La sombra de Altri: Un monstruo (de celulosa) viene a verme

El anuncio de la apertura de una fábrica de celulosa cerca de un espacio protegido en Palas de Rei ha levantado a las vecinas en contra. Hablamos con algunas de ellas

Por Juan F. Samaniego

Fotos: Emma Vázquez

Cuando somos pequeños, tememos a los monstruos que viven bajo nuestra cama. Al crecer, los olvidamos, convenciéndonos de que solo eran un producto de nuestra imaginación. A veces, sin embargo, nuestras peores pesadillas resurgen ante la amenaza de monstruos muy reales, de esos que miden decenas de metros de altura, exhalan vapores tóxicos y lo destruyen todo a su paso. Seres como el de esta historia. Con la promesa de crear empleo y riqueza bajo el brazo, una inmensa criatura capaz de devorar cientos de miles de árboles cada año y de beber 46 millones de litros de agua al día amenaza con dominar el corazón de Galicia. Pero, al contrario de lo que sucede en la película que inspira el título de este reportaje, los vecinos de la zona no quieren escuchar ni una de las historias del monstruo que ha venido a verlos.

El 4 de marzo de 2024, dos semanas después de las elecciones autonómicas gallegas, el diario oficial de la comunidad le puso cara al protagonista de nuestra historia: una fábrica capaz de producir anualmente 400.000 toneladas de pasta de celulosa y 200.000 de lyocell, una fibra que se presenta como la supuesta revolución sostenible de la moda. Para lograrlo, la factoría necesitaría consumir 1,2 millones de metros cúbicos de madera de eucalipto al año y 46 millones de litros de agua del río Ulla al día. La mayor parte de esta agua se devolvería al río a 27 °C, afectando a la temperatura óptima del ecosistema, y con una carga orgánica importante, contaminando un curso de agua que en varios tramos ya está muy eutrofizado, del que bebe mucha población gallega y que desemboca en la ría de Arousa, de gran producción marisquera y pesquera.

La lista de daños potenciales sigue: afectación de espacios protegidos (el terreno escogido para emplazar la fábrica en el municipio de Palas de Rei en Lugo  limita con la Red Natura 2000), daño a la actividad turística en una zona atravesada por el Camino de Santiago, fomento de un sistema forestal intensivo basado en el monocultivo de eucalipto, extracción de la riqueza natural del territorio… A cambio, los impulsores del proyecto prometen industria, puestos de trabajo y un modelo de desarrollo concreto que ignora las actividades y los proyectos de los cientos de miles de personas que hoy viven alrededor del Ulla y de la ría de Arousa.

Aunque se ha popularizado como Altri, el proyecto en realidad fue bautizado como Gama. Está impulsado por una sociedad – Greenfiber – participada por dos empresas: una gallega, Greenalia, al 25 %, y otra portuguesa, Altri, al 75 %. Para hacerse realidad, esta sociedad necesita captar 250 millones de euros de dinero público a través de una línea de ayudas europeas para la descarbonización industrial. Sin embargo, desde la organización ecologista Adega calculan que la celulosa emitirá unas 100.000 toneladas de gases de efecto invernadero al año y no cumple un requisito básico de estas subvenciones (el principio de no causar un daño significativo en el entorno o DNSH, por sus siglas en inglés). También existen muchas incógnitas respecto a la contaminación del aire por partículas, muy perjudicial para la salud, y por otros compuestos como el amoniaco o los óxidos de azufre.

En el momento de escribir este reportaje, la fábrica de Greenfiber se ha quedado fuera de la primera concesión de ayudas públicas (aunque habrá nuevas convocatorias) y sigue pendiente de los permisos medioambientales necesarios. Además, en septiembre de 2024, el Consello da Cultura Galega, un órgano consultor y asesor de la Xunta de Galicia, publicó un informe que valoraba muy negativamente el proyecto. “La decisión de implantar una fábrica de fibras textiles a base de celulosa en Palas de Rei no responde ni a un plan territorial ni a un plan industrial que hayan sido evaluados ambientalmente, sino que se adoptó con una declaración de proyecto industrial estratégico por parte del Consello de la Xunta de Galicia. No consta que [en esa decisión] se hayan tenido en cuenta los valores del territorio ni sus capacidades para soportar esa instalación industrial, ni los impactos que produciría sobre el medioambiente y las comunidades que lo habitan”. Mientras tanto, las personas que se han plantado frente a un proyecto que amenaza directamente su modo de vida siguen luchando. Han vuelto a creer en los monstruos, pero confían en poder derrotarlos.

Una ría en horas bajas

Carril, Pontevedra, a 71 kilómetros en línea recta del lugar donde se quiere instalar la celulosa.

María Porto, mariscadora, lleva toda la vida en esta esquina de la ría de Arousa. Con 15 años ya ayudaba a su madre a seleccionar las almejas que hoy siguen cultivando en su vivero, a los pies de la isla de Cortegada (del Parque Nacional Illas Atlánticas) y en plena desembocadura del Ulla. Porto compagina el trabajo en su parque de cultivo con la presidencia de la Asociación de Mariscadoras de Carril. Ellas saben que la situación de la ría es delicada desde hace años: la contaminación, la urbanización de la costa o el cambio climático amenazan el marisqueo y otras actividades marineras tradicionales. Ahora, teme que el proyecto Gama le dé la puntilla.

“Cuando algo le pasa al Ulla, nosotras somos las primeras de la ría en notarlo. Hace tiempo que venimos reclamando soluciones a la contaminación, a los vertidos industriales o a las barreras que modifican las corrientes y los aportes de arena, pero no nos escuchan. Ahora vienen con un proyecto que nadie pidió y que amenaza nuestra actividad todavía más”, explica Porto. “Necesitamos un saneamiento integral de la ría, que restaure las corrientes y los flujos de nutrientes que había antes, no una fábrica que vaya a contaminar todavía más nuestras aguas”.

La ría de Arousa es una de las zonas de mayor producción marisquera de España y una de las principales productoras de mejillón a nivel mundial (allí se cría el 40 % del bivalvo de Europa). Esta producción se sostiene casi por completo sobre un sistema artesanal y familiar y depende de la buena salud de unas aguas que llevan años dando síntomas de agotamiento. La celulosa ha vuelto a despertar (en la ría y a lo largo del cauce del Ulla) un debate que nunca ha llegado a abrirse desde las instituciones, el de qué modelo de industria y desarrollo necesita – y quiere – el territorio y su gente.

“La celulosa significaría un golpe muy serio al mar, a la naturaleza y a nuestro modo de vida”, añade María Porto. “Estamos hablando de zonas en las que prácticamente no hay paro. No puedes llegar aquí y contarnos el cuento de que vas a hacer algo para darnos trabajo, somos gente que ya tiene una forma de vivir. Es un atentado al corazón de Galicia”.

La única alternativa

A Cernada, Lugo, a 15 kilómetros de la ubicación de la celulosa. 

Ana Corredoira vive y trabaja en la misma casa en la que nació. Estudió biología en Santiago de Compostela, pero nunca se desvinculó por completo de la granja de producción ecológica que sus padres habían construido a finales de los 80. “Todos los jueves me saltaba las clases en Santiago para ir a repartir la leche con mi padre. Y los fines de semana volvíamos siempre para ayudar”, explica. Hoy, cría a su hija en el mismo espacio en que creció y está al frente de una explotación de más de un centenar de vacas que pastan todo el año en los campos cercanos.

Para Ana Corredoira, su granja es mucho más que una salida laboral. Significa también una forma de entender la vida y de construir las redes sociales y económicas que vertebran el territorio. El proyecto de Altri y Greenalia lo pone todo en riesgo. “Viene con una mochila muy pesada: la promesa de crear riqueza y trabajo”, señala Corredoira. “No vamos a caer en la demagogia de decir que aquí estamos de maravilla, que no tenemos problemas. Pero es que la celulosa no es una solución a ninguno de ellos”.

La macrocelulosa representa un tipo de industria y de consumo radicalmente opuesto al que plantea la ganadería de A Cernada. El primero es globalizado y extractivo, el segundo, de proximidad e incrustado en el territorio. “Mis padres me enseñaron a hacer las cosas de una manera respetuosa con el entorno y con los animales mucho antes de que se hablase de sostenibilidad. Ellos no buscaban lo verde para vender más, no sabían nada de greenwashing. Pero eran conscientes de que hay una forma de hacer las cosas que no compromete el futuro. El proyecto de Altri y Greenalia es justo lo contrario: hipoteca el futuro para conseguir resultados inmediatos”, añade.

“El fantasma detrás de este proyecto sobrevuela constantemente nuestro territorio en forma de minas o grandes fábricas. Conservar la naturaleza y la biodiversidad no va de romanticismo, va de conservar nuestra salud, el suelo sobre el que producimos alimentos y la base que permite la vida y nos garantiza unas condiciones dignas”, concluye Ana Corredoira. “Me mantengo optimista, no tenemos otra alternativa, porque lo contrario significa dejar que el monstruo entre en nuestra casa”.

Y la gran amenaza

Restaurante Casa Alongos, Melide, Lugo, a 5,5 kilómetros en línea recta de donde estaría la celulosa. 

Concha Casares no tiene televisión en su establecimiento, pero sí un patio en el que crecen kiwis y manzanas. Acaba de limpiar una olla de cocer el pulpo y se dispone a desayunar con pan y leche que le ha comprado a sus vecinos. Su restaurante, situado al pie del Camino de Santiago, huele a caldo, y de las paredes cuelgan ramas secas de laurel y postales de muchos lugares del mundo. Allí, miles de personas entran en contacto cada año con la gastronomía gallega y los productos de proximidad de la zona.

“Por aquí pasa mucha gente extranjera y siempre les cuento qué es lo que nos quieren colocar in the middle of the landscape, en el medio del campo”, bromea. Pero las palabras de Concha Casares no son ningún chiste. Está preocupada por el futuro del agua y del aire en su pueblo y por lo que pueda pasar con el Camino de Santiago, cuyo recorrido tendría que ser desplazado unos kilómetros para dejar espacio a la infraestructura que necesita la fábrica. “Si nos ponemos técnicos y hacemos un análisis de amenazas, fortalezas, debilidades y oportunidades de nuestro negocio, solo tenemos una gran amenaza: el proyecto de celulosa”.

Concha Casares creció en Melide, a donde llegaron sus padres desde la aldea de Ourense que hoy da nombre a su restaurante. Durante años se dedicó a la distribución de productos de la zona y hace 10 decidió pasarse a los fogones porque los peregrinos que llamaban a su puerta siempre le preguntaban si podían comer algo. “Si el proyecto sale adelante, vamos a tener muchos problemas para seguir produciendo la leche, el queso, el pan o la carne que dan fama a esta zona. Va a ser imposible mantener una producción ecológica. Podremos seguir vendiendo Coca-Cola, pero perderemos lo que nos hace únicos”, añade Casares.

“Aquí tenemos calidad de vida y un patrimonio cultural y natural impresionante. Trabajamos y generamos trabajo. Pero parece que nada de eso vale. Siguen diciendo que necesitamos industrializar Galicia, pero ¿qué significa en realidad? A veces pienso que quieren dejar el país destartalado para el futuro”, reflexiona la hostelera. «Y me hago una pregunta más: ¿a quién defiende la administración? ¿Por qué no defiende a los que no solo creamos empleo, sino que aportamos valor al territorio?».

Marchar o no marchar

Cooperativa Milhulloa, Palas de Rei, Lugo, a 1,6 kilómetros de la celulosa. 

Carmela Valiño y Chusa Expósito tienen el laboratorio lleno de cajas de especias. Están secando la última cosecha de milenrama, orégano y caléndula cultivada en los alrededores de su casa. Y el destilador de aceite todavía gotea los últimos restos de lavanda. Están preparándose para una feria de productos ecológicos como los que ellas hacen en Milhulloa, una cooperativa de plantas medicinales, especias, infusiones y cosmética a la que han dedicado más de 20 años.

“Aquí, en esta casa de 1890, nació mi padre. Aquí, en estos castiñeiros y carballos centenarios, jugaba yo de pequeña, que nunca fui muy de muñecas. Y aquí nos vinimos después de acabar nuestros estudios de farmacia y biología con la ilusión de montar algo propio. Se volvió una forma de vida”, explica Chusa Expósito. “Está claro que si abren la fábrica nos tendremos que marchar, tendremos que cerrar. Probablemente perderíamos el sello de ecológico y, además, quién se va a tomar una infusión de una planta cultivada a menos de dos kilómetros de una fábrica tan contaminante”.

“Marcharme de aquí sería una pena muy grande. Hemos creado una comunidad de gente y una red de proyectos de productos ecológicos y saludables muy importante”, añade Carmela Valiño. “Pero, si nos colocan ese monstruo contaminante ahí, tendremos que irnos. Y detrás de nosotros vendrán todos los demás. Es un proyecto que no es compatible con la economía que hemos creado aquí, pero, sobre todo, no es compatible con la vida. Es un contrasentido”.

Camino al kilómetro cero 

Siguiendo la carretera que parte de la puerta de la casa de Valiño y Expósito, el camino atraviesa granjas y pequeños grupos de casas. Las pancartas de “Altri, non” salpican el recorrido. Un poco más adelante, la carretera cruza un puente nuevo sobre una autovía en construcción y se acaba en una valla, la que rodea la finca donde Altri y Greenalia quieren instalar la macrocelulosa. Dentro no hay rastro de obras, pero puede que dentro de unos años allí se levante una chimenea de más de 70 metros de altura, una planta química para producir los compuestos necesarios para fabricar pasta de celulosa y una planta de lyocell.

La mayoría de los vecinos, organizados alrededor de la plataforma Ulloa Viva y varias asociaciones ecologistas, esperan que eso nunca llegue a pasar. Su mayor esperanza está en dilatar al máximo los procesos de autorización e incluso obligar a las empresas a presentar un nuevo proyecto. Cuanto más se retrase todo, más opciones hay de que Altri y Greenalia pierdan interés y, sobre todo, fondos y apoyo económico. “No nos lo van a poner fácil, tienen muchos recursos y medios para lograr su objetivo. Pero somos optimistas”, recalca Ana Corredoira. “Somos mujeres, vecinas, personas. Somos muchas, estamos trabajando duro y vamos a defender nuestra vida y nuestra casa frente al monstruo”.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio