Artículo publicado originalmente en el número 14 de La Marea, que podéis conseguir aquí
La Baan Tschuai Duu Laa se parece mucho al lugar donde el octogenario Otto Fries siempre soñó pasar su jubilación y muy poco a una residencia de ancianos convencional. Con sus grandes villas de paredes blancas, sus amplias habitaciones y sus piscinas privadas, la clínica parece más un resort de lujo, en el que, como única diferencia, el servicio no se dedica a dar consejos turísticos o a hacer cócteles, sino a administrar pastillas y a cuidar a enfermos. Tiene un solo inconveniente: su localización en Phuket, Tailandia, a unos 9.000 kilómetros de su Suiza natal. Fries asegura estar satisfecho con su lugar de retiro, aunque tampoco tuvo muchas opciones. Con un principio de parkinson y una demencia en fase 1, requiere de cuidados continuos que son demasiado caros en su país de origen. Ni siquiera su puesto de directivo en un banco de la próspera Suiza le aseguró una jubilación tranquila cerca de su familia.
El de Fries no es un caso aislado. Miles de jubilados de países europeos, principalmente de Alemania y Suiza, están abandonando sus lugares de origen porque no pueden pagar sus tratamientos sanitarios. Los medios alemanes lo han bautizado como «colonialismo geriátrico», y varias organizaciones han denunciado una «deslocalización» de los cuidados para ancianos a países más baratos del Este de Europa y Asia. En Alemania, según la Oficina de Estadística Federal, más de 400.000 ancianos no pueden pagar una residencia en su propio país y la cifra se incrementa un 5% cada año. En Suiza no hay datos concretos, pero, a pesar de que ha sido considerado como el mejor país del mundo para obtener cuidados geriátricos por HelpAge International, una ONG especializada en la tercera edad, los ancianos de este país europeo son unos de los principales clientes de estas residencias.
«El dinero es sin duda una razón importante para buscar asistencia aquí», asegura Anita Somaini, una enfermera suiza que abrió en diciembre de 2011 la Baan Tschuai Duu Laa («casa de ayuda y cuidado») en Tailandia, un país que se está convirtiendo en un destino preferente para la asistencia de personas con enfermedades graves, como alzheimer y parkinson. La posibilidad de tener cuidados más personalizados, gracias a los salarios más bajos, y más cercanos, por la cultura de respeto a los ancianos, también juega a favor de Tailandia. En la Baan Tschuai Duu Laa, tres cuidadores vigilan a cada paciente las 24 horas del día e incluso duermen a su lado para asegurarse de que no hay problemas nocturnos. «Aquí todo el mundo me trata bien y me siento como si estuviera en familia», asegura Fries, quien apunta, sin embargo, al factor económico como el más importante para su decisión. «Yo era un banquero, así que miro por reducir mi coste de vida. En Suiza también hay buenas residencias, pero cuestan al menos el doble».
Sistemas sociales que colapsan en Europa
La crisis económica ha hecho mella en los sistemas sociales europeos, que hacen recortes continuos en pensiones al mismo tiempo que la población envejece. Pero la reducción de presupuestos para personas dependientes no afecta sólo a los jubilados. Georg acabó en Tailandia por culpa de unas escaleras y una torpeza. Con tan sólo 50 años, tropezó y rodó varios escalones abajo. La mala suerte le hizo caer sobre la cabeza, que se abrió como una nuez. Tras más de un año de médicos y seis operaciones en Alemania, su país natal, la aseguradora se negó a seguir pagando su tratamiento y las extensas facturas en enfermeras y personal cualificado que lo vigilaban constantemente. Sus ahorros no le permitían costearse los más de 5.000 euros mensuales que le suponía una residencia en Alemania y vio en el sudeste asiático la oportunidad de tener la misma asistencia por, aproximadamente, la mitad de precio: unos 3.000 euros al mes. Ahora habla a trompicones, olvida cosas con facilidad y se desorienta a menudo, pero tiene una cosa clara: «Yo estoy aquí por el dinero».
Al mismo tiempo que los sistemas colapsan en Europa, el sudeste asiático se posiciona como un referente mundial en el turismo sanitario. Primero fue Malasia quien vio la posibilidad de negocio. Tailandia se subió poco después al carro y a las facilidades ya existentes para obtener un visado de retiro para jubilados, sumó una campaña para promocionar sus hospitales y clínicas. «Queremos atraer a las personas mayores a quedarse periodos largos», asegura Prapa Wongphaet, presidenta del Cluster de Turismo Médico de Tailandia. Prapa afirma, sin embargo, que el gobierno se ha centrado en ancianos «sanos» que no requieran de atención continua.»Las personas dependientes son aún un grupo pequeño, pero se ha incrementado durante los últimos años», explica.
Al suizo Lorenz Weiss, de 68 años, ni la piscina ni los masajes diarios han terminado de convencerle. «Yo vine aquí porque pensé que era la única solución para que nadie tuviera que cuidar de mí», asegura desde la silla de ruedas que usa cada día con más frecuencia por culpa del parkinson que sufre. Sus problemas en casa, donde se sentía un estorbo por su dependencia creciente, le llevaron a buscar una solución que se adecuara a su bolsillo pero que también le llevara lejos de sus compatriotas, que, según él, «lo tienen todo salvo amor». Para él, lo suyo fue una decisión voluntaria, pero obligada por la falta de un entorno familiar que le apoyara.
Separaciones familiares
Georg lo ve de otra manera: «Yo estoy mejor aquí que en mi país pero echo de menos a mi hija», afirma el alemán, quien prefiere no desvelar su apellido porque «procede de un pueblo pequeño». La distancia es sin duda el punto más polémico por la separación de las familias y el choque cultural que puede existir con los países de acogida. «Los residentes rara vez vuelven a sus países de origen, aunque muchos familiares vienen de vacaciones a visitarlos», asegura Carlo Somaini, gerente de la residencia de Phuket y marido de Anita, la impulsora del centro.
La controversia está servida y, mientras unos hablan de retiro paradisíaco, otros acusan a los gobiernos de obligar a sus ancianos a emigrar para obtener cuidados. Uno de los más contudentes ha sido Ulrike Mascher, presidente de Sozialverband Deutschland (VdK), un grupo de presión alemán, quien calificó esta tendencia de «deportación» en declaraciones al periódico británico The Guardian en diciembre de 2012. Para Carlo Somaini es, sin embargo, una solución perfecta para los países occidentales: «Los gobiernos deberían pagarles por quedarse en países como éste porque pueden tener mejor calidad de vida y costaría menos al Estado», afirma el gerente.
Imagen: Biel Calderón
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