El agua es, junto al aire, el elemento más vital que necesita el ser humano. No sólo es imposible sobrevivir más de tres días sin agua, sino que es también necesaria para conseguir alimento. Por esa y otras razones, el agua ha sido a menudo considerada como un bien de gestión pública. Pero su valor es, sin duda, incalculable y su escasez la ha puesto en el punto de mira de la industria.
En realidad, no es algo nuevo. Como cuenta Annie Leonard en «Historia del agua embotellada», desde hace mucho tiempo se ha intentado convencer a los consumidores de que el agua pública es perjudicial y que su alternativa en botella es mucho más sana. La consecuencia de esta estrategia de marketing va más allá de hacer pagar al consumidor por algo que podría tener gratis. La guerra por el agua está amenazando la subsistencia de millones de familias en medio mundo que se han visto privadas del acceso al vital líquido.
Desde hace unos años, se ha hablado mucho del acaparamiento de tierras, pero muy poco del acaparamiento de aguas, que a menudo viene asociado. El acaparamiento de tierras, es decir, la apropiación ilícita de terrenos por parte de empresas o gobiernos para usos privados, ha crecido al unísono de la industria agrícola. Las grandes plantaciones de soja, caña de azúcar o palma aceitera que se han extendido por medio mundo necesitan no sólo de tierra, también de mucha agua. Así que el agua también es acaparada, o dicho en plata, es robada. Así que, a menudo, los aldeanos se han visto desposeídos de un terreno para cultivar su comida y del río que les daba agua para beber.
Pero los usos agrícolas no son los únicos que privan del uso de agua a las comunidades locales, a pesar de que, según la ONU, la agricultura consume casi el 70% del agua, una cantidad que en las economías emergentes alcanza el 90%. La construcción de presas para obtener energía hidroeléctrica, el uso abusivo por parte de fábricas (muchas de ellas, esas embotelladoras de las que hablábamos) o, simplemente, la contaminación de ríos y lagos por los vertidos ha puesto a millones de familias en todo el mundo al borde de la subsitencia. La privatización de la gestión del agua en las ciudades también se está convirtiendo en un suculento negocio del que ni los ciudadanos de los países más desarrollados pueden evitar.
El agua es ahora tan valiosa que se han creado incluso fondos privados de inversiones centrados en el agua, según cuentan Jennifer Franco y Sylvia Kay en El acaparamiento mundial de aguas: guía básica. Las autoras explican que en 2008, Rabo Farm Europe Fund, un fondo de capital privado perteneciente al banco holandés Rabobank, y el banco suizo Bank Sarasin crearon el «˜Fondo AgriSar»™. Entre sus principales objetivos está la inversión en recursos hídricos, señalando que «la monetización del agua está apenas comenzando, en un momento en que un recurso antes gratuito gana valor de escasez, y vemos oportunidades para las compañías que puedan asegurar y gestionar su suministro».
Hoy se celebra el Día Mundial del Agua, impulsado por la ONU y que este año se centra en la cooperación por la gestión responsable de este recurso escaso. Una batalla de momento perdida cuando 785 millones de personas carecen de acceso a agua potable y las enfermedades relacionadas con la escasez de agua limpia provocan dos millones de muertes al año, según la propia organización internacional.
El agua ha sido declarada como un derecho humano, pero cada vez más es otro producto en venta en las estanterías de los supermercados. Las empresas acaparan el agua y obligan a pagar por lo que antes era gratis. Ellas mismas, sin embargo, pagan cantidades tan ridículas por el suministro que en países como Kenia una Coca-Cola cuesta más barata, a pesar de que para fabricarla se usan hasta cuatro veces más de agua. Sin duda, un doble robo y casi siempre a mano armada.
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