Patima Tungpuchayakul es una mujer reservada. En su caótica oficina en Mahachai, una ciudad portuaria a una hora al sur de la capital tailandesa, Patima siempre parece estar calmada. Su actitud poco hace sospechar las historias que Patima lleva sobre sus hombros y la dura lucha que arrastra desde hace años.
En Carro de Combate, empezamos a investigar los abusos en la industria pesquera tailandesa hace ya 7 años y una de las primeras personas que nos abrió las puertas para ayudarnos fue Patima Tungpuchayakul, junto a su marido Sompong Srakaew. Desde su organización Labour Protection Network, este matrimonio lleva 15 años intentando poner un poco de justicia en este opaco sector que se resguarda en las altas murallas de las fábricas y la lejanía de la alta mar para encerrar realidades que muchos pensaban extintas. Porque en la vibrante Tailandia, un país de ingresos medios que a primera vista puede parecer desarrollado, la esclavitud está mucho más presente de lo que sus propios habitantes se imaginan.
Cuando conocimos a Patima y Sompong, su labor se centraba principalmente en las fábricas de procesado de pescado que habían proliferado en la ciudad de Mahachai, a menudo gracias a mano de obra birmana, y donde los abusos estaban al orden del día. Pero por aquellos entonces, ya empezaban a llegar a su oficina algunos pescadores rescatados que contaban pesadillas sobre cómo habían sido forzados a pasar años en barcos de pesca tailandeses sin apenas pisar tierra y siempre en contra de su voluntad. Pocos imaginaban la escala a la que había llegado esa compraventa de esclavos, que pescaban en cientos de barcos que sólo se detenían en puertos de solitarias islas indonesias.
A partir 2014, los medios y varias organizaciones internacionales comenzaron a poner algo de luz sobre estos abusos. The Guardian publicó así un artículo en 2014 en el que relacionaba el trabajo esclavo con los piensos utilizados en piscifactorías de gambas y vendidos, después, en grandes supermercados europeos y estadounidenses. Pero la investigación más importante fue la publicada en 2015 por la agencia AP, quien, usando sofisticados satélites, localizó esos barcos en aguas tailandesas y pudo llegar a las dos islas donde los esclavos eran retenenidos: Ambon y Benjina.
La investigación sacudió la industria y en los seis meses siguientes, al menos 2000 pescadores esclavizados fueron rescatados y enviados de vuelta a sus países de origen (o en algunos casos, a Tailandia, donde habían sido secuestrados). Muchos de ellos, volvieron a casa gracias a Patima. Lo que pasó después es difícil de describir en unas pocas palabras, pero lo relata de forma magistral el documental ‘Ghost Fleet’.
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