Raro es el día, si es que lo hay, en que no llevemos puesta alguna prenda de algodón. Sus cualidades lo han convertido en el producto más utilizado para la industria textil, por las facilidades que otorga al proceso de fabricación -el hilado y el teñido-, por su resistencia al calor y por ser un material poco agresivo para la piel. El algodón es el rey de la ropa, la materia prima estrella de una industria, la textil, que no sólo cumple la función de satisfacer una de las necesidades básicas del ser humano -el vestido-, sino que se ha convertido en uno de los sectores más lucrativos de las economías capitalistas: la moda.
Ocurre que, como tantas veces, sabemos muy poco sobre de dónde viene un producto tan presente en nuestra existencia cotidiana. Algunos sabréis que la planta del algodón pertenece a las malváceas y se cultiva en regiones tropicales, y que China, India son los principales productores del mundo; pero tal vez no sepáis que su cultivo es uno de los que más productos químicos utilizan y uno de los que más agua consume. Además, es frecuente el empleo de mano de obra infantil en la recogida de algodón. Tal vez tampoco sepáis que ya existen variedades de algodón transgénico, o que el algodón deja su huella en las diferentes fases de la cadena de montaje: desde el desmote, que emite contaminantes que provocan enfermedades respiratorias, hasta el tintado, que genera desechos que contaminan ríos y mares.
Más conocidas son las consecuencias para millones de trabajadores del proceso de deslocalización de la producción global de textiles que se ha consolidado en los últimos años, y que ha llevado a una loca carrera por los salarios más baratos. La industria textil es intensiva en capital, y las grandes multinacionales del ramo buscan las mejores condiciones para su negocio, esto es, las peores condiciones para los seres humanos que se encargan de la tarea más fundamental, y sin embargo más invisibilizada, de esta industria: la costura. Bangladesh, por el momento, gana esa carrera suicida por los peores salarios, que se sitúan en torno a los 35 euros al mes a cambio de jornadas extenuantes de diez, doce y hasta dieciséis horas diarias, y todo ello en condiciones de salubridad y seguridad pésimas, como evidenció el derrumbe de hace unas semanas. Tal vez la repercusión mediática de esa tragedia acabe propiciando cambios efectivos en las condiciones de los trabajadores y trabajadoras en Bangladesh; pero, en el contexto actual de la globalización neoliberal, ello apenas supondría que, paulatinamente, las grandes empresas buscarían otro país con menores costes, esto es, con salarios aún más miserables.
¿Alternativas? Las hay: cultivo agroecológico, comercio justo, ropa de segunda mano, materiales poco explorados como el cáñamo. Pero todas ellas siguen suponiendo una mínima parte del sector a nivel mundial. Y, aunque nuestras acciones individuales deben encaminarse hacia las opciones menos dañinas, es necesario también forzar cambios a nivel macro para provocar cambios de mayores dimensiones.
Son algunos de los datos que os contamos en nuestro segundo Informe de Combate. Nuestros mecenas recibirán el último viernes de cada mes un informe sobre un producto. A los mecenas, os invitamos a que nos sugiráis cuál será el próximo y visitéis nuestra nueva Zona de Mecenas; y a los que aún no lo sois, a que os informéis de cómo suscribiros.
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