El problema se remonta al régimen de los Jemeres Rojos, que cambió el concepto de propiedad en Camboya. El gobierno comunista que dirigió el país entre 1975 y 1979 abolió el derecho a ocupar la tierra de forma privada y la mayor parte de los camboyanos fueron desplazados lejos de sus lugares de residencia. Después de la caída del régimen, muchos volvieron a sus antiguas casas y el suelo fue gestionado por pequeñas comunas hasta que, en 1989 se reconocieron los títulos de propiedad de las parcelas ocupadas a partir de 1979. Sin embargo, pocos consiguieron un papel que dijera que tenían un pedazo de tierra.
En 2001 se aprobó la Ley del Suelo, que concedía la propiedad a todas aquellas personas que hubieran vivido en un terreno durante al menos cinco años y que prohibía las expropiaciones que no tuvieran un proceso de compensaciones justo. La Constitución camboyana establece además que el Gobierno sólo podrá expropiar a alguien por interés público y previo pago de una compensación justa, algo que también contempla la legislación de 2001. Pero el gobierno ha utilizado esta falta de documentos para expropiar los terrenos acusando a sus propietarios de haberlos robado.
En total, se calcula que en Camboya unas 4000 familias han perdido sus tierras o sus casas por el acaparamiento de tierras destinadas a la industria azucarera. Una industria que es reciente en el país y que se ha desarrollado bajo el paraguas del acuerdo preferencial «Everything But Arms» (EBA, Todo menos armas) que la Unión Europea concede a los países menos desarrollados para que puedan importar sus productos en Europa con ventajas impositivas. El «Everything But Arms» se puso en marcha en el año 2001 como el programa estrella de la Unión Europea para facilitar el desarrollo de los países menos avanzados gracias al comercio. Según este programa, los países incluidos en la lista de menos desarrollados (actualmente 48) pueden importar cualquier tipo de producto, salvo armas, a la Unión Europea sin estar sujetos a tasas. Sin embargo, muchos expertos han clamado contra los efectos perversos de estos sistemas preferenciales que a menudo ayudan más a las industrias de los países desarrollados que a las de los países pobres. En Camboya, el programa está además directamente relacionado con la violación de los derechos humanos de miles de ciudadanos. «La propia empresa ha reconocido que no estaría en Camboya si no fuera por el EBA. Creo que es una prueba suficiente para probar que está relacionado», asegura Matthieu Pellerin. La polémica ha llegado hasta Bruselas y varios parlamentarios europeos han llamado la atención sobre este asunto en dos ocasiones, la última en marzo de 2013, para pedir que se suspenda el acuerdo preferencial de forma preventiva.
Tras años de lucha, los campesinos de Srae Ambel parecen estar cerca de una victoria. El Cambodian Center for Human Rights ha asegurado que durante las discusiones entabladas con la Koh Kong Sugar en marzo de 2013, el nuevo director general se comprometió a devolver la tierra a los aldeanos de Srae Ambel aunque pedirá, a cambio, unas tierras alternativas. Probablemente no estarán demasiado lejos, ya que la caña no puede almacenarse más de 12 horas y la empresa no parece dispuesta a desmantelar la fábrica. Mientras, los aldeanos de Srae Ambel han demandado a la empresa británica Tate & Lyle, que compra el azúcar que crece en sus antiguas tierras, y le piden casi 12 millones de euros, como pago atrasado de lo producido más una compensación por daños y perjuicios. Lo han hecho en los mismos tribunales ingleses, desafiando al gigante azucarero en su propio territorio. Antes ya lo han intentado en Tailandia y Camboya, pero los procesos están paralizados y los campesinos temen no recuperar nunca sus tierras. La compañía ha ofrecido dinero a algunos campesinos, en general a los que más han protestado, pero ellos quieren que se reconozca que la tierra es suya», asegura Man Vuthy, uno de los trabajadores de la ONG Community Legal Education Center (CLEC) que ofrece asistencia en el proceso legal.
Tras muchas batallas perdidas, el fin de la guerra parece más cercano que nunca. Por el camino, muchos han perdido sus pertenencias y algunos han dado su vida, como el activista An In, asesinado en 2007 mientras tomaba fotografías de la zona. Pero ganar será, sin duda, una prueba de que la industria no es invencible y que las cosas se pueden hacer de otra manera, con un poco más de dulzura.
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Muy bueno Laura. Me ha encantado y me has convencido para comprar el libro (ebook). Merece la pena apoyar vuestro trabajo. Gracias por vuestra labor
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