La obtención de la pulpa necesaria para hacer papel no está solo relacionada con deforestación; sino también con pérdida de biodiversidad y una mayor propensión a incendios
Por Laura Villadiego
Fotos: Adri Salido
Las laderas de la serra da Lousa, en el centro de Portugal, tienen varias zonas peladas. Esos parches, ahora desnudos, estaban cubiertos hasta hace poco con hileras de pinos cuyos troncos van ahora camino de alguna de las plantas procesadoras que abastecen a la boyante industria papelera del país. No sería nada extraordinario en uno de los países con mayor producción de pulpa para papel en Europa si no fuera porque la Serra da Lousa es una zona protegida por la red Natura 2000 cuyo objetivo es, supuestamente, la preservación de especies y ecosistemas valiosos, no la producción de materias primas.
Portugal es uno de los ejemplos más extremos en Europa del impacto de las plantaciones de pulpa para papel, donde sólo los eucaliptos, la principal materia prima de la industria, cubren un 23% de la masa forestal. Pero no es el único. En España, el eucalipto se ha convertido en el principal árbol de repoblación y alcanza casi las 600.000 hectáreas, seguido de dos especies de pino también usados para producir pasta de papel, el pinus radiata, con cerca de 250.000 hectáreas, y el pinus pinaster, con 223.000.
En algunas regiones, su expansión es más rápida que en otras. Así, en Euskadi la superficie de plantaciones de eucaliptos se ha cuadruplicado entre 1986 y 2019, pasando de 4.866 a 19.643 ha. En Galicia, donde hay mayor concentración de eucaliptos, ya cubren más de 400.000 hectáreas, frente a las 84.000 de 1974. Todo esto para alimentar a las 74 fábricas de papel que hay en el país (64 de papel y cartón, 5 de celulosa y 5 integradas de celulosa y papel) y abastecer el consumo medio de 176 kilos de papel por año y persona, según datos del Miteco.
En otros países con regulaciones menos estrictas el balance es aún peor. Así, según un análisis del World Resources Institute, entre el año 2000 y el 2015, las plantaciones para pulpa de papel provocaron la deforestación de 1,8 millones de hectáreas de bosque. Esa deforestación tiene lugar sobre todo en países tropicales, como en Indonesia, países de la zona continental del Sudeste Asiático y en menor medida en Latinoamérica, según WWF, donde las plantaciones se han abierto a costa de selva primaria. Y aunque puedan parecer lejanos, esos países se han convertido en proveedores fundamentales de la materia prima para las papeleras europeas, a medida que se han ido endureciendo los requisitos para abrir nuevas plantaciones en el Viejo Continente, explica el conservacionista portugués Paulo Pimenta. “Ahora están importando madera de países como Uruguay, Brasil, Congo, etcétera, pero pronto también les va a afectar la implementación del nuevo reglamento de deforestación importada”, explica.
Las plantaciones de eucaliptos no sólo desplazan a la vegetación autóctona, sino que también ponen en peligro a la que permanece. Así, los eucaliptos son árboles muy difíciles de eliminar, asegura Pimenta, por lo que hay muchas plantaciones que han sido abandonadas una vez que han dejado de ser productivas – generalmente tras tres cosechas – convirtiéndose en un pasto perfecto para los incendios. “Cuando cortas el eucalipto, rebrota. Entonces tienes que destruir el sistema radicular para que desaparezca. Y eso es muy caro”, explica Pimenta. Por ello, en Portugal ha habido pocos intentos de eliminar los eucaliptos y recuperar la flora autóctona, incluso en las zonas protegidas. Y aunque las plantaciones existentes dentro de espacios protegidos son, en muchos casos, previas al reconocimiento del estatus de protección, explica Pimenta, ahora se están abriendo muchas nuevas en los lindes de los parques naturales que también son un peligro para estos espacios. “Si se produce un incendio en una de esas plantaciones, puede pasar fácilmente al espacio protegido”, explica.

Todo esto supone una alta factura en gases de efecto invernadero. Así, la Agencia Internacional de la Energía calcula que la industria del papel supone aproximadamente el 2% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Individualmente, por cada tonelada de papel, se emiten 942 kilogramos de CO2 equivalente, según un estudio del ciclo de vida del papel, aunque la huella, al contrario de lo que se pueda pensar, se centra en el uso de la energía y no tanto en la materia prima.
Más alla de la deforestación
Las plantaciones de pinos y eucaliptos cuentan como superficie forestal dentro de las estadísticas oficiales españolas. Pero sus características son muy diferentes a las de un bosque, advierte Arturo Elosegi, biólogo de departamento de Biología Vegetal y Ecología de la Universidad del País Vasco. “Evidentemente destruir completamente todo tipo de materia vegetal, como en una mina, es mucho peor, pero tienen un impacto alto”, asegura.
Especialmente cuando hablamos de plantaciones de eucalipto. Así, un metaestudio liderado por el biólogo sobre los efectos ambientales de las plantaciones de eucaliptos en Euskadi y la península ibérica, donde se revisaban las investigaciones publicadas sobre esta materia, lanza una fotografía funesta. “Sabíamos que habría una serie de impactos [asociados a las plantaciones de eucalipto] que ya habíamos detectado pero imaginábamos que el eucalipto sería muy malo para unas cosas, pero quizá no tan malo en otras. Y fue una sorpresa ver que lo que hay publicado asegura sistemáticamente que el impacto es bastante grave”, explica el biólogo.
Así, según la FAO, los eucaliptales tienen un fuerte efecto sobre la hidrología, ya que disminuyen el caudal de los ríos y el nivel freático – su alta productividad hace que las tasas de transpiración de vapor de agua sean muy elevadas- ; no contribuyen a controlar la erosión del suelo; hace que se agoten los nutrientes del suelo por los turnos de extracción extremadamente cortos, y tienen menos diversidad que los bosques naturales nativos. “Lo que es más claro es el impacto sobre la biodiversidad. En los otros depende más de detalles de la zona. Por ejemplo, una plantación puede producir muchísima erosión o no tanta en función de exactamente cómo se haga la extracción”, explica Elosegi.
El estudio recoge impactos similares a los de FAO. Así, se ha documentado que los eucaliptales suponen un empeoramiento grave, si se comparan con los bosques naturales, en cuanto a la hidrofobia del suelo – que hace que el agua no se infiltre-, la fauna del suelo, colémbolos especialmente, la diversidad de plantas, de anfibios y aves. También afectan negativamente a los ríos cercanos en la calidad de la hojarasca, la materia orgánica, los hongos, invertebrados y peces. Son también peores si se comparan a plantaciones de pino en la diversidad de plantas y aves, o la hidrología, entre otros.
La corta es uno de los momentos más delicados donde puede darse un mayor impacto medioambiental. Así, según el estudio liderado por Elosegi, las cortas muy seguidas y agresivas tanto en eucaliptales como en pinares suponen agresiones graves para el suelo, algo que se está agravando por el uso de mecanización en la extracción. En el caso del destoconado, el impacto es aún mayor hasta el punto de que en Portugal la “erosión causada por el destoconado de los restos de plantaciones tras el paso de incendios alcanzaba tasas tan altas que se predecían pérdidas insostenibles de suelo en 50-100 años”, asegura el estudio. “Además por el simple hecho de que crezca tan rápido, hace que se agoten los nutrientes del suelo. De hecho, cada vez más, se están abonando los eucaliptales, algo que antes no se hacía”, explica Elosegi. En otros lugares del mundo con plantaciones de eucaliptos se están documentando impactos similares. Por ejemplo, un estudio llevado a cabo en Brasil encontró que en las plantaciones de eucaliptos la biodiversidad en el suelo se reducía sustancialmente en comparación a espacios naturales como la sabana de El Cerrado.
En Portugal, algunas comunidades ya están dando marcha atrás e intentando recuperar los ecosistemas autóctonos para luchar contra los impactos negativos de los eucaliptales. Es el caso del proyecto Lusitanica, en Estarreja, a unos 100 kilómetros al norte de la Serra da Lousa, donde la ONG Bioliving ha reconquistado una pequeña parcela de 2 hectáreas antes llena de eucaliptos y recobrado el hábitat de especies en peligro como la salamandra lusitánica. “Hubo un gran fuego aquí en 2022 y ahora ya no quedan muchos eucaliptos, pero antes estaba todo rodeado”, explica Ines Pimental, bióloga de la ONG bioliving. Aunque pequeña, la parcela no sólo da un respiro a la biodiversidad, sino que protege a los vecinos del mayor peligro de los eucaliptos. “Esto es una barrera para el fuego. Sólo con dos filas de árboles y el fuego se para”, concluye
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