Mientras las protestas vecinales por el turismo masivo se intensifican a lo largo y ancho del país y nuestras ciudades se asemejan más a parques temáticos que a espacios de bienestar, ¿quién controla el turismo y quién se lleva la mayor ganancia?
Por Irene Baños
«El turismo ha evolucionado de un fenómeno sociológico a una industria centrada en la ganancia económica», señala Alicia Fajardo, experta en turismo sostenible en The Travel Foundation. «Y por eso han surgido los problemas que estamos viviendo». A día de hoy, el turismo es uno de los sectores económicos de mayor crecimiento, comparable al de las exportaciones de petróleo, según ONU Turismo. En España, que encabeza el ranking global de destinos turísticos, representa más del 11% del PIB.
«La peculiaridad del turismo es que depende directamente del uso de los recursos públicos, desde el entorno natural y urbanístico hasta el patrimonio cultural», explica Constantia Anastasiadou, catedrática de Turismo en la Universidad Napier de Edimburgo. «Las autoridades públicas deberían impedir el abuso de esos recursos, pero las decisiones a menudo están guiadas por la lógica de negocio».
¿Y quiénes pilotan los flujos que están transformando la vida de millones de personas en los destinos turísticos? La enorme diversidad de actividades que componen el turismo lo convierten en una industria muy atomizada, pero una minoría concentra el grueso de los beneficios y lleva la voz cantante.
Un negocio atomizado pero desigual
A nivel global, las pequeñas y medianas empresas componen más del 80% del sector turístico; en Europa, esa cifra aumenta hasta el 99%, principalmente por la amplia oferta en la hostelería. Sin embargo, ese 1% restante, dominado por aerolíneas, cadenas hoteleras, operadores turísticos y agencias de viaje online, genera alrededor del 40% de los ingresos.
Las aerolíneas marcan el ritmo y dirección del turismo mediante su oferta. Ryanair, líder indiscutible del mercado aéreo europeo, ha explosionado destinos turísticos como el Algarve, en el sur de Portugal, desde donde opera más de 520 vuelos semanales. Pero, además, las aerolíneas ejercen gran influencia en las medidas legislativas. «Por ejemplo, contra los impuestos a su actividad, que sigue estando fuertemente subvencionada», subraya Anastasiadou. Una influencia que se amplifica a través de grandes fusiones, a pesar de los intentos por regular los monopolios. En España, dos de las principales aerolíneas, Iberia y Vueling, están agrupadas ahora bajo International Airlines Group (IAG), con un puesto privilegiado en el IBEX35. Por su parte, los hoteles pequeños e independientes todavía representan una amplia mayoría en suelo nacional, con fuerte resistencia en zonas poco turísticas, pero las grandes cadenas les aventajan con creces en ingresos y número de habitaciones. Tan solo el grupo Meliá Hotels International, que también predomina en el IBEX35, oferta más de 30.000 habitaciones en el país.

Al control del mercado se suman los operadores turísticos y las agencias de viaje en línea. TUI Group, el mayor operador del mundo, copa los paquetes vacacionales en España para turistas del norte de Europa, mientras que Booking.com domina las reservas de alojamiento. Estos actores imponen sus intereses a quienes quieren ser parte del juego, afirma María Sard, profesora titular de Economía Aplicada en la Universidad de las Islas Baleares: «Esa situación de privilegio puede conllevar abusos de poder, por ejemplo a la hora de fijar los precios». Precisamente, en julio de 2024, la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia multó a Booking.com con 413 millones de euros por abusar de su posición de dominio. Un paso significativo, aunque, dadas sus ganancias, estos conglomerados a menudo prefieren pedir perdón que pedir permiso, añade Sard.
Impacto local, ganancia extranjera
La lógica de concentración del mercado también se ha infiltrado en la «economía colaborativa», que inicialmente promovía el alquiler de espacios en viviendas particulares para fomentar un turismo descentralizado e integrado con la población local. Airbnb, como referente de este modelo, se ha desfigurado con la profesionalización de la gestión por parte de empresas con múltiples propiedades. Las protestas ciudadanas reclaman regulaciones más estrictas; sin embargo, para no reforzar la misma estructura de poder, estas deberían apuntar no tanto al qué, sino al cómo, apunta Anastasiadou. «En Edimburgo, la concesión de licencias de alquiler de corta duración ha forzado el cierre de negocios familiares que llevaban años funcionando, en beneficio de las grandes cadenas hoteleras», afirma.

Al notable tránsito del dominio de pequeños actores a grandes cadenas, se suma la creciente presencia de agentes extranjeros que explotan los recursos locales, pero no revierten los beneficios al territorio. En 2023, las transacciones hoteleras en España por parte de inversores nacionales aún supusieron un 75% del número total, pero generaron tan solo un 25% del valor. En esta dinámica intervienen además actores de difícil competencia: los fondos de inversión, caracterizados por su enfoque especulativo. Los inversores internacionales absorbieron el grueso del valor de las transacciones a través de megaoperaciones lideradas por fondos de inversión de Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Singapur.
Ante esta tesitura, Fajardo enfatiza el escollo que suponen las «fugas económicas»: «Si un 30% de los ingresos sale del país porque la cadena hotelera tiene sede fuera y otro 30% se lo queda la empresa de reservas, el neto que queda para el destino local es mínimo», apunta la consultora. «Vemos muchas protestas para limitar las viviendas turísticas, pero no para limitar las licencias a grandes cadenas hoteleras extranjeras», añade. Y, poco a poco, la influencia de los gigantes en España va abarcando más sectores turísticos: Blackstone y BlackRock cuentan ya con participaciones en la cadena hotelera NH Hotel Group, pero también en la tecnológica Amadeus, que provee buena parte de los programas de gestión a la industria turística, y en la gestora de aeropuertos AENA.
Horizontalizar la pirámide del poder
Cabe esperar que las empresas dominantes refuercen su poder. Por ejemplo, defendiendo sus intereses a través de organizaciones como el Consejo Mundial de Viajes y Turismo (CMVT), donde converge el 30% de la industria mundial. Pero, además, se prevé un gran dinamismo en las mutaciones del sector en las próximas décadas, desde la irrupción del vertiginoso mercado turístico asiático hasta la eclosión del turismo médico.
Este contexto cambiante ofrece un marco propicio para situar a la ciudadanía en un primer plano. Aunque los caciques del turismo se erigen en muros casi infranqueables, los esfuerzos por implicar a más actores en la toma de decisiones turísticas están despegando. En las Islas Baleares, por ejemplo, la Comisión para la Promoción del Turismo Sostenible incluye representantes tanto de los sectores turístico y político como de la agricultura, la pesca o la protección del medio ambiente. «Se nota un esfuerzo por mejorar la gobernanza turística y consensuar el desarrollo de las actividades con los agentes sociales implicados para que el beneficio repercuta en la ciudadanía», comenta Sard. «No será todavía perfecto, pero es el camino a seguir».
Fajardo, que fundó la iniciativa #TurismoReset para impulsar la regeneración del sector, se suma en la defensa de una planificación turística que involucre a las comunidades locales. «La mayoría somos turistas y queremos turismo, pero no de una forma impuesta que modifique nuestra vida diaria», justifica. Como referente menciona la iniciativa «Viajar al mañana»: las autoridades locales de Flandes (Bélgica) planifican las políticas públicas en base a encuestas a los residentes sobre la actividad turística. Repensar las bases sobre las que se construye la actividad turística, priorizando los beneficios sociales y ambientales, es una necesidad en la que coinciden las tres expertas. Y, en ese camino, la corresponsabilidad es clave. «Las grandes corporaciones tienen una mayor responsabilidad de tracción, pero como visitantes también tenemos un papel», recalca la investigadora Anastasiadou. «Somos parte del problema, pero podemos ser parte de la solución».