La ciudad del cáncer en Tailandia

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 Durante las últimas dos décadas, Noi Jaitang ha visto morir, en un macabro goteo, a la mayor parte de sus familiares. La primera fue su suegra; un cáncer se comió sus pulmones. Después vino su madre, una mujer también mayor, por lo que su cáncer de pulmón tampoco les pareció muy sospechoso. Después fueron sobrinos, hermanas y yernos los que murieron, uno a uno, ví­ctimas de tumores en el colon, pecho o la prostata. Todos ellos viví­an cerca de Map Ta Phut, uno de los complejos petroquí­micos más grandes del mundo, situado a apenas dos horas de la capital tailandesa, Bangkok.

El complejo industrial de Map Ta Phut abrió sus puertas en 1990, dentro del programa del gobierno para desarrollar la región oriental de Tailandia, hasta entonces una de las más pobres. La zona este se vio así­ salpicada con varios parques industriales, cada uno especializado en unas pocas actividades, como la electrónica o la automoción. Map Ta Phut fue escogido para concentrar a la industria petroquí­mica, debido a su buena situación en el Golfo de Tailandia, desde donde podí­a recibir a los cargueros llenos de petróleo. Se instalaron así­ dos refinerí­as, ocho centrales térmicas de carbón y varias decenas de fábricas de fertilizantes, plásticos y compuestos quí­micos, entre otros.

El tí­o Noi, como lo conocen en la zona, sufrió primero la consecuencia más directa de la apertura del nuevo complejo: la expropiación. «Con lo que me dieron sólo me pude comprar 3 rais [medida utilizada en Tailandia que equivale a 1600 metros cuadrados de tierra], cuando antes tení­a 20. Me dieron una miseria», asegura. Decidió comprar un terreno cercano, que acabó siendo rodeado por las fábricas. «La primera vez nos dijeron que iban a instalar solo una planta de fertilizantes, no todo un complejo industrial», asegura Noi para explicar por qué no se marchó más lejos de Map Ta Phut.

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La decisión le ha salido cara. De momento ha perdido siete miembros de su familia y un cáncer corroe ahora la mejilla izquierda de su mujer. í‰l mismo está esperando los resultados médicos, después de haber sufrido de dolores pulmonares durante meses. La familia de Noi no es un caso único. Durante los últimos años, varios estudios han puesto de relieve la alta concentración de casos de cáncer en la región. Uno de ellos ha sido el informe anual del Instituto Nacional del Cáncer, que asegura que la media nacional de casos de cáncer en hombres (el estudio siempre separa entre hombres y mujeres) es de 143.3 por 100.000 habitantes, mientras que en Rayong, la provincia donde se sitúa Map Ta Phut, la ratio es de 197.1. Los cánceres más comunes, asegura el informe, son el de pulmón, faringe, hí­gado, pecho [en el caso de las mujeres] y cervical. El organismo oficial no ha hecho un análisis concreto de la población de Map Ta Phut, de unas 5.000 personas, aunque en los complejos trabajan hasta 100.000 personas que viven en localidades cercanas. Sin embargo, varios estudios dirigidos por el investigador italiano Marco Peluso han encontrado daños genéticos elevados «“ que pueden llevar al desarrollo de cáncer «“ entre los habitantes y trabajadores de la ciudad y los han relacionado con los componentes emitidos por las fábricas.

La investigadora y bióloga Renu Vejaratpimol también lleva años estudiando el impacto de las emisiones de las fábricas en los habitantes de la región. Al igual que los investigadores italianos, Renu ha comprobado en sus estudios que el daño en la estructura del ADN de las personas y de los animales de la zona es mayor a los parámetros normales. «Hay demasiados componentes cancerí­genos que son superiores a los niveles aceptables», asegura la investigadora.»Simplemente no es seguro vivir aquí­». Entre esos elementos cancerí­genos destaca el benceno, afirma la doctora, un compuesto que se encuentra de forma natural en el petróleo y que se extrae durante el refinado.

Lluvia y comida contaminadas

«La lluvia hace que los mangos no crezcan y se pudren por dentro», se lamenta Noi Jaitang, mientras corta una de las piezas y revela su corazón negro. Para Noi, la razón es clara: las precipitaciones arrastran consigo la polución y contaminan su jardí­n. Ha habido mucha controversia sobre el efecto de la lluvia en Map Ta Phut, y mientras unos estudios han descartado su peligrosidad, otros lo han relacionado directamente con un incremento de las afecciones respiratorias. Los habitantes, por si acaso, toman precauciones y algunos se aprovisionan fuera. «Yo hago traer las verduras de otros lugares porque aquí­ no son seguras», asegura Rosukon Poompanvong, una especialista en medicina alternativa que menciona también la presencia de benceno en los alimentos.

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Rosukon ha fundado en Ban Chan, un pueblo a unos 10 kilómetros de Map Ta Phut, un centro alternativo donde trata a los pacientes que sufren cáncer o alergias con estrictas dietas y un compuesto que ella llama la «enzima de la basura» y que obtiene de la fermentación de restos vegetales con azúcar moreno. Su programa, que incluye además ejercicios varias veces al dí­a y la ingesta de grandes cantidades de agua, purifica el cuerpo y ayuda a eliminar los tóxicos, asegura la activista. Patcharee Dityen es una de sus pacientes. Llegó a Map Ta Phut en 2005, con una oferta de trabajo para su marido. La primera en sufrir las consecuencias fue su hija, quien, a los 5 años de llegar a la ciudad, desarrolló una fuerte alergia cutánea. Luego las llagas comenzaron a picotear la piel de la propia Patcharee, en una reacción alérgica que sufren muchos habitantes de la zona. «Al principio no quise ir al médico. Cuando finalmente fui, ya habí­a desarrollado un cáncer de hí­gado», afirma la mujer que se ha convertido en una de las representantes de su comunidad en las protestas contra las fábricas.

Patcharee participó en la denuncia que 27 ciudadanos presentaron contra el complejo industrial en 2007 y que llevó a un tribunal en 2009 a ordenar el cierre de 76 de las fábricas. Una decisión que fue considerada como una gran victoria por los defensores del medio ambiente, pero que enfureció a empresarios y disgustó al gobierno. Un año más tarde, otro tribunal levantaba la restricción sobre 74 de los proyectos, ahogando las esperanzas de sus habitantes de que el nivel de tóxicos disminuyera en la región. La nueva legislación aprobada en 2007 que obliga a las empresas a realizar evaluaciones del impacto ecológico y sanitario de sus actividades tampoco les ha ayudado y los niveles de contaminación en Map Ta Phut no han hecho más que aumentar, según el Departamento Nacional de Control de la Contaminación.

Los vecinos esperan ahora con resignación a ver cuál será la siguiente puerta a la que llamará el cáncer. Para Patcharee ha sido la de sus vecinos, que acaban de sufrir la muerte de uno de sus miembros de un cáncer de pulmón. Otros han decidido marcharse y los nuevos trabajadores intentan buscar sus residencias al menos a una veintena de kilómetros para evitar la exposición a los quí­micos. Pero los que no tienen medios, se ven obligados a compartir sus dí­as con las tuberí­as de gas y las chimeneas que lanzan fuego y tóxicos. Y mientras, siguen aguardando, con la esperanza de que la próxima puerta no sea la suya.

Este artí­culo fue publicado originalmente en la web Periodismo Humano y forma parte de nuestra investigación sobre la industria del plástico. El plástico será el tema de nuestro segundo trabajo en profundidad, después de Amarga Dulzura donde analizamos la industria del azúcar. Si nos quieres ayudar a seguir investigando, puedes hacerte mecenas o comprar una copia de Amarga Dulzura. Más información aquí­ 

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