Dice un proverbio africano que los blancos tenemos relojes, pero que en África tienen el tiempo. Nos hemos acostumbrado a vivir contando horas, minutos y segundos; mirando un reloj que nos esclaviza, que impone a mujeres y hombres los tiempos que requiere la reproducción del capital. La lógica de la ganancia se impone a la vida por medio de las agujas del reloj, esas que objetivizan el tiempo para que pueda ser remunerado en salarios. El tiempo nos esclavizó por vez primera en los tiempos de la revolución industrial y la consolidación del sistema capitalista, cuando campesinos y artesanos, que hasta entonces habían sido dueños de sus procesos productivos, entraron en las fábricas y se vieron sometidos a la disciplina heterónoma -esto es, impuesta desde fuera- del taller, a los ritmos de la máquina y la cadena de montaje, a la dictadura del reloj y del trabajo. El trabajo remunerado quedaba así disociado del mundo del «hacer» que realiza las potencialidades humanas.
Una de las grandes paradojas de la sociedad de la mercancía es que la abundancia genera escasez. En su libro Adiós al capitalismo, Jérome Baschet subraya que eso sucede también con el tiempo: la exigencia de la ganancia impide que los avances tecnológicos redunden en más tiempo libre y calidad de vida; al contrario, el desempleo masivo permite imponer condiciones de mayor explotación a nivel global, mientras esa dictadura del productivismo y la eficiencia se instala fuera de los talleres, en las relaciones personales y en lo más profundo de nuestras subjetividades. Para el colombiano Renán Vega Cantor, el tiempo es una cuestión crucial dentro de la expropiación de los bienes comunes por parte del sistema capitalista; una apropiación externa del tiempo humano que hasta hace unos años se limitaba al ámbito fabril, pero que en el siglo XXI, gracias a las nuevas tecnologías -en especial, los teléfonos móviles- afecta a todas las esferas de la vida, y se manifiesta en aspectos tan naturalizados como los supermercados, el transporte en automóvil, la expropiación del tiempo de la comida y de la siesta.
En los inicios del proceso de proletarización que acompañó a la consolidación del capitalismo, los obreros reivindicaban el «derecho a la pereza», pero terminaron por incorporar la máxima capitalista de que «el tiempo es oro», mientras el sistema convertía nuestro tiempo libre en tiempo de ocio que debíamos llenar consumiendo horas de televisión, viajes y todo tipo de mercancías. El tiempo libre también se mercantilizó; por eso decía Herbert Marcuse que a una sociedad libre corresponde un tiempo libre, y a una sociedad represiva, un tiempo de ocio. La mercantilización del ocio, unida a la invasión de las nuevas tecnologías, deriva en una absoluta subsunción de la vida ante el capital: todo nuestro tiempo al servicio de la maquinaria de la ganancia.
Y sin embargo, esta situación durará apenas hasta que lo decidan los hombres y mujeres que habitan la tierra. Saber que otros mundos son posibles es el primer paso hacia el cambio: debemos pensar una organización social que someta las necesidades productivas al principio del buen vivir, en lugar de someter a la especie humana a la dictadura de la ley del valor. Esa es la premisa de Baschet, que se inspira en la experiencia zapatista para proponer un camino hacia otros mundos regidos por un principio básico: podemos gobernarnos a nosotros mismos. La autonomía es la llave hacia un mundo postcapitalista que sustituya la lógica de la competencia por la colaboración. Y esos otros mundos posibles nos llevarían, entre otras cosas, a reapropiarnos de nuestro tiempo de vida y de nuestra actividad, que son las dos caras de la misma moneda.
Baschet propone un horizonte utópico para caminar la transición hacia otros mundos: la revolución del tiempo -jornadas laborales de 12 a 16 horas semanales-, la desespecialización generalizada -cada ser humano debe poder experimentar múltiples tareas que realicen sus potencialidades creativas- y la sustitución del trabajo por el hacer, esto es, la liberación del trabajo asalariado y la recuperación del control de las personas sobre su propia actividad, que, en lugar de postrarse ante las necesidades del capital, se dedicaría a la realización de las potencialidades humanas. Baschet llama a imaginar esos mundos liberados del afán destructor del capital; esas revoluciones cargadas de alegría porque, como dijo Emma Goldman: «Si no puedo bailar, tu revolución no me interesa».
La lógica del capital actúa convirtiéndonos en cuerpos con códigos de barras marcados; el sistema nos ha robado el tiempo y el espacio. Y sin embargo, los pueblos no reciben esa situación con resignación: se rebelan, inventan nuevas formas de resistencia. Las experiencias de Economía Social y Solidaria que florecen en toda España van en esa línea: proponen nuevas formas de producir y consumir, otra forma de entender la economía, no como una esfera aislada a la que servir como si se tratara de un ídolo -el Dios Dinero, Los Mercados-, sino una reflexión acerca de las mejores formas de organización de la sociedad y de los modos de producción, que satisfagan de la mejor manera posible las necesidades de todas y todos los miembros de la sociedad. Economía y política son la misma cosa.
¿Y si fuera posible, como propone Baschet, acabar con el trabajo? Desde la toma de las calles por los indignados en 2011, los españoles saben que la participación no es un accesorio, es el significado mismo de la palabra democracia. Y si política es economía, entonces, también deben partir de nosotros nuevas propuestas que ensayen y propongan nuevas formas de concebir el trabajo, la producción, el tiempo, el espacio. La crisis que vivimos no es económica, no es española, no es la crisis del euro ni de la socialdemocracia europea: es una crisis global y sistémica, civilizatoria. Todo está en cuestión: el significado del tiempo, del espacio, del dinero; el trabajo asalariado, la producción fabril, la globalización; la modernidad, el patriarcado. Por eso da vértigo, pero es al mismo tiempo fascinante: todo es posible. Vencer el fatalismo impuesto por el neoliberalismo -no hay alternativa- es el paso necesario para iniciar una revolución que ya no reside en la toma del poder, sino en la descolonización de las subjetividades.
Para profundizar en el tema:
«La expropiación del tiempo en el capitalismo actual», de Renán Vega Cantor:
Jérome Baschet, Adiós al capitalismo. Autonomía, sociedad del buen vivir y multiplicidad de mundos. Ed. NED/Futuro Anterior, 2014
Entrevista a Baschet en:
http://futuroanteriorediciones.blogspot.com.ar/2014/09/quien-sobrevivira-al-postcapitalismo.html
El derecho a la pereza:
Enhorabuena por este inteligentísimo artículo contra los «señores del tiempo», la liberación del trabajo y la descolonización de los cuerpos. Es de los que crean «afición. Un abrazo, Nazaret y que no decaiga 🙂
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La cita de Marcos es, originalmente, de Emma Goldman. Algo tuneada, eso sí. Decía «si no puedo bailar, no es mi revolución».