y el genocidio económico-social”, 2013.
14. Para ofrecer una aproximación: el 8 de abril de 2013, durante la revisión de este texto, el barril de crudo cotizaba a 93 dólares.
15. “Los costos y beneficios del auge de los biocombustibles”, en Clarín, 15 de abril de 2007. http://edant.clarin.com/suplementos/economico/2007/04/15/n-01400041.htm
16. Y ello pese a que las citadas distribuidoras habían firmado el Pacto por la Erradicación del Trabajo Esclavo en Brasil. Cf. Leonardo Sakamoto, “A economia da escravidão”, Repórter Brasil. http://reporterbrasil.org.br/2006/04/a-economia-da-escravidao/

 

Imagen: recogida de caña de azúcar en Tailandia./ Laura Villadiego


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Impactos
La nueva esclavitud: Condiciones laborales en los cañaverales

5. La nueva esclavitud: Condiciones laborales en los cañaverales

Este es el quinto capítulo de nuesto primer libro ‘Amarga Dulzura. Una historia sobre el origen del azúcar’ que publicamos en mayo de 2013. Cinco años después de su publicación, liberamos gradualmente su contenido. Sin embargo, si quieres conseguir una copia en formato de libro electrónico, hazte mecenas de Carro de Combate y ayúdanos a seguir escribiendo libros como éste.

“Pelar caña era una hazaña / del que nació pa’ el rigor…”
(Atahualpa Yupanqui)

Si desde hace siglos las grandes plantaciones de azúcar se han asociado a la esclavitud [1], un siglo y medio después de su abolición, “ya los barcos negreros no cruzan el océano. Ahora los traficantes de esclavos operan desde el Ministerio de Trabajo. Salarios africanos, precios europeos” [2]. La esclavitud legal se sustituyó por salarios de hambre que deben aceptar ejércitos de brazos sin futuro, muchas veces migrantes. En muchos de los principales productores, la mecanización del proceso de caña sigue sin avanzar; así es en Brasil, donde desde los años 70 la industria promete una modernización que nunca llega. Aunque esto tal vez cambie al calor de los acuerdos con Estados Unidos para la exportación de etanol [3].

Mientras llega la mecanización, los cortadores de los cañaverales brasileños siguen sometidos a condiciones de trabajo inhumanas. Es un secreto a voces: cada año, los informes del propio Ministerio de Trabajo revelan que las plantaciones de azúcar emplean a buena parte de los trabajadores que, en Brasil, viven en condiciones análogas a la esclavitud. Los trabajadores cobran al peso y realizan extenuantes jornadas de sol a sol para conseguir salarios de alrededor de 800 reales al mes (menos de 300 euros). Viven en pésimas condiciones de seguridad e higiene, y a menudo, mal alimentados. Las crónicas relatan cómo, a veces, llegan a consumir drogas, como crack o marihuana, para soportar la dureza de las jornadas.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estimaba en 2005 que había unos 25.000 trabajadores en condiciones análogas a la esclavitud en Brasil; los cálculos de la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT) arrojan cifras similares. De ellos, un 80 por ciento eran empleados en el sector agrícola. Se sabe que, por la naturaleza del cultivo, muy intensivo en mano de obra, la caña de azúcar es el sector que más trabajo esclavo emplea en el campo brasileño: en 2009, casi 2.000 trabajadores fueron liberados en los cañaverales del país, un 45 por ciento de todos los trabajadores ‘rescatados’. Se sabe también que la esclavitud y la pobreza tienen color en Brasil: según datos oficiales, tres de cada cuatro trabajadores sometidos a régimen análogo a la esclavitud son negros o mulatos.

Entre 1995 y 2006, alrededor de 18.000 personas fueron ‘liberadas’ de su situación de semi-esclavitud en operaciones de fiscalización en unas 1.500 propiedades rurales. Y, según el periodista Leonardo Sakamoto, “no eran propietarios desinformados, escondidos en haciendas atrasadas (…) sino empresarios insertados en el agronegocio, muchos de ellos, produciendo con alta tecnología” [4]. En esas haciendas modernas, “los trabajadores temporales -los jornaleros- viven sin derecho al agua, comida y alojamientos recientes, humillados, sin poder volver para casa”. A menudo son migrantes, a los que se trajo desde sus lugares de origen por medio de engaños sobre las condiciones de trabajo, y que, una vez en el lugar de destino, deben pagar la deuda del viaje y comprar la comida a su explotador. El círculo se cierra sobre ellos; bajo ciertas condiciones, es muy fácil transformar el sistema salarial en una eficaz forma de esclavitud moderna, mucho más lucrativa, por cierto, que esa antigua esclavitud colonial en la que el propietario debía mantener al esclavo durante los 365 días del año. Ahora, el bracero, acabados los meses de cosecha, es sistemáticamente abandonado a su suerte. Y si es ‘liberado’ por las autoridades estatales, se encontrará devuelto al abandono, por lo que, muy probablemente, volverá al mismo círculo vicioso la próxima cosecha.

Frente a este problema, la actitud del Estado brasileño es contradictoria. De un lado, el Estado, que desde 2002 trabaja junto a la OIT para la erradicación del trabajo esclavo, ha aumentado la fiscalización en los últimos años, y se ha conformado una ‘lista sucia’ de empleadores de trabajo esclavo, integrada actualmente por unas 200 empresas. Al margen de las responsabilidades penales en cada caso, pertenecer a esta lista conlleva no sólo el escarnio público, sino otras consecuencias, como la imposibilidad de acceder a créditos del Banco Nacional de Desarrollo (BNDES). Sin embargo, al mismo tiempo el Estado sigue fomentando un modelo económico apoyado en el agronegocio a gran escala y focalizado en la exportación, que es el modelo que alimenta el trabajo esclavo, en oposición a la pequeña agricultura.

Los 150 diputados de la llamada bancada ruralista impiden cualquier avance legislativo en esta materia. Defensores acérrimos de los intereses del agronegocio y el latifundio en Brasil, han impedido hasta ahora que salga adelante la Propuesta de Enmienda a la Constitución (PEC) 438, según la cual las propiedades rurales o urbanas donde las autoridades comprueben que se emplea a trabajadores esclavos sean expropiadas y colocadas a disposición de la reforma agraria, en el campo, o la construcción de viviendas sociales, en la ciudad.

Para la Comisión Pastoral de la Tierra, “el trabajo esclavo no fue erradicado en Brasil porque interfiere con los intereses del agronegocio”, que es, a su vez, aliado del gobierno del Partido de los Trabajadores, hoy en manos de Dilma Rousseff, sucesora de Lula da Silva. “El trabajo esclavo crece con el agronegocio, que es la niña de los ojos de la política gubernamental. Aunque ha presentado un plan de erradicación de trabajo esclavo, avanza la concentración del capital en pocas manos, con apoyo gubernamental, y se crea una desigualdad brutal”, explica el religioso Tomás Balduino, de la CPT. Y recuerda que, después de Paraguay, Brasil es el país más latifundista del planeta [5]. Balduino cita el caso de Cosan, holding del sector azucarero: la mayor productora de azúcar de caña y etanol del mundo, que recientemente engrosó la ‘lista sucia’ de empleadores de trabajo esclavo, según el Ministerio de Trabajo brasileño.

Enfrentarse a estas estructuras de poder puede conllevar riesgos para los campesinos: tristemente célebre es la Masacre de Eldorado dos Carajás, cuando 19 campesinos del Movimiento de los Sin Tierra fueron muertos a balazos por la Policía Militar. Cada año se producen muertes de activistas en el campo, a manos, muchas veces, de cuadrillas de mercenarios tras los cuales se encuentran los empresarios y latifundistas [6]. Pero esta violencia no sólo afecta a comunidades campesinas e indígenas: también los auditores fiscales del trabajo esclavo sienten en sus carnes el peso de la represión de los esclavistas. En la localidad de Unaí, un municipio del estado de Minas Gerais, en enero de 2004 cuatro funcionarios del Ministerio de Trabajo fueron asesinados mientras inspeccionaban las fincas de la región. Hasta ahora, no se ha investigado el caso. Para el Sindicato Nacional de los Auditores Fiscales del Trabajo (Sinait), casos como este evidencian las conexiones entre el crimen organizado y el trabajo esclavo: “Estamos mapeando las rutas de esas organizaciones criminales, que practican crímenes financieros, lavado de dinero, formación de cuadrillas, etc. La realidad del trabajo esclavo está presente en todas las regiones del país, tanto urbanas como rurales. Es rentable para los grandes empresarios”, llegó a declarar la presidenta del Sinait, Rosangela Silva Rassy [7].

Filipinas, el antiguo cañaveral de Estados Unidos

En el Sudeste asiático la caña de azúcar ha estado tradicionalmente ligada a la cultura local. Aún hoy, en la mayor parte de los países que forman la región se pueden ver carritos paseando y ofreciendo el jugo recién exprimido o a los niños masticando los gruesos tallos. Sin embargo, hasta el siglo XX, la caña de azúcar apenas se refinaba y la industria no era importante; el azúcar se consumía en las casas, crudo y oloroso. Ya conocimos el caso de Camboya, donde esta tendencia ha llegado mucho más tarde, mientras que en Tailandia, veremos más tarde, las grandes plantaciones se extenderían en la segunda mitad del siglo XX. Filipinas, sin embargo, la sufrió mucho antes.

Se cree que la caña llegó a Filipinas hace miles de años desde las islas del Pacífico, aunque algunos apuntan a que fueron los comerciantes árabes quienes la introducirían. En cualquier caso, cuando los nuevos colonos españoles llegaron al archipiélago en el siglo XVI, se encontraron con el “paraíso” que no habían tenido en América; la caña ya crecía allí, no hacían falta esfuerzos para plantarla y adaptarla. Pero fue el incremento en el consumo de azúcar en Estados Unidos durante el siglo XX lo que impulsó la industria en las islas. El embargo sobre Cuba en los años 60 supuso el último empujón a una industria de la que se benefició directamente la dictadura de Ferdinand Marcos después de nacionalizarla. Tras la caída de Marcos, el sector se liberalizó en un momento en el que otras dos grandes potencias de la región construían sus propias industrias: Tailandia y Australia.

Eso no benefició a los trabajadores de las plantaciones de Filipinas, que tuvieron que competir con otros cortadores (o máquinas, en el caso de Australia) que parecían más eficientes que ellos. Su vida, en realidad, ha cambiado poco desde la época colonial. “Los trabajadores del azúcar de hoy son los bisnietos de los trabajadores del azúcar del pasado. Viven sin poseer nada propio, ni siquiera sus vidas, solo las deudas que heredaron de sus antepasados” escribe Cynthia A. Deduro de la Coalición Internacional de Trabajadores Agrícolas. En Filipinas, como en tantos otros países colonizados, el modelo de la hacienda sigue perviviendo. La tierra está así concentrada en las manos de unas pocas familias para las que trabajan unos 500.000 jornaleros.

Como en tantos otros cañaverales a lo largo y ancho del mundo, los cortadores son pagados al peso y a menudo cobran la mitad del salario mínimo del país. Sus sueldos son tan míseros, casi siempre menos de un dólar y medio diario, que familias enteras tienen que trabajar en los campos para poder llevarse algo a la boca. Los cañaverales de Filipinas están atestados de pequeños trabajadores que a veces ni siquiera sobrepasan los diez años de edad. «No negamos que hay trabajo infantil en nuestra industria”, le dijo Edith Villanueva, presidenta la de Sugar Industry Foundation, a la cadena estadounidense CNN en mayo de 2012 [8]. “Es una práctica entre familias a las que se paga gradualmente por el trabajo. Les gusta emplear a sus hijos porque hay más ingresos para las familias”, aseguraba Villanueva, quien añadía que experiencias previas de un aumento de los salarios de los padres no había disminuido el trabajo infantil en las plantaciones.

Filipinas ya no es el cañaveral exclusivo de Estados Unidos y sus exportaciones han crecido durante los últimos años gracias a países como China, Corea del Sur o Vietnam. Pero poco parece moverse dentro de las plantaciones, ancladas todavía en los tiempos del poder oligárquico. Los cañaverales no tienen escapatoria. Los niños nacen con la deuda sobre sus hombros y viven para siempre con ella. Es una forma absurda de esclavitud humana en la que las familias son tratadas como una simple fuerza de trabajo que tiene que cumplir con ciertas labores, sin importar el quién ni el cómo.

África, ¿el nuevo paraíso de la caña?

El sur de África ha sido durante los últimos años una de las regiones con mayor expansión de la caña azucarera en todo el mundo. Las nuevas plantaciones han venido además de la mano del preocupante proceso de acaparamiento de tierras que ha sufrido el continente y que ha supuesto la pérdida de millones de hectáreas en favor de grandes multinacionales. La caña de azúcar no es nueva en África, pero los cambios en el mercado internacional y las buenas condiciones climáticas de la zona la han hecho especialmente apetitosa para la industria. El sector se ha reestructurado prácticamente en todo el continente, primando “el outsourcing y la racionalización de la mano de obra”, asegura el investigador Jorge Chullén. Las grandes empresas han concentrado la propiedad y, en la mayoría de los casos, han empeorado las condiciones de sus trabajadores. “No hay salud ni seguridad ocupacional y cuanto más subcontratan más se deteriora, porque las empresas subcontratadas dejan de cubrir los aspectos sociales”, explica Chullén.

Un caso significativo es el de Mozambique. La antigua colonia portuguesa apenas tenía industria azucarera hace unos años. Ahora se han creado unos 25.000 puestos de trabajo en el sector, pero que han sido denunciados en varias ocasiones por las malas condiciones. Ethical Sugar habla, por ejemplo, del caso de la plantación en el estado de Xinavane que dirige la empresa Sudafricana Tongaat Hulett y que emplea ella sola a un tercio del total de la mano de obra del sector en el país. Según Ethical Sugar, los salarios sólo cubrían las necesidades más básicas y la seguridad en el lugar de trabajo era muy pobre, hasta el punto de que los accidentes mortales eran habituales [9]. Las instalaciones provistas por la compañía para los trabajadores también eran muy precarias y la higiene tan básica que en 2010 una de las comunidades sufrió una epidemia de cólera.
De nuevo, los trabajadores estacionarios, los más numerosos en todas las plantaciones de azúcar del mundo, son los más perjudicados por el sistema. Sin recibir a menudo un pago por las horas extra – o, cuando son pagados al peso, siendo engañados en la cantidad cortada –, los trabajadores se enfrentan a seis meses de desempleo una vez que la temporada termina. El esquema se ha repetido durante siglos y ha dado la vuelta al mundo. Los africanos también parecen encerrados en este círculo vicioso eterno; ya fueron esclavos del azúcar una vez en tierras lejanas; ahora podrían volver a serlo en su propia casa.

Trabajo de haitiano

Una descripción de los cañaverales de la República Dominicana nos retrotrae también a los tiempos de la esclavitud: vejaciones, malos tratos, jornadas de sol a sol a cambio de un salario de hambre. Así lo describe Joana Socías en su reciente obra El púlpito de la miseria, una crónica sobre la situación de los cortadores de caña que viven como esclavos en las plantaciones de San José de los Llanos, en la República Dominicana, y sobre cómo el sacerdote anglo-español Christopher Harley Satorious revolucionó sus vidas [10]. Socías recorre en su narración los pormenores del lucrativo negocio de la caña, que no ha cambiado tanto desde los tiempos de la esclavitud, cuando miles de africanos fueron transportados a las Antillas por las necesidades de mano de obra que suponía el monocultivo de la caña destinado a la exportación.

En el negocio azucarero en República Dominicana “confluyen muchos actores, todos interesados en que las cosas continúen como hace siglos: mano de obra semiesclava para aumentar los beneficios; monopolio de la plantación y exportación del azúcar para mantener firme al Estado; control de los medios de comunicación y silencio cómplice de la jerarquía de la Iglesia católica. Un complicado entramado del que nadie habla y en el que es prácticamente imposible meter la mano”[11]. Harley la metió, y le valió su expulsión del país, diez años después de su llegada. Para entonces, algo había cambiado entre los cortadores.

En Los Llanos, como en Pernambuco o en Riberão Preto, los empresarios se resisten a mecanizar la recogida de caña, porque la mano de obra sigue siendo más barata y eficiente. En Santo Domingo le dicen “trabajo de haitianos”, en referencia a las hordas de inmigrantes que desde hace generaciones se desplazan al país en busca de trabajo. Sólo les espera el ‘batey’, una suerte de infierno, según lo describe Socías: los cortadores no cobran dinero, sino vales que sólo pueden cambiar por alimentos en la propia empresa. “El sistema de escolaridad no llega ni a los cuatro cursos, no existe un censo oficial y por supuesto no tienen derecho a médico ni servicios básicos” [12].

Cuando el padre Christopher llegó a la República Dominicana en 1997, se encontró esta situación, conoció niños desnutridos, hombres que seguían trabajando a los 90 años y todo tipo de injusticias; llegó a comprender cómo funciona el negocio, basado en la importación de trabajadores baratos desde Haití, el país más pobre de América. Y, de la mano de la abogada Noemí Méndez, descubrió que aquel complejo entramado dependía en realidad de una gran familia: los Vicini, dueños de las plantaciones y bien relacionados con la veintena de familias que manejan toda la economía dominicana, entre ellos nombres como el de Brugal o Bacardi, que tanto nos suenan por el ron, que también sale de la caña. Impulsados por el sacerdote, los trabajadores haitianos comenzaron a perder el miedo y se enfrentaron a los poderes establecidos: las oligarquías, la jerarquía eclesiástica, el Gobierno y los medios de comunicación.

La cuestión tiene implicaciones internacionales, que Socías describe al final de su libro. El negocio azucarero en la República Dominicana no sólo beneficia a unos cuantos privilegiados en el país, sino que es apenas el comienzo de una cadena mucho más compleja. Lo demuestran, por ejemplo, las dificultades que tuvo el sacerdote con Bonsucro, un sello de certificación que, teóricamente, pretende dar una garantía de ciertas condiciones ambientales y sociales en los cañaverales, pero que en la práctica está ligada a los intereses de grandes multinacionales sospechosas de alimentar todo lo contrario. Lo veremos más adelante en este mismo ensayo.

Eso es, precisamente, lo que nos proponemos visibilizar en este libro. El foco es recuperar una visión integradora para entender lo que se nos oculta a lo largo de la cadena de producción del azúcar. Los casos expuestos aquí son sólo unos pocos, pero dan cuenta de una preocupante realidad: el empleo de trabajadores esclavos en los cañaverales no es la excepción, sino la regla. Lo entendió muy bien el padre Christopher, que ahora, en una remota aldea de Etiopía, sigue luchando contra esas nuevas formas de esclavitud institucionalizada que, como dice el periodista brasileño Leonardo Sakamoto, “son fruto del capitalismo: no son enfermedad, sino síntoma del sistema”. La inhumana y obtusa lógica de la maximización del beneficio, llevada al extremo.

NOTAS AL CAPÍTULO

1. Véase el capítulo 1, dedicado a la dimensión histórica del negocio azucarero
2. Cf. Eduardo Galeano, “El Rey Azúcar y otros Monarcas”, en Las venas abiertas de América latina.
3. Sobre este particular, véase el capítulo dedicado a los Biocombustibles.
4. Leonardo Sakamoto, “A economia da escravidao”, en Repórter Brasil.
5. Cf. Lucia Rodrigues, “Agronegócio escraviza milhares de trabalhadores no campo”, en la revista Caros Amigos, Noviembre de 2011.
6. Lo veremos más detenidamente en el capítulo que dedicamos, al final de este libro, a la lucha de los Sin Tierra en Brasil.
7. Cf. Lucia Rodriguez, op. Cit.
8. “Life not sweet for Philippines’ sugar cane child workers”, Kyung Lah, CNN, 2 de Mayo de 2012
9. “Sugarcane in Southern Africa: A Sweeter Deal for the Rural Poor?”, Ethical Sugar, octubre 2010
10. Joana Socías, En el púlpito de la miseria, La esfera de los Libros, 2013.
11. Aurora Moreno Alcojor, “Esclavitud moderna”. En http://www.guinguinbali.com/index.php?lang=es&mod=news&task=view_news&cat=2&id=3552
Íbid.
12. Íbid.


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Azúcar y salud: ¿Veneno o fuente de energía?

El consumo de azúcar: ¿Veneno o fuente de energía?

 

Agente K: “¿Sabes cuál es la fuerza más destructiva del universo?”
Agente J: “¿El azúcar?”
Men in black 3

“¡¡¡Azúcar, azúcar, azúcar!!!, gritó [el padre Doherty]. ¡Azúcar cuando miles de inocentes de Dios mueren cada día por la falta de un vaso de leche!” [1]. El padre Doherty reprochaba así a Cletus que le pidiera urgentemente un chute de azúcar en un país, Biafra – la actual Nigeria –, en guerra. Cletus, el protagonista de Sugar Babies, uno de los cuentos del recién fallecido escritor nigeriano Chinua Achebe, deambulaba desesperadamente por su vida a merced de una inyección de sacarosa como si fuera un auténtico drogadicto.

O quizá lo era. El cuento no se aleja tanto de la realidad; según varios estudios el azúcar es una droga o, al menos, se comporta como tal [2]. Cuando una persona come algo dulce, el azúcar entra en el riego sanguíneo y desata un torrente de energía. La sacarosa llega luego al cerebro y libera beta-endorfinas, una hormona que elimina el dolor y nos hace sentir bien. Es como una especie de morfina, que se crea naturalmente en el cerebro y cuya producción se acelera con el azúcar. El cerebro produce además serotonina y dopamina, otros dos neurotransmisores relacionados con la sensación de bienestar. Al igual que ocurre con las drogas, como la sensación es agradable, nuestro cuerpo nos pide cada vez más. Uno de los primeros investigadores en detectar esta relación fue Serge Ahmed, del Centro Nacional de Investigación Científica de Francia, quien descubrió por casualidad el efecto adictivo del azúcar mientras investigaba los efectos de la cocaína en ratas. En un momento concreto del estudio, decidió cambiar el método de trabajo y suministrar a los roedores agua azucarada para comparar las diferencias con una sustancia supuestamente inocua. Inesperadamente, resultó que los ratones, a los que se había dado la posibilidad de elegir entre el “chute” de cocaína o el de azúcar con dos palancas diferentes prefirieron este último. Se habían vuelto adictos.

Al igual que las ratas, muchos somos adictos y nuestros cuerpos nos piden a diario nuestra dosis de azúcar, a menudo en momentos concretos de la jornada. ¿No te has preguntado nunca por qué después de comer sueles tener ese impulso irremediable de tomar algo dulce? Seguramente porque tu cuerpo está acostumbrado a ello. Otros científicos piensan que no se trata propiamente de una adicción; lo que sí está demostrado es que el cuerpo se acostumbra a la cantidad de glucosa que recibe: esto es, cuanto más azúcar consumimos, más nos pedirá.

Hay muchas teorías sobre por qué a los hombres nos gusta tanto el azúcar. Una de las más extendidas defiende que los azúcares nos atraen porque están asociados a nutrientes y antioxidantes. Los azúcares, en su sentido más amplio, tal y como vimos en el capítulo sobre el refinado, se encuentran, en su forma natural, en frutas y verduras principalmente, cuyas vitaminas y minerales son indispensables para el cuerpo. Según los defensores de esta teoría, nuestro gusto por el azúcar sería además una reminiscencia de nuestro pasado como primates y comedores, por tanto, de fruta. Otros añaden que el sabor dulce es un indicador de que el alimento no es venenoso y que se puede consumir sin peligro. También se dice que asociamos el azúcar a la leche materna, uno de los pocos alimentos de origen animal ricos en este compuesto, aunque en este caso en forma de lactosa. Ese recuerdo permanece en nuestras papilas gustativas y nos incita a seguir consumiendo azúcar.

Infografía: Nerea de Bilbao

En cualquier caso, nuestra propensión a comer azúcar no atrajo la atención de la comunidad científica hasta el pasado siglo XX, cuando el dulce comenzó a inundarlo todo. Ahora, consumimos una media de 24 kilos anuales, tres veces más que hace 50 años. El dato no es uniforme; en Cuba, isla azucarera por excelencia, consumen hasta 60 kilos. Australia, Brasil y México están también en el ranking, superando los 50 kilos anuales. En el caso de España se ha pasado de 5 a 30 kilos por persona y año en un siglo [3], aunque el aumento se ha experimentado sobre todo durante los últimos 40 años.

Sin embargo, no ha sido el consumo directo lo que ha aumentado – ese de las dos cucharaditas en el café – sino su uso en la industria alimentaria. Mientras que hace apenas unas décadas sólo consumíamos la mitad del azúcar en productos elaborados, ahora supera el 70 por ciento. Y a menudo, ya no es el azúcar de toda la vida, sino otras varientes cuyos efectos en la salud no han sido bien estudiados. La epidemia de “enfermedades de ricos”, que se han llamado, como la diabetes, la obesidad, la caries e incluso cánceres e infartos, ha sido a menudo relacionada con los cambios en la dieta. Al mismo tiempo, otros estudios han ensalzado las características de la glucosa como fuente de energía y conservante y han desmentido esos efectos adversos. Los organismos sanitarios, nacionales o internacionales, no han servido de mucha ayuda a la hora de ofrecer una guía a la ciudadanía y han lanzado recomendaciones para limitar el consumo al mismo tiempo que negaban una relación directa y probada con las enfermedades citadas. La consecuencia ha sido una confusión en el consumidor que no sabe si debe o no tomar azúcar, en qué cantidades o bajo qué formas.

¿Es el azúcar necesario?

La información es, por tanto, fundamental. Empecemos por la cuestión más básica: ¿es el azúcar necesario? La respuesta más sencilla sería decir que el cuerpo no necesita azúcar; se acabaría así el quebradero de cabeza sobre las cantidades y las formas en las que hay que tomarlo. Sin embargo, no es cierto. El azúcar es la fuente primaria de energía del cuerpo. Cada una de las células del cuerpo utiliza la glucosa para desempeñar sus funciones. Los músculos lo convierten en glicógeno (o glucógeno) y la grasa utiliza el azúcar para crear almacenamiento. El cerebro vive fundamentalmente de glucosa, por lo que la falta de ésta puede desencadenar incluso la muerte [4]. Las famosas bajadas de azúcar son una buena muestra de que el azúcar es necesaria.

La cosa se complica; no podemos simplemente desechar el azúcar. Dos preguntas se plantean ahora: qué tipo de azúcares debemos tomar y en qué cantidad. Empecemos con la primera. En el capítulo sobre el refinado ya vimos que no existe un único tipo de azúcar, hay muchos. La mayoría de ellos son utilizados de una u otra manera por la industria alimentaria o los podemos encontrar de forma natural en diversos alimentos. Hay principalmente tres tipos. Los monosacaráridos (glucosa, fructosa y galactosa) son los azúcares que podemos encontrar en la fruta y la miel, entre otros. El cuerpo los absorbe de forma rápida. Los disacaráridos, grupo al que pertenece el azúcar corriente de mesa, están formados por dos moléculas de esos monosacáridos que veíamos antes. También se absorben de forma rápida, aunque menos que los monosacáridos. Los polisacáridos son los más extendidos y forman parte de la mayor parte de alimentos de origen no animal. Son los llamados genéricamente hidratos de carbono y se encuentran en panes, arroz, verduras o legumbres, entre otros. No tienen, por tanto, sabor dulce.

Aunque quisiéramos, no podríamos dejar de comer azúcar; la mayor parte de los alimentos de nuestra dieta la contienen de una manera u otra. Dejar de tomar azúcar sería, por tanto, dejar de comer. Pero no ha sido el azúcar de estos alimentos el que ha sido puesto en cuestión por los científicos. Son esos cristales dulces y todo tipo de azúcares añadidos los que, según algunos expertos, estarían destrozando la salud de buena parte de la sociedad. ¿Por qué sólo ellos?

¿Es el azúcar un veneno?

La mayor parte de los estudiosos parece coincidir en que una ingesta excesiva de azúcares añadidos es dañina para el cuerpo. Sin embargo, hay toda una corriente que defiende una postura aún más radical: el azúcar es un veneno. Uno de los primeros fue Williams Coda Martin, quien describió un “alimento veneno” como cualquier sustancia que ingerida causa o puede causar enfermedades. Para Martin el azúcar puro entraba dentro de esta categoría debido a que el proceso químico al que es sometido durante el refinado elimina todos los elementos beneficiosos que lo convierten en un verdadero alimento. Coda Martin lo explicó de la siguiente manera: “Lo que queda consiste de carbohidratos puros y refinados. El cuerpo no puede utilizar estos carbohidratos y almidón refinados a menos que las proteínas, vitaminas y minerales estén presentes en pequeñas cantidades. La naturaleza proporciona estos elementos en cada planta en cantidades suficientes para metabolizar los carbohidratos de esta planta en concreto. No hay exceso de otros carbohidratos añadidos”.

Martin ya adelantaba la teoría de que el azúcar es perjudicial si no se consume con fibra. Este ha sido el principal argumento esgrimido por parte de la comunidad científica para alertar sobre el dulce, si el azúcar se toma sin la fibra que lo acompaña en verduras y frutas, resulta dañino. El efecto, tal y como lo explica Martin, sería una asimilación imperfecta de los nutrientes que tendría consecuencias negativas: “El metabolismo incompleto de los carbohidratos desemboca en la formación de metabolitos tóxicos [5] como el ácido pirúvico y azúcares anormales que contienen cinco átomos de carbono. El ácido pirúvico se acumula en el cerebro y el sistema nervioso y los azúcares anormales en los glóbulos rojos. Estos metabolitos tóxicos interfieren en la respiración de las células. Con el tiempo, algunas de estas células mueren”.

El endocrino Robert Lustig es actualmente el mayor defensor de esta corriente. Según Lustig, que trabaja en la Universidad de California, los azúcares añadidos son uno de los principales problemas de salud de la sociedad actual. “Cuando comes alimentos sin fibra el azúcar se absorbe tan rápido que el hígado se sobrecarga, las mitocondrias enferman y generas resistencia a la insulina y es la forma de entrada que tienen todas las enfermedades”, aseguraba el doctor Lustig en una entrevista en el programa del actor Alec Baldwin, a quien acababan de diagnosticar un principio de diabetes. En febrero de 2012, el endocrino publicó un estudio en la revista Nature [6], junto a Laura A. Schmidt y Claire D. Brindis, en el que aseguraba que el azúcar era una de las principales causas de aparición de enfermedades no contagiosas, que en los países desarrollados suponen hasta el 80 por ciento de las muertes en la actualidad.

Sin duda, numerosos estudios han relacionado el consumo de azúcares añadidos con problemas de salud. El más evidente es el de la obesidad. “Una de los efectos más tristes del consumo excesivo de azúcar es que disminuye las hormonas naturales que le dicen a los cuerpos de los niños que han comido suficiente, por lo que sienten que tienen hambre incluso si han comido demasiado”, asegura Laura Schmidt en una versión reducida del artículo publicado en Nature. Estudios como el publicado por el profesor Jim Mann en el British Medical Journal [7] han demostrado que la ingesta de azúcar está directamente relacionada con el sobrepeso, y que una reducción de la cantidad consumida implica una reducción también del peso. La consecuencia es que, en 2008, según datos de la Organización Mundial de la Salud, 1400 millones de personas tenían sobrepeso, un 30 por ciento más que las personas que sufren de desnutrición.

Lustig, entre otros expertos, apunta a que el principal problema no es la obesidad, sino los problemas relacionados con ésta, como la dislipidemia aterogénica, la diabetes tipo 2 y el síndrome metabólico. “No me importa la obesidad”, dijo Lustig en un simposio celebrado en Londres en marzo de 2013 “La obesidad no es el problema. Lo es el síndrome metabólico [8] [es decir, un conjunto de enfermedades o factores de riesgo en un mismo individuo que aumentan su probabilidad de padecer una enfermedad cardiovascular o diabetes]. ¿Por qué? Casi el 20 por ciento de los obesos clínicos están completamente sanos, sin ningún problema de salud. Pero casi un 40 por ciento de la población con un peso normal tienen síndrome metabólico y ellos presentan la mayor amenaza para la salud pública”, afirmó en su ponencia.

No es Lustig el único que lo dice. Un estudio publicado en el Journal of the American Medical Association [9] encontró que aquellas personas que ingerían más del 17.5 por ciento de sus calorías a través de azúcares agregados tenían entre 20 y 30 por ciento más de probabilidades de tener niveles altos de triglicéridos, un tipo de grasa que se encuentra en la sangre y que luego se almacena. Por otra parte, esas mismas personas eran más propensas a tener bajos niveles de HDL, el llamado colesterol bueno. Son los síntomas de la dislipidemia aterogénica, que puede ocasionar, entre otros problemas de salud, infartos cerebrales y cardiovasculares.

No es la única enfermedad mortal que se ha asociado al azúcar. Ya hemos visto que las células se alimentan de azúcar. Pero ¿y si lo hicieran también las células cancerígenas? Durante décadas se ha observado que el aumento de la diabetes, y con él, del consumo de azúcar, ha estado ligado al incremento de los casos de cáncer. Los tumores no sólo han aumentado además a lo largo del siglo XX, sino que en la actualidad son casi inexistentes en sociedades sin acceso a azúcar refinado. El primero en sugerir tal relación sería el Premio Nobel de Medicina Otto Warburg, quien en 1924 diría que la “causa primera del cáncer es el reemplazo de la respiración de oxígeno en células del cuerpo normales por una fermentación de azúcar”. Aquí se desató la polémica. Mientras unos han defendido que hay un vínculo directo y exponencial entre ambos fenómenos, otros aseguran que aunque el azúcar está necesariamente implicada en el desarrollo de cualquier tipo de célula, una mayor presencia de ésta no provoca ni estimula un crecimiento más rápido de los tumores.

Una sustancia depresora

Los anuncios nos han mostrado durante años el azúcar asociado al placer, a la alegría, a la infancia y los buenos recuerdos. Así es imposible resistirse. “Se ha relacionado tradicionalmente el azúcar con la felicidad, pero no hay nada más lejos de la verdad”, asegura Luis Serra, catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. “Nosotros no hemos estudiado el azúcar por separado, pero hemos estudiado el patrón completo de tipo fast food, es decir, aquel que tiene más carne, más harina refinada y más azúcar; y se ha demostrado que a largo plazo provoca depresión”, afirma el médico. Ahora resulta que va a ser al contrario. Eso es lo que parecía sentir el protagonista de Super Size Me, esa película-documental en la que su director, Morgan Spurlock, comía única y exclusivamente menús de la cadena de restaurantes de comida rápida McDonald’s durante 30 días seguidos. A los pocos días, Spurlock comenzó a sentir una bajada de ánimo, junto a continuos dolores de cabeza. Más allá de los experimentos poco académicos de Spurlock, otros estudios han mostrado una correlación entre ambas variables. Dos investigadores del Baylor College of Medicine [10] compararon el consumo de azúcar de seis países y sus tasas anuales de depresión y encontraron una correlación positiva: a mayor consumo, mayor depresión.

Pero el efecto puede ir más allá y afectar al funcionamiento normal del cerebro, en términos más sencillos, volvernos más estúpidos. Así, un estudio realizado en la universidad de UCLA por el neurólogo Fernando Gómez-Pinillla mostró que una dieta rica en fructosa atrofia las capacidades mentales y dificulta el aprendizaje y la memoria. No obstante, asociado a omega-3 el impacto se reducía. De nuevo, fueron las ratas las que permitieron el hallazgo. Un grupo de ellas tomó azúcar durante seis semanas, mientras que el otro grupo consumió también omega-3. La conclusión fue que los cerebros de las ratas del primer grupo funcionaban peor, eran más lentos y perdían memoria. Quizá el descubrimiento pueda parecer poco relevante, pero el mismo neurólogo ya había determinado en 2002 [11], junto a otro grupo de investigadores, que el harina refinada y los azúcares atrofiaban la memoria. Gómez-Pinilla ponía además el dedo en la llaga del jarabe de maíz,un edulcorante líquido, creado a partir del almidón o fécula de maíz, que se utiliza masivamente, sobre todo en Estados Unidos, para endulzar bebidas y en la preparación industrial de alimentos, incluidas las papillas de bebé. Su uso se ha extendido por todo el mundo pese a las advertencias de expertos como Gómez-Pinilla. Él lo ha relacionado directamente con un deterioro de las capacidades mentales, otros, como un informe de las universidades de California y Oxford lo han calificado de “grave problema de salud a escala mundial” [12].
¿Cuánto es demasiado?

Esta es, sin duda, la pregunta clave. ¿Cuánto debo consumir? ¿Nada, un poco, lo que quiera? La respuesta no es sencilla, porque la comunidad científica no se pone de acuerdo. Robert Lustig y sus afines abogan por suprimir el azúcar añadido de forma radical; el ser humano sólo debe tomar aquel azúcar que se encuentre en los alimentos en su estado natural. Otros recomiendan un 10 por ciento del consumo total de las calorías, mientras que organismos como el Institute of Medicine ha propuesto elevar ese porcentaje al 25 por ciento. ¿Con cuál nos quedamos?

Fue la Organización Mundial de la Salud la que dio la primera voz de alarma contundente junto con un informe en 2003 sobre los efectos del consumo de azúcar sobre la salud. Se aconsejó entonces que la energía ingerida procedente de “azúcares libres” no sobrepasara el 10 por ciento del total. La industria americana declaró la guerra a la organización y le amenazó con pedir al Congreso de Estados Unidos que retirara sus fondos. Desde entonces, otros organismos han sido más benévelos con los niveles máximos. Así, el Institute of Medicine de Estados Unidos propuso en 2005 elevar ese porcentaje al 25 por ciento, mientras que la EFSA (European Food Safety Authority – Autoridad Europea para la Seguridad Alimentaria) considera que no se debe establecer un límite máximo de ingesta, al no haber indicios claros de problemas de salud relacionados al consumo elevado. En gramos, parece que el mayor consenso al que se ha llegado es al de una ingesta de entre 50 y 80 gramos diarios.

Pero aunque supieras cuánto azúcar tiene que consumir, probablemente serías incapaz de saber cuánto azúcar estás consumiendo. El etiquetado es confuso e inútil. ¿Sabrías que estás consumiendo azúcar si te encuentras entre los ingrediente sirope de sorgo o dextrano? ¿Te plantearías siquiera que lo estás ingiriendo cuando tomas salmón ahumado? ¿O que cuando pones tomate frito enlatado sobre tus macarrones estás añadiendo una gran cantidad de azúcar? Hasta un 80 por ciento de los productos elaborados que consumimos tienen azúcares añadidos. ¿Cómo evitarlos?

En el Reino Unido se acaba de poner en marcha un sistema de etiquetado a través de semáforos de colores que advierten al consumidor, de manera sencilla, de cuál es la cantidad de sal, azúcar y grasa de los alimentos. En 2010, sin embargo, el Parlamento Europeo rechazó la misma propuesta tras una feroz oposición de la industria alimentaria. A cambio, se aprobó el actual sistema de porcentajes en el que las etiquetas muestran unos valores relativos, pero que no se refieren a la composición del producto sino a una complicada relación con la ingesta diaria de calorías que supuestamente una persona tiene que tomar cada día. Un bote de Nutella nos dirá así que lo que ellos consideran una porción (15 gramos) aporta el 9 por ciento del total del azúcar recomendado por día. Lo que no dicen es que en la composición de la Nutella, el 50 por ciento es únicamente azúcar.

El gran enemigo, los refrescos azucarados

Natasha Harris era una adicta a la Coca-Cola. Cada día bebía unos nueve litros de la bebida azucarada; para desayunar, comer, cenar, entre horas. No bebía nada más. En febrero de 2010, esta joven neozelandesa de 30 años murió por una arritmia; la Coca-Cola que tanto le gustaba la había matado. Ese mismo año, las bebidas carbonatadas causaron la muerte de hasta 180.000 personas en todo el mundo, según un estudio de la universidad de Harvard dirigido por el profesor Gitanjali M. Singh [13].

El consumo de las bebidas altamente azucaradas supone un verdadero quebradero de cabeza para la salud de muchos países en todo el mundo; si hay un producto que esté relacionado más que ningún otro con la obesidad, ése son los refrescos. No en vano, una lata de Coca-Cola tiene 35 gramos de azúcar, la de Pepsi, 38, una de Trinaranjus ronda también los 35, mientras que el supuesto sano té con limón tipo Nestea contiene 25 gramos. Recordemos que el máximo recomendado eran 50 gramos diarios, con tan sólo dos latas, un poco más de medio litro, ya se sobrepasa.

El primer refresco azucarado con sabor a cola fue introducido en 1881 en el mercado estadounidense. Poco después llegarían las versiones de Coca-Cola y Pepsi y se añadieron nuevos sabores, como el de limón, que daría lugar al 7up. En los años 50 su consumo ya se había extendido entre la clase media y la oferta se había extendido. En la actualidad, las botellas carbonatadas pueden encontrarse en prácticamente cualquier rincón del mundo y su consumo no está directamente relacionado con el nivel económico. Japón, por ejemplo, tercera economía mundial, es uno de los países que menos refrescos beben, mientras que México está en el primer puesto del ranking en consumo.

Los gobiernos no saben cómo poner freno a la epidemia, que cuesta millones de euros anuales a las arcas de los Estados, sin encontrarse con la feroz oposición de la industria. El caso de Nueva York es un buen ejemplo de que las empresas no están dispuestas a dejar que la ingesta de refrescos sea regulada. A finales de 2012, el popular y, al mismo tiempo, polémico alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, aprobó una ordenanza prohibiendo la venta de refrescos azucarados de más de medio litro en la ciudad. La industria denunció a la ciudad y ganó; un día antes de que la ordenanza entrara en vigor el Tribunal Supremo de de Nueva York la desestimó por arbitraria.

La batalla está servida. Los consumidores se preocupan cada vez más por los malos hábitos alimentarios y la industria se esfuerza en hacernos más adictos y consumistas. La obesidad y las enfermedades relacionadas prometen colapsar más de un sistema de salud y volver a los ciudadanos más dependientes, pero también menos productivos. Muchos prevén que dentro de unos años el azúcar entrará en la misma categoría de productos que el alcohol o el tabaco: la de los placeres altamente perjudiciales.

NOTAS AL CAPÍTULO

1. Sugar Babies en Girls at War and other stories. Chinua Achebe, Anchor books, 1972-1973
2. «Evidence for sugar addiction: Behavioral and neurochemical effects of intermittent, excessive sugar intake», Nicole M. Avena, Pedro Rada, and Bartley G. Hoebel, Princeton University.
3. Principales usos del azúcar, informe realizado por Agustí Bou i Tort, Expresidente de la Marca Internacional del Azúcar
4. How cells absorb glucose, Gustav E. Lienhard, Jan W. Slot, David E. James y Mike M. Mueckler
5. Los metabolitos son moléculas utilizadas durante el metabolismo
6. Public health: The toxic truth about sugar http://www.nature.com/nature/journal/v482/n7383/full/482027a.html
7. Dietary sugars and body weight: systematic review and meta-analyses of randomised controlled trials and cohort studies, Jim Mann, Lisa Te Morenga, Simonette Mallard, BMJ 2013;346:e7492, 15 de enero de 2013
8.  Miguel Soca PE. El síndrome metabólico: un alto riesgo para individuos sedentarios. Acimed. 2009;20 (2). Disponible en http://bvs.sld.cu/revistas/aci/vol20_2_09/aci07809.htm. [Consultado: 15 marzo de 2013].
9. Welsh JA, Sharma A, Abramson JL, et al. Caloric sweetener consumption and dyslipidemia among us adults. JAMA 2010; 303:1490-1497 .
10. A cross-national relationship between sugar consumption and major depression?, Westover AN, Marangell LB., Mood Disorders Center (MDOC), Department of Psychiatry, Baylor College of Medicine, Houston, Texas, USA
11. A high-fat, refined sugar diet reduces hippocampal brain-derived neurotrophic factor, neuronal plasticity, and learning, Molteni R, Barnard RJ, Ying Z, Roberts CK, Gómez-Pinilla F.
12. High fructose corn syrup and diabetes prevalence: A global perspective, Goran MI, Ulijaszek SJ, y Ventura EE. Global Public Health. 2012; 1-10, referenciado en http://www.20minutos.es/noticia/1661151/0/jarabe-maiz/fructosa/diabetes-tipo-2/
13. El estudio fue presentado en la American Heart Association en marzo de 2013.


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Lugares
Ledesma (Argentina)

6. El apagón de Ledesma. La caña en el norte argentino

…nuestros pueblos tienen mucho que contar aún,
y con su propio lenguaje,
no con un lenguaje que le inventan para traicionarlo”
(Miguel Barnet)

En Argentina, hablar de azúcar remite a una marca: Ledesma. Y no es una firma con buena prensa. El ingenio Ledesma es el primer productor de azúcar en Argentina, con una producción de 400.000 toneladas al año, alrededor del 20 por ciento del total del país. Además, Ledesma es uno de los mayores productores de bioetanol en Argentina, con un volumen de producción de 47 millones de litros. En 2010, Ledesma inauguró una planta de producción de bioetanol en la provincia de Jujuy y así ingresó en el Programa Nacional de Biocombustibles, que establece para una primera fase que la gasolina se mezcle con un 5 por ciento de etanol. Pero, para muchos argentinos, escuchar la palabra Ledesma, o simplemente caña de azúcar, no remite a un logotipo o una historia de éxito empresarial, sino a uno de los episodios más truculentos de la última dictadura militar.

20 de julio de 1976. El primer corte del suministro eléctrico llega hacia la medianoche en el municipio de Ledesma, provincia de Jujuy, al norte de Argentina. En principio, los vecinos pensaron que se trataba de un corte de luz más, motivado por alguna avería o por la reparación de la instalación eléctrica. Pero luego comenzaron a escucharse ruidos de frenadas y acelerones bruscos de automóviles, portazos y gritos. Y los vecinos de Ledesma percibieron que asistían a un episodio de represión y secuestro, uno de los primeros y más truculentos tras el golpe de Estado de los militares cuatro meses antes. El apagón lo había inducido el régimen para despertar el terror, y terrorífico fue lo que siguió después: 400 trabajadores y estudiantes fueron secuestrados y 55 de ellos aún forman parte de la tétrica lista de los 30.000 desaparecidos por la dictadura; no pocos pasaron años en la cárcel sin conocer siquiera los cargos formales.

Habla Donato Garnica [1]:

“A mí me encarcelan por mis antecedentes como dirigente gremial. Por esos antecedentes en el 74 me encarcelan, estuve en Jujuy casi dos años, de ahí me llevan a Buenos Aires, ahí he estado el resto; he estado en La Plata, he estado en la cárcel ésa, la más moderna del mundo, en Caseros y en Devoto.

>> El administrador de la empresa me acusaba a mí de que yo era comunista, buscaba esos puntos para que haya un justificativo de mi detención. Lo único que hacen aquí es acusar de comunista. Si usted es un hombre combativo ya le dicen que usted es comunista.

>> Ledesma tiene su propio ejército, tiene la gendarmería, tiene policía secreta. Lo están lo vigilando a usted y son obreros del Ledesma.

>> La represión en Calilegua (Ledesma) ha sido muy grande, hay actualmente diez desaparecidos. Se han llevado de todo, el asunto ha sido imponer terror”.

La caña en el norte argentino

Más allá del trauma del apagón de Ledesma, la caña de azúcar escribió capítulos fundamentales en las provincias de Salta, Jujuy y Tucumán, al norte de Argentina. Tras analizar la situación de Salta a fines del siglo XIX y comienzos del XX, la investigadora María Fernanda Justiniano concluye que “la actividad azucarera posibilitó que un puñado de familias pudiera acaparar los ingentes beneficios que les proporcionaban las fértiles tierras linderas al Río Las Pavas y la explotada mano de obra de los grupos originarios de la región chaqueña” [2].

En Argentina, si bien la caña no alcanzó la relevancia que tuvo en las economías de Brasil o Cuba, sí fue determinante en las provincias productoras, no sólo en su economía, sino “en la organización del territorio, la dinámica demográfica y las peculiaridades del mercado de trabajo y del sistema de poder” [3]. En Tucumán, Salta y Jujuy, que todavía hoy se encuentran entre las provincias más pobres de la Argentina, las pésimas condiciones de trabajo se mantuvieron con estrategias como el peonaje por deudas. Los beneficios empresariales se sostenían gracias a la influencia de la Sociedad Rural, la poderosa oligarquía del campo argentino, mientras los trabajadores rurales eran, las más de las veces, braceros, a veces venidos de otras regiones, que llegaban para la zafra y permanecerían sin trabajo hasta la siguiente. Así lo explicaba uno de esos trabajadores, boliviano, en los años 80: “Nosotros queremos trabajar, y que se nos pague lo que corresponda. Pedimos lo que nos corresponde. No somos efectivos, somos cosecheros temporarios. Venimos por seis o siete meses, y al cabo de la cosecha se vamos (sic) sin un peso para mantenerse hasta conseguir otro trabajo. Eso es lo que nosotros queremos: llevarnos algunos pesos al cabo de la cosecha para poder mantenernos hasta conseguir otro trabajo” [4].

En algunas regiones, los braceros, cansados de la miseria y el hambre, comenzaron a organizarse para exigir mejoras de su situación laboral. Pero he aquí que llegó la dictadura, la represión, que se encargó de contener y disciplinar a sindicatos y estudiantes revoltosos. En el norte argentino, uno de los grandes beneficiados de aquellas prácticas fue, sin lugar a dudas, Carlos Blaquier, presidente de Ledesma desde 1970.

La alianza de empresarios y represores

Si el pueblo argentino ha conseguido sentar en el banquillo de los acusados a muchos de los responsables políticos del sangriento régimen militar, no ha ocurrido otro tanto con los empresarios que fueron cómplices de aquellos delitos y se beneficiaron de la represión. Un informe de la Comisión Nacional de Valores argentina publicado en marzo de 2013 lo atestigua: según la CNV, un grupo de empresarios y oligarquías locales se aliaron con los militares en procesos de represión que afectaron a cientos de sindicalistas y más de un centenar de empresarios. Además de acabar con los sindicatos, esta alianza tenía otro objetivo: promover un proceso de acumulación de capital; algunos empresarios se quedaron fuera del nuevo modelo económico pensado para el país, pero los que quedaron, agrandaron su fortuna. El de Ledesma es un caso de libro: el ingenio azucarero no sólo ha consolidado su posición en el sector de la caña, sino que ha expandido sus negocios hasta convertirse en uno de los grupos empresariales punteros del país.

Porque la represión violenta era un modo abyecto y brutal de someter a la población, pero no era lo único terrible del régimen; tal vez, ni siquiera lo peor. Supo leerlo mejor que nadie el recordado periodista Rodolfo Walsh, que vio morir a una hija antes de que lo mataran a él el 25 de marzo de 1977, un día después de publicar su célebre Carta Abierta a la Junta Militar con motivo del primer aniversario del funesto régimen. En esa misiva, Walsh recordaba que el objetivo de aquel terror era imponer medidas económicas impopulares, que “traban el desarrollo de las fuerzas productivas, explotan al pueblo y disgregan la Nación” [5]. Un programa, el neoliberal, que, animado por el economista estadounidense Milton Friedman y sus Chicago Boys, caló en el Cono Sur a fuerza de represión y dictadura: Chile, Uruguay, Argentina, Brasil. Toda la región fue tomada por dictaduras sin las cuales los pueblos latinoamericanos no habrían consentido la implementación de programas encaminados a aumentar la concentración de la riqueza en cada vez menos manos [6].

Escribe Walsh: «En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada (…). Basta andar unas horas por el Gran Buenos Aires para comprobar la rapidez con que semejante política la convirtió en una villa miseria de 10 millones de habitantes». El programa era claro: privatizaciones, austeridad, moderación salarial. Argentina fue el paradigma en la ejecución de las medidas, que terminaron de implementarse en los años 90, bajo el gobierno de Carlos Menem. Veinte años después del golpe militar, la pobreza había aumentado un 600 por ciento y el tejido industrial había quedado hecho añicos.

¿El fin de la impunidad?

En 2012, Blaquier fue encausado como cómplice en primer grado de la privación ilegal de libertad agravada de 29 personas en el apagón de Ledesma. Pero, aún a la espera de juicio, aquellos crímenes siguen impunes. Las cosas podrían cambiar tras el fallo judicial que, en abril de 2013, procesó al empresario Marcos Jacobo Levin por considerarlo responsable de las torturas infringidas en la provincia norteña de Salta al sindicalista Víctor Cobos, a quien, junto a quince compañeros, secuestraron en su domicilio y retuvieron en una comisaría de la zona que funcionó como centro de detención clandestino. Los magistrados consideraron probado que la policía y la empresa trabajaron juntas a fin de apartar al sindicalista de sus funciones, en enero de 1977 [7]. El objetivo compartido del empresario y los represores: aniquilar el movimiento sindical. La sentencia de la Cámara Federal de Salta fue recibida con esperanza por quienes siguen esperando justicia para los desaparecidos y torturados en Ledesma, que serán juzgados por el mismo tribunal.

Mientras, el ingenio Ledesma sigue dando algún escándalo cuando de condiciones laborales se trata. La denuncia más reciente fue en febrero de 2013, cuando representantes del Sindicato de Obreros y Empleados del Azúcar detallaron al Ministerio de Trabajo la situación de los vehículos que usan los trabajadores y el alojamiento. El acta del sindicato habla de “deplorables condiciones de seguridad y carentes de mínimas condiciones de higiene, elementos de prevención de riesgos, ventilación, señalizaciones, licencias y límites de capacidad”.

NOTAS AL CAPÍTULO

1. Testimonio recogido en Ricardo Nelli, La injusticia cojuda. Testimonios de los trabajadores del azúcar del Ingenio Ledesma, ed. Punto Sur, Buenos Aires, 1988.
2. En el artículo “El poder del azúcar en el proceso político salteño a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX”. http://www.scielo.org.ar/scielo.php?pid=S1669-90412005000100008&script=sci_arttext
3. D. Campi y P. Juárez, “Despegue y auge azucarero en Perú y Argentina”, 2006.
4. Relato de Milton Cortez, en Ricardo Nelli, óp. Cit.
5. Ver “Próxima estación: Rodolfo Walsh”, en El Mundo, 25 de marzo de 2013.
6. Para una explicación extensa de esta tesis, ver Naomi Klein, La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre, Madrid, Paidós, 2010.
7. “Un fallo histórico procesa a un empresario por delitos de lesa humanidad”, en El Mundo, 10 de abril de 2013. http://www.elmundo.es/america/2013/04/10/argentina/1365619837.html


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Valladolid (España)

2. La agonía de la remolacha – Valladolid – España

Este es el segundo capítulo de nuesto primer libro ‘Amarga Dulzura. Una historia sobre el origen del azúcar’ que publicamos en mayo de 2013. Cinco años después de su publicación, liberamos gradualmente su contenido. Sin embargo, si quieres conseguir una copia en formato de libro electrónico, hazte mecenas de Carro de Combate y ayúdanos a seguir escribiendo libros como éste.

La remolacha es el vegetal melancólico, el que más quiere sufrir.

No puedes exprimir sangre de un nabo”

Tom Robbins, Jitterbug Perfume

El día que viajé por primera vez a una de las muchas fábricas azucareras que hay a lo largo y ancho de Tailandia me di cuenta de lo familiar que me resultaba el olor que desprendía. En Valladolid, mi ciudad natal, siempre tuvimos una azucarera. Mis abuelos vivían bastante cerca y supongo que el olor llegaba hasta la casa. En realidad no recuerdo mucho de la fábrica de aquellos días. Cuando cerró, en 1991, yo tenía apenas siete años y sólo tengo una imagen vaga de una chimenea echando humo. Y del olor. Dicen que los olores son los recuerdos que más fieles se mantienen en el cerebro humano. En el mío, sin duda, se ha mantenido intacto durante todos estos años.

La provincia de Valladolid ha sido durante décadas una región ligada a la remolacha. Desde principios del siglo XX, la zona del Duero, que recorre la meseta castellana desde Soria hasta Portugal, se convirtió en la región con un mayor desarrollo de la remolacha de España. Valladolid surgió como el centro de aquella industria en esa región que entonces se llamaba Castilla La Vieja. El cultivo de la dulce raíz era entonces algo nuevo en el país. Durante siglos, España había obtenido su azúcar de las colonias americanas, esas en la que caña y esclavitud se daban la mano. La expansión de Napoleón a través de Europa no sólo provocó el bloqueo comercial del continente, sino que fue el momento de debilidad que buena parte de las colonias estaban esperando para comenzar sus procesos independentistas. La remolacha empezaba a cobrar sentido, aunque aún tardaría un poco en llegar. Al fin y al cabo, Cuba, la principal colonia azucarera, siguió ligada a la Península y el suministro estaba asegurado. La primera fábrica remolachera se instaló en Alcolea, Córdoba, en 1877. En los años siguientes se abrieron algunos ingenios más, pero fue la pérdida de Cuba en 1898 la que lanzó “una auténtica fiebre remolachero-azucarera” [1]. En los tres años siguientes se ponen en marcha 26 nuevas fábricas, dos de ellas precisamente en Valladolid. Una de ellas fue esa azucarera de Santa Victoria que estaba cerca de la casa de mis abuelos.

Santa Victoria sobrevive ahora como un esqueleto de ladrillo en una zona algo apartada de la ciudad, pero, al mismo tiempo, no muy lejos del bullicio del Paseo Zorrilla. Valladolid siempre estuvo cortada en dos por la vía del tren. Al oeste estaba el centro, las zonas más ricas y mejor provistas. Al este, buena parte de los barrios obreros. Luego había otros dos cortes naturales trazados por los ríos Pisuerga y el falso Esgueva. Digo falso, porque el trazado del Esgueva fue modificado a finales del siglo XIX para que no pasara por el centro de la ciudad, lo que sin duda ayudó, aunque no fuera de forma intencionada, en ese esquema mental de Valladolid. Muchos pensarán que mi recuerdo es algo exagerado, pero yo siempre estuve del otro lado de la vía y a mí siempre me pareció que algo nos separaba del resto de la ciudad.

Sin embargo, lo que yo tanto odiaba fue lo que probablemente salvó a Santa Victoria. Pegada a la vía, pero en su lado este, las instalaciones quedaron durante años abandonadas tras su cierre en 1991. Nadie parecía estar demasiado interesado por el suelo que ocupaba la fábrica, así que simplemente dejaron que acumulara polvo y moho. Años después, las instalaciones han sido reformadas y se han convertido ahora en una especie de centro de recreo y de actividad social. Algún día será el símbolo de una época pasada. Todavía tenemos muchas cosas en Valladolid que nos recuerdan que somos una provincia azucarera, pero quizá dentro de unos años sólo nos queden esos esqueletos de ladrillo como el de Santa Victoria.

Personas como Eutimio Cuesta son los primeros que están viendo cómo la industria muere rápidamente. A sus 54 años, lleva más de 25 plantando la dulce raíz en Villalbarba, un pueblo fronterizo con Zamora, pero no sabe si lo hará durante mucho más tiempo. “Cuando llegue la reforma no sé si habrá algo de remolacha aquí. Yo ya me he planteado dejar de plantar la mitad para la siguiente campaña, pero quien abandona la remolacha no la vuelve a coger”, explica. La reforma lo ha cambiado todo. Durante décadas, plantar remolacha en Europa fue muy rentable. Pero la época dorada ya pasó. El sector azucarero está ahora en proceso de liberalización, como veremos más adelante, y el precio que se paga hoy apenas cubre los costes de producción. “Ahora mismo se cobra por la remolacha casi el 50 por ciento del precio de antes”, asegura Cuesta. Antes de 2006, cuando se puso en marcha la reforma, la remolacha se pagaba a 48 euros por tonelada. Tras la reestructuración, el precio se estableció en 26 euros y se recurrió a subvenciones regionales y europeas para asegurar que los agricultores continuaban suministrando a las fábricas. “Con las subvenciones se llega a los 40 euros. Pero para seguir cultivando remolacha se necesita un precio de unos 46-47 euros [la tonelada]”, explica el agricultor.

En España, desde 2006 se ha abandonado aproximadamente el 50 por ciento del cultivo de remolacha. En el sur, donde es más cara producirla porque llueve menos, apenas resiste ya y Castilla y León se va rindiendo a la evidencia; cuando el mercado termine de liberalizarse, probablemente en 2017, la planta ya no será rentable. Los agricultores cambiarán de cultivo, pero se parará toda la maquinaria que durante décadas ha dado trabajo a buena parte de la provincia. “La remolacha es un cultivo que necesita mucha inversión, en transporte, abonos… pero por ello crea mucha riqueza en el entorno. Es lo que llamamos un cultivo social”, asegura Javier Narváez, secretario del consejo rector de Acor, una cooperativa azucarera con base en Valladolid.

La producción de remolacha en Europa ha estado muy ligada a las cooperativas. Aunque en Europa también hay otro tipo de asociaciones empresariales en el sector, las cooperativas se han llevado gran parte del mercado. Respondía en buena parte a una necesidad de la planta; el cultivo debe rotar a menudo por lo que las grandes plantaciones no tenían sentido. Así, en Francia, el principal productor del Viejo Continente, Tereos se ha convertido en la empresa azucarera más grande y una de las más importantes de Europa.

Sin embargo, la liberalización ha llevado a una mayor concentración de las empresas. En España, durante años el mercado había estado controlado por tres compañías. Una de ellas, Azucareras Reunidas de Jaén (ARJ), convirtió la única fábrica que tenía en una planta de biodiésel. Acor también ha comenzado a diversificarse y ahora produce aceites y biodiésel – el bioetanol fabricado a través de remolacha española no es competitivo, asegura Narváez – y refina azúcar de caña que importa del extranjero. Por su parte, Azucarera-Ebro, con sede también en Castilla y León, fue comprada por la británica AB Sugar Group, el segundo productor de azúcar del mundo.

En el campo, la mayoría ve la reforma un sinsentido. Uno de los objetivos era que los consumidores europeos dejaran de pagar tres veces más por un azúcar inflado por la hiperregulación. Los precios eran tan interesantes que todas las empresas querían producir al máximo, pero la Unión Europea imponía unos límites. Azucarera-Ebro decidió saltárselos y falsear los datos de producción durante tres campañas seguidas entre 1996 y 1999. El fraude fue descubierto y doce de sus directivos, condenados a penas de prisión de hasta casi diez años. El gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, del PSOE, indultaría a dos de los directivos cuando ya estaba a punto de abandonar Moncloa, mientras que el Ejecutivo que le sucedió, de Mariano Rajoy -del PP- concedería la misma gracia a otros dos altos cargos. El poder de la industria del azúcar no entiende de afiliaciones políticas.

Pero volvamos al precio del azúcar. Durante los primeros meses tras la reforma, la nueva legislación cumplió con las expectativas y hubo una caída continuada en el precio. Sin embargo, poco después la tendencia se invirtió y los precios volvieron a subir rápidamente. “Al consumidor no le ha beneficiado. Antes se producía suficiente para consumir, pero ahora hay un 40 por ciento menos. Hay que importarlo pero no es más barato”, asegura Cándido Domínguez, del sindicato agrario Unión de Campesinos. El secretario del consejo rector de Acor da algunas pistas más. “La industria azucarera sí que está contenta. El precio en el mercado mundial lo pone el azúcar brasileño, y con el desvío de caña hacia el bioetanol, ha subido el precio internacional y con ello, los precios de la Unión Europea”, asegura Narváez.


Gráfico. Evolución de los precios del azúcar en la Unión Europea

A la industria parecen salirle las cuentas, pero no a los agricultores. Las fábricas se arriesgan, sin embargo, a quedarse sin materia prima si no incrementan el precio que pagan por la remolacha.“Los cálculos que nos hacemos los agricultores no son muy exactos, contamos lo que nos gastamos y lo que ganamos, pero no ponemos otras cosas como Seguridad Social o la amortización de maquinaria”, asegura Eutimio Cuesta. “Igual si hiciéramos todas las cuentas tendríamos que cerrar e irnos. Aunque tal y como está ahora todo, tampoco puedes irte a ningún sitio”.

NOTAS AL CAPÍTULO

1. La adopción y expansión de la remolacha azucarera en España (de los orígenes al momento actual), Estudios del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, María Jesús Marrón Gaite. 1992


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Guatemala

«Podemos vivir sin azúcar, pero no sin agua»: la amarga herencia de la caña en Guatemala

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Ríos desviados en El Triunfo Champerico.

Publicamos este texto inédito como un capítulo adicional a nuestro libro ‘Amarga Dulzura. Una historia sobre el origen del azúcar’ que publicamos en mayo de 2013. Cinco años después de su publicación, liberamos gradualmente su contenido. Sin embargo, si quieres conseguir una copia en formato de libro electrónico, hazte mecenas de Carro de Combate y ayúdanos a seguir escribiendo libros como éste.

Texto y fotos: Nazaret Castro

En la Costa Sur de Guatemala saben bien lo que es el modelo del agronegocio. Es la región de Guatemala donde se concentra la producción de caña de azúcar, en un país donde el 10% de la tierra cultivable está plantada con caña. Y, después de décadas de monocultivo, las comunidades indígenas y campesinas saben bien qué deja esta planta amargamente dulce: sed. La producción de caña los ha dejado sedientos, inmersos en una crisis hídrica por la que nadie responde: ni el Estado, ni las empresas.

Recorreremos seis comunidades de los tres departamentos que componen la Costa Sur: Escuintla, Retalhuleu y Suchitepez; en cada una de esas comunidades, hablamos con decenas de personas que enumeran los impactos del monocultivo: el cuadro que dibujan es devastador. En las líneas que siguen, tratamos de conservar la esencia de sus relatos suprimiendo sus nombres, en un país donde defender los territorios es una actividad de alto riesgo.

Para empezar, lo más básico: la alimentación. “Antes pescábamos y recogíamos yerbas silvestres junto al río; también teníamos huertas y árboles frutales. Pero hoy casi no hay pescado ni yerbas, y los frutales se echan a perder por las plagas”, explica una campesina en Las Trochas, departamento de Escuintla. Allí están convencidos de que con la caña llegaron las plagas, los agroquímicos y las fumigaciones desde el aire que afectan las huertas de la comunidad y han acabado con plataneras, sandías y mangos. Entre las consecuencias que han registrado las comunidades figuran abortos, malformaciones genéticas y enfermedades dermatológicas. En la época de quema, la ceniza penetra en las casas provocando enfermedades respiratorias y multiplicando el trabajo doméstico que realizan las mujeres: ellas deberán lavar la ropa, y la casa, una y otra vez.

Pero, les guste o no, la caña es para muchos la única posibilidad de supervivencia, pese a que las condiciones de trabajo en las plantaciones son durísimas, hasta tal punto que, denuncian en Las Trochas, «les dan drogas para soportarlo». Las jornadas son de sol a sol: de las 6 de la mañana hasta las 6 de la tarde. “Traen cuadrillas de trabajadores indígenas de otras regiones”, se quejan en la comunidad. Los migrantes están, por definición, en una condición más vulnerable y lo tienen más difícil para organizarse, por lo que suelen trabajar en situaciones aún más deficientes. Algo parecido sucede con las mujeres: “Les pagan menos que a los hombres aunque hagan el mismo trabajo, y les tratan de una forma humillante. No tienen ni tiempo para comer”. Además, a menudo no las emplean, o las despiden una vez empleadas, si no acceden a acostarse con el encargado. En varias comunidades de diversas regiones de Guatemala se repite esta acusación brutal, que ellas formulan sin alterar el tono, como quien estuviera tan acostumbrada a las diferentes formas de la violencia que termina por naturalizar lo intolerable.

Todo ello, por salarios de miseria: las empresas eluden la ley y llegan a pagar la mitad del jornal mínimo agrario, de por sí escaso, de 80 quetzales (unos 10 euros) diarios. «Los emplean por un par de quincenas y después los echan: así no adquieren ningún compromiso con los trabajadores”. O les niegan el pago si no cumplen con las tareas asignadas: por eso, muchos acuden a la plantación acompañados de un hijo o un amigo desempleado. La desesperación llega al punto de que hay quien se deja chantajear por contratistas que exigen el pago de una o dos semanas de trabajo a cambio de ser contratados. Y eso, mientras sean jóvenes: “A partir de los 40 años, ya nadie te quiere”.

La situación es desesperada, y desesperante, en estas comunidades, que antes vivían con austeridad, pero con tranquilidad y cierta holgura, de la pesca y la agricultura. Hoy, el agua escasea y está contaminada, y ellos han perdido las tierras en las que cultivaban. Y si tienen la extraña suerte de trabajar para los ingenios azucareros, no les alcanza: “El precio de los alimentos ha subido mucho. ¡Pagamos 5 quetzales por una libra de azúcar!”, se lamenta una campesina. Es decir, más de un euro por kilo de azúcar, lo que valen varias horas de su trabajo en los cañaverales, en una de las regiones del mundo con mayores extensiones de plantaciones de caña azucarera.

Tierra y pueblos secos

Pero seguramente la peor herencia que ha dejado la caña de azúcar es una profunda crisis hídrica: los ríos de los que vivía la comunidad han sido desviados y contaminados por los agroquímicos, mientras el monocultivo intensificaba un cambio climático que viene asociado a más calor y menos lluvias. Como aquí, en la comunidad de El Triunfo Champerico, departamento de Retalhuleu.

«¡Cómo ha cambiado El Triunfo!”, se sorprende uno de mis acompañantes cuando llegamos a la comunidad de El Triunfo Champerico, departamento de Retalhuleu. Antes, asegura, el entorno era mucho más verde. Pero ahora falta el agua. “No se puede sembrar sin agua. ¿De qué vamos a vivir ahora?”, se lamenta un campesino. Otro matiza: “Por eso surge la delincuencia, para dar de comer a los hijos, y se termina volviendo costumbre”. Un tercero zanja: “Podemos vivir sin azúcar, pero no sin agua”. A su lado, una mujer con un bebé entre los brazos apunta: “Ahora tenemos que comprar el maíz que antes cultivábamos. Estamos muriendo de sed. ¿Qué les vamos a dejar a nuestros hijos?”

En algo están todos de acuerdo: es el monocultivo de caña el que está secando los pozos que, hasta ahora, eran su fuente de agua. Los pozos industriales destinados a regar la palma tienen una capacidad muchísimo superior para succionar el agua de las capas freáticas, y les ha dejado secos. El monocultivo también ha terminado variando el régimen de lluvias: antes llegaban en abril o mayo; ahora demoran un mes más, y son mucho menos abundantes. El siniestro panorama se completa con el desvío de los ríos, calculado en beneficio de los empresarios de la caña. Como el río Camiñas, en la comunidad de La Candelaria, vecina de El Triunfo. Donde otrora hubo un río, hoy apenas se ve un surco seco, y piedras donde otrora iban las mujeres a lavar la ropa. Ahora, las que pueden, se juntan para ir en automóvil hasta el río más cercano; otras, compran agua por galones. Y las que no pueden ni una cosa ni la otra, simplemente no tienen dónde lavar ni qué beber.

“Qué iremos a hacer, sólo Dios sabe”, concluye una anciana. A su lado, una campesina increpa: “¡Sólo lo de ellos vale! ¿Es que nosotros no valemos nada?” Lo de ellos es el lucro de los empresarios de la caña. Lo de los campesinos, la defensa del territorio y de los modos de vida asociados a la pesca, la cría de animales y la pequeña agricultura para la producción de alimentos de consumo local.

Abandono estatal y amenazas

El abandono estatal se combina con su aparición letal: “No hay plata para medicinas, pero sí para mandar al Ejército a reprimir”. Y a pesar de todo, El Triunfo resiste. A sus espaldas carga ya una larga historia de resistencia: fue una Comunidad de Población en Resistencia (CPR), como se llamó a las comunidades desarraigadas a causa del conflicto interno que, durante la guerra civil, se refugiaron en el monte a principios de los 80 para reaparecer una década después. Las CPR fueron un admirable ejemplo de autogestión y resistencia. Los mismos que ayer tuvieron que defenderse con las armas, hoy resisten al hambre y la sed, y lo hacen, más que en silencio, silenciados. Quienes protestan saben a lo que se exponen: desde figurar en listas negras que impiden ser contratado en las plantaciones, a la amenaza de muerte. Muchos de ellos creen que el moncultivo es, ante todo, una estrategia para esclavizar a la población y para expulsarles definitivamente de sus territorios. Lo que está en juego es su futuro, su autonomía para decidir cómo quieren vivir.

“Buscamos soluciones por las buenas, dialogando, pero no nos cumplen», asevera un líder comunitario en El Triunfo. En su opinión, las mesas técnicas organizadas por el Estado para que dialoguen las empresas con las comunidades, son apenas una estrategia para disolver las luchas y desgastar a las comunidades. Denuncian además estrategias dirigidas a dividirlos: c existen estrategias, aseguran, dirigidas a dividirlos. Como recuerda Marcos Mas, de la Cooperativa La Esperanza -un colectivo enfocado en el rechazo a los agrotóxicos-, esa división ha sido provocada, creada desde fuera por las mismas empresas que llegan a ofrecer un aula, una cancha de fútbol o una carretera nueva, que vienen a entregar a la comunidad las dádivas que el Estado les niega, y que lo hacen a cambio de que la comunidad cierre la boca: “Así, compran voluntades”, concluye Marcos. “Si quieres dividir a una comunidad, basta con darles plata, y esperar: la plata hace sola el resto del trabajo”, afirma con lúcida simplicidad un militante capitalino.

En el caserío Los Ángeles, departamento de Retalhuleu, la caña llegó apenas en 2012, y desde entonces los pozos artesanales han bajado más de cinco metros. “A este ritmo, en veinte años esto va a ser un desierto. Antes uno vivía más feliz. Había abundancia, no faltaba de nada. ¿Desarrollo? Destrucción es lo que traen”, afirma Sofía (nombre ficticio). “¿Qué va a ser de nuestros hijos? Tenemos que dejarles algún recuerdo”, añade Sofía, expresando una preocupación que se repite en todas las comunidades que visitamos: el futuro, el territorio como herencia, no sólo para el sustento material, sino como garante de su identidad como pueblo.

La comunidad del Caserío de Jocotá.

Sed en el Caserío de Jocotá
De las comunidades que visito en la costa, esta es, probablemente, la más pobre. Dependen absolutamente de la laguna de Jocotá para sobrevivir: ella les provee agua, alimento y también recreo. O lo hacía, hasta que llegó la caña de azúcar, hace unos tres años: desde entonces, el nivel del agua ha descendido varios metros, y los pozos artesanales de la comunidad se han secado. Afectada la laguna, falta también el alimento: “Antes ibas a pescar y en dos horas tenías el jornal; hoy estás el día entero y no sacas casi nada”, nos dicen. Para rematar, el ingenio El Pilar no ha empleado a nadie de la comunidad, compuesta por 75 familias que viven en tal precariedad que carecen de cédula, una exigencia del ingenio para contratar personal.

La situación es acuciante, extrema: están sin agua y sin comida, porque, cuando llegó la caña, no pudieron seguir cultivando milpa (maíz) en las tierras arrendadas que se tomó la caña. Y los que todavía pueden cultivar sufren la escasez de lluvias. Por eso, aunque temerosos de las represalias de los poderosos, están dispuestos a resistir: “Esto que tenemos es un tesoro”, dice uno de los líderes comunitarios mirando la laguna, y añade: “Sé que nos pueden desaparecer, pero prefiero que me maten a mí y vivan mis hijos”.

En Jocotá, la pobreza se siente en las ropas, en las sencillas viviendas de palos. Pero ellos no piden dinero: ni siquiera demandan agua potable en las casas, o recogida de basura que les evite tener que quemarla en sus patios. Sólo piden que no les roben el agua. Que les respeten su laguna, ese gran tesoro del que, hasta ahora, tan bien han sabido cuidar.

La laguna de Jocotá.

«El Ingenio le ha cambiado la mentalidad a la gente»
El último tramo del trayecto corresponde al tercer departamento de la Costa Sur guatemalteca: la comunidad Conrado de la Cruz, en el municipio de Santo Domingo, departamento de Suchitepéquez, Costa Sur. Este departamento cambió el 40% de sus tierras cultivables para sembrar caña, según un estudio de la socióloga Katja Winkler. Al contrario que en Jocotá, aquí el modelo del monocultivo está muy instalado y existe división en las comunidades: quienes trabajan en las plantaciones, tienden a tener mejor impresión de los monocultivos, porque es su única vía de sustento.

En Conrado de la Cruz viven 380 familias, unos 1.400 habitantes. Uno de los líderes comunitarios, Felipe, de unos cincuenta años, resume el cambio que ha vivido la comunidad: “Yo alimenté a mis hijos cazando, pescando y arrancando yerbas silvestres. No fue por haragán, sino porque no tenía más de adónde. Y fui feliz, aunque era extremadamente pobre. Pero hoy escasea el agua y el alimento, y la contaminación de los agrotóxicos provoca enfermedades. Hoy ya no hay peces, ni patos, ni yerbas silvestres. Hoy el pobre, si no trabaja, no come”.

Una dura anécdota, en boca de Juan, otro de los líderes de la comunidad, sintetiza la difícil coyuntura de los campesinos guatemaltecos: “Hace años, tuve la oportunidad de aconsejar a una chica de 16 años que se había metido con un don casado, le dije que lo dejara, y ella me respondió: Señor, yo ya me cansé de pasar hambre en mi casa. ¿Usted me va a mantener? Porque entonces, lo dejo a él. Y yo me callé”. Lo que Guatemala necesita, concluye Juan, es una reforma agraria. Que la gente tenga tierra que cultivar. Todo lo demás son parches que no resuelven los problemas de fondo de un país atravesado por la violencia colonial y patriarcal, el machismo y el racismo.

Extracción de agua para la caña en Conrado de la Cruz.

“Nos engañan con cualquier cosa por falta de conocimiento. La gente tiene miedo a perder su trabajo, y no entiende que, si tuviéramos tierras, no tendrían que trabajar allí”, afirma una campesina. “Las mujeres somos las más afectadas, psicológicamente, porque estamos preocupadas por qué les vamos a dar de comer y de beber a nuestros hijos”, añade. A su lado, otra mujer matiza: “Tratan mal a las mujeres. Les gritan: ¡Viejas hijas de la gran puta, dejen de hablar! Las humillan. Un hombre necesita de una mujer para nacer, y sin embargo, así nos tratan”.

“El Ingenio le ha cambiado la mentalidad a la gente: ya no son indígenas, sino ladinos” -es decir, blancos o mestizos-, y a las empresas «no les importa, por su amor al dinero, ver a a la gente muriendo de desnutrición o de enfermedades raras. Dios nos dio una vida en abundancia, y unos pocos la están destruyendo, y nosotros colaboramos consumiendo lo que no debemos”, dice una de las líderes de la comunidad. Sólo queda resistir, y aquí son las mujeres las que toman la iniciativa. Desde la organización Madre Tierra, proponen huertos agroecológicos para garantizar la soberanía alimentaria de las comunidades.

Una de esas mujeres guerreras narra su experiencia: “Yo, cuando la guerra, tuve que huir a México y pasé 15 años en Chiapas. Viví lo que era la estrategia de tierra arrasada, cuando el Estado acababa con pueblos enteros. Hoy no es una guerra con bombas y secuestros, pero sí hay desplazados internos, hambre y sed». Por eso siguen luchando pese a las amenazas. Como zanja Felipe: “Prefiero morir yo y que vivan mis hijos y mis nietos”.

Pantaleón, la mayor empresa azucarera de Guatemala.

Desiertos verdes para alimentar automóviles

La caña azucarera cubre 2.687 kilómetros cuadrados en Guatemala, el 10% del área cultivada y un 3% del territorio total. Esta industria supone el 3% de la economía guatemalteca, con 1.900 millones de dólares al año. En la principal región azucarera, la Costa Sur, una docena de ingenios “cogobiernan con un poder paralelo al de medio centenar de municipalidades” y sustituyen al poder estatal, según La tierra esclava, una investigación periodística del diario salvadoreño El Faro, en colaboración con eldiario.es. Gracias a los papeles de Panamá y al exhaustivo trabajo de los periodistas, se desveló como el Grupo Campollo, dueño del ingenio Madre Tierra -responsable del 7,2% de la caña molida que se produce en Guatemala-, creó 121 empresas offshore a través de la firma panameña Mossak Fonseca. No es el único caso: se han encontrado vínculos con offshore en otros nueve ingenios. Este entramado revela los vínculos entre el sector azucarero y el poder político, en un país con la menor recaudación fiscal de América Latina.

El sector azucarero guatemalteco se caracteriza por su alto grado de concentración. Nueve ingenios se reparten el pastel; el mayor de ellos es Pantaleón Sugar Holding, que acapara el 19% de la producción. Le siguen Magdalena (17%), Santa Ana y La Unión (11% cada una). Detrás de cada uno de esos grupos empresariales, hay familias que detentan el poder en Guatemala, como los Herrera, los Leal, los Campollo o los Boltrán.

Las prácticas ilícitas no frenan el apoyo de los organismos supranacionales a estos grupos empresariales. Así, Pantaleón, cuya matriz está en las Islas Vírgenes, y cuyos dueños están vinculados a ocho empresas en Panamá según la investigación de El Faro, recibió, entre 2008 y 2010, dos préstamos del International Finance Corporation (IFC), entidad del Banco Mundial, a través de su matriz en las Islas Vírgenes, por 130 millones de dólares. En otras palabras: el Banco Mundial otorgó un crédito a una sociedad en un paraíso fiscal, dejando claro que esta entidad supranacional, como también el Estado guatemalteco, antepone la expansión del agronegocio por encima del bienestar de los ciudadanos.

 

BIBLIOGRAFÍA

Alonso Fradejas, A., F. Alonzo y J. Dürr (2008) Caña de azúcar y palma africana: combustibles para un nuevo ciclo de acumulación y dominio en Guatemala, IDEAR.
CEIBA – Amigos de la Tierra Guatemala (2016) “Situación del agua en Guatemala”, en Informe del Agua en América Latina y el Caribe, Amigos de la Tierra.
Naciones Unidas (2016) Informe del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos sobre las actividades de su Oficina de Guatemala.
VV. AA. (2017) “El cártel del azúcar de Guatemala”, en el especial Tierra esclava, El Faro/eldiario.es.
VV. AA. (2013) La expansión de la caña de azúcar en Suchitepéquez y su impacto en la subsistencia de la población del altiplano guatemalteco».

Winkler, Katja (2013) La expansión de la caña de azúcar en Suchitepéquez y su impacto en la subsistencia de la población del altiplano guatemalteco. IDEAR.

Zepeda, Ricardo (2016) Dinámicas agrarias y agendas de desarrollo en el Valle del Polochic. Guatemala, Comité de Unidad Campesina.


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Camboya

El azúcar se tiñe de sangre en Camboya

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Texto publicado originalmente en Periodismo Humano

 

Hace siete años, unos hombres vinieron a hacer un agujero en las tierras en las que Chay Ty solí­a plantar su arroz. Ella se extrañó y preguntó al jefe de la comunidad. «Sólo toman muestras para hacer unos análisis», le respondió. Unas semanas después, las máquinas empezaron a aplastar y a limpiar el terreno, sin previo aviso. Así­ es cómo se enteró de que le iban a quitar la tierra.

El gobierno de Camboya otorgó en julio de 2006 la gestión sobre el terreno donde plantaba Chay Ty y otras 200 familias, en Srae Ambel, al sur del paí­s, a dos empresas azucareras, la Koh Kong Sugar Industry y la Koh Kong Sugar Plantation. Las empresas limpiaron el terreno de arroz y otros vegetales y plantaron caña de azúcar para abastecer a la refinerí­a que instalaron en el mismo pueblo. Las familias se quedaron así­ sin su principal medio de subsistencia y sin ningún tipo de compensación.

IMG_9059Tras la concesión, la vida cambió radicalmente en la comunidad. Sin tierra en la que cultivar, las familias se quedaron sin dinero. Muchos emigraron y los que se quedaron ya no pueden pagar ni el colegio de sus hijos. «Antes podí­a permitirme enviar a todos los niños al colegio. Ahora he dejado sólo a los chicos. Las niñas ya no van», asegura Chay Ty, que tiene cinco hijos, dos de los cuales son niñas. La tierra y el agua se fueron contaminando poco a poco por los quí­micos que se usan en los cañaverales y en la fábrica. Los rí­os dejaron de tener peces que pescar y en los campos aledaños a los cañaverales todo lo que crece muere al poco tiempo.

Camboya vive desde hace varios años una ola de expropiaciones que ha afectado al 22 por ciento de la tierra y a unas 400.000 familias, según Licadho. En el caso del azúcar, se calcula que unas 4.000 familias han perdido sus tierras o sus casas por el acaparamiento de fincas destinadas al sector azucarero. Una industria que es reciente en el paí­s y que se ha desarrollado bajo el paraguas del acuerdo preferencial «Everything But Arms» (EBA, Todo menos armas) que la Unión Europea concede a los paí­ses menos desarrollados para que puedan importar sus productos en Europa con ventajas impositivas. «La propia empresa ha reconocido que no estarí­a en Camboya si no fuera por el EBA. Creo que es una prueba suficiente de que está relacionado», asegura Matthieu Pellerin, en referencia a la empresa tailandesa KSL, verdadera propietaria de la plantación en Sra Ambel y que también ha sido acusada de acaparamiento de tierras en su paí­s de origen.

Tras años de lucha, los campesinos de Srae Ambel parecen estar cerca de una victoria. El Cambodian Center for Human Rights ha asegurado que durante las discusiones entabladas con la Koh Kong Sugar en marzo de 2013, el nuevo director general se comprometió a devolver la tierra a los aldeanos de Srae Ambel aunque pedirá, a cambio, unas tierras alternativas. Probablemente no estarán demasiado lejos, ya que la caña no puede almacenarse más de 12 horas y la empresa no parece dispuesta a desmantelar la fábrica. Mientras, los aldeanos de Srae Ambel han demandado a la empresa británica Tate & Lyle, que compra el azúcar que crece en sus antiguas tierras, y le piden casi 12 millones de euros, como pago atrasado de lo producido más una compensación por daños y perjuicios. Lo han hecho en los mismos tribunales ingleses, desafiando al gigante azucarero en su propio territorio. Antes ya lo han intentado en Tailandia y Camboya, pero los procesos están paralizados y los campesinos temen no recuperar nunca sus tierras. La compañí­a ha ofrecido dinero a algunos campesinos, en general a los que más han protestado, pero ellos quieren que se reconozca que la tierra es suya», asegura Man Vuthy, uno de los trabajadores de la ONG Community Legal Education Center (CLEC) que ofrece asistencia en el proceso legal.

Tras muchas batallas perdidas, el fin de la guerra parece más cercano que nunca. Por el camino, muchos han perdido sus pertenencias y algunos han dado su vida, como el activista An In,asesinado en 2007 mientras tomaba fotografí­as de la zona. Pero ganar será, sin duda, una prueba de que la industria no es invencible y que las cosas se pueden hacer de otra manera, con un poco más de dulzura.

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Este texto es una adaptación de un capí­tulo del libro «Amarga Dulzura», nuestra investigación sobre la industria del azúcar que acabamos de publicar. Puedes leer el capítulo entero aquí. Para conseguir el libro en formato electrónico, y muchos otros materiales que hemos publicado, puedes hacerte mecenas aquí y ayúdarnos así a seguir investigando.


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Consigue el libro «Amarga Dulzura, una historia sobre el origen del azúcar»

«Amarga Dulzura: Una historia sobre el origen del azúcar» es una investigación realizada por el proyecto «Carro de Combate» sobre la cadena de producción de esos cristales que a muchos nos acompañan desde primera hora de la mañana. Desde Tailandia a Brasil, el libro repasa las injusticias que se viven cada dí­a en un proceso que aún está ligado a condiciones de esclavitud, desahucios y abusos, pero analiza también las alternativas, los esfuerzos de muchos por mejorar el sector y los avances de la industria en las últimas décadas. El relato pone además un especial énfasis en las consecuencias ambientales tanto de las plantaciones como de las refinerí­as y sus consecuencias para las poblaciones locales.

El libro forma parte de los materiales exclusivos a los que tienen acceso nuestras mecenas que permiten, con su apoyo, que podamos seguir realizando nuestro trabajo de investigación sobre los impactos de aquello que consumimos cada día. Si quieres poder acceder en versión electrónica, junto con todos los materiales que hemos realizado en Carro de Combate (Informes de Combate, el libro sobre el aceite de palma, otros informes…), puedes hacerte mecenas desde sólo 15 euros al año.


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