Un viaje al fondo de nuestra basura

Lo que tiramos a la basura es tanto y tan diverso que el periodista británico Olivier Franklin-Wallis le ha dedicado un libro entero y aún le faltan, confiesa, temas que tratar. Por sus páginas desfilan todas las derivadas de la basura: Desde los desechos de nuestras casas -restos de comida, envases plásticos, cajas y envoltorios de cartón (fragmento en auge, derivado del comercio on line) a los residuos mineros o los cementerios nucleares; desde las ‘ordenadas y asépticas’ líneas de separación de las grandes plantas de reciclaje a las manos desnudas de quienes buscan restos valiosos en las montañas de basura del mundo; de la basura espacial que orbita alrededor del planeta -provocada por los lanzamientos de cohetes y los propios desechos de la Estación Espacial Internacional-; a los miles de toneladas de desechos que circulan por las aguas subterráneas y superficiales. Todo eso que hace que el planeta se haya convertido ya en un inmenso Vertedero, nombre que da título al libro del que hablamos hoy. Editado en español por Capitán Swing, es un interesantísimo ensayo para entender qué pasa y cómo se gestionan las ingentes cantidades de residuos que generamos cada día.

Hace tiempo que la cantidad de desechos dejó de contabilizarse en toneladas porque las cifras no son suficientes para entender la magnitud del problema. Podríamos hablar de 480.000 millones de botellas de plástico que se tiran cada año -mejor aún: de las 16.000 botellas que se utilizan cada segundo. O de los millones de kilos de papel; de las toneladas de residuos electrónicos… Pero todo sigue siendo insuficiente. En buena parte porque en los países desde donde probablemente usted esté leyendo este artículo, toda esta basura apenas se ve. Desaparece ‘mágicamente’ cada noche de los contenedores del barrio; se ‘evapora’ tras los días de fiesta o los grandes eventos deportivos y se mantiene generalmente oculta: los camiones viajan por la noche, las instalaciones se mantienen alejadas de los ojos -y la nariz- de la ciudadanía y de las empresas responsables de gestionar los residuos apenas se sabe su nombre. 

Además, siempre que podemos, “arrojamos nuestros residuos a los márgenes y los marginados”, en palabras de Franklin-Wallis. Efectivamente, los países con capacidad de hacerlo -y pagarlo-, los envían a lugares más empobrecidos. Primero fue a China, hasta que en 2018 puso en marcha la Operación ‘Espada Nacional’, para prohibir la entrada de basura del resto del mundo; y después el destino se diversificó a otros lugares más pobres. 

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Para documentar este libro, el periodista inglés viajó por numerosos lugares del mundo. Visitó, por ejemplo, los mega vertederos que rodean la ciudad de Delhi, en India. Como el  de Gharipur, que conforma literalmente una montaña de basura que se extiende a lo largo de 28 hectáreas y alcanza los 65 metros de alto; un lugar que desde hace ya dos décadas sobrepasa su capacidad pero al que siguen llegando residuos porque, salvo los otros dos basureros igual de saturados en la ciudad, no hay otro sitio al que llevar la basura de los 34 millones de personas que conforman el área metropolitana de Delhi, una población que no para de crecer.  Allí, al igual que en otros vertederos similares, viven “los recicladores”, un colectivo compuesto por más de 20 millones de personas en todo el mundo que se dedican a extraer, separar y reutilizar los componentes aprovechables de los residuos, generalmente en las peores condiciones laborales y de seguridad. 

Porque Franklin-Wallis se pregunta qué pasa con nuestros desechos; no en vano el sutbítulo de su libro es “ La sucia realidad de lo que tiramos. A dónde va y por qué importa”. Y por eso aborda también el tema del reciclaje. Un aspecto clave que, sin embargo, puede tener truco. “Las etiquetas [de las tres aspas verdes formando un triángulo] sirven sobre todo para llevar a los consumidores a pensar que los productos son reciclables; incluso cuando no lo son”, escribe. Pero hacen sentir bien al posible comprador, promueven “wishcycling” e impulsan la compra. Reflexiones que engarza con otros temas como el de la industria de la moda -más productos, más rápido, menos usos, menos calidad-, y, de paso, la ropa de segunda mano: las pequeñas organizaciones que venden los productos usados con fines solidarios (charities, en Inglaterra): “no son solo una infraestructura de los residuos sino un parte cada vez más esencial de ella”, dice. Teniendo en cuenta que “solo entre el 10 y el 30% de las donaciones de segunda mano a las tiendas se revenden”, el resto forma parte de una  “máquina que no se ve: un enorme dispositivo en el que se clasifican los bienes donados y luego se venden a socios comerciales, con frecuencia para la exportación”. “No se tiran, se donan”, pero acaban en el mismo lugar que las otras, viene a decir el periodista. 


Un libro, en definitiva, repleto de datos, reflexiones y dudas, que termina con un solo consejo, mil veces repetido: la única fórmula para reducir desperdicios es comprar menos; recurrir a las tres RRR y hacerlas en el orden correcto: empezar por reducir y, después, reutilizar y reciclar. 

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