Acabar con los plásticos, un objetivo global que se nos atraganta

Diversas organizaciones y algunos estados trabajan para lograr un acuerdo vinculante que limite la contaminación por plásticos. Puede que 2024 sea el año en que se consiga

POR AURORA MORENO

Cada año, los seres humanos tiramos más de 20 millones de toneladas de plástico a la naturaleza. El equivalente a lanzar un camión de basura al mar cada minuto. En muchos lugares, esta realidad es perfectamente visible: basta con pasear por las calles, playas o pueblos de muchos países para ver cómo los plásticos se amontonan literalmente en cualquier esquina. En otras latitudes, como Europa o Estados Unidos, el problema es igual o incluso mayor, pero se mantiene oculto gracias a los ingentes sistemas de recogida que permiten que nos olvidemos de las montañas de plástico que generamos.  Sin embargo, los sistemas de gestión de residuos, pensados para cantidades mucho más pequeñas, también ofrecen síntomas de agotamiento: no dan abasto para engullir las ingentes cantidades producidas y los países recurren a la exportación de sus residuos. 

Y la situación es todavía peor si la mirada se centra en mares y océanos. Lo hemos redescubierto con el vertido de pellets en las costas gallegas, pero el problema viene de largo. Allí se encuentra, entre otras, la Gran Isla de Plástico del Pacífico, que no es una metáfora ni una exageración, como muchas personas piensan. Es, literalmente, una enorme aglomeración de plásticos o, mejor dicho, de microplásticos, identificada por primera vez ya en los años 70. Situada entre Hawai y California, abarca cerca de 1,6 millones de kilómetros cuadrados, más de tres veces el tamaño de España. Los residuos convergen allí debido a las mareas y, con el paso del tiempo, se van fragmentando y descomponiendo en partículas cada vez más pequeñas, conocidas como microplásticos. Ya no hablamos de botellas, bolsas o redes: ahora son millones de pequeñas partículas fácilmente ingeridas por error por los animales marinos de los alrededores. Y no es la única de estas islas: se contabilizan hasta siete, repartidas por diversas zonas en los océanos del planeta, y el Mediterráneo tiene zonas especialmente afectadas. 

Un tratado “histórico” que no tiene aún un borrador en firme

Es en este entorno, inmersos en una sociedad cada vez más adicta al plástico, en el que numerosas organizaciones y algunos estados especialmente implicados trabajan para poner en marcha un tratado vinculante que acabe con este tipo de contaminación. Este 2023 debía haber sido el año del acuerdo, pero las esperanzas fueron desapareciendo según avanzaban los meses en el calendario. El año anterior, en marzo de 2022 se había logrado un primer acuerdo para empezar a trabajar en este tratado. Un evento calificado de “histórico” por Naciones Unidas, pero que desde entonces no ha avanzado a la velocidad esperada. Un año y medio después, en noviembre de 2023, se comenzó a discutir sobre un borrador, un avance importante pero todavía muy inicial, y la próxima ronda de negociación está prevista para abril de 2024, en Canadá. Allí, los expertos tratarán de perfeccionar el borrador cero revisado del tratado, pero “es probable que siga habiendo fuertes divisiones entre los «ambiciosos» y los que no desean que se firme un tratado”, explica Jacob Kean-Hammerson, de la Campaña de Océanos de la Agencia de Investigación Medioambiental, una de las organizaciones que forma parte de la iniciativa “Break Free from Plastic” (Libérate de los plásticos). 

Un avance lento, a ritmo de perezoso, que contrasta con el rapidísimo crecimiento de los plásticos en el mundo: se estima que la producción se triplicará de aquí a 2060, según datos de la ONU, especialmente en los países en desarrollo. Allí, este material inunda cada vez más aspectos de la vida diaria, en una espiral a la que contribuyen sin dudarlo las grandes empresas, en su búsqueda por expandirse a nuevos mercados. “Las marcas de consumo como Unilever, Nestlé y Procter & Gamble han impulsado cada vez más los plásticos de un solo uso en países como India, Filipinas y Malasia, donde ofrecen productos que antes solo se vendían en grandes cantidades, y ahora se ofrecen en sobres pequeños y asequibles”, se puede leer en el informe El manual corporativo de soluciones falsas a la crisis del plástico, elaborado por la Fundación Changing Markets. Así, hoy en día, es posible encontrar agua envasada en pequeñísimas bolsas, café en minivasos de plástico y paquetitos envasados que no son más que un puñado de frutos secos…  

Quizás por ello, estos estados han sido algunos de los más activos en las negociaciones: “Los países del Grupo Africano y de los Pequeños Estados Insulares del Pacífico (PSIDS) han sido  baluartes de la ambición en las negociaciones hasta la fecha”, señala Kean-Hammerson, con Ruanda como uno de los más destacados. Además, la Unión Europea también ha ido aumentando sus posicionamientos, “y ha pedido medidas sobre la producción de plásticos y la transición a una economía circular”.  Sin embargo, los datos establecen que del total de plásticos producidos y desechados cada año por la Unión Europea, tan sólo el 30% se recicla de manera habitual. Sobre el resto, las cifras no están del todo claras, pero una buena parte se exportaba hasta ahora a terceros países, con lugares como Turquía a la cabeza. Sin embargo, a finales de 2023, un acuerdo provisional del Parlamento Europeo y el Consejo estableció la prohibición futura de residuos plásticos a países no pertenecientes a la OCDE, lo que algunos grupos ambientalistas han celebrado como una manera de poner fin al “colonialismo de residuos”. 

Mientras tanto, el camino hacia el Tratado sobre los Plásticos sigue su curso, todavía con todas las opciones abiertas y con el objetivo de aprobarse en 2024. Mientras algunos abogan por un tratado que establezca controles internacionales jurídicamente vinculantes, objetivos específicos de reducción, eliminación de productos plásticos problemáticos, restricciones al uso de sustancias químicas y el establecimiento de recursos financieros para ayudar a los países a aplicar y cumplir el acuerdo, otros proponen un tratado basado específicamente en la gestión de los residuos, lo cual, por sí solo, difícilmente resolverá el problema. En opinión de Kean-Hammerson, “los controles sobre la producción y un sistema de financiación multilateral serían esenciales para el éxito”.

Una corta historia, un largo rastro 
En poco más de 50 años, el plástico se ha convertido en un material omnipresente y casi omnipotente. Un material que vale para todo y que en todo se encuentra. Barato, ligero, flexible, impermeable y difícil de destruir: las mismas cualidades que lo hacen tan útil son las que lo convierten en uno de los mayores peligros para el planeta. Tras unos inicios modestos pero ya potentes -en forma de látex, PVC o baquelita-, desde 1910 la evolución del plástico ha sido imparable y ha vivido un crecimiento exponencial: tanto en formatos como en usos, cada vez con propiedades más específicas y adaptadas a usos muy concretos. En la actualidad, todas las industrias lo usan, desde la alimentación a la construcción, pasando por el sector sanitario o el embalaje, el último gran nicho de mercado: en un sistema en el que todo se transporta a lo largo de miles de kilómetros, varias veces y en diversos “formatos” -desde la fábrica de origen al envío de “última milla”-, el empaquetado constituye el 40% de todo el plástico utilizado y son, por definición, de un solo uso. 

Imagen de apertura: Vertedero de Dondora en Kenia./ Greenpeace / Selvin Marete

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