El larguísimo rastro de la ropa que ya no usamos

La vida de la ropa en nuestros armarios es cada vez más corta. Pero cuando nos deshacemos de ella, comienza un largo recorrido que deja un amplio reguero de impactos sociales y medioambientales. Hoy nos preguntamos dónde terminan y qué se hace con las 92 millones de toneladas de residuos textiles que generamos cada año. 

La ropa para el baile de fin de curso de los niños. El bolso de aquella boda. El disfraz de carnaval, la camiseta que sólo se usó un verano… Son formas de consumo textil tipo usar y tirar, asemejándose al de los plásticos de un solo uso. Prendas de todo tipo que conforman las más de 900.000 toneladas de residuos textiles que se generan cada año en España y de las que sólo se logra reciclar un 12%, aproximadamente. El resultado de un sistema de moda basado en el estreno por temporadas, la ropa barata y un marketing agresivo que nos invita a comprar, cambiar y renovar nuestros armarios de forma constante. Un sistema que tiene enormes impactos medioambientales, dentro y fuera de nuestras fronteras, tal y como estamos investigando en el proyecto Moda Basura. 

En este artículo nos centramos en los residuos textiles para saber a dónde van y qué se hace con todo este montón de ropa que habitualmente no vemos, pero que de vez en cuando aparece en forma de impactantes imágenes, como las del vertedero textil del desierto de Atacama, al norte de Chile; o las que llegan a algunos países africanos, como Kenia o Ruanda. Nos preguntamos dónde terminan las toneladas de textil de las que nadie quiere hacerse cargo; cómo llegan hasta allí y qué impactos tiene sobre el territorio, el medio ambiente y las personas. 

Desde el año 2000 a 2015, la producción textil se duplicó a nivel mundial, superando los 100.000 millones de prendas anuales, según un estudio de la Fundación Ellen Macarthur. La ciudadanía compra un 60 por ciento más de ropa que hace 15 años y el número de veces que utiliza cada prenda se reduce: un 30% de lo que hay en los armarios europeos no se ha vestido en al menos un año. En total, a nivel mundial, se cuantifican unas 92 millones de toneladas de residuos textiles anuales: el equivalente a un camión enterrado o incinerado cada minuto.  

Esta cifra incluye tres tipos de residuos: los llamados “excedentes de producción”, que son aquellas prendas que los fabricantes no consigue vender -a menudo se repite que un 30% de todas las prendas producidas no llegan a venderse nunca, citando un estudio de la Australian Circular Textile Association (ACTA), pero los datos no son muy claros-; los residuos “preconsumo”: aquellos que se desechan durante el proceso de fabricación debido al proceso de hilado, corte, etc.., y, finalmente, la ropa que los consumidores tiran a la basura una vez utilizada. 

Todo esto provoca literalmente montañas de residuos textiles que se acumulan en los lugares más insospechados. Sin ir más lejos, en las últimas semanas ha saltado a los medios la aparición de toneladas de ropa en un polígono de un municipio del sur de Madrid, un vertedero ilegal que ha llegado a inutilizar uno de los carriles de la carretera. Se trata de ropa que ni siquiera se sabe de dónde procede pero que parece llevar años acumulándose allí y de la que nadie se hace cargo. 

Cuando las prendas terminan en este tipo de vertederos al aire libre, se convierten en un residuo altamente contaminante: aquellas que proceden de materiales orgánicos (lino, algodón, seda) emiten gas metano, contribuyendo al efecto invernadero. Las de origen sintético (que son en la actualidad la mayoría: poliéster, nylon, acrílicos y otros derivados del petróleo), emiten, además, millones de  microplásticos que contribuyen a la degradación del suelo y que pueden filtrarse fácilmente a las corrientes de agua. 

Una trabajadora analiza la composición de las prensas en la planta de reciclaje textil de ModaRe en Martorell. / Laura Villadiego

La lista de sustancias que en ocasiones llevan nuestras prendas es larga y compleja, lo que supone un problema durante todo el ciclo de vida de la ropa: desde el proceso de  fabricación y teñido de las prendas, que puede afectar a la salud de quienes trabajan en ellos, generalmente mujeres, hasta la de quienes las llevan y, finalmente, la del medio ambiente donde se tiran. 

En los últimos años, en Europa se ha avanzado en la prohibición de algunos de estos componentes, a través del Reglamento de la REACH, (European Chemical Agency) pero todavía hay muchos otros presentes, tal y como advertía la médica ambientalista Pilar Muñoz-Calero, en una entrevista con nuestra compañera Brenda Chávez para el libro Consumo Crítico: “Están en casi todas las marcas, incluso en las más caras, y aumentan en la ropa de exterior (para frío, lluvia, etc.), ya que son tratados con compuestos químicos que le confieren propiedades aislantes, resistentes al frío, repelentes de manchas, etc. Además, en el caso de los reciclados, los químicos se trasladan desde el material anterior”. 

Una nueva legislación

Hasta ahora, no existía en España una normativa específica que obligase a separar los residuos textiles, ni a su reciclaje, lo que significa que pueden terminar directamente en los vertederos, donde estos kilos de ropa se descomponen en un lento proceso que dura años. La otra opción es depositarla en algunos de los contenedores que diversas asociaciones tienen en las calles con el objetivo de volver a comercializarla, pero las cantidades son tan grandes y la demanda tan pequeña, que se hace físicamente imposible reutilizar todo lo generado. Se espera que esta situación cambie a raíz de la Ley de Residuos y Suelos contaminados para una economía circular, trasposición de la Directiva Europea sobre residuos, que establece la obligatoriedad por parte de las entidades locales de la recogida y reciclaje completo de diversos tipos de residuos, entre ellos los textiles, como muy tarde el 31 de diciembre de 2024. De momento, se calcula que solo se recoge un 12% de todos los residuos textiles que se generan en España, según el estudio Análisis de la recogida de Ropa Usada, realizado por Moda Re en 2021. Y de ese porcentaje, tan sólo una pequeña parte vuelve a los escaparates a través de tiendas de ropa de segunda mano. El resto se dedica al reciclaje o a la exportación.

Inundando terceros países

En aquellos casos en los que las prendas de ropa son exportadas, los impactos sociales y medioambientales pueden llegar a ser todavía mayores, pero se externalizan, y de este modo los ciudadanos que los han provocado, ni siquiera los ven. Este proceso consiste en enviar enormes fardos de ropa -literalmente pueden ser “balas” de cientos de kilos- a través de barcos a países fuera de Europa. En algunos casos, los menos, la ropa se encuentra en buen estado y podrá ser utilizada por otras personas. La mayor parte, en cambio, irá directamente a los vertederos locales. Además, a pesar de la percepción que el público puede tener cuando deposita sus ropas en un contenedor de recogida, en la gran mayoría de ocasiones, no se trata de donaciones. Los fardos de ropa se venden a compradores al por mayor que negocian, a ojo, una determinada cantidad por el fardo completo. Esto tiene dos implicaciones directas: una medioambiental y otra social. Porque una vez adquirido el bulto de ropa, los compradores se deshacen rápidamente de aquello a lo que creen que no darán salida, y que termina en los vertederos. Elizabeth Ricketts, directora de OR Foundation lo explica bien en el informe Regalos envenenados: “ni las etiquetas de “charity”, ni reciclaje ni “circular” son adecuadas para esto. El hecho de mover las ropas de un sitio a otro no lo convierte en economía circular. Simplemente, si antes esta ropa acababa en vertederos de Occidente, ahora acaba en vertederos en África”. 

En octubre de 2021, un reportaje de la BBC hablaba de que hasta 15 millones de prendas usadas llegaban a Ghana cada semana, una situación que se repite en países como Nigeria,  Kenia, Uganda o Ruanda. Además, este tipo de envíos tiene un importante impacto en los mercados locales y en la producción textil nacional, y algunos países se han propuesto reducir la entrada de este tipo de mercancías. En el año 2016, tres países de  la Comunidad de África del Este (EAC, según sus siglas en inglés), se propusieron prohibir, o al menos reducir, las importaciones de ropa usada a partir de 2019. Las razones no eran sólo medioambientales sino que apuntaban también al daño que este mercado ocasiona al sector textil local, llegando a proponer 2019 como fecha para prohibir este tipo de importaciones. Sin embargo, esto les supuso un enfrentamiento comercial con Estados Unidos, que amenazó con retirarse de los acuerdos de libre circulación de otros productos y posibles penalizaciones en los acuerdos comerciales, lo que provocó la retirada de todos los países salvo Ruanda de la propuesta inicial. 

Efectivamente, el informe Regalos envenenados, realizado por Greenpeace pone de manifiesto que las exportaciones de ropa usada se utilizan también para deshacerse de los restos textiles que no somos capaces de gestionar en Europa. Impactantes fotos y vídeos documentan las devastadoras consecuencias para las personas y el medioambiente en países como Kenia y Tanzania: enormes montañas de basura que contaminan los ríos y el aire. “Con esta investigación, hemos evidenciado cómo los países y las empresas del Norte Global están evadiendo su responsabilidad a la hora de gestionar las enormes cantidades de ropa que no se venden o se desechan, muchas de ellas con compuestos peligrosos. Dejan a la gente de África Oriental sola ante los desechos plásticos y textiles exportados, sin ninguna infraestructura para su eliminación”, señala Celia Ojeda-Martínez, responsable de Biodiversidad y Consumo de Greenpeace.

Una de las imágenes de la investigación Regalos Envenenados. / Greenpeace

En muchas ocasiones, una gran parte de lo exportado no tiene ningún valor para los países receptores, ya sea porque se encuentran en mal estado, son directamente inservibles, o no se adecúan a las necesidades locales.  Allí, de nuevo, estos fardos de ropa terminan en vertederos al aire libre provocando fuertes impactos medioambientales. La cantidad es tal que en numerosos países africanos existen nombres específicos para denominar a la ropa llegada del extranjero. 

Según las estadísticas de TradeMap, en 2021 se exportaron residuos textiles por valor de cinco mil millones de dólares, y los principales exportadores fueron China, Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Corea y Pakistán (aunque este país es, a su vez, receptor de grandes cantidades de residuos textiles). Ese mismo año, los principales receptores de textil fueron Ghana, Ucrania, Nigeria, Kenia y Tanzania. 

España, por su parte, aparece en el puesto 18 de este ránking, con unas exportaciones por valor de 67 millones de dólares. Para entender mejor el impacto, baste decir que, según una investigación de Changing Markets, cada año se envían desde nuestro país más de 200.000 prendas usadas sólo a Kenya.

Reutilización: una batalla imposible contra la ropa barata

Más allá de la exportación, las otras dos opciones para los residuos que sí se recogen correctamente son el reciclaje o la reutilización de las ropas. Esta última es, sin duda, la opción más conveniente para el planeta: buena parte de todo el material textil que actualmente se envía a la basura podría ser perfectamente reutilizado a través de procesos de recogida, selección y arreglo, para volver al mercado a través de tiendas de segunda mano. Una alternativa que permitiría optimizar la energía, el agua y los otros recursos materiales utilizados para la fabricación de cada prenda. Es lo que hacen desde espacios como Moda-Re, una cooperativa impulsada por Caritas Española y en la que participan otras entidades, que trabaja con un doble foco: inserción social y reto ecológico partiendo de la idea de que “la crisis social es indisociable de las cuestiones ecológicas”, tal y como señala Albert Alberich, responsable de la planta de reciclaje en Martorell, Barcelona. La iniciativa surgió desde el aspecto más social, como fórmula para generar trabajo para personas excluidas (víctimas de violencias machistas, personas que han tenido problemas con las drogas…)-  y ofrecer una opción digna a las personas sin recursos que acudían a los tradicionales “roperos” en busca de ropa. Ahora, estas personas se dirigen a tiendas normalizadas, donde pueden elegir la ropa que necesitan y les guste, a un precio reducido o casi gratuito si se trata de personas en riesgo de exclusión. Además, al tiempo que se desarrollaba el proyecto, fue creciendo la importancia de la cuestión ecológica. Así, la cooperativa tiene una hoja de ruta clara hacia 2025, en la que interviene un planteamiento integral que aborda desde la forma de generar la electricidad a la necesidad de reducir residuos en el procedimiento y disminuir las emisiones de C02 en la recogida de los contenedores. 

Una trabajadora selecciona ropa en la planta de reciclaje de Moda-Re en Martorell./ Laura Villadiego

Sin embargo, una de las mayores dificultades sigue siendo cómo dar salida a un mayor número de prendas en las más de 120 tiendas que tienen en diversas ciudades españolas. Porque todavía una buena parte de lo que recogen en los contenedores termina enviándose a terceros países, en muchas ocasiones, para ser vendidas directamente, y en otra como parte de programas de cooperación. 

El reto, por lo tanto, es claro: aumentar las ventas de ropa de segunda mano. Un empeño generalizado por parte de las empresas de este tipo, que se enfrentan a dos problemas, uno histórico y otro bien actual. En España, la idea de adquirir prendas de segunda mano ha constituido tradicionalmente un cierto tabú, provocando el rechazo entre buena parte de los consumidores. Ahora que esta narrativa comienza a modificarse y existe cierta valoración entre la juventud en el reuso de ropa y la moda vintage, surge otra barrera: la ropa nueva es tan barata que, en muchas ocasiones, las opciones de segunda mano no pueden apenas competir con ella, salvo en productos muy específicos. A ello se suma, claro, que las tiendas de segunda mano no pueden ofrecer la misma variedad en cuanto a tallas y colores de un mismo producto. En esta situación, el mercado de segunda mano en España sigue ocupando una pequeña cuota de mercado en España. Aunque ha crecido en los últimos años con la aparición de alternativas, como las aplicaciones de venta directa de productos entre usuarios que difícilmente se contabilizan en las estadísticas, o iniciativas que abogan por el alquiler de ropa como Ecodicta, o Me lo prestas? 

¿Es una opción el reciclaje?

Por último, para aquellas prendas que por su estado de uso, no pueden ser fácilmente reutilizadas, existe la opción del reciclaje, que abarca diversos tipos de procesos para convertirlas en otros tipos de textil con diferentes usos. Sin embargo, aquí entran en juego diversas variables. Por un lado, el proceso no es ni mucho menos sencillo y, por otro, al ritmo de producción actual de textiles, el reciclado de todas las prendas que se generan cada año es materialmente imposible.   

Para comenzar, no todas las prendas pueden reciclarse, y aún cuando es posible, no en todos los casos es recomendable, pues el procedimiento puede implicar mayor gasto de recursos (agua, energía…) e incluso una mayor contaminación. Esto sucede especialmente con aquellas prendas en las que se encuentra una amplia diversidad de tejidos o materiales, algo cada vez más común. Cremalleras, brillantes, mezcla de tejidos, procesos de teñido que dañan las hilaturas y un sinfin de particularidades que hacen que una sencilla camiseta se convierta en un producto casi imposible de reciclar. Aquí entra en juego el llamado “ecodiseño”: pensar los productos no sólo para que sean duraderos sino también para que sea sencillo, y energéticamente rentable, darles una nueva vida.  En esa línea trabaja la Estrategia sobre los Productos Textiles Sostenibles y Circulares de la Unión Europea, que obligará a que las empresas a mejorar la trazabilidad y la composición de las prendas para que sean más duraderas, fácilmente reciclables e incluyan el uso de fibras reciclables. 

Cuando hablamos de reciclaje estamos hablando en realidad de diferente tipos de proceso. Por un lado, encontramos el denominado Upcycling, que significaría convertir materiales de menor valor en otros que se supone “superior”. Como por ejemplo abrigos, bañadores o vestidos fabricados de plásticos, una moda muy habitual estos días por parte de las empresas, encantadas de sacar una línea ecológica en sus colecciones. La realidad, sin embargo, es que éste es un proceso que suele requerir un enorme gasto de energía, y, en ocasiones, pueden llevar materiales inocuos, procedentes de los materiales previos. En el punto opuesto se sitúa el downcycling, que permite convertir las prendas inservibles en otro tipo de textiles, por ejemplo, en material aislante, trapos de limpieza o rellenos de colchones o asientos de coche, aislamiento acústico y térmico… Estos procesos no ofrecen demasiado valor añadido y suelen realizarse en países empobrecidos pero con una cierta industria, como por ejemplo Pakistán. Otra opción es la del reciclaje de hilaturas, pero esta sólo es posible para aquellas prendas que son 100% de un mismo material, es el del reciclaje de las hilaturas que lo componen, para crear nuevos hijos. Esta tecnología es todavía poco utilizada, aunque España es el mayor productor de Europa de hilo reciclado, con un volumen de alrededor de 61.000 toneladas anual, según el informe sobre ropa usada de Moda-RE

Por último, encontramos lo que cualquier lector entendería por “reciclaje”: convertir unas prendas en otras, aprovechando los materiales y haciendo uso de la creatividad para crear prendas novedosas. Pero este proceso es complejo, costoso y muy poco mecanizable. A pesar de ello, hay alternativas que trabajan en esta línea y que cuentan con una importante trayectoria. Encontramos un ejemplo en Planeta Dots, una iniciativa puesta en marcha por  dos profesionales de la costura que ofrecen ropa y complementos reciclados. Del mismo modo, durante años, ha estado en marcha AltrapoLab, una iniciativa, -actualmente tomándose un descanso para reinventarse- desde la que se reivindicaba la moda como elemento de transformación social a través de numerosas actividades, como el maratón de upcycling- reciclaje textil creativo, para mostrar de primera mano las posibilidades que ofrece el reciclaje. Además, es el trabajo de decenas de tiendas de costura y reparación de ropa o zapatos que, desde sus pequeños espacios se dedican a dar nuevas vidas a prendas que se quedaron antiguas, se estropearon o sencillamente, nos dejaron de gustar. Además, hay también espacios para la formación, como Slow Fashion Next, que ofrece formación a profesionales y empresas de moda para transformarse en empresas sostenibles 

Muchas de estas iniciativas forman parte de la Asociación Española de Recuperadores de Economía Social y Solidaria, que engloba a más sectores aparte del textil, pero que tiene en este uno de sus principales pilares y en la que participan entidades como Fundación Ataretaco, en las islas canarias, Traperos de Emaús de Navarra, Berziklatu S.L. en País Vasco, Fundació Engrunes, en Cataluña o Aropa2, en Aragón. Iniciativas que permean toda la geografía española y que trabajan por la gestión integral de los residuos textiles, a partir de las tradicionales tres R, siempre en este orden: reducción, reutilización y reciclaje.  

Esta investigación, como todas las que hacemos en Carro de Combate, son posibles gracias a nuestras mecenas. Si quieres ayudarnos a seguir investigando, puedes hacerte mecenas desde tan sólo 15€ al año.

1 comentario en “El larguísimo rastro de la ropa que ya no usamos”

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio