El fotoperiodista Aitor Garmendia es, probablemente, una de las personas que mejor conoce cómo opera la industria ganadera en el Estado español. En esta entrevista, nos habla de su trabajo en el proyecto Tras los Muros y reflexiona con nosotras acerca del antiespecismo, de la lucha animalista y del modus operandi del oligopolio de la industria cárnica.
Nazaret: ¿Cómo llegaste al fotoperiodismo especializado en la industria cárnica y, en particular, al proyecto Tras los Muros?
Aitor: Las investigaciones que revelan las condiciones de vida de los animales explotados son herramientas de denuncia muy poderosas. Durante décadas, han servido a infinidad de organizaciones para promover su mensaje e incidir en las instituciones y en la sociedad. Tanto que, sin ellas, el movimiento de derechos animales no sería tal y como hoy lo conocemos. Sin embargo, por motivos de agenda, las investigaciones que llevan a cabo muchas de las grandes organizaciones suelen centrarse en denunciar a determinadas marcas o en revelar prácticas ilegales, y pueden acabar desfiguradas informativamente por las campañas que se sirven de su material gráfico. Por otra parte, rara vez dirigen su denuncia al sistema en su totalidad. No lo expreso como crítica —durante años he formado parte de ellas y entiendo sus dinámicas— sino que trato de dar contexto para entender la necesidad de enfoques complementarios. Tras los Muros lo inicio con el propósito de ofrecer información desde otro ángulo, apostando por la profundidad desde el relato gráfico y sin las determinaciones estratégicas de las grandes organizaciones. Asimismo, sigo y registro las actividades de investigadores y activistas pues su trabajo aporta matices importantes sobre la explotación de los animales y sobre la necesidad de hacerla frente.
El proyecto es personal —me permite mayor independencia y agilidad— pero lo concibo en un marco de acción colectiva. A lo largo de estos años he colaborado con organizaciones y también, para la ejecución de algunos trabajos, lo he hecho junto a personas que han ofrecido su apoyo. Así, de forma natural, se ha ido tejiendo una red de compañeros y compañeras con las que mantengo un contacto permanente. Compartimos propuestas e ideas, analizamos acontecimientos, otros proyectos, etc. Ha habido momentos muy enriquecedores. En última instancia y con los años, la idea es elaborar un ensayo gráfico sobre el especismo, sus distintas manifestaciones, y la gente que lo combate. A pesar de que todos los trabajos se presentan de forma independiente, los realizo bajo este hilo conductor.
N.: La investigación Factoría. La explotación industrial de cerdos indaga en eso que ocurre en las macrogranjas porcinas que la industria no quiere que sepamos. ¿Cómo se cocinó esta investigación?
A.: Denunciar la explotación que sufren los animales bajo el sistema de producción alimentario forma parte del
cometido fundacional del proyecto. La idea de llevar a cabo esta investigación surge como una más y se le da prioridad por razones estratégicas. Se ha tratado de acceder al mayor número de explotaciones con el fin de evitar que las evidencias recogidas sean señaladas como casos aislados y los pocos recursos económicos con los que hemos contado han sido destinados a cubrir los gastos de transporte. De hecho, esto ha sido un gran limitador y las explotaciones han sido seleccionadas en aquellas zonas donde contábamos con cierta cobertura de alojamiento y de gente.
Una vez sobre el terreno, la selección ha venido dada por factores como la envergadura, el emplazamiento y la fase de la producción. En un inicio nos hemos centrado en aquellas que disponían de área de maternidad y de estación, donde las cerdas son encerradas en jaulas durante amplios periodos de tiempo. Son áreas más tecnificadas y reflejan de forma más nítida la explotación industrial y programada de animales, que es la denuncia principal del proyecto. En esos momentos descartamos todas las explotaciones de cebo, probablemente más de un centenar. A estas hemos entrado meses después.
En cuanto a las irregularidades, efectivamente, no es un parámetro que haya determinado la selección de las explotaciones. Lo que nos hemos encontrado ha sido cuestión de azar. De hecho, todas las personas vinculadas a la investigación hemos estado de acuerdo en centrar la denuncia en la propia explotación y no en las condiciones en las que esta se da. Por esto, nos hemos interesado más por acceder a aquellas cuya construcción es más reciente y presentaban una mayor tecnificación. Además, no es posible saber lo que vas a encontrar hasta que accedes. Sin embargo, a la hora de realizar el informe, he considerado necesario detallar todas las irregularidades encontradas puesto que estas son también sistémicas y no casos aislados como la industria pretende hacer creer. Según el Gobierno, durante el año 2017, una de cada cinco explotaciones (19,38%) incumplieron la legislación en materia de bienestar animal. Hay que subrayar que la calidad de estas inspecciones es insuficiente y superar una de ellas no es sinónimo de cumplir la ley. Generalmente se realizan durante sólo unas horas y sobre un escaso porcentaje de animales.
N.: En vuestra investigación se relatan todo tipo de aberraciones: falta de movilidad, hacinamiento, falta de asistencia veterinaria al tiempo que se atiborra a los animales de antibióticos, animales muertos que se descomponen sin que nadie los retire, enfermedades asociadas a las condiciones de vida y toda una galería de horrores que deja una certeza: no extraña que las empresas del sector dediquen tantos recursos a evitar que se conozca la realidad de sus macrogranjas. Pues ni al más carnívoro y especista le gustaría saber de dónde viene su carne. ¿Cómo procede la industria para generar tanta opacidad?
A.: En los últimos años, la industria ha tratado de proyectar una imagen de sí misma que no se corresponde con la realidad. Mediante el uso de propaganda y la opacidad con la que mantiene sus actividades frente a las demandas sociales de transparencia, trata de impedir que sus prácticas sean expuestas a la sociedad. En países donde el movimiento de derechos animales tiene un mayor recorrido, como en los Estados Unidos, los lobbies ganaderos han conseguido introducir leyes mordaza (Ag-Gag Laws) que, de diferentes formas, persiguen la filmación de imágenes en el interior de granjas y mataderos. Estas leyes también se han extendido a países como Australia o Canadá. Además de prohibir específicamente la grabación de sonidos e imágenes usan otras artimañas. Por ejemplo, pueden exigir que las pruebas obtenidas sean entregadas a las autoridades policiales en un plazo de 24 horas. Con esto se busca obstruir las investigaciones, impidiendo la documentación de patrones donde se cometen irregularidades.
Por otra parte, a través de medios especializados o de circulares, la industria insta a los propietarios de las explotaciones ganaderas al uso de protocolos de seguridad para evitar la infiltración de investigadores y hacen circular fotografías de activistas que han sido descubiertos. En el Estado español la industria también ha dejado entrever su poder. En el año 2019 se sucedieron varias protestas en el interior de granjas y mataderos que llegaron a congregar a decenas de activistas. Durante estos accesos se obtuvieron imágenes, difundidas posteriormente en redes sociales, que revelaban incumplimientos de la normativa. Tras las presiones del sector, el Departamento de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación de la Generalitat de Catalunya, en vez de investigar estas negligencias, amenazó con multas de hasta 100.000 euros a quien accediera sin permiso a instalaciones ganaderas. Además, la Generalitat también hizo público un documento dirigido a ganaderos con recomendaciones sobre cómo actuar en caso de que activistas accedan a sus instalaciones. En él, se presentan a las explotaciones ganaderas como lugares idílicos y a los activistas con antifaces negros, como los ladrones de los tebeos.
El mensaje que quiere darse con esto parece claro, construir un relato favorable al sector ganadero y reforzar aún más su opacidad. Con estas medidas, no solo se deja a los animales en una situación de mayor vulnerabilidad sino que además se obstruye el derecho de acceso a la información del consumidor. De forma paralela a estas maniobras de blindaje, la industria diseña campañas de propaganda millonarias con las que trata de maquillar la explotación de los animales, hacer frente a las imágenes que exponen sus prácticas y fomentar el consumo de carne. Algunas de estas campañas han sido financiadas con dinero proveniente de la Unión Europea: Pork Lovers Europe con más de un millón, LetsTalkAboutPork con más de 6 millones de euros o Proud Of EU Beef con más de 3 millones de euros.
N.: Tu investigación refleja que son sistemáticos los incumplimientos de la ley; sin embargo, cumplir la ley no equivale a garantizar el bienestar animal…
A.: El concepto de bienestar ha sido apropiado por la industria para servir a sus intereses y edulcorar la explotación de los animales. El bienestar supone un estado ausente de malestar o, al menos, ausente de daños graves o de privaciones importantes, como la propia vida. Así lo entendemos cuando nos referimos a nuestro bienestar o incluso al de los animales con los que convivimos. Lo que ofrecen las diferentes formas de ganadería, extensivas o intensivas, son distintos grados de malestar. Se suele exigir mayor dureza a la hora de aplicar leyes de bienestar animal pero rara vez se acude a los textos legislativos que lo regulan para entender en qué consisten estas prácticas exactamente. La legislación de la UE permite, por ejemplo, encerrar cerdas en jaulas en las que no pueden darse la vuelta; mutilar genitales, rabo y dientes; la separación de crías y madres a la fuerza; golpear con una tubería metálica a un cerdo enfermo en vez de recibir atención veterinaria; triturar a pollos vivos recién nacidos; sumergir la cabeza de aves en tanques de agua electrificada; o introducir animales vivos en un contenedor y asfixiarlos con CO2.
N.: Me llama la atención que, este año de pandemia en que estamos saturados de información sobre la Covid-19, se hable tan poco de los orígenes de las zoonosis y los riesgos de nuevas pandemias que implica la industria cárnica global. Creo que hay aquí un desafío comunicativo, y existe un gran potencial de forjar alianzas, como en los pasados meses se ha visto en Argentina en las movilizaciones contra la instalación de megafactorías porcinas en el país, en las que participaron actores muy diversos. ¿Crees que es por aquí que debemos continuar?
A.: Veo dos tipos de alianzas. Las que son puntuales y suponen una suma de fuerzas interesada, por ejemplo para hacer frente a determinada corporación, medida legal, subsidio, etc. o las que surgen de forma orgánica con los movimientos populares, cuando determinados sectores de estas luchas hacen suyas, por principio, las reivindicaciones antiespecistas. Me parece difícil que el movimiento de derechos animales pueda alcanzar sus metas históricas por sí mismo. Veo necesario que los movimientos populares, los que mueven la historia hacia adelante, hagan suyas las reivindicaciones antiespecistas. El papel del antiespecismo tiene que consistir en abrir esas puertas.
Las alianzas de tipo puntual entrañan ciertos riesgos. En muchos casos la cuestión de la explotación animal puede quedar ensombrecida por otras denuncias, como las de tipo medioambiental, por ejemplo. Como antiespecistas, lo que queremos no es un cambio en las reglas sino un cambio de juego. Mientras existan granjas, del tipo que sean, los animales perderán siempre.
N.: Factoría me dejó también pensando en lo que la antropóloga argentina Rita Segato llama “pedagogía de la crueldad”, que sería, básicamente, la forma en que se nos entrena a tratar a la vida como si fueran cosas: a los animales, a las mujeres, a las poblaciones racializadas y empobrecidas, etcétera. ¿Hay una raíz común en esa cadena de violencias?
A.: Carol J. Adams explora estas conexiones en su obra ‘La política sexual de la carne. Una teoría feminista vegetariana’. Mediante el concepto del referente ausente, con el que alude al animal que precede al producto cárnico, ahonda en el proceso de borrado que tiene lugar cuando se identifica el cuerpo de un animal como un simple trozo de carne. Cómo con ello se suprime la violencia inherente a la explotación de ese animal y su individualidad. Asimismo, analiza la relación entre consumo de carne y patriarcado y cómo el concepto de referente ausente funciona de forma similar durante el proceso de cosificación de las mujeres.
Catia Faria identifica patrones de opresión semejantes entre el sexismo y el especismo y explica su papel en la construcción de la masculinidad heteropatriarcal. También señala las responsabilidades políticas que se derivan de este análisis para feministas y antiespecistas.
Diversas autoras e investigadoras han subrayado raíces comunes entre la discriminación que sufren los animales y la que sufren diferentes grupos humanos. También se discute en cómo deben expresarse ciertas analogías. En este sentido, Aph Ko, una autora antiespecista y negra, reconoce estas conexiones pero señala lo ofensivas que pueden resultar ciertas comparaciones debido a que la animalización de los cuerpos no blancos ha servido como estrategia para justificar la opresión racista.
N.: ¿Crees que la ganadería de pequeña escala y de pastoreo, integrada con el territorio y la producción agroecológica, puede ser parte de la solución o piensas que toda ganadería es parte del problema?
A.: Lo que observo en muchos de estos debates es que los partidarios de la ganadería rehuyen hechos que forman parte consustancial de la misma. La actividad ganadera consiste en la obtención de un beneficio mediante la explotación y la matanza de animales. Se puede discutir en qué grado esto puede ser legítimo. Lo que no es aceptable es que, si hablamos de explotaciones ganaderas, se niegue su propia naturaleza y se dé a entender que un pastor y sus ovejas son como una gran familia donde todos se cuidan y no un negocio donde se matan animales. De todos modos, con estos debates ninguna de las partes pretende llegar a acuerdos o tejer alianzas, sino defender públicamente una determinada postura. Apelar a la conciencia de quien se beneficia de la explotación de los animales es una tarea poco útil. Lo que toca es seguir trabajando, confiar en la consistencia de los planteamientos antiespecistas y que el debate abra su propio camino.