Un estudio de la Universidad de Utrech constata la debilidad del pilar socio-laboral de los modelos circulares del textil en España. El mensaje es claro: sin reforzarlo, su circularidad no es sostenible.
Se supone que la economía circular imita el sistema de la naturaleza cerrado o «circular», es decir, produce, consume y reintegra sin generar residuos, aprovechando todo en ciclos. Sin embargo, nuestro modelo económico y productivo global es abierto, «lineal» e industrial, también en el sector textil. En otras palabras: produce, consume y tira.
Esta linealidad genera numerosos impactos sociales y medioambientales, entre ellos los residuos, a los que hemos dedicado varios artículos dentro de nuestra investigación Moda Basura.
En los últimos años, muchas marcas de moda convencionales están incorporando estrategias circulares para intentar ser más sostenibles. También han aparecido otros agentes para gestionar los residuos textiles, así como un nuevo contexto europeo con el Pacto Verde, la Estrategia para los Textiles Circulares, así como sus trasposiciones nacionales –la Estrategia Española de Economía Circular y planes de acción 2030–, fondos destinados a la economía circular y reglamentaciones de residuos que exigirán más responsabilidad a los productores.
La sostenibilidad implica un pilar social, otro medioambiental y un tercero económico. Sin que los tres sean igual de solventes, no es posible una sostenibilidad real. Recientemente, el Copernicus Intitute of development de la Universidad de Utrech publicó el estudio: The Social Impacts of Circular Strategies in the Apparel Value Chain; a Comparative Study Between Three Countries proveniente del estudio de cuatro años que están realizando sobre la dimensión sociolaboral de los modelos circulares textiles en España, Países Bajos e India, con equipos en cada país liderados por la investigadora Lis J. Suarez‐Visbal.
De momento, aconsejan fortalecer los aspectos sociales para no incurrir en los mismos abusos y disfunciones del modelo lineal para realizar una transición más inclusiva de los modelos lineales a los circulares. “El riesgo de no reforzar la dimensión socio-laboral de la circularidad en esta «ventana de oportunidad» es apostar por un cambio masivo que no cambie nada, al reproducir los mismos sistemas productivos que nos han llevado a la actual ‘carrera por el bajo precio como sea’ donde la reducción de costes siempre cae en la mano de obra que no tiene representación, ni otra opción. El énfasis está en la oportunidad de la circularidad en esta etapa embriónica”, explica Suarez‐Visbal.
“Aún estamos a tiempo de proponer cambios fundamentales armonizados en políticas públicas, financieras, fiscales, laborales y de comercio exterior que reequilibren la asimetría social de la economía circular. Lo importante no es crecer desaforadamente sino menos, con menos productos, menos residuos y más beneficios sociales redistribuidos entre los trabajadores y las comunidades”, añade.
La debilidad del pilar social
María Almazán lidera la investigación en España: “El problema que nos encontramos es que las políticas y estrategias circulares se hacen sin tener en cuenta el impacto social negativo o positivo. Se están separando las cuestiones medioambientales de las sociales, un gran error que parecía superado desde el concepto de sostenibilidad, cuando se procuró integrar y se unificaron los departamentos de Responsabilidad Social Corporativa y Medio Ambiente en el de Sostenibilidad. Pero muchas estrategias circulares no tienen presentes las cuestiones de impacto social, inclusión o género, imprescindibles para tener una visión amplia con los indicadores necesarios para que las políticas sean integrales. Hasta ahora se ha puesto el peso en lo productivo. Con las nuevas directivas se está intentando que se entienda que la circularidad empieza en la fase inicial de la creación del producto. Ahí, y en el textil en general, el 80% de la cadena de valor son mujeres. Con una fuerza laboral femenina de tal magnitud son esenciales las cuestiones y políticas inclusivas de género”.
En la cadena de producción de la moda operan tres sub-industrias en múltiples zonas geográficas: la textil (fabrica las fibras, hilos y tejidos), la confección (transforma en prendas y las distribuye a las personas consumidoras) y el reciclaje (con diferentes procesos de recolección y clasificación), las tres generan unos 430 millones de puestos de trabajo sin incluir los sectores de fibras sintéticas, celulosa, pieles, lana y el retail, así como el 12.65% de los trabajos globales estimados por el Banco Mundial. En España, la consultoría Ernst & Young, S.L indicó en 2020 que, excluyendo el reciclaje textil, representaba el 2,8% del PIB nacional, seis billones de euros en impuestos y el 8.7% de las exportaciones. Tras el Covid-19, genera unos 127.000 empleos.
Sin embargo, la Organización Internacional del Trabajo en 2015 indicó que la mayoría de los trabajadores en la etapa de manufactura trabaja en condiciones cuestionables que incluyen penalizaciones por no llegar a objetivos de producción, abuso verbal, falta de representación y exceso de horas extras.
Circularidad sostenible y oportunidades
Muchos impactos de la economía lineal se replican en los modelos circulares. La industria del reciclaje global padece un alto nivel de informalidad, la opinión y representación de los trabajadores es débil, en cambio el riesgo de accidentes y problemas de salud es alto. “Lo más crítico es que si el sistema circular actual se aplica de lleno, muchos trabajadores y trabajadoras se verán afectados en España y en los países productores. Sobretodo los informales que trabajan al margen de la ley para los que la circularidad significa más explotación y menos oportunidades de representación, voz y voto”, reflexiona Suarez‐Visbal.
Si los 12 millones de toneladas anuales de residuos textiles de Europa se clasifican adecuadamente, podrían crearse veinticuatro puestos de trabajo por cada mil toneladas producidas, según un informe de 2020 de AERESS. En España, de las 890.244 toneladas generadas año, solo 108.296 se procesan correctamente. Si el sector del reciclaje textil alcanzase la totalidad de los residuos, el potencial de puestos de trabajo sería de unos 19.000 adicionales, a los 2.500 existentes.
Según el libro blanco del equipo español, La transición a una cadena de valor textil y de la confección inclusiva y circular en España, en nuestro país los trabajadores más vulnerables carecen de contrato formal y los casos de explotación de refugiados y migrantes ilegales predominan.
Según indican las investigadoras, los impactos sociales como pagar un salario digno, la igualdad de género y las condiciones laborales aún no atraen suficiente atención. Se tiende a pensar que la dimensión social de la economía circular es la cantidad de empleos creados, pero inciden en la necesidad de valorar el tipo de trabajo, su calidad, las repercusiones individuales y comunitarias, así como las compensaciones entre los trabajadores. También señalan que la información detallada es escasa en el sector.
Panorama nacional
España posee un ecosistema en evolución para promover la economía circular con empresas de distintos tamaños, ONG, instituciones y think tanks reforzados por programas y fondos públicos, pero hay una fragmentación significativa y muchas compañías operan en solitario. Según las entrevistas conducidas por Lis Suarez-Visbal, no es completamente funcional por la gran brecha en la cadena de valor entre los fabricantes, los recicladores y los textiles reciclados.
“La ley de residuos será totalmente efectiva en el 2025, queda menos de un año y medio. Son cambios sistémicos que requieran de cooperación entre los actores de la cadena. Como la mayoría de la producción está fuera de España, la coordinación conlleva políticas exteriores más armonizadas y que las marcas, talleres, productores, puntos de venta y distribución trabajen en común. Además de una logística de tratamiento de prendas que pueda multiplicarse de manera óptima y eficaz para asegurar que los residuos se traten como debe ser y no acaben en el vertedero”.
Aunque los consumidores son más receptivos a los productos sostenibles, las empresas circulares son marginales, tienen dificultades para incrementar sus ventas y crear ingresos estables: “Comparten el mercado con otras compañías no sostenibles que compiten mucho por precio. Es difícil que la circularidad se masifique, es más factible (y deseable) que el nicho se agrande. Mientras la ley no exija precios justos que incorporen las externalidades socioambientales, el precio seguirá siendo un factor crítico. Los modelos de reventa o renta quizás puedan competir más fácilmente, pero se necesita más marketing social de empresas que se unan en campañas promocionales multicanal y para ayudar al consumidor a consumir diferente”.
Suarez-Visbal establece que las estrategias circulares más destacadas a nivel nacional son el alquiler (R3) y la reventa (R4), las plataformas B2C (business to costumers – empresas-cliente) y C2C (costumer to costumer – cliente-cliente). La reventa tiene una presencia adicional de ONG y empresas con tiendas de segunda mano y vintage. Y la reparación (R5) se considera un oficio tradicional operado por talleres independientes. En España, como en otros países, el reciclaje (R7) es principalmente mecánico e intensivo en mano de obra.
Según TEXFOR, nuestro país es el mayor fabricante de fibra reciclada en Europa, unas 61.000 toneladas al año, de las cuales 50.000 vienen de residuo textil pre-consumo. La ratio de residuo textil de 19 kilos anuales por persona, nos convierte en uno de los países europeos con mayor cantidad de exportaciones de prendas de segunda mano, incluidos más del 60% de los textiles recogidos a nivel municipal, pero solo el 12.16% es recogido y procesado correctamente.
Economía circular no transformadora
Las investigaciones establecen que, tal y como se aplica la economía circular, sus empleos no son tan transformadores como podrían, en especial para las mujeres. Consideran crucial prestar atención a la igualdad de género para todas las personas trabajadoras y ofrecer oportunidades reales de crecimiento, mejora salarial y formación. Asimismo, apuntan que a pesar de que el empleo en las empresas sociales es notable en el sector, se debe potenciar la creación de puestos de trabajo estables de calidad para los trabajadores, sus familias y comunidades.
Hasta hace poco no existía un marco para evaluar el impacto social de la economía circular, Suarez-Visbal presentó el SIAF-CE que, desde la perspectiva de las personas trabajadoras, aborda cuestiones críticas en la cadena de valor como la desigualdad, la inclusión o la transición justa.
Mide quince indicadores cualitativos dentro de tres dimensiones: la calidad del trabajo, el bienestar social y la igualdad de género e inclusión. Se creó para ayudar a empresas, ONG, gobiernos y legisladores a recopilar datos desglosados por género de los trabajadores; a dar seguimiento, documentar y supervisar el desarrollo de los diferentes empleos circulares, e identificar medidas para mejorar la calidad de vida en la cadena de valor.
Suarez Visbal lo utilizó para aportar pruebas del impacto social de las estrategias circulares en Holanda, India y España. Con una muestra de más de 210 trabajadores encuestados, así como noventa directivos y expertos en los tres países, elaboraron un inventario de empleos circulares en el sector y su correspondiente base de género.
En España, pone de manifiesto con pocas excepciones que las empresas con estrategias circulares comparten características muy similares a la cadena de valor lineal, por ejemplo:
- En el alquiler la mayoría son mujeres jóvenes solteras, el 60% obtienen contratos indefinidos pero quienes alcanzan ingresos elevados experimentan un bajo nivel de seguridad laboral ya que el 100% de las empresas son start-ups.
- En la reventa existen plataformas y tiendas gestionadas por ONG. En las últimas, la mayor parte del personal son trabajadores a tiempo parcial, de corta duración y con un salario mínimo, como en el sector minorista tradicional. En las plataformas ofrecen salarios más altos pero benefician menos a las mujeres. Los voluntarios y becarios ocupan un lugar destacado por la presencia de ONG y start-ups.
- En la reparación las mujeres representan el 66% de los puestos de trabajo, pero son en su mayoría contratos a tiempo parcial cercanos al salario mínimo.
- En la remanufactura existe una brecha salarial de género que favorece a los hombres aunque la mayoría de operadoras de máquinas y costureras son mujeres.
- En el reciclaje, pese a que existe una presencia importante de ONG y empresas sociales, la calidad de los empleos es baja porque los ingresos también gravitan hacia el salario mínimo. Además, padecen una elevada informalidad y una continua afluencia de trabajadores ilegales.
En términos de igualdad de género e inclusión, la violencia, el acoso y la negociación colectiva son menores en la reventa, el alquiler y la remanufactura.
Una transición circular inclusiva en el sector
Los resultados muestran la necesidad de una transición sectorial justa e inclusiva a la economía circular: “Con cambios legislativos, políticas que protejan y potencien la calidad de vida y laboral de las personas trabajadoras. Valorar el beneficio social y el impacto positivo del empleo de calidad en la comunidad, así como formar y capacitar para los trabajos que surgen ligados a la circularidad. Y campañas de sensibilización para consumidores y empresas que incidan en la urgencia de cambio de enfoque en el modelo productivo y de consumo”, opina Natalia Castellanos que ha formado parte del grupo de investigación español.
A juicio de las investigadoras, las empresas y los responsables políticos deberían trabajar conjuntamente para establecer una mayor ambición social, debido a las similitudes de las estrategias circulares con la cadena de valor lineal: desigualdad de género, incertidumbre en las condiciones laborales, etc. Al mismo tiempo, hay aspectos prometedores que pueden afianzarse y desarrollarse más.
Por todo ello, aconsejan a las compañías que adopten estrategias circulares, evaluar el impacto incluyendo consideraciones sociales y ambientales para ayudar a identificar los puntos conflictivos, las compensaciones, las brechas sociales y oportunidades de mejora de la calidad de vida de la mano de obra directa e indirecta.
También, apoyar la creación de comités de trabajadores que permitan expresar su opinión sobre las decisiones que les conciernen, revisar los contratos para garantizar que se respetan, aplicar las mismas condiciones económicas a hombres y mujeres para el mismo puesto y priorizar los contratos fijos de larga duración frente a los de corta duración con horarios muy fluctuantes.
Por otra parte, los gobiernos, agentes locales y comunitarios deberían colaborar en la transición a empleos que ofrezcan más seguridad para reducir la vulnerabilidad de los trabajadores informales. Sugieren desarrollar un mapeo de los grupos de interés para alinear y desarrollar colaboraciones con las partes interesadas directas e indirectas de las cadenas de valor: marcas, gobiernos, ONG, centros de formación, etc., para así abordar colectivamente los impactos socioambientales más urgentes, identificar necesidades comunes y desarrollar la formación conjunta de empleados, especialmente mujeres, en diseño circular, funcionamiento de máquinas, comunicación o tecnologías de la información, para así afrontar la automatización y los cambios en las demandas de empleo. En definitiva, una propuesta de cambio real, frente al lampedusiano cambio actual.