Recuperamos este texto que publicamos hace unos meses en eldiario.es ahora que la reunión de la Mesa Redonda por el Aceite Sostenible se acerca.
En la mayoría de los diccionarios, la palabra bosque se define como algo similar a un terreno poblado de forma predominante por árboles. El término deforestar también parece obvio: «Despojar un terreno de plantas forestales», dice la RAE. Definiciones aparentemente sencillas que en la práctica no tienen nada de simple, especialmente cuando se trata de proteger los bosques de los continuos ataques que sufren por la expansión de las actividades humanas.
La palabra ‘no-deforestación’ es cada vez más frecuente en el discurso de las grandes multinacionales como uno de sus grandes compromisos con el desarrollo sostenible. Así, en 2014, 52 de las mayores empresas del mundo, junto a varios gobiernos, firmaron la Declaración de Nueva York para los Bosques, un documento de cumplimiento no obligatorio por el que las empresas se comprometían a eliminar la deforestación de su cadena de producción en 2020.
El texto fue presentado como una gran esperanza, ya que entre las empresas estaban algunos de los grandes de la industria del aceite de palma, una de los mayores responsables de la deforestación mundial, junto a los sectores de la soja, el papel y la ganadería. «Las mayores comercializadoras mundiales de aceite de palma –Wilmar, Cargill y Golden Agri Resources– han adoptado políticas de deforestación cero que equivalen a aproximadamente al 60% del comercio mundial», decía la declaración.
La trampa estaba, sin embargo, en el detalle y, de nuevo, en la definición: ¿Qué significaba exactamente ‘no-deforestar’? Una pregunta que lleva a muchas otras: ¿Qué características concretas debe tener una masa de árboles para ser considerada un bosque? ¿Se debe proteger solo los bosques primarios, aquellos que no han sido alterados por el hombre, o también los secundarios, aquellos que no son vírgenes pero que aún tienen propiedades ecológicas valiosas?
«Cada uno tiene su definición de sostenibilidad»
Aunque la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) lleva décadas dando en sus evaluaciones una definición concreta de bosque como «extensiones de más de 0,5 hectáreas con árboles de más de 5 metros y copas que cubran más del 10%», será probablemente la Mesa Redonda por el Aceite de Palma Sostenible (RSPO), el principal sello de la industria del aceite de palma, la que marque las pautas para esta industria.
Estas pautas están siendo revisadas por la organización este año para actualizar los requisitos que exige a productores para utilizar su sello. Y a pesar de que la certificación planea incluir cambios importantes en cuanto a derechos laborales y de las mujeres, la definición de ‘no-deforestación’ es la que está causando más quebraderos de cabeza.
«Uno de los temas sobre el que es más difícil ponerse de acuerdo es determinar qué es ‘no-deforestación’, porque hay diferentes perspectivas», asegura Faizal Parish, director del Global Enviroment Centre y miembro del grupo de trabajo que está reelaborando los estándares que se espera que se aprueben en noviembre.
Una de las principales razones de tan ardiente debate es que, a diferencia de las definiciones de los diccionarios, las certificaciones necesitan criterios detallados y muy concisos sobre qué significa cada término, y un pequeño cambio puede suponer grandes diferencias al aplicarlos sobre el terreno.
«Cada uno tiene su definición de sostenibilidad», asegura Petra Meekers, directora de RSC y Desarrollo Sostenible de Musim Mas –uno de los principales productores de aceite de palma– y también integrante del grupo de trabajo. «Tenemos que asegurarnos que creamos un sistema en el que hay equilibrio [entre la parte social y la medioambiental] y no es sencillo».
No-deforestar no significa dejar de cortar árboles
En sus estándares actuales, la RSPO considera que las nuevas plantaciones están libres de deforestación si «no han reemplazado bosques primarios» y que las antiguas pueden certificarse si la deforestación es previa a 2005. Según esta definición, hubo «muy poca deforestación entre los miembros» del sello en 2016, asegura Parish, pero la expansión del aceite de palma aún puede darse a expensas de bosques secundarios y ser certificada como sostenible.
Asimismo, Greenpeace publicó un informe a finales de 2017 en el que criticaba las políticas de no-deforestación de la industria y aseguraba que «no había ninguna posibilidad» de que las empresas cumplieran los objetivos comprometidos en 2014. La ONG, sin embargo, no aclaraba su definición de ‘no-deforestación’.
En el primer borrador publicado por la RSPO se abre además la puerta a que se deforeste incluso bosque primario. «Si se adopta, un riesgo principal es que el requisito de no-deforestación no tendrá que aplicarse globalmente, especialmente en países con alta densidad forestal», asegura Gemma Tillack, directora de campañas sobre el agronegocio de la Red de Acción de los Bosques Tropicales (RAN).
Así, la propuesta llama a que se plantee una definición más laxa de no-deforestación para los países donde más del 80% del territorio es bosque, especialmente en África, América Latina y las islas del Pacífico. «La estrategia que está adoptando la RSPO es decir que, si ellos no permiten que se certifique aceite de palma en el que haya cierta deforestación, otros actores van a deforestar de todas formas», continúa Tillack.
La justificación es principalmente social, asegura Faizal Parish. «En esos países en los que si dices ‘no-deforestación’ básicamente significa que no habrá ningún desarrollo [económico], hace falta encontrar [una definición] que pueda permitir cierta flexibilidad», dice Parish.
Esta «flexibilidad» podría aplicarse también a los pequeños productores, que poseen superficies de menos de 50 hectáreas y producen hasta el 40% del aceite de palma mundial. «El camino a la certificación para los pequeños propietarios es muy duro y unos estándares más exigentes lo harán casi imposible «, asegura otro productor que prefiere mantenerse en el anonimato. «Tenemos que plantear criterios especiales para ellos».
En los próximos meses, se escribirán dos borradores más basándose en los comentarios recibidos, además de una propuesta concreta sobre ‘no-deforestación’. El proceso será clave para que el sello refuerce una credibilidad puesta en entredicho que incluso los mercados se resisten a respaldar: en 2016, los miembros de la RSPO solo vendieron 5,6 millones al precio ‘premium’ del sello de las más de 11 toneladas que produjeron según los estándares. El resto acabó en estanterías de supermercados y fábricas como aceite normal.
La definición a la que se llegue de deforestación será fundamental en el futuro de una industria cada vez «más demonizada», asegura Gemma Tillack. «Que se permita que haya deforestación en el aceite de palma certificado ‘sostenible’ merma sin duda su capacidad para recuperar la credibilidad del mercado», asegura Tillack. Y quizá, su propia supervivencia ahora que la UE amenaza con crear su propio sello y prohibir el uso de aceite de palma como biocombustible.
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