El año en que no se consiguió frenar la minería submarina

Por Tania Alonso

Este artículo fue reconocido con una mención honorífica en la edición de 2024 de los premios Prismas a la divulgación científica. A continuación, puedes leer el artículo original publicado en el Anuario de Consumo Crítico 2023.No obstante, desde su redacción se han dado algunos avances que pueden cambiar el devenir de la minería submarina y que puedes leer al final del artículo.

En las profundidades del mar, allí donde no llega la luz del sol y la presión es insoportable para los seres vivos de la superficie, se suceden grandes fosas, extensas llanuras y altas montañas. Entre ellas habita una parte importante de la biodiversidad de la Tierra, en forma de bacterias, animales invertebrados, peces abisales que atraen a sus presas con sus apéndices luminosos y numerosas especies que todavía están por descubrir. 

Pero las profundidades del mar esconden también otra riqueza muy diferente. Una que llama la atención de empresas e inversores y que amenaza con romper un equilibrio formado a lo largo de millones de años. Se trata de metales y minerales como el manganeso, el hierro, el cobalto o el níquel, cada vez más demandados para fabricar tecnologías con las que impulsar la transición energética. 

Con la promesa de crear baterías y coches eléctricos, empresas como The Metals Company y estados como Nauru llevan años presionando a la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos (ISA) para que les permita iniciar actividades de minería submarina y extraer estos materiales. Su único escollo es la oposición de muchos otros países y de gran parte de la comunidad científica.

Hoy, el mundo se divide en tres grandes grupos: los que quieren regular esta actividad, los que piden una moratoria alegando que las consecuencias podrían ser fatales para el fondo del océano y para el equilibrio de todo el planeta y los que guardan silencio. Las negociaciones de este 2023 se antojaban decisivas, pero no se ha alcanzado ningún acuerdo. La decisión de permitir la explotación o prohibirla ha quedado de nuevo en punto muerto, a la espera de próximas negociaciones. 

Una mina en el fondo del mar

El mundo ha iniciado el camino de la descarbonización. Tecnologías verdes como las placas solares, las turbinas eólicas y los coches eléctricos se presentan como una solución firme para frenar el cambio climático y permitirnos, por fin, abandonar nuestra adicción a los combustibles fósiles. Sin embargo, numerosas voces alertan de un punto débil en esta transición: la falta de materiales necesarios para crear estas tecnologías.

Nuestro consumo requiere de tal cantidad de energía que, para llevar tecnologías verdes a cada rincón del planeta, necesitaríamos una enorme cantidad de materias primas. Y la Tierra tiene recursos finitos. El agotamiento de los depósitos y las minas terrestres y la creciente demanda de metales y minerales han hecho que aumente el interés por los que se almacenan en un espacio tan poco accesible como son las profundidades del Pacífico. 

Allí abundan los nódulos polimetálicos, pequeños cúmulos de manganeso, hierro, cobalto, cobre, níquel y titanio. En los océanos existen también zonas ricas en sulfuros polimetálicos y otras que acumulan grandes depósitos de cobalto. Pero estos minerales no son fáciles de conseguir. 

La minería submarina — el proceso que permite obtener minerales por debajo de los 200 metros y hasta a varios kilómetros de profundidad — se realiza con grandes máquinas cosechadoras, similares a las agrícolas, que recorren la superficie aspirando los nódulos que posteriormente se bombean hasta un buque que aguarda en la superficie. A bordo de este barco se limpian y se transportan a la costa. Pero su viaje no termina aquí. Aquí solo comienza un proceso que tiene una importante huella de carbono.

“Pensar que la descarbonización justifica destruir los fondos oceánicos es un error”, explica el doctor Sandor Muslow, profesor de Geología marina de la Universidad Austral de Chile y ex director de Oficina de Gestión Ambiental y Recursos Minerales de la propia ISA. “Una razón de peso la encontramos en la propia esencia de la minería submarina. Uno piensa que con obtener estos nódulos ya se consiguen los minerales. Pero no, lo que se obtiene es una roca. Después es necesario realizar un proceso de metalurgia. Y con esta metalurgia, ¿qué es lo que se produce? ¡Millones de toneladas de CO2! ¿Qué estamos armonizando? ¡Nada! Es solamente optimismo”.

De acuerdo con Muslow, detrás de la defensa de la minería submarina con el objetivo de avanzar en la descarbonización se encuentran intereses económicos de unos pocos y el oportunismo de varias startups. La prueba está, añade, en que en algunas zonas lo que se puede minar no son metales como el manganeso, sino oro y plata. 

“Ahí ya no sirve la excusa de la descarbonización. Para hacer rica a una persona, es muy probable que sobrepasemos uno de los límites que mantiene a nuestro planeta en las condiciones necesarias para soportar la vida”, señala.

El rastro de la minería submarina

Tras el paso de la maquinaria, el fondo marino experimenta dos grandes cambios. Por un lado, los minerales que formaban parte del suelo (y la vida que hay en ellos) desaparecen. Por el otro, se levanta una gran nube de sedimento que puede afectar también a las especies que están más alejadas del suelo.

Pensemos por ejemplo en los nódulos de manganeso que la maquinaria absorbe hasta la superficie. Aunque son pequeños (del tamaño de una roca que se puede sujetar con la mano), lo cierto es que cada uno de ellos tiene una historia de millones de años. Se forman a partir de pequeños materiales, como por ejemplo trozos de conchas, sobre los que se van acumulando metales muy lentamente. Se estima que crecen a un ritmo de entre 1 y 10 milímetros por cada millón de años. 

Estos nódulos son también el hogar de numerosas especies, como microbios, que crecen sobre su superficie. Con el tiempo, cada nódulo puede albergar su propio ecosistema. Al pensar en minería, a menudo imaginamos la extracción de minerales sin vida. Sin embargo, en este caso se está extrayendo la base de ecosistemas enteros, una base que puede haber permanecido en el mismo lugar durante miles y miles de años.

“Es difícil imaginar el impacto que puede tener para el fondo marino que se extraigan estos nódulos de manganeso”, señala Maximiliano Bello, experto en Política pública oceánica. “Yo he tenido nódulos de manganeso en mi mano. Estos están formados alrededor de materia orgánica, como puede ser un diente de un tiburón o un hueso del oído de una ballena”. 

“Alrededor de esta base, las bacterias van acumulando el manganeso en un proceso que dura cientos, miles o millones de años. Si llegamos a extraerlos para generar energía, no podremos decir que se trata de energía sustentable ni limpia. No podremos llamarlo así si lo que estamos haciendo para conseguirlo es destruir esta base de los fondos marinos”, añade.

A la desaparición de estos nódulos, que forman parte de los ecosistemas marinos, se suma el importante movimiento de sedimentos. Esto genera penachos que pueden llegar hasta la superficie, afectando a los medios de vida de numerosas especies y provocando consecuencias inciertas en el funcionamiento de los ecosistemas.

“El otro día conversaba con una de las personas que estaba en la expedición que encontró el Endurance [un barco rompehielos que se hundió en el mar de Weddell en 1915, cuando su tripulación realizaba una expedición científica a la Antártida. Sus restos fueron encontrados en 2022 a 3000 metros de profundidad]. Me contó que todavía se notaba como la caída del barco había desplazado el sedimento marino hace ya más de 100 años. Esto nos permite imaginar cómo la minería puede tener un impacto con consecuencias durante periodos de tiempo muy largos”, añade Bello.

653 firmas y una carta en contra

Uno de los principales problemas de iniciar procesos de minería submarina es que el conocimiento científico actual no permite comprender cuáles pueden ser las consecuencias a nivel medioambiental. Esta es una de las conclusiones del Deep-Sea Mining Science Statement, un manifiesto firmado por 653 científicos que han alzado su voz en contra de la minería submarina. Entre los nombres, están el de Sandor Muslow y el de Maximiliano Bello.

“Como científicos, valoramos profundamente la toma de decisiones basada en pruebas, especialmente en casos tan importantes como la decisión global de abrir una frontera completamente nueva del océano a la explotación de recursos industriales a gran escala”, señalan en su carta. Sin información rigurosa, explican, no se pueden comprender plenamente los riesgos de la minería de los fondos marinos para la biodiversidad, los ecosistemas, el funcionamiento de los océanos y el bienestar humano. 

Sin embargo, sí existe un número cada vez más alto de informes que indican que la biodiversidad de la Tierra está en riesgo, y que los ecosistemas marinos ya se encuentran afectados por factores antropogénicos como el cambio climático, la pesca de arrastre o la contaminación. Además, la información con la que se cuenta muestra sin lugar a dudas que iniciar procesos de minería submarina es arriesgado y puede poner en riesgo la biodiversidad y los ecosistemas.

Los científicos alertan de consecuencias como la pérdida de especies, la interrupción de procesos ecológicos, la contaminación acústica y la suspensión y el vertido de sedimentos, metales y toxinas en el agua. A esto se suma el hecho de que el carbono secuestrado durante millones de años podría liberarse. Algo que tendría consecuencias inciertas en el océano y que podría afectar al cambio climático que se intenta frenar con la fabricación de tecnologías verdes. 

A las consecuencias medioambientales se suman las sociales. El mar desempeña un papel fundamental en la regulación del clima y proporciona alimentos a millones de personas de todo el mundo. Además, es un eje central de la cultura de numerosos pueblos. Sin embargo, se está planteando romper su equilibrio para generar unas tecnologías que solo van a favorecer a unos pocos.

“Un nódulo manganeso de uno o dos centímetros de diámetro puede tener diez o veinte millones de años de existencia. Contiene la historia completa de ese océano, y eso es patrimonio común de la humanidad. Es mío y es tuyo. Y yo no he autorizado a que se explote con esta minería”, reflexiona Muslow. 

A esto le tenemos que sumar, añade el doctor, que los ciudadanos estamos sosteniendo la ISA (la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos, encargada de tomar la decisión de regular o no la minería) con nuestros impuestos. “Yo logré que Chile dejase de pagar porque no quiero contribuir a esta institución con mis impuestos. Pero España, por ejemplo, ha contribuido con 3000 millones de dólares entre 1998 y 2016”, añade.

¿Quién está a favor de esta minería?

Hasta la fecha, la ISA solo ha emitido contratos de exploración para analizar las posibilidades de la minería submarina y realizar estudios. Es decir, la minería submarina todavía no está permitida. Sin embargo, existe una fuerte presión para que se desarrollen regulaciones que den el pistoletazo de salida a la explotación. 

Actualmente, existen 31 proyectos de exploración que se realizan en una superficie total de 1,5 millones de kilómetros cuadrados (tres veces la de España) en aguas internacionales. La gran mayoría tienen como objetivo analizar los nódulos polimetálicos en la zona Clarion-Clipperton (situada entre México y Hawái), pero hay otras en otros océanos, como el Atlántico. Hasta el año 2010, estas actividades de exploración estaban al cargo de agencias nacionales, pero en esta fecha empezaron a involucrarse empresas privadas. 

Otro año que cambió el rumbo de la historia de la minería submarina fue el 2021. En junio de ese año, el Gobierno de Nauru notificó a la ISA su intención de iniciar la minería en aguas profundas. Lo hizo favoreciéndose de una especie de vacío legal conocido como la regla de los dos años. Esta sostiene que, si no se acuerda una normativa específica en los 24 meses siguientes, el país que lo solicita podría empezar la actividad. 

Este pequeño país insular del Pacífico central, de apenas 12 500 habitantes, actúa de la mano de The Metals Company, una compañía ubicada en Vancouver que está generando presión para que la ISA regule la minería. Su director, Gerard Barron, sostiene que es una oportunidad única para que el mundo pueda hacer realidad la transición energética. Argumenta que solo en la zona de Clipperton hay materiales suficientes como para impulsar 280 millones de vehículos eléctricos, el equivalente a toda la flota de automóviles de Estados Unidos.  

Otros países que apoyan la minería son Tonga y Kiribati. Recientemente, a ellos se ha sumado un aliado que puede inclinar la balanza a su favor: Noruega, país que ha manifestado su firme decisión de iniciar la minería en el Ártico. “Otros países permanecen silenciosos, pero mantienen cierto apoyo, como Bélgica, Estados Unidos y China”, señala Bello.

Al otro lado se sitúan los 22 países que se han manifestado en contra. Entre ellos están Fiji, Palau, Samoa, Chile, Costa Rica, Ecuador, España, Francia y Alemania. Entre las incorporaciones de este año están Canadá, Brasil, Finlandia, Portugal y, más recientemente, Reino Unido. Piden una moratoria y exigen que no se permita la minería submarina hasta que no existan pruebas científicas sólidas de sus potenciales consecuencias. 

¿Y qué posición toma la ISA? De acuerdo con Muslow, sus intenciones tienden a aprobar la regulación. “La ISA tiene un mandato binario. Por un lado, sus artículos sostienen que tiene que proteger el patrimonio común de la humanidad para las generaciones futuras. Por el otro, el artículo 11 señala que tiene que sacar partido a los recursos minerales. Tiene que proteger el patrimonio y al mismo tiempo lo tiene que explotar. ¿Cómo va a funcionar esto?”, señala Muslow.

El consejo de este organismo está formado por 36 miembros (elegidos por la asamblea, en la que participan todos los países), y bastarían 12 votos a favor para autorizar una licencia provisional de explotación del fondo marino.

2023, un año clave

En el verano de 2023 se cumplieron dos años desde que Nauru formalizó su intención de empezar a explotar sus recursos mineros marinos. De acuerdo con la regla a la que se acogen, pasados estos 24 meses, podrían empezar la actividad extractiva. Es por ello que 2023 resultaba un año fundamental para frenar el inicio de la minería submarina. 

Sin embargo, la norma expiró, dejando el proceso relacionado con la minería de los fondos marinos sumido en la inseguridad jurídica. Durante la reunión celebrada en julio no se alcanzó una postura común.

“No se dio luz verde a la explotación minera en las profundidades del mar. Las negociaciones sobre el Código de Minería continuarán en la próxima reunión del Consejo de la ISA”, explica Kaja Lønne Fjærtoft, líder de Políticas globales de la iniciativa No Deep Seabed Mining de WWF (que, como su propio nombre indica, trabaja activamente para que no se apruebe ninguna solicitud sin que existan antes las salvaguardias científicas adecuadas).

“Sin embargo, el vacío legal sigue abierto, lo que hace posible que la ISA decida en julio de 2024 si se puede otorgar una licencia para explotar a The Metals Company (TMC) con el estado patrocinador de Nauru. La explotación de los fondos marinos profundos en aguas internacionales podría comenzar por primera vez después de julio de 2024, sin ninguna regulación ni conocimientos suficientes sobre cómo salvaguardar el medio marino. Esta decisión sentaría un precedente para la industria y los inversores”, señala.

De acuerdo con Fjærtoft, otro punto destacado de este 2023 es la incorporación de varios países y empresas al grupo que pide una moratoria. “Empresas que podrían ser futuros clientes de minerales de aguas profundas están pidiendo una moratoria. Se unieron muchas marcas de movilidad, así como inversores y fabricantes de baterías”, señala. A estos se suman empresas que representan el 32% de la industria atunera mundial, instituciones financieras y el Comisionado de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. 

“Lo que quedó claro en la reunión fue que un coro cada vez mayor de estados estarían descontentos con la presentación de una solicitud, considerando la grave falta de conocimiento científico requerido para gobernar las operaciones de minería en aguas profundas de manera segura”, señala la representante de WWF.

Sin embargo, este 2023 quedará marcado también como el año en que Noruega aumentó la presión para comenzar a explotar sus propias aguas, que se superponen con hábitats del Ártico. “Esto podría tener consecuencias devastadoras en todo el mundo y lanza una mala señal a otros países, especialmente debido a la pura hipocresía del papel de Noruega en el Panel de Alto Nivel para una Economía Oceánica Sostenible (Panel Oceánico), en el que se comprometió a realizar una gestión 100 % sostenible de nuestros océanos”, concluye Fjærtoft.

La clave está en nuestro consumo

Al pensar en el futuro cercano, Fjærtoft imagina muchas más voces pidiendo una moratoria a medida que surja evidencia de la naturaleza destructiva de esta industria. Imagina también inversiones en opciones tecnológicas que no requieren nuevos minerales del fondo marino y un cambio hacia una economía circular que permita que nuestra economía global se base en energía renovable y tenga una menor huella en el mundo natural.

En este escenario, no tiene cabida la minería submarina. “Actualmente, estamos aplicando el modelo económico de tomar, hacer, vender y tirar. Y en cada uno de estos pasos, lo que hacemos es producir CO2. Es absurdo, y no tiene sentido favorecer la minería submarina con el objetivo de mantener este sistema de consumo y gasto del que ya conocemos las consecuencias”, señala Muslow. 

“Tenemos que empezar a pensar en la reutilización mucho más”, añade Bello. “En utilizar materiales que ya tenemos y que hemos tirado. No podemos seguir pretendiendo que este planeta es infinito cuando el planeta no ha crecido, pero la población, la desigualdad y el consumo de aquellos que más tienen sí lo ha hecho”. 

Actualización: El avance más relevante en los últimos meses tiene relación con lo que sabemos sobre el fondo del océano: un grupo de científicos que participa en las investigaciones en la zona de Clarion-Clipperton de la ISA demostró que un proceso asociado a los nódulos polimetálicos puede generar oxígeno en las profundidades, sin necesidad de que intervengan organismos fotosintéticos. Esto demuestra que todavía queda mucho por entender sobre la vida en los océanos y sobre las implicaciones que la minería submarina puede llegar a tener. Por otro lado, la ISA cuenta con una nueva secretaria general, la oceanógrafa Leticia Carbalho, que no es tan propicia a aprobar la minería como su predecesor (aunque tampoco es radicalmente contraria a hacerlo). Se ha propuesto por primera vez redactar una política de protección de los fondos oceánicos en la asamblea de la ISA y, además, el número de países que han pedido una moratoria a cualquier actividad minera en el fondo marino ha aumentado hasta sumar 32.

Imagen: Geomar

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