Autor Invitado – Oxfam Intermón
Distintos tipos de verduras y hortalizas o variedades de frutas cuidadosamente seleccionadas y listas para ser compradas por el consumidor. Esto es lo que nos encontramos cada vez que acudimos a adquirir algunos de los productos frescos de nuestra cesta de la compra. ¿Pero te has planteado alguna vez cuál es su origen y cómo se han cultivado?
Vamos a adentrarnos en el monocultivo y la agricultura ecológica para descubrir qué caracteriza a cada una de estas técnicas.
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¿En qué consiste el monocultivo?
El monocultivo podemos definirlo como un sistema productivo agrícola que está basado en cultivar una misma especie de plantas en grandes superficies de terreno.
Teniendo en cuenta que para la pervivencia de los ecosistemas naturales es necesaria la diversidad, este no es el tipo de sembrado más idóneo. ¡Pero no es su único contratiempo!
Cultivar la misma variedad posibilita que las plagas o enfermedades se extiendan y reaparezcan, así como que los insectos se vuelvan más resistentes a los plaguicidas.
El empleo de esos productos para su control o destrucción, puede conllevar una contaminación del aire, la tierra o el agua, así como mayor presencia de químicos tóxicos en los alimentos.
Todo esto hay que tenerlo presente cuando los usamos, pero también es cierto que su utilización viene determinada por ser una garantía para las cosechas.
La propia Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO) en su informe “Lucha contra la contaminación agrícola de los recursos hídricos”, señalaba esta dualidad. Por un lado los plaguicidas ayudan en los monocultivos intensivos a combatir plagas que reducirían la cantidad y calidad de la producción de alimentos, y por otro, pueden afectar a la biodiversidad.
El suelo también se resiente, ya que perpetuar un mismo cultivo implica que las exigencias nutricionales serán siempre las mismas y, por lo tanto, paulatinamente la tierra se empobrece, pierde su fertilidad y se vuelve más vulnerable a la erosión.
Para aportar al terreno los nutrientes suficientes y favorecer su productividad, se emplean fertilizantes sintéticos, unas sustancias químicas artificiales, que contribuirán a un mejor crecimiento de las plantas.
Un uso excesivo o constante de algunos de estos, puede influir en la acidificación y salinización de los suelos debido a los compuestos químicos aplicados en ellos que se disuelven, son adsorbidos o se filtran en los terrenos.
Sin embargo debemos tener en cuenta que abonos naturales como por ejemplo el estiércol de las vacas, aunque enriquezca los suelos, no ofrecería los nutrientes necesarios para desarrollar una agricultura de carácter intensivo en los mismos, y es imprescindible reponer los nutrientes extraídos en la cosecha.
© Pablo Tosco. Oxfam Intermón. / Victoria Romero cultivando lechuga. Vive en la comunidad de Tapecaaguy, cerca de la ciudad de San Pedro (Paraguay).
Monocultivos eficientes pero con impacto social
De cara a garantizar la progresiva demanda de alimentos, que inevitablemente va unida al aumento de la población mundial, se considera que los monocultivos intensivos pueden ser la clave, ya que se parte de la idea de que producir alimentos a escala permitiría cubrir las necesidades.
Este tipo de plantaciones son más eficientes, ya que se sigue en ellas el mismo modelo de fertilización o control de plagas, de forma que se termina cultivando de manera homogénea y permite reducir costes.
No podemos dejar de lado el impacto social que producen.
Al estar estas grandes extensiones de monocultivos en manos de unas pocas multinacionales, los pequeños productores y sus familias, sufren más ante la inestabilidad de precios del mercado o la pérdida de biodiversidad. ¡Tenlo en cuenta!
¿Cómo es el cultivo ecológico?
Se entiende por cultivo ecológico aquel que desarrolla y fomenta unas prácticas de cultivo respetuosas con el medio. ¡Aunque en realidad es mucho más!
Según el Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente, la agricultura ecológica es aquella que emplea una serie de procedimientos agrarios donde se rechaza el uso de productos químicos de síntesis como serían los plaguicidas o fertilizantes, con el claro propósito de cuidar del medio ambiente, conservar o incrementar la fertilidad de los suelos.
De ahí procedimientos tan tradicionales como:
– El respeto de los ciclos de vida naturales.
– La rotación o asociación de cultivos para enriquecer el suelo o lograr sinergias.
– El aprovechamiento de los recursos in situ como el empleo del estiércol de las reses como abono natural.
– El cultivo de especies que están mejor adaptadas a las condiciones climáticas locales y que disponen de una mayor resistencia ante plagas o enfermedades.
– El control natural de plagas a través de insectos beneficiosos o plantas que las ahuyentan.
Con todo lo anterior se busca reducir el impacto que el ser humano genera sobre el medio y garantizar un uso responsable de los recursos naturales, protegiendo la biodiversidad, la calidad del agua y aumentando la fertilidad del suelo. ¡Está todo en juego!
Debido a la cantidad de etiquetas que hoy en día podemos encontrar asociadas a los alimentos que consumimos y a la frecuencia en la que mezclamos los términos ecológico y orgánico, conviene señalar también lo que se entiende por agricultura orgánica.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), es aquel medio de producción que busca emplear al máximo los recursos disponibles de la finca, poniendo especial interés en la fertilidad de los suelos y la función biológica, reduciendo al mínimo la utilización de los recursos no renovables y excluyendo el uso de fertilizantes y plaguicidas sintéticos, con el fin de preservar el medio ambiente.
En ocasiones las marcas se aprovechan del vocablo ecológico u orgánico para intensificar las cualidades de sus productos.
Sin embargo es adecuado tener presente que desde la Fundación Española de la Nutrición nos aclaran que no se han evidenciado diferencias con respecto al contenido de los nutrientes de los productos cultivados según el sistema ecológico y orgánico, o el cultivo tradicional.
El papel destacado del ser humano
El ex secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, convocó en el año 2000 la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio (EM) con el propósito de estudiar los efectos en los cambios en los ecosistemas y las actuaciones pertinentes para garantizar su preservación y su uso sostenible. Entre las conclusiones está el hecho de que “la actividad humana está ejerciendo una presión tal sobre las funciones naturales de la Tierra que ya no puede darse por seguro que los ecosistemas del planeta vayan a mantener la capacidad de sustentar a las generaciones futuras”.
Los alimentos que componen nuestra dieta no solo influyen en que esta sea más o menos sana, sino también en el grado en el que contribuimos a proteger o no el medio ambiente. Ser conscientes de esta realidad y del papel que jugamos como consumidores es crucial para equilibrar la balanza del lado del planeta. ¡Nos va el futuro en ello!
¿Qué podemos hacer a pequeña escala? Una de las múltiples maneras que tenemos de actuar desde nuestros hogares y vivir más en armonía con el entorno es poniendo en marcha un huerto urbano. Para ello te puedes descargar la guía gratuita Cómo hacer un huerto urbano de Oxfam.
Otra manera de evitar las plagas son buscando los producto necesarios pero que no sean dañinos a la salud humana ni a la del mismo cultivo para protegerlo de insectos que las dañen o el proceso de crecimiento.