Agricultura y enfermedades: Un cóctel mortal para las abejas

El 20 de mayo se celebra el Día Mundial de estos insectos que son fundamentales en la polinización de casi tres de cada cuatro plantas que comemos

Texto e imágenes: Laura Villadiego

Rafael Cerdá lleva años viendo cómo sus abejas mueren irremediablemente. Procedente de una familia de apicultores de Ayora (Valencia), Cerdá viajó por medio mundo buscando las técnicas más avanzadas para hacer que sus abejas prosperaran. Durante un tiempo, lo que aprendió en países como Estados Unidos o Francia dio sus frutos y sus 5000 colmenas estaban llenas de vida. Pero hace tiempo que ya no es así. 

Cada 20 de mayo se celebra el Día Mundial de las abejas, una jornada impulsada por la ONU para concienciar sobre la importancia de los polinizadores y las amenazas a las que se enfrentan. Así, la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) calcula que un 75% de los cultivos dedicados a alimentación depende, al menos en parte, de los polinizadores, mientras que casi el 90 por ciento de las plantas con flores necesitan la polinización, que realizan fundamentalmente abejas salvajes, para reproducirse.

Sin embargo, en 2006, un apicultor de Pensilvania, en Estados Unidos, reportó por primera vez una muerte masiva de sus colmenas. Era el inicio del síndrome de colapso de colonias (CCD) que ha mermado colmenas de medio mundo y que en Europa empezó a reportarse a partir de 2007. Desde entonces se siguen registrando altas tasas de mortalidad de abejas en medio mundo. En España, según datos del Programa de vigilancia de abejas del Ministerio de Agricultura, la mortalidad invernal en 2022-23 fue del 18,7%, algo surerior a la registrada la campaña anterior. En Europa, el límite aceptable de mortalidad invernal es del 10%.

Cerdá sabe que no hay una única razón para la alta mortalidad de sus colmenas, pero apunta a la agricultura como una de las principales responsables. “La globalización hace que los productos agrícolas se vayan haciendo cada vez más rentables”, asegura el apicultor. “Nosotros dependemos de los cultivos a los que van abejas, como alfalfa o colza, a por polen. Esos cultivos se está haciendo que produzcan mucho y que sean rápidos, para sacar el máximo rendimiento. Entonces la temporada de floración suele ser más corta. Eso hace que la abeja tenga menos tiempo de alimento”, asegura. Además, una tercera parte del suelo arable de Europa está cultivada con cereales, principalmente trigo, cebada y maíz, cultivos que no forman parte de la dieta de la mayoría de los polinizadores, especialmente los melíferos, como las abejas. 

Esta globalización, asegura Cerdá, también ha llevado a que los campos tengan más plagas y que se fumigue más. “Antiguamente a lo mejor se fumigaba más fuerte, con productos más lesivos para las abejas. Poco hemos pasado a utilizar productos menos agresivos, que a lo mejor matan menos porcentaje de abeja, o no les afecta tanto, pero les afecta. Y se fumiga más”, explica Rafael Cerdá. “Por eso siempre tenemos que estar pendientes de no bajar el número de abejas para que la colmena no se venga abajo y muera”, continúa. 

Uno de esos productos más lesivos que menciona Cerdá son los neonicotinoides, insecticidas neurotóxicos cuyo uso fue primero restringido por la Unión Europea en 2013, y prohibido por completo en 2018, por la alta mortalidad que causaba en las abejas. Sin embargo, aún se siguen aprobando autorizaciones de emergencia para ciertos cultivos, especialmente la remolacha. 

Mientras tanto, otras sustancias han sido aprobadas, con un pico de sustancias activas permitidas en 2017, con cerca de 500. “En la autorización de plaguicidas no se tiene en cuenta el efecto cóctel”, explica Noa Simón, de la ONG de protección de las abejas Bee-Life. “Se autoriza un plaguicida para un cultivo. Pero no se tiene en cuenta el contexto de los cultivos ni qué otros pesticidas pueden estar rociándose cerca”, continúa. Desde entonces, se ha dado un pequeño descenso en el número de principios activos legales, aunque algunos de los más polémicos siguen permitidos, como el glifosato cuya licencia se renovó en 2023 por diez años más.

Estos pesticidas se mantienen también a lo largo de la cadena alimentaria. Así, datos revelados por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA en inglés) revela que un 42% de la comida que se vende en Europa tiene residuos de pesticidas (un 38.3% dentro de los límites legales y un 3,7% excediendo los límites), siendo las frutas como peras o naranjas las que presentan mayores niveles. Los plaguicidas que más se encontraron excediendo los límites legales fueron fosfano (1,6%), compuestos de cobre (1,4%) y óxido de etileno (1,1%). Este último es un pesticida no aprobado en la Unión Europea, y se encontró sobre todo en importaciones de India y Turquía. 

La mala dieta y la acción de los pesticidas deja a las abejas vulnerables ante las enfermedades de las colmenas, que suponen su sentencia final. Así, según Mariano Higes, investigador especializado en patologías de abejas del Centro de Investigación Apícola y Agroambiental de Marchamalo, el principal enemigo de las colmenas es la varroa –un ácaro que ataca a los insectos–. “El problema de la apicultura no es solamente los neonicotinoides. Es uno de los problemas. Otro los fungicidas, los herbicidas, los acaricidas… Y otro los patógenos, que también van más allá de Varroa destructor”, asegura Mariano Higes.  

El Pacto Verde desmantelado

En 2019, la presidenta de la Comisión Europea Úrsula Von der Leyen anunció un plan para reducir la huella medioambiental del continente que incluía importantes cambios en la llamada Política Agrícola Común (PAC) que desde los años 60 ha determinado qué y cómo se cultiva en Europa. “El efecto que tienen en conjunto las medidas de la PAC es que siguen prevaleciendo las ayudas directas que fomentan la intensificación. Las otras que podríamos llamar compensatorias o ambientales son minoritarias, así que no compensan del todo los efectos que causan las otras medidas”, explica Elena Concepción, investigadora post-doctoral especializada en biodiversidad del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC).

En este nuevo plan se incluía la estrategia de la Granja a la Mesa que, entre otras medidas, contemplaba la reducción del uso de pesticidas en un 50%. Sin embargo, la deriva hacia la derecha de Europa ha sentenciado a muerte este plan y ese objetivo ya se abandonó en 2023, en una medida que fue vista como electoralista ante la cercanía de las elecciones europeas de junio de 2024. Desde entonces, se ha mantenido la línea de distanciamiento del Pacto Verte, y el paquete de simplificación de la PAC recién aprobado probablemente significará una reducción de las medidas ambientales aplicadas a los campos europeos. 

Ahora la esperanza está puesta en el reglamento de Restauración de la Naturaleza, que entró en vigor en agosto de 2024 y que obliga a los estados miembro a restaurar al menos el 20% de los ecosistemas antes de 2030, y que establece la población de polinizadores como uno de los indicadores de salud de los ecosistemas. “Esta ley pasa por pasa por una desintensificación de la agricultura y ello tendría que verse en una mejora de los suelos, con más carbono, y desde el punto de vista de la biodiversidad, con más polinizadores y más presencia de elementos de diversidad del paisaje, márgenes, lindes, barbechos, pequeños bosquetes”, explica Joan Pino, director del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF). Y aunque esta regulación se centrará sobre todo en las zonas protegidas por la Red Natura 2000, la restauración de estos espacios podría dar un alivio vital a las abejas.

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