La batalla por las etiquetas

 

Todo ciudadano que quiera ejercer sus actos cotidianos de consumo de forma crítica, consciente de que el consumo es un acto político, se enfrentará con un gran problema: las etiquetas son a menudo la única información del producto que brindan las empresas de producción y distribución, y esas etiquetas aportan información escasa, confusa y, muchas veces, engañosa.

Este fue uno de los puntos principales del curso Consumo de Combate. Herramientas para consumidores críticos y solidarios, que impartimos junto con El Salmón Contracorriente el pasado mes de mayo, y que repetiremos este otoño, comenzando el 4 de octubre. Pero no nos limitamos a cuestionar las etiquetas hoy existentes, sino que nos animamos a pensar colectivamente otros formatos de etiquetas más adecuados, desde la perspectiva del consumo crítico. Las líneas que siguen sintetizan algunos de los aportes de los alumnos de esta primera edición del curso.

Un problema habitual es la falta de inteligibilidad de la etiqueta, es decir, es difícil de entender para el consumidor medio. Celia Ojeda aborda esa cuestión para el caso del pescado: “El etiquetado que propone la Unión Europea da mucha más información de la que suele aparecer en otros productos, pero no nos ayuda a identificar un pescado sostenible. Por ejemplo, el nombre de la especie aparece en latín, cuando pocas personas saben identificarlo de ese modo. Además, da información sobre el arte de pesca o debería, pero no indica la sostenibilidad de este arte pesquero; y dice la zona de pesca, pero dichas zonas están clasificadas de un modo demasiado amplio”. Ojeda propone un semáforo según el estado de vulnerabilidad de la especie: “Si su estado de conservación es bueno; verde, si esta agotada en algunos caladeros debería ser naranja, si su estado no es bueno porque está sobreexplotada o es una especie que tarda mucho en reproducirse; rojo. Aunque las especies en rojo no se deberían de vender”. También propone indicar la zona de pesca visible con un mapa y el impacto del método de pesca utilizado.

En general, la propuesta del etiquetado tipo semáforo -que indica aquellos productos con alto contenido en sal, azúcar y grasas, donde el rojo significa un alto contenido y el verde, un bajo contenido- resulta interesante para combatir esa falta de legibilidad actual del etiquetado, pero, por su simplicidad, puede llevar a error: “El semáforo puede hacer que una botella de aceite lleve una luz roja por ser un producto graso, mientras que una coca-cola light sea catalogada con otra verde, por no tener azúcar, aunque esta información puede ser engañosa, ya que el “light” de una coca cola, no es inocuo”, y desde luego, el aceite de oliva es mucho más saludable que cualquier refresco, recuerda Claudia Paz.

Para mejorar el semáforo, Irantzu Martínez plantea “crear una tabla en la que la primera fila fuesen los factores de salud (grasas, azúcares etc.), en la segunda los ambientales (con 3 dibujos, rojos, amarillos o verdes (no hay rojo?), que demostrasen el impacto ambiental) y en la tercera un mapa pequeño con flechas del recorrido de producción llevado a cabo”. Probablemente esto daría problemas por el excesivo espacio que requiere, si bien eso se puede solucionar recurriendo a códigos que pueden ser leídos por el teléfono móvil para visualizar toda la información en Internet.

En la misma línea, Pablo Caballero propone extender el sistema energético de la A a la F, a un análisis general del impacto ambiental: “La ventaja de un indicador tipo de la A a la F, es que presenta una forma de representación que permite mayor gradación que de la de tipo semáforo, fomentando la mejora saltando de un escalón a otro y la realización de una comparativa más fina. Siguiendo una analogía educativa, no se trataría tanto de aprobar o suspender, sino de ir sacando mejores notas hasta llegar al sobresaliente”.

Por su parte, Mónica Herreras propone que los supermercados o tiendas minoristas aporten información sobre la huella de carbono de nuestra compra, sea a través de un código de barras o a través de un sistema que permita indicar esa información en el tiquet de compra, como ya hacen muchas aerolíneas al comprar un vuelo.

Los productos frescos no envasados, por motivos obvios, suelen carecer de etiqueta, lo cual hace aún más difícil la trazabilidad de estos productos. Pero la tecnología ofrece una solución innovadora: el marcado indeleble, que, como recuerda Javier Arias, “aporta una alternativa a las etiquetas de papel adhesivas actualmente en uso y reduce el riesgo de mezclar o confundir alimentos y, por lo tanto, facilita el transporte y almacenamiento de las frutas y verduras». Este tipo de marcado, que ya se utiliza desde hace tiempo en otros sectores, utiliza la técnica de despigmentación, sin dañar el producto de ninguna manera debido a que es seguro contra la contaminación bacteriana, ya que no atraviesa la piel, y no influye sobre la vida útil”.

Nuestra conclusión colectiva es que se puede y se debe mejorar las etiquetas, siempre manteniendo el equilibrio entre el aporte de información útil que no resulte agobiante, y que sea expuesta de forma lo bastante clara como para que el consumidor pueda leerla rápidamente en el momento de la compra. El problema es lograr que esa claridad y brevedad no sea incompatible con el rigor y el aporte de toda la información necesaria para tomar buenas decisiones de compra; pero eso lo resuelven las nuevas tecnologías. Así lo explica Bárbara Soto: “Mi etiquetado alternativo consistiría en una etiqueta con todos los datos que actualmente por ley están obligados a poner, añadiendo un código con colores para saber lo saludable o no saludable que resulta el producto, añadiendo un código de barras o código QR donde aparezca toda la cadena de fabricación, materias primas, mano de obra, huella ecológica destinada en ese producto”.

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