Silas Siakor: defensor de la tierra en Liberia

Comienza el documental Silas mostrándonos desde el aire unos paisajes de los que ya hemos hablado mucho en Carro de Combate: kilómetros y kilómetros de tierra iguales unos a otros, con enormes plantaciones de palma aceitera que, al igual que en Camerún, Guinea Bissau, Sierra Leona y otros países vecinos, se extienden sobre Liberia a pasos agigantados. Lo que antes fue un   bosque primario, frondoso y excepcionalmente rico -donde se dan cita cerca de la mitad de las especies de mamíferos del continente – son hoy millones de palmeras (aunque también podrían ser árboles de caucho, cacao, árboles madereros o cualquier otro tipo de plantación agroindustrial) perfectamente alineadas y sin nada alrededor para favorecer la recogida del fruto.

Son tierras que parecen estar vacías de vida pero que, como bien dice Silas Siakor, protagonista del documental, nunca lo estuvieron. Pertenecían a personas que vivían y se alimentaban de ellas. Y que, de hecho, todavía quieren hacerlo. Un cuarto de la población de Liberia vivía y aún intenta vivir en estas zonas rurales que las grandes corporaciones se reparten a través de las inmensas concesiones otorgadas por el Gobierno en los últimos años.

 

¿Modelo de desarrollo, corrupción, abuso…? ¿Qué es lo que ha pasado en Liberia? Esta es la pregunta que se hizo Silas Siakor, abrumado por el ritmo de destrucción de las áreas naturales de su país. Un país que ha sufrido tanto en los últimos años que es difícil saber por dónde empezar y más aún poner punto final a la cadena de desastres -siendo la última el brote de ébola de 2014-.

Si la mayoría de los países africanos fueron delimitados artificialmente, Liberia quizás aún más, pues el país se creó para enviar a los esclavos estadounidenses liberados a la tierra prometida y crear allí un país donde serían libres, por fin. Era 1847 y supuso, claro, el inicio de un país dominado por la élite de los descendientes americanos frente a los nativos, a los que consideraban inferiores.

Un nacimiento traumático que dividiría a la sociedad durante un siglo y que tuvo su punto de inflexión en 1980, cuando un golpe de estado dirigido por Samuel Doe instauró un estado dictatorial que duraría una década, y al que iba a seguir una brutal guerra civil que comenzó en 1989. Aquellas escenas de jóvenes con brazos y piernas mutiladas, aquella sangría, exaltación del odio y la violencia que todos vimos en televisión, fue posible en buena parte gracias a la financiación recibida por las partes en conflicto, alimentada y mantenida por la exportación de diamantes, madera y caucho. De hecho, fue la denuncia del propio Silas Siakor la que permitió probar que el ex presidente Taylor -condenado a 50 años de prisión por crímenes de guerra-se había beneficiado del dinero ilegal procedente de la tala de bosques.

Fueron 25 años de descenso a los infiernos que terminaron con los acuerdos de paz de 2006 y la llegada al poder, con toda la expectación, de Ellen Johnson Sirleaf, una mujer formada fuera del país, con experiencia en organismos internacionales y premio Nobel de la Paz, que hizo de la lucha contra la corrupción su bandera, emocionando a buena parte de los electores, Silas Siakor incluido.

En 2002, Siakor había fundado el Instituto de Desarrollo Sostenible  a través del cual pretendía apoyar a las comunidades locales en las negociaciones para que recibieran una compensación justa por sus tierras, y la elección de Johnson era, en principio, una garantía de que las cosas comenzaban a cambiar.

Sin embargo, y aquí es donde entra de lleno este documental, el paso de los años fue dando paso a la desesperanza, primero, y la indignación después, al ver que el nuevo ejecutivo de la nobel de la paz no cambiaba las cosas. Y esto es quizás lo más difícil: cambiar la percepción que el mundo tenía de ella y, reconociendo los aciertos de su mandato, ser capaz de señalar también en lo que se estaba equivocando. La cinta nos muestra el trabajo de Siakor y su organización para documentar y probar todas las irregularidades e impactos que están provocando estos contratos millonarios en los que se habla de “concesiones de tierras”, “cambios en el uso del suelo” o “generación de empleo en la extracción de recursos”. Así, consiguió que la propia presidenta asumiera, en sede parlamentaria, que las cosas no se estaban haciendo bien.

Y todo ello lo hacen armados con un teléfono y una aplicación móvil con la cual fotografían, graban y documentan la tala ilegal, las concesiones que se extienden más allá de lo permitido o las irregularidades del proceso; buscan en los periódicos, comparan lo que dicen las leyes y lo que sucede en la realidad, contactan con abogados y se movilizan a nivel nacional e internacional.

Un trabajo que ha llevado a Silas a lograr el Premio Medioambiental de la Fundación Goldman y a viajar incansablemente por diversos países del mundo explicando lo que está sucediendo en su país y los vecinos, defendiendo la importancia de los bosques y las personas, frente a los grandes intereses de las multinacionales.

La cinta, rodada por la canadiense Anjeli Najar y la keniana Hawa Essuman se adentra además en la cotidianeidad del día a día de Silas y sus compañeros, marcados por las dificultades inherentes a su trabajo como defensores del territorio: amenazas, sobresaltos y un trabajo que no respeta horarios ni días de descanso.

En febrero de 2018 estuvo en España para recoger el Premio a la Fraternidad, concedido por la revista Mundo Negro, y el documental se pudo ver el pasado mes de octubre en el Another Way Film Festival, dedicado al cine documental y de progreso sostenible.

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