Suelo fértil, un recurso cada vez más escaso

Hace unos días, la ingeniera Alicia Valero, conocida por su análisis de la escasez de minerales para la transición energética, se refería a la preocupante escasez de otro recurso algo diferente: el suelo fértil. «Estamos degradando el suelo a una gran velocidad», aseguraba. «Y sin suelo, no habrá alimento». El 33% de suelo a nivel global está ya degradado, y podría llegar a un 50% en 2050 si seguimos erosionándolo con la rapidez con la que lo hemos hecho las últimas décadas. Esto podría tener un efecto trágico sobre la capacidad de producir alimentos, ya que la erosión del suelo puede llevar a una reducción del 50% en la productividad de las cosechas.

Por eso, este año Naciones Unidas ha dedicado el Día Mundial del Suelo, que se celebra cada 5 de diciembre, a resaltar su importancia como «origen de los alimentos«. El objetivo, asegura el organismo internacional, es «concienciar sobre la importancia de los suelos para una producción alimentaria, una nutrición y unas dietas óptimas, a la vez que se reivindica un manejo sostenible que garantice la salud de nuestros suelos».

La fertilidad del suelo es la capacidad que éste tiene de sostener la vida de las plantas gracias a los nutrientes y a otras características físicas, químicas y biológicas que son necesarias para el desarrollo vegetal, según la FAO. Es una cualidad compleja que depende de muchas variables y que puede mostrar diferentes caras, puesto que diferentes combinaciones pueden dar lugar a suelos fértiles.

La principal causa de la erosión del suelo es su exposición a agentes como la lluvia o el viento. En las zonas boscosas, la erosión se reduce significativamente porque el suelo está protegido por la vegetación. Pero cuando se deforesta, a menudo para dar paso a suelo agrícola, la erosión se intensifica y el suelo se degrada rápidamente.

La forma en que se producen los alimentos también tienen un importante impacto la fertilidad. Así, la FAO estima que las zonas arables o en las que hay pastoreo intensivo se erosionan entre 100 y 1000 veces más rápido que de forma natural. Cada año se pierden 12 millones de hectáreas de tierra cultivable, que dejan de se productivas por la degradadación.

En Europa, tras décadas de agricultura intensiva, la situación es especialmente preocupante y el 70% de los suelos están degradados. Y aunque la Comisión Europea ha lanzado una estrategia para recuperar la salud de los suelos de aquí a 2050, la Política Agrícola Común no ha dejado de empeorar la situación promoviendo la concentración de tierras y la intensificación de la agricultura. Así, las explotaciones agrarias en Europa han pasado de una media de 11,8 hectáreas en 2005 a 16,6 en 2016, más de un 40%. La mayoría de la tierra está además en manos de grandes propietarios: aunque el número de explotaciones por encima de las 100 hectáreas es sólo del 3,3%, concentran casi el 53% de la tierra.

La situación no es diferente en España. Así, en España el número de explotaciones se ha reducido un 12,5% entre 2005 y 2016, pero las de más de 100 hectáreas se incrementaron casi un 5%. Esas últimas suponían un 5,4% del total en 2013, pero acaparaban el 55,5% del total de la extensión cultivada, casi 13 millones de hectáreas, unas 250 hectáreas de media, según un informe del Transnational Institute.

La intensificación de la agricultura, con la expansión de los monocultivos, también daña la salud del salud. En España, un 40% de los 23,2 millones de hectáreas de suelo agrícola que hay está dedicado a 5 cultivos: el olivo, la cebada, el trigo, los viñedos y el girasol. Según el Instituto Nacional de Estadística, los policultivos, de los que cada vez hay más evidencia de que son los más beneficiosos para el suelo, apenas superan el 4%. En el conjunto europeo la situación es incluso peor y un 65,6% del suelo cultivado está dedicado a 5 variedades: trigo, cebada, maíz, colza y olivos.

La salud del suelo no es sólo importante porque la estemos perdiendo, sino también porque aquello que habíamos usado hasta ahora para compensar la pérdida, los fertilizantes, se está acabando. Así, se calcula que las reservas de fósforo, uno de los principales nutrientes que necesitan las plantas, nos durarán unos 70 años al nivel actual de extracción. El nitrógeno, otro de los nutrientes esenciales, es prácticamente inagotable (es uno de los elementos más abundantes en el planeta), pero el proceso para hacerlo aprovechable para las plantas requiere de mucha energía y depende fundamentalmente del gas. En Europa somos además especialmente dependientes del exterior para conseguir esos nutrientes, e importamos un 68% del fósforo y un 85% del potasio, otro elemento importante.

Al igual que con el cambio climático, la degradación de los suelos es algo que se lleva avisando desde hace décadas sin que se tomen medidas al respecto. La primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre Desertificación se celebró en Nairobi ya en el año 1977, y elaboró la Carta Mundial de los Suelos. El documento recomendaba a los gobiernos, entre otras muchas cosas, que elaborasen políticas de uso adecuado de la tierra y de conservación de suelos a través de una marco legislativo apropiado y que pusieran recursos para asegurar la formación de aquellas personas que trabajan la tierra, especialmente agricultores. Poco de esto se ha hecho.

La situación es especialmente preocupante porque el suelo se degrada rápidamente, pero se necesitan cientos de años, a veces miles, para restaurarlo al mismo nivel que estaba. Y la única solución para poder recuperarlos es dejar de maltratarlos. «Hemos visto que cuando hay mucha labranza, sin cultivos de cobertura, con un sistema de gran intensidad (dependiente de los productos sintéticos), entonces el suelo no funciona bien. La biología no está haciendo su trabajo […]. Básicamente estamos destrozando la funcionalidad del suelo, por lo que hay que darle más fertilizantes sintéticos para que siga produciendo el mismo cultivo», explicaba hace unos años el científico especializado en suelos Rick Haney. «La buena noticia es que el suelo puede volver si le das una oportunidad».

Imagen: Ivan Radic

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