En el tiempo de los mayores
ningún hombre, ninguna mujer de origen africano
nacido/a en esta región del Pacífico
quería ver desnuda a la madre tierra.
Por eso, generación tras generación
asumimos el compromiso de cuidar el monte
que viste a la montaña madre, porque
su desnudez era nuestra vergüenza
(Abuelo Zenon)
Texto: Nazaret Castro. Fotos: Jheisson A. López
Al otro lado de la raya, como llaman las comunidades locales a la huidiza frontera entre Colombia y Ecuador, el bosque tropical y los manglares de la Biorregión del Chocó se prodigan con la misma exuberancia en la provincia de Esmeraldas, una de las más ricas en biodiversidad, y pobre en monedas, del país que preside Rafael Correa desde 2007. Como en Colombia, la palma aceitera se perfila aquí como el cultivo capaz de liderar el modelo del agronegocio; en 2011, Ecuador era ya el segundo productor en el continente americano, con un 15% de la producción -Colombia representaba el 31% y Honduras, el 11%-, según la consultora Oil World. La palma ha crecido al ritmo de entre un 5 y un 10% anual en la última década, afirma la Asociación Nacional de Cultivadores de Palma de Aceite (Ancupa).[1] Como en Colombia, el gremio palmero promueve la certificación de la palma sostenible de la RSPO, cuyo objetivo sería, para la Ancupa, “promover el crecimiento y uso de aceite de palma sostenible mediante la cooperación y diálogo abierto de todos los actores dentro de la cadena de suministro”. Empresarios e inversores del sector aseguran que la palma lleva progreso, empleo, desarrollo, inclusión; pero, también como en Colombia, esos discursos contrastan con las realidades que se palpan en el terreno.
“La expansión de palma fue facilitada por los incentivos del gobierno”, explica Nathalia Bonilla, activista de la organización Acción Ecológica, y se refiere a un decreto de 2002 del ex presidente Gustavo Noboa, que cambió el estatus de tierras de bosque protegido a zonas agrícolas sustentables, contribuyendo así a la expansión de la frontera agrícola. A día de hoy, el gobierno de Rafael Correa mantiene incentivos, a través de programas con fondos de la Corporación Financiera Nacional y del Ministerio de Agricultura; también la Unión Europea promociona el sector, al que se atribuye la virtud de ser un “cultivo flexible”, esto es, apto para diversos usos: el alimentario, las industrias cosméticas y el agrocombustible.
Según datos de 2009 de la Fundación de Fomento de Exportaciones de Aceite de Palma y sus Derivados de Origen Nacional (Fedapal), en ese momento había en Ecuador 240.000 hectáreas sembradas de palma y trabajadas por 6.000 productores; de ellos, según la Ancupa, el 85% son pequeños productores con menos de 50 hectáreas de cultivo, pero el 15% restante, los grandes productores, posee el 48% de la tierra y, sobre todo, las empresas extractoras son las que controlan el mercado y la formación de precios. Para 2019, la Fedapal prevé que la palma ocupe 408.000 hectáreas; pareciera una expectativa optimista si pensamos que, desde 2004, la palma ha crecido a un ritmo del 20% anual.
«La palma avanzó, con una asociación entre empresarios palmeros y madereros: primero bajan el bosque y, con la ganancia de la madera, ponen la plantación; todo ello lo hacen sin apenas control de los riesgos ambientales: se contaminan los ríos y el aire con el arsenal de químicos que necesita la palma”, explica Nathalia Bonilla. Tampoco considera el Gobierno, al promocionar la palma aceitera, en qué condiciones quedarán esas tierras: “La palma necesita muchos nutrientes; el suelo queda destruido, difícilmente se puede plantar después ninguna otra cosa”. Pasados los 25 o 30 años que permanece productiva la planta, los campesinos han perdido la riqueza de su suelo y han visto cómo se contaminaban sus fuentes hídricas, al tiempo que han perdido autonomía, porque lo que antes podían vender por sí mismos a los consumidores, ahora sólo tiene un comprador posible: la empresa palmera a la que pertenece la planta procesadora. Eso, por no hablar de la cantidad de fertilizantes y pesticidas que requiere la palmicultura: “El monocultivo no se da naturalmente: por eso llegan todas las plagas”, resume Nathalia. Y en Esmeraldas, como en el resto del corredor Pacífico, la pudrición del cogollo (PC) llegó arrasando con todo. El ingeniero agrónomo Víctor Arroyo nos dará su versión con exquisita simpleza: “La naturaleza es sabia: sabe que la palmicultura es lesiva, y se protege”.
La palma está presente en el suelo ecuatoriano desde los años 60, pero fue en los 90, de la mano del auge de los agrocombustibles, cuando se expandió por rapidez por la provincia de Esmeraldas, en la costa Pacífica, al norte del país. La provincia, con unos 400 mil habitantes, está dividida en ocho cantones: fue en los que están más al sur, sobre todo en Quinindé, donde antes llegó la palma, y a día de hoy ya está consolidada. Los territorios que recorremos son los que se encuentran más al norte, más cerca de la frontera con Colombia: Eloy Alfaro y San Lorenzo; ambos, con un 80% de población negra. No es cualquier frontera la que separa Colombia y Ecuador: el corredor del Pacífico comparte a ambos lados de la raya una larga historia común de abandono estatal y una puja de intereses: las de las empresas del agronegocio -ayer bananeras, hoy palmeras- frente al proceso organizativo de las comunidades afrodescendientes, que reclamaban su autonomía y la propiedad colectiva de sus tierras ancestrales.
La palma en Esmeraldas: ¿oportunidad o despojo?
Víctor Arroyo es ingeniero agrónomo pero, al contrario que la mayor parte de los formados en esa disciplina, critica con convicción el modelo de desarrollo que lleva la palma a sus territorios ancestrales. Él nos explica lo que nos enunciarían con vehemencia en Colombia: “No decimos palma africana; preferimos llamarla palma aceitera, porque queremos desasociar África de esta planta que ha traído el despojo a nuestros territorios”. Víctor investigó en profundidad el caso de la comuna Río de Santiago, donde, irregularidades mediante, la palma entró haciéndose un hueco entre las expropiaciones a los campesinos y la deforestación de la selva. “Según la Ley de Comunas, las tierras son indivisibles e inalienables, pero los palmeros emplearon una argucia legal: llamaron a juicio a quienes fundaron la comuna a fines del siglo XIX, que obviamente estaban muertos”. Sorprende una argucia tan burda: ¿hubo connivencia de la justicia, entonces? “Es que aquí el Estado no existe. El Estado ecuatoriano nunca se ha acordado del norte de Esmeraldas”.
En Ecuador, es verdad, las formas de represión no han sido tan brutalmente violentas como en su vecino del norte; pero eso comenzó a cambiar en los últimos años. Un primer giro se produjo en el año 2000, cuando Ecuador renunció al sucre y dolarizó su economía: con ello, la inversión extranjera se volvió más atractiva, también para lavar capitales. El investigador Iván Roa ha demostrado la “consolidación de grupos armados ilegales colombianos y sicariales ecuatorianos, que vieron en la región una forma de establecer economías ilegales y ejercer el narcotráfico”, como señala Roa en su tesis El desborde de la violencia: raza, capital y grupos armados en la expansión transnacional de la palma aceitera en Nariño y Esmeraldas. Lo que plantea Roa es que, a ambos lados de la frontera, la palma se expandió a través de la violencia de grupos armados ilegales que impusieron una “economía de la palma” basada en un “patrón racial de poder”: en su opinión, “el capitalismo sigue reproduciendo una jerarquía racial de explotación a través de la palma aceitera”.
El mismo régimen de acumulación de capital, con base en el monocultivo de palma, intenso en capital y no en trabajo, se impone a lo largo de todo el corredor Pacífico de la Biorregión del Chocó. Sea en ausencia o connivencia del Estado, la palma supone, dice Roa, el “acomodo geopolítico de estos territorios a un modelo extractivista”. Como señala un campesino de la región: “El pueblo afro que antes era el dueño de todo este territorio, ha sido reducido en pueblos, y vive y hace sólo lo que le dice la palmera” (en Roa, 2012: 72). La confinación en pequeños territorios, por todas partes rodeados del monocultivo palmero, ha sido aquí, como al otro lado de la raya, una táctica para hacer a los campesinos desistir de optar por otras formas de vida. Por donde pasa la palma, sólo puede haber palma. Ni otras especies vegetales o animales, ni tampoco otras formas de vida ni de organización económica diferentes de las que impone el agronegocio a fuerza de amenazas: “Se obligaba a los propietarios a vender la tierra bajo amenazas y hostigamiento, con grandes dosis de violencia”, cuenta Víctor. Lo documenta Roa en su investigación: “O vendes la tierra, o lo negociaremos con la viuda”, les decían a los campesinos.
Roa concluye que los primeros paramilitares se hicieron visibles en el año 2000 en Esmeraldas, si bien su presencia aumentó en 2007, meses después de la supuesta desmovilización de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). En realidad, como prueban numerosas investigaciones académicas y de ONGs, los paramilitares no se desmovilizaron, sino que se reorganizaron y formaron bandas criminales (bacrim). El lavado de dinero, la palma, el control del narcotráfico y el contrabando de gasolina fueron incentivos más que suficientes para que algunas de los grupos armados establecidos en Nariño, como Águilas Negras y Los Rastrojos, se pasaran al otro lado de la raya. Los vecinos de las comunas de San Lorenzo nos hablarán después de ese cambio de clima: “Antes nos conocíamos todos, pero ahora ha comenzado a llegar gente de fuera, y no sólo llega gente buena”, narra Melania, y cuenta cómo fue asaltada sexualmente una noche, a pocos pasos de su casa, por uno de esos extraños.
Unos años después de su llegada, asegura Roa, los paramilitares habían consolidado su control territorial; después fueron cediendo poder ante los sicarios ecuatorianos. A día de hoy, los capitales legales e ilegales se confunden: a micrófono cerrado, algunos de los expertos consultados por esta reportera afirman que muchas de las empresas palmeras ecuatorianas, oficialmente de capital nacional mayoritario, se constituyeron en realidad con capitales colombianos de dudosa legalidad. En el camino de la consolidación de ese siniestro modelo de control territorial, han silenciado las resistencias. Bien lo sabe Juan García: los Águilas Negras asesinaron a su hijo. Pero a él no lo callaron.
Palma, memoria y desterritorialización
Llegamos sin avisar, pero el maestro Juan García Salazar accede a recibirnos. A sus 70 años, es delgado y vivaracho, muy lúcido, rápido y observador. Víctor nos conduce hasta él y, antes de llamar a su puerta, nos susurra: “Es la persona más especial que he conocido en mi vida”. Su mirada trasluce una bondad y una calma que no esconde los sinsabores. Algunos de ellos los irá desgranando a lo largo de las más de dos horas de conversación: que está desengañado de la lucha de los afrodescendientes; que hace años que esa batalla está perdida. Que a los hermanos negros ya no les interesa reivindicar su ancestralidad. Que ya poco le queda por hacer. Y sin embargo, él sigue dando batalla, ahora en la educación: está editando unos libros para la escuela que inculcan a los niños la raíz africana. Es, dice él, su último tango.
“La configuración de un territorio para la vida, siempre fue para nosotros La Gran Comarca Territorial del Pacífico, que es la tierra donde nos trajo la ambición de otros. Donde nos anduvo el amor por la tierra perdida, que se quedó al otro lado del mar. Esto, cientos de años antes de que nazcan los estados que ahora nos ordenan”. La cita es del Abuelo Zenón, el reconocido sabio de Esmeraldas, abuelo de Juan García, guía suyo y de tantos otros. Esa gran comarca de comunidades negras estuvo sobre la mesa un día. Cuenta Juan García: “Nosotros habíamos trabajado la idea de la ancestralidad del pueblo afrodescendiente, y quisimos reclamar nuestros territorios como ancestrales, hacer una sola comarca, decir que los negros somos del Pacífico, a los dos lados de la raya, que somos una nación y tenemos derecho a un territorio. Esa era una buena idea, podía haber pasado”. Pero no pasó. “Simplemente, la palma ganó y la comunidad perdió. Las cartas estaban marcadas. Nos acusaron de recibir dinero de fuera; nos hicieron pelear con los indios, porque el Estado y los ambientalistas metieron la mano. Y llega un momento en que uno descubre que estoy cansado, que cada vez que uno evalúa, descubre que va perdiendo. Que, casa adentro, uno no tiene protección. Tanta gente que he visto morir”. Entre tantos muertos, su hijo Junior. Resistencia hubo, y sangre derramada. Para cuando venció la palma triunfante, no era posible ya volver a hablar de aquella gran comarca para los pueblos afrodescendientes del Pacífico, porque, como dice Juan García, la palma hace más grandes las fronteras: entre indios y negros, entre colombianos y ecuatorianos. “Las fronteras se refuerzan en el momento en que los territorios tienen otra finalidad que ya no es la sobrevivencia, que no es la solidaridad. Hoy, el territorio es para hacer plata, sea para sacar oro o para cultivar la tierra”.
Antes de bailar su último tango, Juan García pasó años tratando de organizar a las comunidades afrodescendientes del cantón de San Lorenzo para hacer valer sus derechos ancestrales frente a los intereses de las industrias banarera, camaronera, palmera. Durante 45 años, trató de salvaguardar la memoria colectiva de un pueblo cuyos valores siempre estuvieron engarzados en la tradición oral: calcula que realizó diez mil entrevistas a ancianos y ancianas. “Les preguntaba sobre ancestralidad, territorio, ríos, aguas, fronteras, cuentos, mitos”. Una parte de ese material se perdió; otra fue archivada para la consulta de esos pocos que, como Víctor, siguen empeñados en resistir. Como los manglares, que resisten sorprendentemente saludables a los embates de la palma y la minería, aunque ya dan señales de que no podrán seguir así por mucho tiempo.
El impacto de la palma lo resume Juan García con una palabra: “desterritorialización”. O lo que es lo mismo: desmemoria. Perder la memoria es perder el control cultural de un pueblo, recuerda el maestro. Y esa pérdida tiene consecuencias en lo más profundo, en lo más íntimo de nuestras subjetividades. Juan García lo explica con un ejemplo: “Cuando los primeros pobladores de San Lorenzo se fueron a la ciudad, primero se llevaban de aquí las remesas económicas”, es decir, los recursos para comenzar una nueva vida en la ciudad. “Algunos se ubicaron cerca para no perder la vinculación con el río, la canoa, la cultura; luego, esa remesa física se convierte en remesa simbólica”: una comida, una fiesta del pueblo, un baño en el río. El riesgo es que esas remesas simbólicas se “folcloricen”, que se coman un tapado (un plato típico de Esmeraldas) porque es folclore, y no simplemente porque es lo que se come allí. “Cuando se pierde el territorio, se pierden las remesas físicas, y se pierden también esas remesas simbólicas, porque el territorio ya no es la casa del ancestro. La gente va asumiendo que ese territorio ya no les dice nada: que ya no se puede bañar en el río, que ya no puede reconocer los sitios de la memoria”.
El peligro es que, con los manglares, muera el pueblo afroecuatoriano. “Zenón dice sobre eso: cuando se pierdan los últimos territorios ancestrales, el negro del norte de Esmeraldas empezará una nueva diáspora, esta vez sin retorno”. Si los afrodescendientes no logran conservar su territorio, tampoco conservarán su cultura. Y esa diáspora, cree Juan García, ya está en marcha: “El sentido de pertenencia se ha debilitado, la gente ya no quiere mantener el vínculo con la ancestralidad porque el racismo ha perdido tan fuerte que ha llegado al territorio. Nuestro territorio se vincula a pobreza, exclusión, retraso: el campesino se siente menos que el que vive en la ciudad”.
Dos horas después, salimos de allí transformados, tocados por la humildad y la grandeza de Juan García, maestro de la vida, de la memoria y los silencios, de la lucha ancestral del pueblo afrodescendiente. Se nos agolpan las ideas; sólo se irán ordenando después, a lo largo de los meses. Juan García es de esas personas que, por terribles que sean las vivencias que narra, te deja una sonrisa en los labios. Reconoce la belleza, mantiene la esperanza aun en medio de la derrota. Aunque tema, como Víctor, que esta diáspora que trae la palma puede ser la definitiva para el pueblo africano que anidó en el Pacífico ecuatoriano antes de que Ecuador fuera un país independiente.
“La palma es buena porque no hay más de adónde”
En nuestro recorrido por las veredas encontramos opìniones contradictorias sobre la palma. Al mismo tiempo las comunidades la defienden y cuestionan, en una sucesión de voces cuyas contradicciones se entienden no tanto desde el miedo como desde la falta de alternativas vitales. Nos lo anticipa Víctor: “Hay mucho desempleo, sobre todo juvenil; por eso, cuando aparecen alternativas, como la palma y la madera, son bien recibidas por quienes viven con menos del mínimo. Esas inversiones llegan con el discurso de fomentar el desarrollo local y crear puestos de trabajo, así que la gente lo empieza a ver como una forma de desarrollarse. Tienen quejas, pero se las callan; no hay un discurso de resistencia. Tener un poquito es mejor que no tener nada”.
Víctor nos conduce hasta Rodrigo, que nos recibe en la vereda de Maldonado y desde allí nos dirige a las zonas de mayor desarrollo palmero en los cantones de San Lorenzo y Eloy Alfaro. “Allí donde no se ve bosque, todo es palma”, dice, y mientras conduce nos cuenta, por ejemplo, que tras la llegada de la palma casi ha desaparecido la tagua, la base de la artesanía local. Llegamos a la comuna de la Boca: allí nos recibe Melania, dirigente de la Junta Parroquial a través de la cual se organiza la comuna. Me recibe en su casa, humilde y digna. Soy directa: ¿Qué piensa usted de la palma? “Yo lo veo bien, es la única fuente de trabajo que tenemos, de eso sobreviven nuestras familias”. Le pregunto si las familias que cedieron sus tierras a los palmicultores están mejor o peor que antes, cuando sembraban plátano, banano o yuca: “La gente antes no sembraba para la venta sino para su sustento. Se dejaron engañar: les convencieron de que vendieran sus tierras y les darían trabajo, y se hicieron ilusiones, pero les salió mal: antes ganaban más. Además, si yo tengo mi tierra, siempre la puedo trabajar y algo tengo para mí”. Melina me cuenta además que la palma ha contribuido a contaminar el agua -si bien la minería, legal o ilegal, es quizá la mayor responsable de ello- y, cuando llegó la plaga, no sólo llevó a muchos palmicultores a la ruina, sino que afectó también al coco, el chocolate, el plátano. Pero entonces, ¿mantiene usted que la palma es buena para Esmeraldas? “La palma deja cosas buenas y cosas malas. A unos los beneficia, a otros los perjudica”, sentencia ella, salomónica.
Me despido de Melina para ir hacia la guardería, donde ella me dijo que podría encontrar a otra de las líderes comunitarias, Maruja. Pero antes de llegar, me interrumpen el paso dos hombres: “Nosotros también queremos hacerle unas preguntas”. Parecen hostiles; pronto entiendo que creyeron que mi investigación era para alguna empresa palmera; cuando me presento, cambian de actitud y me siguen hasta la puerta de la guardería. Allí, efectivamente, está Maruja, que defiende así su postura: “Estamos contentos con la palmera, porque es de eso que la gente vive ahora que vendieron sus tierras”. El argumento es contundente. Interviene Fausto, uno de los hombres que me han seguido hasta allí: “Pero no todos trabajamos allá. Muchos estamos desempleados: yo no tengo trabajo hace siete años, porque les dan empleo a los colombianos, y porque me metieron en una lista negra por pedir que nos pusieran un transporte para no tener que caminar todos los días siete kilómetros hasta la plantación”, asegura. “Pero es fuente de trabajo, es bueno: no hay más de adónde”, insiste Maruja. Le responde Fausto con amarga convicción: “Pero es que la palmera no ha dejado nada, más que el agua contaminada. Ya no se puede pescar. Y los jóvenes siguen sin trabajo: por eso hay tanta delincuencia. Antes, siempre podíamos ir al bosque y algo encontrábamos; pero ahora lo han tumbado”. Me voy de allí con tres certezas: una, que las posturas aparentemente encontradas de Fausto y Maruja sólo en apariencia son contrarias. Dos, que a este lado de la raya los ecuatorianos tienen de sus vecinos colombianos una pésima opinión. Tres, que el desempleo es, siempre fue, la política antisindical más efectiva…
Gracias a las gestiones de Rodrigo, nos recibe una de las empresas palmeras, y casi al instante nos prepara una reunión con tres ingenieros agrónomos de su plantilla: Diego Martínez, experto en obra civil y viveros; Juan Millamil, encargado de sanidad vegetal, cosecha y fertilización; y Arquímedes Paredes, al frente de las tareas de mantenimiento. Los ingenieros de Alespalma nos explican que la empresa “paga según la calidad”. Cuando el fruto llega a la planta transformadora, los técnicos lo clasifican en función de su grado de maduración y del tipo de corte, y pagan al productor en función de sus criterios de calidad. Lo que en las empresas se defiende como apuesta por la calidad, entre los productores es cuestionado como un chantaje, puesto que los pequeños productores sólo tienen un posible comprador; además, las características de la palma hacen que sea necesario que llegue a la planta en las primeras 24 horas después de que el fruto haya sido cortado: esto les quita a los pequeños agricultores toda capacidad de negociación.
Diego, Juan y Arquímedes nos explican que, como la enfermedad de la pudrición del cogollo (PC) se difunde más rápidamente en los lugares con alta humedad durante todo el año, es aquí en San Lorenzo, y también en la Amazonia (en las provincias de Sucumbíos y Francisco de Orellana) donde la incidencia de la plaga fue mayor; por eso, Esmeraldas se ha convertido en un lugar de monitorización de la plaga. En Esmeraldas, las empresas decidieron no dejar morir la palma y, tras la PC, comenzaron a sustituir la plata común, la Elaeis Guineensis, por híbridos, algunos investigados en Ecuador, otros traídos de otros países, como Costa Rica. Esos híbridos tienen la ventaja de ser más resistentes a las plagas, pero son menos generosos en el fruto que la Guineensis, que en el momento culminante de su vida productiva, de alrededor de 25 años, llega a dar 35 toneladas por mes de fruto. Otra de las desventajas de los híbridos es que sólo tienen flores femeninas, luego hay que polinizar la planta artificialmente; además, los híbridos necesitan tres veces más micro y macro nutrientes. Es decir: se requieren más insumos tecnológicos, si bien, según afirman los ingenieros, entre las ventajas de los híbridos es que las investigaciones se encaminan a que necesiten agroquímicos menos agresivos. Mientras los ingenieros investigan, en la sede del Ministerio de Agricultura en Esmeraldas, el especialista en Agrocalidad, Roberto Villamarin, nos había dado su versión: la PC se expandió por culpa de las malas prácticas agrícolas de los pequeños productores: “Son agricultores tradicionales, no especialistas; cuando no siguen el cronograma de fertilización y plugicidas, se vuelven un peligro para las plantaciones grandes. Por eso aquí los formamos, para que tomen conciencia de que no les podemos dar todo hecho, deben hacerse cargo de su responsabilidad”, explica.
“Antes de que llegara la palma, aquí sólo había lodo y polvo”
Volvamos a Alespalma. Prosigue Diego Martínez: “Este es un proceso muy tecnificado, lo que llaman buenas prácticas agrícolas”. Y describe así esas buenas prácticas: “Queremos mecanizar todo el proceso para utilizar la menor cantidad de mano de obra posible”. Eso es, al fin y al cabo, lo que les enseñan a hacer a los ingenieros en las facultades: conseguir máquinas más eficientes que ayuden a disminuir la cantidad de trabajo humano necesario en los procesos industriales. La pregunta que se queda en el aire es cómo es posible, entonces, que la agricultura modernizada y tecnificada sea la solución al desempleo. Más allá de la diversidad de los testimonios, hay hechos fáciles de cuantificar, y lo hace por nosotros el economista Carlos Larrea, profesor de la Universidad Andina: el banano emplea diez veces más trabajadores por hectárea que la palma aceitera. Se mire por donde se mire, si lo que se espera es que la palma sea la solución al agudo problema del desempleo en Esmeraldas, la apuesta parece equivocada. A la entrada de la planta transformadora de Alespalma, S. A., un cartel recuerda al visitante que esta es una empresa “eficiente y rentable”, que asume el compromiso de “dar cumplimiento a la legalidad vigente”, de “evaluar y controlar permanentemente los riesgos” y “mitigar los impactos ambientales”.
“¿Que si trajo la palma el desarrollo? ¡Totalmente! Yo llegué aquí hace siete años y lo que ha desarrollado esta región es la palma, no hay industria, no hay alternativas. Cuando yo llegué las calles eran estradas (caminos), hoy están adoquinadas. Hay trabajadores que han podido llevar a sus hijos a estudiar a Quito, algunos son médicos o ingenieros; y eso, gracias a las palmicultoras. Ha mejorado el nivel de vida”, asegura el ingeniero Arquímedes con vehemencia. El mismo entusiasmo manifiesta Francisco Orellana, el gerente de investigación y desarrollo de otra de las empresas palmeras presentes en la región: Energy Palma. “La energía que evoluciona”, reza el eslogan de la empresa; en las oficinas que acompañan a la planta procesadora cada detalle connota innovación tecnológica, futuro, desarrollo. Adornan las paredes carteles que publicitan los programas sociales destinados a los trabajadores. Orellana bromea con mi nacionalidad española y el parecido de su nombre con Francisco de Orellana, el conquistador extremeño; aunque no cae en la cuenta de que el conquistador da nombre a una provincia amazónica donde ya hay sembrada palma aceitera. Después narra cómo Energy Palma, antes llamada Palmera del Pacífico, llegó a la región en el año 2000, con el compromiso, adquirido junto con el Gobierno, “de ampliar la frontera agrícola en esta área, que es marginal”. El gerente de Energy Palma explica con orgullo cómo su empresa está invirtiendo en I+D para encontrar nuevos híbridos cada vez más ecológicos, que requieren un 25% de los fertilizantes; además, la empresa recicla los desperdicios, con los que se elabora compostaje.
Orellana nos expone con claridad su concepto de desarrollo: “Aquí no había ni siquiera carretera: se movían por el agua. San Lorenzo era un pueblito sin desarrollo social ni económico. Por decirte una anécdota, había cinco personas que estaban afiliadas a la seguridad social; hoy hay cinco mil. No había empleo: la gente se dedicaba a coger conchas y tumbar madera, sólo explotar los recursos, sin desarrollo. Las tierras estaban sin cultivar porque nadie se quería arriesgar. Aquí sólo había lodo y polvo. San Lorenzo era una pocilga; hoy es un pueblo medio respetable”. En San Lorenzo, como en todo el corredor pacífico de la Biorregión del Chocó, se había conservado uno de los ecosistemas más biodiversos y delicados del mundo, pero, para Francisco Orellana, no había nada más que lodo y polvo. Era apenas una pocilga hasta que llegó la palma. Como sucede hoy con la selva amazónica.
¿Desarrollo para la selva?
La Amazonia es el horizonte inmediato para la expansión de la palma en Ecuador; la palma se presenta como una “oportunidad de desarrollo ordenado” para la selva ecuatoriana y peruana. En Ecuador, además del norte de Esmeraldas, las provincias amazónicas de Sucumbíos y Orellana son las áreas donde el monocultivo de palma se expande con más rapidez. Funciona, una vez más, el chantaje locacional, que explica así el investigador argentino Mauricio Berger: “Los emprendimientos extractivos tienden a ubicarse en regiones empobrecidas, donde se presentan como la única oportunidad de empleo y desarrollo para las comunidades”. En Sucumbíos, la crisis petrolera ha llevado a la recesión por la caída de los precios del crudo: “Las petroleras han despedido gente; y lo que queda es la palma. Son todos más o menos dependientes de la palma”, afirma Bonilla. De ahí que, como sucede en el norte de Esmeraldas, las comunidades tengan posiciones contradictorias sobre el monocultivo palmero.
“Lo que aquí se vive es muy similar a Colombia: la locomotora minero-energética; y la pregunta es entonces, ¿por qué en países tan diferentes políticamente avanza el mismo modelo de desarrollo?”, apunta Esperanza Martínez, dirigente de Acción Ecológica. Como subraya la investigadora y activista, discursivamente el neoliberal Juan Manuel Santos está a años luz de Correa; sin embargo, sus discursos de acercan cuando se trata de sacralizar las ideas de desarrollo y progreso, y dentro de este paquete está el agronegocio.
Desde posiciones más cercanas al correísmo, la economista feminista Magdalena León explica que el monocultivo de palma llega asociado a la visión neodesarrollista del oficialismo: “Antes pensábamos que la palma era parte de la solución; ahora, que es parte del problema. Se ha venido fomentando la producción desde los años 70, con encadenamientos agrícolas dentro de proyectos de industrialización. Había una demanda insatisfecha en la producción de aceite combustible, y se contemplaba como dentro del proceso de modernización incipiente. El plan era producir para importar menos. Desde el imaginario desarrollista, la gran plantación era el equivalente de la modernización. Pero ese modelo partió de bases perversas: facilidad del crédito, deforestación, destrucción de las lógicas campesinas, idea de que tener un empleo remunerado es mejor que ser un agricultor tradicional”.
León cree que la dolarización en Ecuador, decidida en tiempos de hegemonía neoliberal, está en la raíz de la decisión gubernamental de impulsar la palma. El gobierno necesita obtener divisas para sostener la dolarización, y el sector de la palma provee de 180 millones de dólares anuales (Bravo y Bonilla, 2014). “Una economía sin moneda nacional requiere los dólares, y eso proviene de exportaciones, inversión extranjera, cooperación internacional al desarrollo y remesas de inmigrantes; también puede haber narcodólares y dólares falsos. En este contexto, el gobierno sabe que se le acaban las reservas petroleras, y aparece la necesidad de conseguir recursos por otras vías”, afirma el economista Alberto Acosta, que formo parte del primer gobierno de Correa y después se alejó de las posiciones de éste.
El experto en nutrición y pobreza Carlos Larrea, profesor en la Universidad Andina en Quito, comparte el diagnóstico de Acota: “La dolarización lleva a la inercia de la exportación, pero ese modelo está colapsando. Ecuador debe pensar en serio cómo puede alimentar a la población, y para ello es fundamental una política de apoyo al pequeño campesino, que es de quien depende en gran medida la alimentación, aunque el Estado finja haberlo olvidado. En Esmeraldas hay un acoso a los pequeños productores, se les quitan las tierras para destinarlas a la producción de agrocombustibles. Ese es un grave error estratégico en el que Ecuador no debe entrar”, sostiene Larrea.
Difícilmente entenderemos el presente si no nos hacemos cargo del legado histórico. La desmemoria y el olvido nunca alimentaron la paz, sino la resignación. Hacer memoria es recordar que, hace cuatrocientos años, comenzaron a cazar seres humanos en África y la llevaron hasta América para trabajar en las haciendas, los ingenios azucareros y las minas de oro y plata con la que se acumularía el capital necesario para echar a andar, en Europa, el capitalismo, que fue desde sus orígenes -aunque hace apenas unas décadas que hayamos comenzado a notar los efectos- profundamente devastador de la naturaleza. La mentalidad racista y colonial está en la base de las atrocidades cometidas contra los africanos y los indígenas americanos; y permanece, con mucho mayor vigor del que nos gusta reconocer, colocándonos un enorme velo para ocultar las atrocidades que se siguen cometiendo hoy en día en lo que pudo haberse llamado el Gran Corredor Pacífico, en la Amazonia y en tantos otros territorios olvidados por la desmemoria que impusieron los ganadores de aquella gran guerra.
[1] Fuentes: http://www.revistalideres.ec/lideres/50-aceite-palma-ecuatoriano-exporta.html; web oficial de la Ancupa: http://www.ancupa.com/; web oficial de Fedapal: www.fedapal.com
Bibliografía:
Bravo, Elizabeth y Bonilla, Nathalia (2011) Agrocombustibles: Energía que extingue a la Pachamama. Quito, Acción Ecológica.
García Salazar, Juan (comp.) (2011) Al otro lao’ de la raya. Quito, Abya Yala.
García Salazar, J. y Walsh, C. (2009) “Derechos, territorio ancestral y el pueblo afroesmeraldeño”, en Programa Andino de Derechos Humanos (comp.), ¿Estado constitucional de derechos? Informe sobre derechos humanos Ecuador 2009.
Klein, Naomi (2015) Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima. Buenos Aires, Paidós.
Monar, Ricardo (dir.) (2014), Implementación a escala piloto de un sistema de gestión con base en el cuadro de mando integral para la fábrica extractora Palmeras del Ecuador, S.A. en el área de extracción del aceite rojo de palma. Quito, Escuela Politécnica Nacional, Facultad de Ingeniería Química y Agroindustria.
Roa, Iván (2012) El desborde de la violencia: raza, capital y grupos armados en la expansión transnacional de la palma aceitera en Nariño y Esmeraldas. Tesis de Maestría en Ciencias Sociales, FLACSO Ecuador.
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