Es ya un lugar común que el periodismo pasa por momentos difíciles. Que ya ha sido decretada la muerte del papel, pero todavía no se han logrado articular formas de ganar dinero en la Red, donde, al menos en España, prima la filosofía del todo gratis. En realidad, la tarta publicitaria no es menor, pero la captan Google, Facebook y otras plataformas que comparten el contenido, pero no lo crean y, por lo tanto, no lo costean. Y sin embargo, el periodismo de verdad, el buen periodismo, el único digno de ese nombre, cuesta dinero.
Como alguna vez me hizo notar Alfonso Armada, muy mal andamos si cabe la expresión “periodismo comprometido”: todo periodismo es comprometido, y a alguien incomoda; si no, es simple propaganda. Así lo resume el argentino Martín Caparrós: “Periodismo es averiguar, pensar y contar”. Así de simple. Pero, en la práctica, es casi una utopía. Averiguar requiere disponer de los recursos para visitar el lugar de los hechos y hablar con los protagonistas de esa realidad que se quiere contar; pensar requiere tiempo. Contar, también. Escribir un buen texto, honesto, legible pero no simplificador, requiere no sólo oficio, sino también un cierto sosiego y condiciones materiales que exceden la buena voluntad del reportero. “El buen periodismo necesita tiempo”, como le gusta repetir a Armada.
En la práctica, los mal llamados periodistas freelance -sería más sincero hacernos llamar precarizados- cobramos a la pieza y lo que se paga por pieza es muy poco; cada vez menos. La supervivencia impone la rapidez. Grandes medios de comunicación, sospechosos de pagar elevadas cantidades a sus CEOs y reporteros estrella, se niegan a costear investigaciones en profundidad. Pagan 100, 50 y hasta 35 euros brutos por un artículo, sea nacional o internacional. Lo justo para poder contar atropelladamente; de pensar, olvidémonos, y de averiguar sobre el terreno, qué decir. La situación no ha dejado de empeorar en los últimos años: cuando yo empecé a vender reportajes desde América Latina, era normal recibir 200 euros por una pieza; los compañeros de profesión que ejercieron de corresponsales en tiempos de vacas gordas recuerdan cuando no era una quimera adelantar dinero para viajes y después cobrar mil o dos mil euros por una investigación solvente. Eso ya es parte del pasado. Incluso quienes arriesgan su vida en zonas de conflicto militar ven cómo la retribución de su trabajo ha caído en picado hasta límites vergonzosos. En medio de la vergüenza, mueren el rigor y el espíritu crítico. Lo digo siempre: no hay censura más certera que la censura económica.
No pocos periodistas nos sentimos expulsados del sistema, en el sentido de que no tenemos lugar -¿lo tuvimos alguna vez?- para hacer el periodismo que queremos. En el caso de Carro de Combate, desde 2012 nos dedicamos a investigar los orígenes de los productos que compramos, y eso nos lleva a preguntarnos por las condiciones en las que se extraen las materias primas, y después se manufactura, en Asia, África o América Latina. La última aventura en la que nos embarcamos es investigar el aceite de palma: primero, porque lo consumimos, sin saberlo, todos los días; segundo, porque es tal vez el monocultivo que más impactos está provocando en todo el mundo: deforestación, pérdida de biodiversidad y desplazamientos forzosos de campesinos del Sur global, daños en la salud de los consumidores. Queremos aportar un trabajo de investigación que combine los datos estadísticos con los testimonios tomados de primera mano. Esta vez, no se trataba de hacer un pequeño monográfico, como hemos hecho tantas veces prácticamente sin recursos. Esta vez queríamos profundizar. Y para eso necesitábamos fondos.
Visto que no íbamos a conseguir esos fondos de ningún gran medio de comunicación -siempre hemos contado con el apoyo de La Marea, pero ellos simplemente no tienen los fondos necesarios-, pensamos en el crowdfunding como la mejor forma de conseguir financiación sin perder un ápice de independencia. Y enseguida decidimos colgar nuestro proyecto en Goteo.org, porque compartimos un enfoque afín a la Economía Social y Solidaria y el Creative Commons. Yo contaba, además, con la positiva experiencia de un proyecto anterior: Cara y cruz de las multinacionales españolas en América Latina, una investigación publicada por la revista digital Fronterad que se hizo realidad gracias a los financiadores de Goteo. Conseguimos en esa ocasión 4.800 euros con los que pude viajar, junto al fotógrafo colombiano Jheisson A. López, a Colombia y Chile y escribir cuatro reportajes que después fueron compilados en un e-book. Fue la experiencia periodística más enriquecedora de mi vida y me demostró la necesidad de dedicarle tiempo y recursos a una investigación para ir al fondo de los hechos. Me enseñó, también, que una de las virtudes del crowdfunding como forma de financiar proyectos periodísticos es que aporta una relación muy especial entre el reportero y el lector: éste no compra una revista o un diario con determinado tema de portada, sino que escoge pagar previamente una investigación que considera de calado. El lector, de algún modo, se convierte en editor y cómplice. El reportero supo siempre que su compromiso es sólo con el lector, no con la empresa mediática, pero, más que nunca, ese compromiso directo queda sellado por la falta de intermediarios.
Escribió Tomás Eloy Martínez que en el periodista “hay una alianza de fidelidades: fidelidad a la propia conciencia, fidelidad al lector y fidelidad a la verdad”. Son tres formas de decir lo mismo: compromiso con la palabra, fidelidad a una verdad que es necesariamente subjetiva, pero honesta. El reportaje, para ser honesto y fiel a la verdad, necesita ser riguroso; y para ser riguroso, requiere tiempo y recursos. Eso es lo que queremos en Carro de Combate. Y por eso hemos elegido Goteo para financiar nuestra investigación sobre el aceite de palma. Estamos muy cerca de conseguirlo, pero nos falta un empujón. ¿Nos ayudas?