«Es posible vivir mucho mejor con mucho menos». lo asegura, en esta entrevista en El País, el economista francés Serge Latouche, reconocido defensor del decrecimiento, que a sus 72 años defiende un nuevo orden económico para poner freno al despilfarro del sistema capitalista. No se trata de vivir peor ni de volver a la prehistoria, sino de aprovechar los avances científicos y tecnológicos, al tiempo que volvemos a la naturaleza. Se trata, ante todo, de asumir que no es lógico seguir tirando a la basura el 40% de lo que llega a los estantes de un supermercado: según los cálculos de Latouche, un 20% lo tiramos nosotros en casa, y el otro 20%, el propio supermercado.
Pero la locura del desperdicio «“la necesaria cara B de un sistema que nos impele a consumir más de lo que necesitamos, valiéndose de una publicidad concebida para crear personas eternamente insatisfechas- no se limita a los alimentos. Lo abarca todo. La obsolescencia programada «“la fabricación de objetos diseñados para no durar más de un cierto tiempo- es un claro ejemplo de ello. Frente a tanto sinsentido, este economista heterodoxo propone una vuelta a la sobriedad bien entendida, a concebir un sistema de producción que acompase el gasto de los recursos a su regeneración, como sugiere la permacultura, y aprenda a reutilizar.
Latouche apuesta también por reducir horarios laborales y compartir el trabajo: bajaría el paro al tiempo que aumenta nuestra calidad de vida. ¿Ganaríamos menos y no podríamos mantener nuestro nivel de vida? Bueno, tal vez bastaría con ser más austeros «“no comprar más de lo que necesitamos no implica vivir peor, aunque sí alivia nuestra mochila– y redistribuir mejor los ingresos en nuestras sociedades. Poco tiene eso que ver con la «˜austeridad»™ que imponen los mercados al sur de Europa para que los mismos de siempre sigan acumulando capital, mientras la sexta parte de la población mundial agoniza de hambre y gastamos miles de millones de euros en rescates bancarios y en armas con las que mantener los privilegios de las elites.
El economista francés, como cada vez más personas, plantea la necesidad de re-localizar la producción que se fue deslocalizando a marchas forzadas en las últimas décadas, promoviendo una distribución del trabajo a nivel planetaria que condena a algunos países al desempleo masivo y a otros, a un régimen de semi-esclavitud. «No tiene sentido que los yogures que vuelvan a nuestra nevera hayan recorrido 9.000 kilómetros», expone Latouche. Lo increíble es que, a estas alturas, la «˜ciencia»™ económica ortodoxa siga intentándonos convencer de que es utópico lo que responde al sentido común.
Latouche nos insta a volver a los mercados locales y a las pequeñas tiendas de barrio «“una campaña en las redes sociales nos llama estos días a poner esas ideas en práctica en la compra del ya próximo festival consumista que es la Navidad-. A veces no es fácil, pero las alternativas están ahí. Las pequeñas cooperativas, los mercadillos de toda la vida, las huertas urbana, las tiendas de ropa de segunda mano. No siempre ser coherente es lo más cómodo, pero, a estas alturas, se hace imposible seguir mirando hacia otro lado.
El consumo es un acto político. La producción, también.
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