La gentrificación de las ciudades verdes

Muchas de las ciudades que más invierten en sostenibilidad sufren un proceso de gentrificación no deseado. Un fenómeno al alza que afecta a las capas más desfavorecidas de la población. Influyen múltiples factores, pero la iniciativa privada, campando a sus anchas, y la falta de regulación por parte de las Administraciones parecen ser decisivas.

Por Raquel Torija

Imagen: Daniel Bartolomé/ Ayuntamiento de Barcelona

Resulta irónico, pero se trata de un fenómeno real. Muchas de las ciudades que apuestan por la remodelación de espacios urbanos para hacer de ellos lugares más habitables y respetuosos con el entorno natural, que tratan de mejorar la vida de las personas y hacer frente al cambio climático, acaban por desplazar a la población que los habita en favor de quienes ostentan una mayor capacidad adquisitiva. Es lo que en Norteamérica se denomina eco-gentrification o éco-embourgeoisement, y que en España conocemos como gentrificación verde, un proceso de transformación urbana que amenaza con aumentar y que favorece la exclusión de los colectivos más vulnerables.

El fenómeno, aunque viene de lejos, ha tomado relevancia en los últimos diez años y muy especialmente tras la pandemia, cuando las ciudades, principalmente las europeas, se han visto expuestas a bruscos procesos de gentrificación y a la presión sin precedentes del turismo masivo. 

Un problema de base

La historiadora y escritora Jeanne Haffner publicaba ya en 2015 un artículo en The Guardian que llevaba por título “The dangers of eco-gentrification: what’s the best way to make a city greener?” En el mismo, planteaba las consecuencias derivadas de ciertos proyectos de pacificación urbana tomando como ejemplo la famosa High Line de la ciudad de Nueva York, en EEUU. En Quebec, en 2023, el Institut National de Santé Publique editaba una guía (Verdissement urbain et embourgeoisement: guide à l’intention des municipalités pour promouvoir un verdissement équitable) para promover, entre los municipios, una renaturalizacion justa, consciente de los impactos no deseados que este tipo de soluciones están acarreando.

En nuestro país, una de las ciudades donde más se han dejado sentir los efectos colaterales de la gentrificación verde ha sido Barcelona. La urbe, que destaca por el desarrollo de soluciones inteligentes para la reducción de las emisiones de CO2, por ejemplo, a través de la gestión eficiente del tráfico rodado, ha desarrollado, sin embargo, problemas de cohesión y equidad social en sus proyectos más ambiciosos al respecto, como las populares y polémicas Superilles. “¿Por qué en Barcelona se genera gentrificación con estas intervenciones? Porque ya tenemos una gentrificación de base”, señala Sònia Hernández-Montaño Bou. Esta arquitecta especializada en bioconstrucción recuerda que, a la hora de proyectar esos espacios, “intervienen otras áreas de conocimiento que no son propiamente del urbanismo pero que sí están intrínsecas, como ocurre con el apoyo indiscriminado al turismo como una fuente de riqueza”.

Para Hdez-Montaño Bou, existen dos aspectos clave a tener en cuenta en dichos procesos de pacificación del espacio público e implementación de zonas verdes: por un lado, el haberlos abordado desde un urbanismo táctico, como ocurrió con la primera Superilla, “una intervención que es muy ágil pero no suficientemente madura como para evaluar todas las acciones y las consecuencias que pueden arrastrarse”; por otro lado, la presión de la iniciativa privada. “Hay depredadores inmobiliarios que van buscando edificios en los que intervenir y eso también apoya la gentrificación; estas zonas verdes hacen que aumente el valor inmobiliario porque se revaloriza el entorno y eso genera un atractivo para las inversiones privadas que hace que los vecinos se acaben yendo; esas intervenciones, que en un principio eran para mejorar su calidad de vida, consiguen que no puedan sostenerla; se tiene que trabajar mucho más la equidad”, sostiene la arquitecta catalana, para quien, dichas intervenciones, tan agresivas, suponen además una pérdida cultural.

De estas dinámicas inmobiliarias, como de la falta de regulación por parte de las Administraciones públicas al respecto, también se hace eco Nerea Morán, doctora arquitecta por la Universidad Politécnica de Madrid involucrada en diversos proyectos y redes de investigación sobre rehabilitación integrada de barrios, urbanismo sostenible y resiliencia urbana: “Al final, la gentrificación es una cuestión muy complicada, hay ejemplos en los que claramente ha subido el precio de las viviendas y existe una expulsión de población a partir de estas mejoras, como en ciertas zonas de Madrid Río o en Barcelona, pero no es algo que se pueda achacar únicamente a que haya mejoras en el espacio público, son procesos complejos que tienen que ver sobre todo con dinámicas inmobiliarias y con una falta de regulación; poner el foco en esta mejora, en hacer la ciudad más verde, más natural, etc., puede desviar un poco el tema o eludir esa complejidad que existe en otro tipo de dinámicas que están acompañando”.

Para Morán, resulta evidente que cualquier ciudadano o ciudadana desee vivir en una zona verde, “porque es mejor y porque culturalmente está asumido”. La cuestión, señala, “es quién se lo puede permitir y si la normativa urbanística y los ayuntamientos y las reglamentaciones están favoreciendo un equilibrio y una regeneración en cualquier tipo de barrio que no suponga un aumento de precios o un desembarco de ciertos agentes que vayan a aprovechar esta situación”. De hecho, muchas de las actuaciones de pacificación impulsadas se centran en zonas favorecidas, con enormes posibilidades de crecimiento y de inversión. “El reequilibrio territorial también consiste en actuar sobre los espacios que más lo necesitan y que peores condiciones tienen, ahí debería ponerse el esfuerzo de regeneración de las políticas municipales”, incide esta investigadora. 

La paradoja, a examen

Son varios los estudios que han abordado estrategias de renaturalización en múltiples ciudades con el fin de analizar sus impactos y comprobar si realmente esas actuaciones verdes acaban por perpetuar las desigualdades. Uno de ellos es el publicado en Nature Communication en 2022 fruto de la investigación liderada por Isabelle Anguelovski, bajo el título “Green gentrification en European and North American cities”. Sus conclusiones avalan esta hipótesis al mostrar “una fuerte relación positiva y relevante durante al menos una década” entre la ecologización llevada a cabo en los 90 y los 2000 y la gentrificación acaecida entre los años 2000 y 2016, al menos en 17 de las 28 ciudades de Europa y Norteamérica examinadas.

El estudio muestra que la gentrificación verde es más habitual en las ciudades de EEUU o Canadá respecto a las europeas. Allí, la exclusión no solo física sino sociocultural cobra mayor relevancia, pues estos barrios sufren una modificación que afecta al coste de la vivienda y a los hábitos de vida. Una de las razones podría ser la ausencia de medidas protectoras impulsadas desde las Administraciones, algo que sí suele existir en ciudades de Europa.

Las urbes españolas analizadas por el equipo de Isabelle Anguelovski han sido Barcelona y Valencia, con resultados desiguales. Según el estudio, la primera ha experimentado un proceso de gentrificación verde más reciente, como Copenhague (Dinamarca) o Nantes (Francia) donde han sido frecuentes iniciativas de ecologización y habitabilidad con capacidad de respuesta al clima al tiempo que disminuían las herramientas y políticas de protección social y accesibilidad a la vivienda. La ciudad de Barcelona, por ejemplo, presenta un proceso de gentrificación verde integrada, es decir, como parte de una estrategia de reurbanización ligada al crecimiento económico, en lugar de adoptar un enfoque “menos visible, a pequeña escala y orientado a la comunidad”. En Valencia, sin embargo, la gentrificación no se ha vinculado tanto a fórmulas de pacificación como a programas de regeneración y a la llegada de la alta velocidad, fruto de grandes intervenciones llevadas a cabo en época de bonanza económica. 

El estudio de Anguelovski señala que este tipo de gentrificación verde responde, en muchos casos, al enfoque que adoptan las soluciones de sostenibilidad urbana, “que ponen iniciativas aparentemente centradas en mejoras ecológicas y de salud pública al servicio de las agendas de crecimiento económico”, lo cual propicia un cambio en la imagen de las ciudades “como áreas verdes y habitables maduras para la inversión”.

Algunas soluciones

“La construcción ecológica aún no ha demostrado ser una solución para las masas”, podemos leer a propósito de este tema en Green Neighbourhoods and Eco-gentrification: A Tale of Two Countries, donde Elise Machline, David Pearlmutter, Moshe Schwartz y Pierre Pech profundizan sobre las prácticas de construcción ecológica francesas e israelíes. Una de las conclusiones es que, en el segundo caso, las dinámicas reflejan que “el sector privado se ha vuelto cada vez más dominante en el campo de la construcción residencial, después de un proceso de décadas en el que el estado de bienestar se ha reducido y el gobierno se ha distanciado de los grandes programas sociales”. En Francia, sin embargo, se han tomado medidas como exigir la inclusión de viviendas sociales dentro de los barrios ecológicos para promover una mezcla social. Una vez más, la solución, al menos en parte, pasa por apelar a la responsabilidad de las instituciones.

“En el momento que nos encontramos, de crisis climática, es un derecho y una necesidad el poder encontrar en proximidad espacios renaturalizados”, explica Nerea Morán, quien cree conveniente avanzar en los procesos de control del acceso a la vivienda y en otras muchas cuestiones que tienen que ver con la calidad de vida urbana a través de una política integral y transversal: “Lo que hace falta es una renaturalizacion profunda de las ciudades, que no es solamente la zona verde, es pensar en cómo gestionar el agua, cómo gestionar la calidad del aire, cómo favorecer los microclimas más locales…, cómo diseñar el espacio público de manera que contribuya a una mejor calidad ambiental”. 

DESTACADO: La clave reside en perseguir un horizonte de ciudades no solo menos contaminantes y más sostenibles, sino más inclusivas y socialmente justas. Porque de lo segundo depende lo primero.

Esta regeneración urbana integral tiene que ver con distintas dimensiones como son la vivienda, el empleo, los equipamientos, las zonas libres, la calidad ambiental del espacio público y la vida cotidiana. Dicho de otro modo, “una visión de la ciudad compleja y regular de lo que está ocurriendo y no dejarlo a merced del mercado únicamente”, tal y como apunta Morán: “Los ayuntamientos tienen herramientas y tienen capacidad para hacerlo”.

Algo con lo que está de acuerdo Hdez-Montaño Bou: “Existe la evidencia de cómo se puede hacer y no existen dificultades desde el punto de vista técnico, aunque a veces se desvirtúan por motivos ajenos”. La arquitecta enumera algunas de las medidas que deberían acompañar esas intervenciones, que coinciden con aquellas que citan los estudios y decálogos de buenas prácticas al respecto: una política de vivienda asequible para proteger a residentes de bajos ingresos, el control de los alquileres en esas zonas y en las adyacentes para garantizar que no sean desplazados o el aumento de los modelos de participación activa y de vivienda cooperativa o colectiva que impulsan, por un lado, la cohesión social y, por otro, evitan la especulación inmobiliaria. “En el momento en que (las instituciones públicas) se alían a intereses inmobiliarios pues ya estamos perdidas, pero si los procesos de renaturalización fueran de la mano de políticas de regeneración urbana más integrales estaríamos asistiendo a procesos que son distintos”, opina también Morán.

El incremento del turismo, las dinámicas del mercado residencial…, son factores que ponen en peligro las actuaciones para la mejora del espacio público y el derecho de la ciudadanía a disfrutar de barrios saludables y justos. Crece así la necesidad de una gestión que garantice la equidad, la inclusión y que promueva la gobernanza. En definitiva, que evite que las decisiones políticas y los planeamientos urbanos incrementen las desigualdades a propósito de la pacificación y la renaturalización de las ciudades. 

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