Mujeres-semilla que bailan la revolución

A las Madres de Ituzaingó les robaron lo más preciado, lo más profundo: sus hijos. Eso las llevó a emprender una larga lucha que dura ya dieciséis años. Entonces, en 2002, no sabían qué sucedía: por qué sus hijos morían de leucemia o nacían con malformaciones; por qué los abortos espontáneos crecían drásticamente. Fue casi por casualidad que descubrieron que esas dolencias se debían a los agrotóxicos con los que se fumigaban desde el aire las plantaciones de soja transgénica, literalmente al lado de las casas de los vecinos de Ituzaingó Anexo, a las afueras de Córdoba, el corazón del monocultivo sojero que acapara ya el 60% de las tierras cultivables en la Argentina.

Graffiti con la imagen de Berta Cáceres en Tegucigalpa. Autor desconocido.

Las Madres lograron muchas, muchísimas cosas. Hoy existe en Argentina todo un movimiento articulado en contra de las fumigaciones -Red de Pueblos Fumigados- que avanza en distintos frentes -la legalidad, las escuelas, la academia- contra el veneno que a unos les llega desde el aire, desde las avionetas que rocían la soja con glifosato, pero a las demás nos llega también, a través del agua y los alimentos contaminados. Mucho se hizo, y mucho más queda por hacer. La lucha sirve y la lucha sigue; y la encabezan, cada vez más, las mujeres.

Cuatro de la Madres cordobesas acudieron el pasado viernes al Senado argentino para recibir el premio “Berta Cáceres” en reconocimiento a su trayectoria de resistencia. Junto a ellas estaba, entre las muchas premiadas, la veterana e incansable activista por la soberanía alimentaria Miryam Gorban, que recordó a su hijo Sergio que, con solo tres meses, murió en 1955 de poliomelitis. Sólo mucho después entendería Miryam que su hijo murió porque fumigaban la zona con DDT. Y aprendió que “no basta con dar de comer y cambiar los pañales a un hijo: hay que cambiar el mundo”.

Ese 2 de marzo se conmemoraban los dos años del asesinato de Berta Cáceres, mujer indígena, hondureña, guardiana de los bosques y de los ríos, a quien su férrea oposición a la construcción de una megarrepresa sobre el río Gualcarque, sagrado para el pueblo lenca, le costó la vida. Y sin embargo, Berta volvió y se hizo millones. Como las mujeres que conforman la Red de Defensoras del Ambiente y el Buen Vivir, que ese mismo día se presentaba en el Senado: una red en la que confluyen el feminismo, el ecologismo y las luchas de los pueblos originarios. Como semillas que, si son enterradas, crecen en la tierra fértil y despliegan sus ramas por todas partes.

El problema es el sistema, antinatural y antropocéntrico, que nos apartó de la Mapu y nos dejó vacíos, separados de seres de los que somos complementarios. Ese círculo vital es el que se ha quebrado, pero es posible recomponer nuestro vínculo con la Tierra”, dijo ese día Moira Millán, referente del pueblo mapuche, que significa en mapuzungun -su lengua nativa- “gente de la tierra”. De la Mapu. Prosiguió Moira: “No sólo es antinatural el sistema: es estúpido. El patriarcado quiere que pensemos en dietas y cremas antiarrugas; nos quiere famélicas, hambrientas y débiles de espíritu, porque sabe el poder que tenemos cuando nos sabemos unidas con la naturaleza”.

Luchas que se tejen para un 8M histórico
Este acto forma parte de las actividades de un 8 de marzo que se promete histórico, llamado a hacer tambalear el mundo y mover el eje de la tierra. Correr, como diría la mexicana Raquel Gutiérrez, la línea de lo soportable. Un grito coreado al unísono por cientos, miles, millones de mujeres que, en todo el mundo, nos negamos a seguir siendo explotadas, humilladas, atemorizadas o violentadas. Que exigimos que las tareas de crianza y cuidado sean valorizadas y compartidas por todes. Que asumimos que la liberación de las mujeres debe ser, también, el fin del yugo sobre la tierra, desde la convicción de que el problema es el sistema capitalista y patriarcal, y la concepción moderna que, como recuerda Moira, nos separa de los demás seres vivientes, situándonos por encima a los seres humanos; y en la cúspide, claro, al varón blanco. Ese que se inventó un Dios supremacista que creó a la mujer de la costilla de Adán, para hacernos olvidar que todos los seres humanos fueron creados en un útero.

El 8M no llegó aún pero ya está pasando, desde hace meses. El 8M no es un acontecimiento; es un proceso, y es una actitud vital. Se confirmó el viernes en el Senado argentino, como también en las asambleas barriales de las últimas semanas en Buenos Aires y en otras muchas ciudades del mundo: se están tejiendo luchas, se están armando redes. Se evidencia “un acumulado impresionante y una transversalidad de nuevo tipo”, en palabras de Verónica Gago, académica y militante del colectivo Ni Una Menos.

La revolución feminista ya está siendo, y se baila. “Las mujeres sabemos que si no se lucha y se comparte desde la alegría, el entusiasmo y la esperanza, estamos muertas en vida”, dijo Berta Cáceres. Ella sigue viva en las miles de mujeres- semilla que desparraman sus saberes, que articulan sus luchas; que saben que la revolución será feminista o no será, y que el feminismo sólo puede ser anticapitalista, internacionalista y decolonial.

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