Piensan globalmente, pero actúan localmente, desde su cooperativa de cultivos orgánicos. Las mujeres del colectivo La Verdecita, radicadas en la provincia de Santa Fe, en La Pampa, creen que no puede entenderse el modelo de producción agrícola argentino, latifundista y exportador, sin contemplar las nociones de género. Creen que el modelo capitalista agroindustrial va de la mano del patriarcado. Y que, para garantizar la soberanía alimentaria, las mujeres tienen mucho que decir, porque no en vano llevan siglos garantizando la reproducción social.
«Nos convoca la urgencia de recuperar para todas la alegría que hemos olvidado», cuentan. «La soberanía alimentaria, el poder de decidir sobre nuestro propio cuerpo, la posibilidad de producir y consumir lo que deseamos, lo que creamos, lo que pensamos no nos resulta una utopía lejana, sino una práctica cotidiana». El consumo de alimentos es, para ellas, una cuestión política de primer orden.
Por eso, la Verdecita no se limitó a cultivar hortalizas y dar apoyo a otras cooperativas para que se desarrollen; comenzó además a promover encuentros de mujeres latinoamericanas que se convirtieron en una referencia regional. Desde 2010, funciona en su granja la Escuela Vocacional de Agroecología (EVA). Siempre, con dos objetivos fundamentales: controlar la cadena de producción alimentaria y garantizar el autoabastecimiento local de alimentos. Y esto pasa, en primer lugar, por abandonar el patrón exportador y relocalizar la producción.
Entre sus demandas están la prohibición de pesticidas y agroquímicos, la reforma agrícola ganadera, el fomento de colchones verdes alrededor de las ciudades para abastecerlas de alimentos o la conservación de las semillas nativas. Pero, al margen de demandas puntuales, consideran necesario un cambio de mentalidad radical, que «cambie el egoísmo y la competitividad del capitalismo por formas más solidarias y equitativas» de entender las relaciones económicas dentro del sistema capitalista. Y, para empezar, proponen que consideremos los recursos naturales, incluidos los alimentos, como bienes sociales y no como objetos de especulación.
Capitalismo y patriarcado
Para romper esas cadenas y liberarse de un modelo económico que todo lo mercantiliza, en La Verdecita creen que las mujeres tienen un papel fundamental. Para empezar, porque sin patriarcado no hay capitalismo; porque «el hombre trata a la tierra con la misma prepotencia que trata a las mujeres», como afirman en una entrevista publicada en el diario ‘Página 12’.
Las mujeres, dicen ellas, han sostenido tradicionalmente la reproducción de la vida de las sociedades; han cuidado de niños, ancianos y enfermos sin recibir por ello remuneración ni reconocimiento social alguno; se han asegurado de que no falte un planto de comida en la mesa. Todo ello las hace portadoras de conocimientos que se han transmitido de generación en generación y que ofrecen alternativas a esa concepción de la economía ortodoxa para la que sólo existe el mercado y las leyes de la oferta y la demanda. Para las mujeres no es nuevo hablar de relaciones de solidaridad, reprocidad y cooperación.
La hora de las mujeres
En La Verdecita sostienen que la división del trabajo por sexos sigue siendo, hoy como hace dos siglos, el gran caballo de batalla. Y saben que, en los procesos de transformación social que ya se vislumbran en América Latina, las mujeres, esas mismas que están pagando los costes de una globalización marcada por la feminización de la pobreza, tendrán un papel fundamental.
Ya lo tienen: ahí están, en primera fila, en las protestas contra los grandes emprendimientos mineros o contra la contaminación que provocan los agroquímicos; y son las primeras, también, en organizar comedores comunitarios o mercadillos de trueque cuando, como en la crisis argentina de 2001, las cosas se ponen feas.
No es casualidad que La Verdecita haya surgido en Santa Fe, en pleno epicentro del ‘boom’ de la soja, esa que ya copa el 59% de la tierra cultivable en Argentina. Ellas piensan que el terrateniente latifundista tiene rostro de varón. Y proponen una sociedad diferente, donde los géneros se armonicen y nos acordemos de que la Pacha Mama, la Madre Tierra, siempre tuvo nombre de mujer.
* Artículo publicado en elmundo.es.
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