Eutimio Cuesta ha visto desaparecer poco a poco la remolacha que solía crecer en los alrededores de Villalbarba, un pequeño municipio de la provincia de Valladolid. «Cuando llegue la reforma no sé si habrá algo de remolacha aquí. Yo ya me he planteado dejar de plantar la mitad para la siguiente campaña, pero quien abandona la remolacha no la vuelve a coger», asegura el agricultor que ha plantado la dulce raíz durante más de 25 años.
La reforma de la que habla Cuesta es la liberalización del todavía muy protegido sector azucarero en Europa, que se está debatiendo ahora en las instancias de la Unión Europea. El Viejo Continente es uno de los principales consumidores de azúcar del mundo y la posibilidad de un cambio en las reglas ha desatado una guerra entre industrias, agricultores y países productores, que tienen intereses irreconciliables.
La Organización Mundial del Comercio ha condenado a la UE por sus prácticas en el mercado del azúcar
Durante décadas, la Unión Europea fue acusada ‘dumping’, esto es, de vender en el mercado internacional por debajo del coste de producción. Bruselas ha protegido desde los años 60 al sector remolachero con altos precios garantizados al agricultor y cuotas que hacían muy atractiva la producción de azúcar. Esto provocaba un gran excedente en Europa que luego se exportaba, a un precio muy inferior del internacional, gracias a lo que organizaciones internacionales y otros países productores llamaron una «subvención cruzada», sustentada en el propio consumidor europeo que pagaba un precio tres veces más caro por el azúcar. Los principales perjudicados eran los países en desarrollo, cuya producción de azúcar depende principalmente de la caña.
Tras una denuncia presentada por Tailandia, Australia y Brasil en 2005, la Organización Mundial del Comercio condenó a la UE por sus prácticas en el mercado del azúcar y le instó a liberalizar el sector. Bruselas accedió a abrir el mercado, pero en varias etapas. En la primera, que debía llegar hasta 2015, se ha reducido la producción de remolacha a la mitad y se ha rebajado el precio mínimo garantizado de compra de la remolacha. A cambio, se ofrecieron compensaciones a agricultores e industria para adaptarse a la futura apertura total.
Europa quiere ahora prolongar esta situación hasta el año 2020. El Parlamento Europeo ya ha votado a favor de mantener las cuotas y se espera que la Comisión Europea y el Consejo aprueben definitivamente la medida el próximo mes de junio. Los defensores de las cuotas aseguran que sin las ayudas de la Unión Europea el sector remolachero morirá en la mayor parte del continente. Del otro lado, sus detractores afirman que la liberalización permitirá que baje el precio interno y potenciará otros empleos relacionados, como el refinamiento de caña de azúcar que ha crecido durante los últimos años en Europa.
Una industria dividida
La primera fase de la reforma convirtió a Europa en uno de los principales importadores mundiales de azúcar. Con más actores, la propia industria está ahora dividida entre los productores de remolacha, partidarios de mantener las cuotas, y los de caña de azúcar, que quieren una apertura del mercado para poder refinar en Europa con total libertad. Se añade además una industria paralela, la de los alimentos preparados, que utiliza grandes cantidades de azúcar y que es también partidaria de abrir las fronteras.
«La ventaja que había con la remolacha es que nunca había impagos. Antes era rentable para todos»
En medio de esta guerra, están los agricultores y trabajadores de medio mundo que sufren las indecisiones del sector. En Europa, la primera fase de la apertura ha supuesto la pérdida de entre 6.000 y 10.000 puestos de trabajo hasta diciembre de 2011, principalmente por el cierre de fábricas, según un informe de la Comisión Europea. Los agricultores, por su parte, simplemente han cambiado de cultivo. «La ventaja que había con la remolacha es que nunca había impagos. Antes era rentable para todos, para el agricultor y para la industria. Pero ahora mismo, a los precios que están los cereales, éstos son mucho más rentables», asegura Eutimio Cuesta.
Las organizaciones sindicales aseguran, además, que la apertura en Europa no ha mejorado las condiciones en otros puntos del planeta, a pesar de que el precio del azúcar sí que ha aumentado. «En muchos sitios se han creado puestos de trabajo, pero no son decentes», asegura Jorge Chullén, analista de Unión Internacional de Trabajadores de la Alimentación (UITA), quien pone como ejemplo principalmente los países africanos. Además, la reforma ha ido de la mano de acuerdos preferenciales con los países en desarrollo, como el ‘Evertyhing but arms’ (Todo menos armas), acusado de promover expropiaciones y violaciones de derechos humanos por parte de la industria azucarera en países como Camboya.
Por primera vez desde la época del colonialismo, el mercado mundial del azúcar ha dejado de estar controlado por Europa. Brasil es ahora el primer productor y exportador de azúcar del mundo y son sus propias empresas, y no las europeas, las que marcan las reglas. La entrada de los bioetanoles ha complicado más aún el panorama. «Los biocombustibles han cambiado la manera de estructurar el precio azucarero», afirma Chullén. Ahora, los que tienen la infraestructura para fabricar la «gasolina verde» tienen un buen precio asegurado, pero aquellos menos poderosos dependen de los intereses de los grandes.
Este artículo fue publicado originalmente en elmundo.es como parte de la campaña «Por un azúcar menos amargo» por el que estamos recaudando financiación para escribir el libro «Amarga Dulzura» sobre la industria del azúcar. Más información sobre cómo convertirse en mecenas.