Este texto es un extracto de un artículo publicado en nuestra recién estrenada sección de El Salto
Cada día entran más de 100.000 prendas de ropa en la planta de tratamiento de residuos textiles de Moda-Re en Martorell (Barcelona), y no es la única en España. Se trata de camisetas, pantalones o abrigos que suponen solo una pequeñísima parte de los 11 kilos de ropa que cada persona desecha al año en Europa. En nuestro país se generan aproximadamente unas 900.000 toneladas de residuos textiles —incluyendo los llamados excedentes de producción (prendas que los productores no consiguen vender) y los residuos preconsumo (lo que sobra en el proceso de corte de los patrones)— de las que apenas el 12% es recuperado y destinado a otros usos, ya sea para la venta de segunda mano o para convertirse en otros artículos, por ejemplo alfombrillas, colchones o interiores de coche.
Son el resultado de un sistema de moda basado en el estreno por temporadas, la ropa barata y el marketing permanente que nos invita a comprar, cambiar y renovar nuestros armarios de forma constante. Un sistema que, según algunos estudios, podría suponer hasta un 10% de las emisiones de efecto invernadero y que tiene enormes impactos medioambientales —y sociales— dentro y fuera de nuestras fronteras. El más visible son los inmensos vertederos donde los residuos textiles se descomponen al aire libre, en un lento proceso que conlleva emisiones de gas metano (procedente de los materiales orgánicos como el lino, el algodón o la seda), y microplásticos (de aquellas prendas de origen sintético), que van a parar a las corrientes de agua y el interior de la tierra. Es tristemente famoso el vertedero del desierto de Atacama, al norte de Chile, pero la situación se repite en otros lugares del mundo, como revelaba recientemente el informe Regalos envenenados, de Greenpeace, en el que se pone de manifiesto cómo Europa utiliza las exportaciones de ropa usada para deshacerse de los restos textiles que no es capaz de gestionar.
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