El consumo crí­tico como acción polí­tica

No es ninguna novedad que la publicidad nos bombardea constantemente. En las pantallas, en las calles, en cualquier espacio público o privado, llega invasiva a prometernos que si compramos esto o aquello seremos más guapos, más exitosos, más elegantes. Tampoco es ninguna novedad que la sociedad capitalista moderna necesita para su supervivencia esa ideologí­a consumista que todo lo impregna, esa lógica del tanto tienes, tanto vales, pues, bajo el capitalismo, la propiedad privada nos sitúa dentro o fuera, y tener es ser, y quien no tiene, no es. Los griegos lo llamaban pleonexia, y Platón lo consideraba una enfermedad: el apetito insaciable de cosas materiales.

En las últimas décadas, la situación sólo ha ido a peor. En los últimos 30 años, el capitalismo ha llevado a más explotación laboral, más desigualdad y a una destrucción ambiental cada vez más acentuada. Si los llamados 30 años dorados del capitalismo (1945-1970) se caracterizaron por el auge del Estado de bienestar en Europa y «“en menor medida- en Estados Unidos, y en un sistema basado en salarios altos y crecientes para garantizar un consumo también creciente, en los 70 comienza a ascender un nuevo modelo que se consolida en los 90: el neoliberalismo. Lo público retrocede, el poder corporativo avanza, las privatizaciones convierten en mercancí­as los bienes comunes. La globalización impone una atroz competencia internacional: las fábricas se trasladan allá donde los salarios son más bajos, al tiempo que una masa cada vez mayor de trabajadores quedan desempleados o precarizados, incapaces de consumir, o incapaces de escoger qué consumen. Mientras, esos otros que conservan su capacidad adquisitiva son empujados por la publicidad a consumir cada vez más.

Las empresas ya no intentan vender lo mejor, sino lo último. El último teléfono móvil, que se cambia cada año aunque el anterior esté en perfecto estado. La última moda de primavera o de otoño, aunque el armario esté ya repleto. El automóvil más moderno, la pantalla de plasma de última generación. Y aunque no nos dejemos arrastrar por esos impulsos que impone la ideologí­a del consumo, la obsolescencia programada nos obligará a cambiar cualquier producto antes de lo racionalmente necesario. Si nos empeñamos en arreglar algo en vez de sustituirlo, nos saldrá más caro «“lo que es, bien mirado, el colmo del absurdo-. Por si fuera poco, muchos sectores de la economí­a, comenzando por los más básicos «“la alimentación, el textil- están en manos de oligopolios cada vez más poderosos, que cuentan a sus espaldas con un historial deleznable en cuanto a derechos humanos: Coca Cola, Nestlé, Zara, Nike y, en fin, casi todas las multinacionales.

Sin embargo, al tiempo que el sistema se muestra cada vez más voraz y destructivo de la vida, aumenta la conciencia en torno a los efectos de nuestro consumo, que, en este capitalismo de la globalización, implica efectos sobre multitud de personas y territorios a veces muy lejanos. Cada vez más gente entiende que nuestras pautas de consumo irresponsables nos hacen cómplices y que, aunque no sea fácil, siempre tenemos un cierto margen de libertad, pues hay opciones mejores que otras, y entender eso, que cada gesto cuenta, es el primer motor del cambio.

«Cada acto de consumo es un gesto de dimensión planetaria, que puede transformar al consumidor en un cómplice de acciones inhumanas y ecológicas perjudiciales», escribe el filósofo brasileño Euclides André Mance. Del mismo modo, cada acto de consumo puede ser una forma de activismo que nos lleve hacia un mundo más justo, más humano, y también que, en lugar de alienarnos, nos ayude a desarrollar nuestras capacidades. Se trata, entonces, de consumir crí­ticamente, y también de consumir con criterio; esto es, comprar lo que necesitamos y no lo que la publicidad nos dice que deseamos, y superar la idea de propiedad como única forma de posesión. Lo supo anticipar ya Marx en sus Manuscritos: «El grado de conciencia al que aspira la clase obrera, necesario para la transición revolucionaria, es nada menos que el que permite liberarse de un sistema de necesidades basado en la necesidad de poseer cosas, y donde la lógica de la propiedad privada lleva a que la satisfacción por excelencia pase sólo por la apropiación individual del bien, para ser propietario: usar, consumir, mostrar y usufructuar eso deseado».
Necesitamos consumir, pero no estamos obligados a hacerlo del modo que la televisión y las empresas multinacionales nos dicen que hagamos. Entendernos como sujetos libres, y entender el mundo en que vivimos como una realidad histórica y por lo tanto modificable, es el primer paso para cambiar el mundo. Si otro consumo es posible, otra economí­a es posible, y otro mundo es posible.

En las sociedades que habitamos, la participación polí­tica se ve, a menudo, relegada al voto cada cuatro años, para elegir formaciones polí­ticas en gran medida equivalentes, y a la participación en manifestaciones o huelgas cada vez más inofensivas para el sistema. Por eso en Carro de Combate defendemos el consumo como un acto polí­tico. No necesariamente ello supondrá mermar nuestra calidad de vida, y mucho menos se trata de volver a las cavernas: se trata, más bien, de «˜resetear»™ nuestras mentes, de eludir los efectos borreguiles de la publicidad, y de enfrentarnos a la corriente con espí­ritu crí­tico, comenzando por cuestionar la propiedad privada como único modo de apropiación de las cosas. ¿Acaso no hay muchos productos que nos darán la misma satisfacción si los compartimos en lugar de acumularlos?

Frente al consumo alienado y alienante, el consumo crí­tico, ético, responsable, solidario. Diferentes formas de nombrar una forma de consumo que, en palabras de Mance, basa su elección de los productos «no considerando apenas su precio y calidad, sino también su historia y el comportamiento de la empresa que los ofrece». Un consumidor que quiere escapar de la lógica de la irresponsabilidad social que impregna el sistema capitalista, que nos vuelve cómplices de su destrucción autodestructiva, y que, al mismo tiempo, se preocupa por el buen vivir, y no por el «cuanto más, mejor» que impone la ideologí­a consumista. Un ciudadano que se informa sobre lo que compra para ser cada dí­a más coherente con sus ideas. Porque, como nos gusta recordar en Carro de Combate, si el consumo es un acto polí­tico, la primera batalla es la de la información.

RECURSOS EN LA WEB:

Manuel de consumidores responsables: http://www.inexsos.com/descargas/consumoresponsablemanualparaunacompraconsciente.pdf

«Consumo solidario», por Euclides André Mance: http://www.tau.org.ar/upload/89f0c2b656ca02ff45ef61a4f2e5bf24/doc12.pdf

«Redes de colaboración solidaria», E. A. Mance:

Haz clic para acceder a redecolaboracao-es.pdf

9 comentarios en “El consumo crí­tico como acción polí­tica”

  1. Muy buena descripción de esta filosofí­a de vida que, aunque minoritaria, cada dí­a va ganando adeptos y va concienciando a mí¡s personas.

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  3. Hola!, yo con esto soy muy radical, casi rozando la esquizofrenia. A veces pienso que el propio hecho de consumir de una manera alternativa y sostenible es una parte mí¡s del propio consumo, llevado esto a la polí­tica el hecho de que la izquierda esté tan noqueada no es, ni mas ni menos, que por haber decidido «domar a la bestia(capitalismo)» que matarla. Lo revolucionario es desterrar la propia palabra «consumo» y las expresiones como «consumo sostenible» para definir nuestro comportamiento y nuestra vida. Para mi no es posible un «consumo responsable» para mi lo sostenible es simplemente vivir. Rallada que he soltado, lo siento 🙁

    1. Entiendo tu paranoia y tu comedura de cabeza. El consumo sostenible no deja de estar dentro del mismo mercado que el consumo tradicional, y ese es el problema. El comercio justo que nació como alternativa a un mercado de grandes distribuidoras «chupasangres», bajo mi punto de vista estí¡ perdiendo terreno respecto a distribuidoras como Carrefour que venden productos de comercio justo como chocolate, en sus stands. El poder que tienen las grandes cadenas de supermercados, unido a la ignorancia de los consumidores provoca que el comercio justo pierda su razón de ser, si se vende en estas grandes superficies.

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  6. Sin consumo, todos al paro, ok que el gobierno regale billetes, de 100 pavos. La barra de pan llegarí­a a costar un millón de euros como ya pasó en Alemania antes de la 2 WW.

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