Cada mes de septiembre, mientras niños de medio mundo comienzan sus clases, los jóvenes uzbecos dejan las clases y se adentran en los campos de algodón. Durante horas, son obligados a recoger kilos de algodón que acaban en su mayoría en Europa. La recolecta del oro blanco está orquestada desde el mismo gobierno, que consigue con su venta una de sus principales fuentes de ingresos.
En este gran campo de trabajo forzado, no sólo los niños son obligados a recoger la flor, también empleados del gobierno, como médicos o profesores, son amenazados con perder sus trabajos si no participan en la campaña. Estos últimos suelen ser los que se encargan de que sus alumnos, algunos de sólo diez años, cumplen con los mínimos diarios requeridos por el gobierno. Aproximadamente un millón de personas son recrutadas cada año.
Uzbekistán es uno de los principales exportadores de algodón del mundo, con unas 850.000 toneladas anuales. Su materia prima es especialmente apreciada porque el sistema de trabajos forzados permite ofrecer precios mucho más baratos que los de sus competidores. Según Human Rights Watch, el gobierno ha reducido el número de niños menores de 15 años en los campos, pero ha incrementado la presión sobre el resto de trabajadores. A menudo, ese algodón que acaba en Europa pasa primero por las fábricas de textil de Bangladesh, otro de los grandes centros de explotación laboral en el mundo.
Pero las dantescas condiciones laborales de los campos no son la única tragedia del algodón uzbeco. El algodón es un cultivo que requiere de una gran cantidad de agua. El clima semiárido de Asia central no era, por tanto, el escenario ideal para el cultivo. Pero la región tenía, sin embargo, una de las mayores fuentes de agua del mundo, el llamado Mar de Aral, un lago interno que antes de los años 60 era uno de los cuatro mayores masas de agua dulce del planeta. Y decidió aprovecharla. Desde entonces, tanto Uzbekistán como Kazajistán han estado desviando el agua de los ríos Amu Daria y Sir Daria para regar sus cultivos, dejando al Mar de Aral sin sus principales fuentes de agua. La consecuencia ha sido la que puede verse en la fotografía, el tamaño del lago se ha reducido hasta casi desaparecer.
Imágenes: Chris Shervey y NASA
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