Cosméticos ‘Naturales’: el ‘eco-postureo’ está en alza en el sector de la belleza

El greenwashing y otros lavados se han apoderado de la industria cosmética debido a la falta de regulación en este sector

Por ROSA M. TRISTÁN

La cosmética mundial es un gigante imparable que mueve 423.000 millones de dólares al año, equivalente al PIB de países como Dinamarca o casi el doble que Portugal. Su base son decenas de miles de ingredientes, algunos de cuales causan importantes impactos ambientales y sociales y, en algunos casos, pueden incluso dañar la salud de las personas. Y, a pesar de que muchos de esos riesgos han salido a la luz, de momento no existe una normativa contundente. Los especialistas del sector denuncian que el llamado “greenwashing” en el sector de la cosmética funciona al alza, entre el desconocimiento de una sociedad que se enfrenta a unos productos con fórmulas indescifrables y el abuso de muchas marcas, que usan términos como “natural”, “bio” u “orgánico” sin ningún control. Y aunque algunos sellos de certificación tratan de poner orden un mundo que vende la prolongación de la belleza, no siempre es fácil.

Estamos en una perfumería de una cadena cualquiera. “¿Tienen cosmética ecológica?”. “Claro, venga aquí”, señala el camino la dependienta mientras nos dirige bajo un cartel que pone ‘Ecológica’. “Pero ¿dónde pone que lo sea? Esto es un componente derivado del petróleo y este aceite de palma ¿de dónde viene?”. “Mire, aquí pone que es natural, y además ‘zero waste’, que no está testado en animales”. Este diálogo, real, pone de manifiesto el caos que hay en un mercado que, según datos de la web Statista para 2030 duplicará la facturación global.

El aumento de los productos para el cuidado de la piel o el cabello no es ajeno a numerosos daños ambientales, que incluyen deforestación tropical, una importante huella de carbono en cada bote de crema, experimentación con animales en muchos países, contaminación con microplásticos, y un largo etcétera. Y también sociales: hay producción en condiciones laborales de explotación. Son impactos múltiples, según diversas investigaciones, frente a los cuales quienes tratan de hacerlo bien se encuentran con una absoluta desprotección. Hoy, ingredientes que la ciencia demuestra que son dañinos para la salud humana tardan años en ser eliminados legalmente. Lo mismo pasa con los microplásticos, que contienen infinidad de productos de belleza y que se han encontrado hasta en la placenta y el cerebro humano, pero que no se prohibirán totalmente hasta el 2035 en la avanzada Unión Europea. En otros continentes, ni siquiera se lo han planteado. 

A nivel ambiental, un informe reciente de la consultora europea Grand View Research calcula que solo la cosmética genera 120.000 millones de envases al año, casi todos de plásticos, de los cuales el 95% no se recicla. En países desarrollados como Gran Bretaña, el British Beauty Council estimaba en 2023 que se recicló apenas un 9%. A esos residuos, se añaden los mencionados microplásticos, visibles solo al microscopio, presentes en hasta un 87% de los productos puestos a la venta, como constató este mismo organismo tras analizar 7.000 cosméticos diferentes. 

Otro impacto medioambiental es la deforestación asociada al sector. Así, el 70% de los productos de belleza llevan aceite de palma o derivados, una materia prima que compite con bosques nativos tropicales en varios continentes. Según la ONG ambiental Earth.org el aceite de palma está detrás de la eliminación de bosques tropicales a un ritmo de 300 hectáreas la hora, especialmente en Indonesia y Malasia, pero también en Brasil o en zonas con tanto estrés hídrico como Guatemala. Por otro lado, varias de las plantas que se utilizan en las fórmulas también causan pérdida de bosques nativos. Por ejemplo, el 85% de la rosa mosqueta mundial, tan apreciada en la cosmética, procede de un único país, Chile, adonde llegó como especie ornamental europea en tiempos de la colonización y que se acabó convirtiendo en una invasora, imposible de erradicar, a la que se encontró un buen provecho. Los grandes incendios de 2017 en el país sudamericano -467.000 hectáreas de bosques calcinadas en fuegos provocados-, tuvieron lugar en gran parte en la zona de Biobio, que es donde más se cultivan estos arbustos que, según la Plataforma Intergubernamental de la Biodiversidad chilena, están causando estragos ambientales. Algunos dudan de que fueran casuales esos fuegos.

Impactos sociales

No es posible obviar, además, los impactos sociales. Hay componentes que se venden como naturales, en sustitución de otros sintéticos, pero que ocultan tras esa fachada un maltrato laboral que no suele salir a la luz. Es el caso de la mica, ingrediente muy utilizado para dar brillo en cosmética. Un extenso reportaje de la cadena NBC News (Estados Unidos) ha sacado a la luz recientemente cómo ese mineral se extrae en yacimientos del sur de Madagascar o en la India en condiciones de explotación infantil y casi esclavista. Para conseguir el preciado mineral a costo económico para las empresas demandantes, menores y mujeres, que son de menor tamaño que los hombres adultos, deben introducirse en pequeños pozos de hasta 15 metros de profundidad, cuyo aire resulta irrespirable. Se sabe que el 91% de esa producción de mica acaba en China, que es un gran productor y exportador a nivel global de cosmética. 

Pero no hace falta irse tan lejos para buscar los ingredientes. La realidad es que en España, también está en aumento el territorio dedicado a plantas aromáticas (lavanda, lavandín, jara, etcétera), cuyos cultivos ocupan ya 72.000 hectáreas. España es además un país líder mundial en romero y tomillo. Sin embargo, tampoco estos productos de ‘kilómetro cero’ están exentos de controversia: hay conflictos entre la patronal Stanpa (Asociación Nacional de Perfumería y Cosmética), que representa al 95% de la industria, y las organizaciones agrarias, que consideran que se les imponen unos precios que no les permiten subsistir, mientras que se importan plantas de lejanos orígenes, dejando detrás una gran huella de carbono.

Y luego algo fundamental: los daños en la salud. El listado de componentes prohibidos se tiene que actualizar al albur de los resultados de nuevas investigaciones, si bien para las personas especialistas del sector no es suficiente. En 2022 se prohibieron 23 de un plumazo, pero el goteo es continuo. La cuestión, apuntan, es que el control no es fácil. Más de 30.000 ingredientes aprobados en la UE dan idea de su variedad. No hay más que mirar esos nombres que vienen en los envases y que para la inmensa mayoría de los consumidores son impronunciables, cuando no ilegibles. 

El boom de la cosmética ecológica

Ante estas noticias, la cosmética ecológica, que iba creciendo lentamente, tras la pandemia de COVID-19 experimentó un ‘boom’ por el afán de cuidarse de la forma menos artificial posible, un deseo que no tardaron en detectar las grandes empresas: “Hoy no hay datos fiables de lo que se vende de auténtica cosmética natural y de la convencional. Pero son productos que absorbe nuestro cuerpo humano cuando los usamos y afectan a la salud como lo que se come, aunque cueste más entenderlo”, denuncia Montse Escutia, experta de la Asociación Vida Sana. “El problema está en el engaño. Las empresas pueden decir que algo es natural y que solo lo sea una mínima parte del total. El marketing utiliza una terminología que confunde”, continúa. Y como muestra el ejemplo de un champú sólido que pueden tener hasta un 95% de componentes ecológicos, pero en el otro 5% algo de óxido de etileno, que es muy contaminante y que pone en riesgo la salud según la EPA (la agencia americana del medicamento). ¿Alguien lo controla?

Visto este caos, en 2010, Vida Sana junto con la empresa Biocertificación, puso en marcha el sello BioVidaSana, una certificación que garantiza que se cumplen unas condiciones ambientales y sociales, ya visible en un centenar de marcas en España, y que está asociada al sello suizo Bio Inspecta. “Garantizamos que cumple unos requisitos de cultivos ecológicos, unos procesos de elaboración respetuosos y no contaminantes bajo estrictas inspecciones. La cuestión es que cuesta dinero y a las empresas les sale más barato poner petroquímicos que buscar materias primas adecuadas. Lo malo es que en la cadena de distribución no se distingue a estos productos certificados con un sistema independiente de otro que solamente pone en la etiqueta que es bio o natural o vegano sin control”, se queja Escutia. Si en alimentación se logró que hubiera un certificado ecológico único para toda la UE, en cosmética lo ve muy difícil. “Depende de muchas direcciones generales. Ni siquiera se aclaran con la definición de ‘natural’ porque no solo es cuidar los ingredientes sino más cosas. Y el lobby es muy fuerte”.

Nuria Alonso, responsable de Biocertificación, que lleva muchos años trabajando dentro y fuera de España en este mercado, hace hincapié en la escasa investigación que hay en torno al mundo de la belleza. “Ya no es solamente que cada año hay ingredientes que fueron aprobados y que pasan a la ‘lista roja’ por demostrarse que son tóxicos, sino que después de ser prohibidos se siguen vendiendo durante años”, comenta. El caso de los microplásticos es paradigmático: vetados en cosméticos en 2023, en realidad la medida no será efectiva hasta 2027 y solo para geles, jabones y champús. En 2025 se eliminarán de fragancias y cremas y aguantarán hasta 2035 en barras de labios, maquillajes, etcétera. También hay otra docena de nanocomponentes prohibidos en la UE en marzo de 2024, pero hasta finales del 2025 se podrán seguir importando y vendiendo. A eso se añade que cuando, por fin, la prohibición es definitiva se siguen vendiendo: en junio pasado se detectó que un producto con componentes que podía generar quemaduras y lesiones oculares se seguía distribuyendo dos años después de que se exigiera su retirada. 

Otros ingredientes químicos en los que ha puesto la mirada Greenpeace Italia, como recoge en un informe del 2023, son parabenos, plastificantes, el formaldehído, el BHA y el alquitrán de hulla, también muy comunes en la producción de cosméticos. 

Entre las últimas investigaciones publicadas sobre los efectos en el organismo están los trabajos publicados por el Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA-CSIC) que han encontrado hasta 11 nuevos compuestos químicos, como filtros ultravioleta de cremas solares y parabenos, en muestras de cordón umbilical tomadas a recién nacidos y han advertido de sus posibles efectos negativos y de la necesidad de un mayor seguimiento y regulación. En un 17 %  de las muestras encontraron un filtro de rayos ultravioleta (UV) llamado benzofenona-3 (oxibenzona), el más utilizado a escala mundial para la protección solar, que ya está prohibido en algunos países porque es un disruptor endocrino que afecta a la reproducción y aumenta el riesgo de sufrir endometriosis, infertilidad y problemas durante la gestación y el parto. En otro 15% había el filtro avobenzona, también habitual en cremas solares y otras lociones corporales. Penetra, según creen, a través de la piel.

Mención aparte precisa el triclosán, un conservante antibacteriano cuyo uso ha sido prohibido a nivel comunitario para cremas corporales por sus daños a la salud, pero que sí se utiliza en dentífricos, jabones, geles, desodorantes e incluso enjuagues bucales. Su retirada total es una petición constante desde hace 10 años por parte de organizaciones de consumidores y ambientalistas porque es otro disruptor endocrino y podría generar resistencias a antibióticos. Desde el Comité Científico de Seguridad de los Consumidores (CCSC) europeo se indica que no hay pruebas de ello, pero tampoco información suficiente para descartar esa posibilidad. Alonso recuerda que “hay ingredientes que en su dosis en una crema pueden no ser dañinos pero que son acumulativos en el tiempo y, además, las personas pueden usar hasta 10 productos al día, entre cremas de cara, jabones, dentífricos, etcétera, cada uno con diferentes compuestos químicos, un cóctel del que no sabemos qué consecuencias tiene porque no se investiga en su conjunto, sino cada uno por un lado”. 

Basta preguntar en cualquier comercio para comprobar el nivel de desinformación que cunde entre las personas consumidoras, incluso aquellas personas que buscan aquello que parece sano y ‘sostenible’: “Yo no entiendo nada de lo que pone en las etiquetas”, reconoce una clienta de una perfumería del centro de Madrid ante un estante lleno de cajitas en verde con muchos reclamos sobre sus ventajas para la protección de los corales, los mares y, por supuesto, en las que destacan los componentes naturales. 

Hay una empresa conocida que tiene un producto certificado como ecológico y otro con un envase muy similar que no lo está. Ambos están juntos. “Es algo común. Las empresas usan ese reclamo hasta el punto de que ni las tiendas de productos ecológicos tienen idea de lo que venden”. 

Tal es el caos que en 2024 la UE aprobó un reglamento que incluye una serie de medidas contra el “lavado verde” o ‘greenwashing’ explotado por el márketing. No sólo quiere acabar con la información engañosa, la “eco-impostura”, sino evitar que se anuncien “beneficios irrelevantes” sin relación alguna con lo que se vende. La confusión aumenta porque, a falta de un certificado ecológico unificado y oficial en toda la UE como existe para la alimentación, que sirva de garantía, hay algunas empresas que incluso han creado sus propios certificados, convirtiéndose en juez y parte. “Ponen unos sellos que, en el fondo, son auténticos chiringuitos; no hay un organismo acreditado independiente detrás ni se sabe qué inspecciones se hacen”, acusa Montserrat Escutia. Entre los que sí  son de fiar está la certificación de COSMOS (con dos categorías: Natural y Organic), creada por varias entidades certificadoras de la cosmética, y NATRUE, de origen alemán y la más utilizada por marcas convencionales que ponen en marcha una línea ecológica. “La solución pasa por aprender a identificar esos sellos en los productos, pero es algo que no interesa a las empresas por el coste y les viene bien que la gente se conforme con una pseudojustificación como que el envase no genera basura”, añade.

Entre las empresas que sufren este caos, pequeñas empresas como la productora Amapola Biocosmetic o la distribuidora La Rueda Natural, que llevan muchos años promoviendo la cosmética ecológica auténtica. “En Amapola llevamos 20 años y tenemos ya 20 productos y sí vemos una evolución de la demanda, pero nos falta una regulación que no confunda a los concienciados, porque ahora tienen que hacer una investigación y eso no puede ser. La legislación va por detrás de las necesidades”, apunta su fundadora y propietaria, Ana Isabel de Andrés.

María Quiroga, de La Rueda Natural, que lleva décadas comercializando cosmética ecológica, es igual de contundente: “Hay que tener claro que un producto realmente ecológico lo debe ser en su totalidad, que no basta que lleve aceite de argán que lo sea y el resto no porque, al final, lo pueden utilizar personas con cáncer, embarazadas o bebés. ¿Es bueno porque es vegano al no llevar miel y si químicos del petróleo o porque el cartón de la caja es cartón certificado?”, asegura Quiroga. “La cuestión es ser sostenible en toda la cadena de producción y es un paso pendiente porque es un sector económico poderoso pero hay que seguir avanzando en ese camino porque en ello nos va la salud nuestra y del planeta”, concluye la experta.

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