Hace tiempo, el escritor mozambiqueño Mia Couto contaba una anécdota, popular entre sus paisanos, que ilustra a la perfección lo que a veces puede suceder con la ayuda y el desarrollo: «Un mono se asoma a un río y ve un pez moviéndose y se dice: «Ay, este animal se ahoga», lo coge, lo saca y el pez se agita. «Está contento», se dice el macaco. Pero, claro, el pez se muere y él concluye: «Lástima, si hubiera llegado antes»¦«.
Podemos utilizar esta anécdota como analogía de lo que en ocasiones sucede cuando instituciones, organismos u ongs se empeñan en llevar a algún sitio ‘el «˜desarrollo»™. Precisamente sobre este punto quiere llamar la atención Survival en este vídeo que forma parte de la campaña El Progreso puede matar, en la que critican los aspectos negativos que en ocasiones conllevan estas prácticas.
Así lo explican en su web, a través de un durísimo informe del que extraen conclusiones como que el desarrollo impuesto desde fuera puede terminar creando adicciones, suicidios, obesidad»¦ y otros males en las comunidades que son brutalmente transformadas en aras de este llamado progreso.
«Imponer el desarrollo o el progreso a los pueblos indígenas no les hace ni más felices ni más saludables. De hecho, los efectos son desastrosos«, explican desde Surviva, incidiendo en que «el factor más importante, con diferencia, para el bienestar de los pueblos indígenas es que sus derechos territoriales sean respetados«.
Desde luego, esto no implica que la cooperación sea mala ni mucho menos innecesaria, pero -tal y como ya están haciendo muchas organizaciones- quizás deba enfocarse más a la reivindicación de políticas y relaciones comerciales justas, que solucionen problemas a largo plazo, que al mero transvase de fondos, ideas y proyectos pensados para unos lugares y que, por tanto, no tienen sentido en otros.
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