Los países del Norte consumen unos 30 kilos de azúcar por persona y año; los países del Sur producen buena parte de la caña que proporcionó el 80% de los 168 millones de toneladas de azúcar que se consumió en el mundo en 2011. Pero, antes de llegar a nuestras mesas, el azúcar pasa por una compleja cadena de producción que, en un contexto global, no es fácil de trazar. Y deja a su paso un reguero de consecuencias sociales y ambientales en las que los perdedores son siempre los mismos: las poblaciones más vulnerables de los países del Sur.
Los cañaverales son el punto de partida de esa cadena. La planta, originaria de Asia y llevada a América Latina por Cristóbal Colón, fue una pieza fundamental en la economía colonialista de los siglos XVI y XVII. A día de hoy, 200 años después de la abolición formal de la esclavitud, siguen siendo ejércitos de hambrientos los que cortan la caña, a golpe de machete, en las plantaciones de Riberao Preto o Bahia, en Brasil.
Cortar caña tiene fama de ser uno de los trabajos más duros que existen; sin embargo, la industria azucarera nunca acometió en Brasil el proceso de mecanización que lleva anunciando desde los años 70. No le resulta rentable: paga unos 300 dólares mensuales a obreros que trabajan al peso, con jornadas de trabajo de 12 y 14 horas y en penosas situaciones de higiene y seguridad. Muchos trabajadores consumen drogas como crack y marihuana para sobrellevar sus jornadas.
La situación se repite en los cañaverales de medio mundo. «El trabajo es muy duro: apenas puedo hacerlo más de tres días seguidos», asegura el camboyano Chea Cheat, un robusto hombre de 38 años que gana unos cinco dólares diarios si trabaja más de 12 horas a pleno rendimiento. Chea Cheat asegura que en las plantaciones trabajan niños de diez años que ayudan a sus familias a completar el sueldo mensual.
Además, el avance del monocultivo exportador de caña lleva aparejado el avance del latifundio y el desalojo de comunidades indígenas y campesinas. La FAO ha denunciado que se está produciendo un proceso de acaparamiento de tierras en Argentina y Brasil debido al avance, sobre todo, de la soja y la caña. En la otra esquina del mundo, Camboya vive desde hace unos años una ola de expropiaciones que afecta ya al 22% de la tierra y unas 400.000 familias. Se calcula que 4.000 de esas familias han perdido sus tierras y sus casas debido al avance del sector azucarero.
La tierra exhausta
También la tierra sufre. El monocultivo extensivo empobrece la población microbiana, el contenido en micronutrientes y la capacidad para retener agua del suelo. Ello ha llevado a la degradación de la tierra de regiones otrora muy fértiles, como el Nordeste brasileño o Cuba, donde el cultivo intensivo de caña durante generaciones ha dejado a la isla al borde de la desertificación: el 70% de la tierra ha sufrido una progresiva pérdida de nutrientes.
Pernambuco, al nordeste brasileño, apenas conserva un 2,5% de sus bosques originarios. Fue en tiempos coloniales el epicentro del emporio azucarero; hoy es uno de los estados más pobres de Brasil. Y, al calor del auge de los biocombustibles -más de la mitad de los cañaverales brasileños se destinan a la producción de etanol-, la caña avanza sobre el Cerrado brasileño, una región del interior que se compara en biodiversidad a la Amazonia. Los ecologistas alertan de que, para 2030, esa región podría estar tan devastada como lo está hoy Pernambuco.
Riesgos transgénicos
Con todo, el mayor peligro es ahora en que la caña transgénica lleve a los cañaverales los agrotóxicos que ya han sembrado la polémica en los cultivos de soja del Cono Sur por sus innegables consecuencias sobre la salud y el medio ambiente. La remolacha transgénica ya se comercializa, pero no la caña, que aún se encuentra en fase de investigación.
En 2007, Monsanto y el Grupo Votorantim anunciaron en Brasil una asociación para producir variedades transgénicas de la planta, al tiempo que avanza el ‘lobby’ para la liberación de los OGM (organismos genéticamente modificados) en el país. Monsanto espera tener su variedad de caña de azúcar resistente a los pesticidas hacia 2015. El riesgo: que la caña siga el camino de la soja transgénica, multiplicando los problemas de contaminación, agrotóxicos, aumento de la concentración de la propiedad de la tierra y desalojo de comunidades campesinas.
Este artículo fue publicado originalmente en elmundo.es como parte de la campaña «Por un azúcar menos amargo» por el que estamos recaudando financiación para escribir el libro «Amarga Dulzura» sobre la industria del azúcar. Más información sobre cómo convertirse en mecenas.