Los casos destapados en Argentina de explotación de ciudadanos bolivianos y paraguayos han desencadenado toda una polémica en Argentina sobre una realidad, la trata de personas con fines de explotación laboral, que ya no hay cómo ocultar, en especial en el sector textil. Pero, ¿son todos los costureros trabajadores esclavos?, ¿son explotados todos los inmigrantes de países limítrofes?, ¿son explotadores todos los talleristas? Como siempre, las cosas no son ni blancas ni negras. Así lo dejó en evidencia la socióloga boliviana Silvia Rivera Cusicanqui, que sembró la polémica y animó el debate cuando, de visita en Buenos Aires, dio un punto de vista muy diferente al que reflejan los medios de comunicación, no condenó los talleres textiles e introdujo en la discusión nuevos matices y ambigí¼edades: «Mientras se hacen explotar van construyendo su microempresa. La idea de que en estos lugares está en juego una dinámica de esclavitud me parece totalmente equivocada». Rivera introduce en el esquema los conceptos de «dominación legítima» y de «derecho de piso» y habla de «reciprocidad diferida»: no habría tanto una dinámica de servidumbre como un cálculo de ascenso social (1).
La antropóloga María Inés Pacecca, por su parte, advierte de los peligros de las generalizaciones: si bien las migraciones llevan aparejadas históricamente abusos y explotación, existe toda suerte de relatos: «Ni toda prostituta es víctima de trata, ni todo migrante es explotado». Es más: Pacceca, tras investigar a fondo el caso de la inmigración boliviana en Argentina, cree que se trata de «una historia de éxito»; por ejemplo, los relatos de quienes montan su propio negocio, una verdulería, un taller. Las ONG que ofrecen microcréditos en las villas saben que una de las inversiones más frecuentes es improvisar un taller de costura, porque «es un negocio que se monta rápido y que requiere una mínima inversión», en palabras de Pacecca. Sin embargo, «como son bolivianos, toda la mirada está puesta en su origen: son esclavos o ladrones, víctimas o victimarios; no pueden ser otra cosa», polemiza la antropóloga. Y lanza una pregunta polémica: «¿Cuándo hablamos de explotación, autoexplotación o simplemente autoempleo?»
«Explotación es la plusvalía de vender por 200 lo que se produce por cuatro. Esa es la violencia estructural del sistema», sostiene Pacecca. Y esa relación de desigualdad, ese patrón de explotación, se encuentra también en el trabajo en blanco; el conflicto parte del mismo sistema de producción, de la competencia global por los menores costes que lleva los salarios a la baja.
Toda plusvalía es explotación. El riesgo es, entonces, que los árboles no dejen ver el bosque. Que, al llevar la discusión al ámbito penal, sigamos postergando el debate en profundidad sobre las condiciones laborales en el sistema capitalista. Que lo abyecto del trabajo esclavo impida registrar la violencia estructural: «La trata denuncia prioritariamente las formas de dominación visiblemente violentas, relegando a la esfera de lo normal/lo legal todas las otras prácticas o dispositivos de «˜baja intensidad»™ que sostienen el lazo desigual» en las relaciones laborales (2). Porque, como afirma el periodista brasileño Leonardo Sakamoto, la esclavitud moderna es fruto del capitalismo: es la consecuencia lógica del sistema; un síntoma y no la enfermedad (3). La mercantilización completa del ser humano en un sistema que todo lo mercantiliza.
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1. En De chuequistas y overlockas. De hecho, el propio proyecto de ese libro nació de la polémica que introdujo Silvia Rivera.
2. Véase María Inés Pacecca, «Trabajo, explotación laboral, trata de personas. Categorías en cuestión en las trayectorias migratorias», Revista Interdisciplinar da Mobilidade Humana, vol. 19, Brasilia, 2010: www.csem.org.br/remhu/
3. Véase: http://desinformemonos.org/2010/10/8480/ Sakamoto es fundador de la ONG Repórter Brasil, focalizada en la denuncia del trabajo esclavo: http://reporterbrasil.org.br/
* Este texto es un extracto del reportaje «Esclavos modernos, migrantes de siempre», publicado este mes de junio en Le Monde Diplomatique, edición Cono Sur.
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