Entrevistamos a José Esquinas, uno de los referentes de nuestro país cuando hablamos del hambre: el hambre entendida como una realidad con la que se podría acabar si existiese la voluntad política de hacerlo.
Originario de Ciudad Real y descendiente de agricultores -“Lo que más me ha enseñado en la vida son los años que pasé trabajando con mi padre en el campo”, dice en cuanto tiene oportunidad-, Esquinas es ingeniero agrónomo y ha trabajado durante dos décadas en la FAO. Desde allí, primero, y ahora desde la Cátedra de Estudios para el Hambre y la Pobreza de la Universidad de Córdoba, Esquinas defiende la agricultura familiar y una justa distribución de los recursos en todos los foros en los que participa.
Esquinas estuvo en Madrid el pasado mes de diciembre en un acto organizado por Movimiento por la Paz en el que se proyectó el documental ‘No land, No food, no life”, que aborda la realidad de la producción de alimentos, concentrada cada vez en menos manos y gestionada a través de multinacionales. Un documental que os recomendamos (se puede alquilar aquí por poco más de un euro) y en el que abordan la problemática del acaparamiento de tierras en África, Asia y América Latina.
A sus 72 años se define como optimista y está convencido de que se puede cambiar el mundo, pero para ello la ciudadanía tiene que implicarse. Con sus acciones, su voto y su consumo: “Transformemos nuestro carro de la compra en un carro de combate”, es uno de sus lemas preferidos. Precisamente el que da nombre a esta web desde la que escribimos, un concepto de autoría desconocida pero que va extendiéndose en nuestra sociedad. Además, rechaza rotundamente la idea de que no hay alimentos para todos: “producimos un 60% más de los alimentos que necesitamos, pero cada día 40.000 personas mueren de hambre, no es una cuestión de cantidad sino de distribución. Nuestro sistema actual no es eficiente, ni justo, ni sostenible”
Entonces, ¿cuáles son las causas reales del hambre? ¿Por qué sigue existiendo todavía?
Las hambrunas pueden ser coyunturales o crónicas. Las primeras son consecuencia, por ejemplo, de efectos naturales (un tifón, un terremoto…) y pueden ser comprensibles y solucionarse en un tiempo razonable. El problema son las hambrunas crónicas, estructurales, que tienen muchas causas.
Para empezar, el sistema agrícola en el que estamos no se orienta a alimentar a las personas sino a producir más. Las inversiones se realizan para lograr una mayor producción, sí, pero sólo para dar de comer a quien tiene con qué pagar. En muchos países el 80% de la comida que llega a la boca de los consumidores proviene de la agricultura familiar. [Es decir, no el 80% de todo lo que se produce, pero sí de lo que finalmente se come]. Por eso la FAO declaró el año 2014 como el año de la agricultura familiar, una cosa que sorprendió a mucha gente porque existe el concepto de que este tipo de agricultura ya casi no existe. ¿Cuánto se invierte para aumentar la producción en agricultura familiar? Nada. La inversión en I+D va enfocada a aumentar la producción de las grandes propiedades, pero no en los pequeños cultivos.
¿Se trata entonces de una cuestión política?
Por supuesto. Y ha sido así siempre. Ya en los años 60, Kennedy dijo: “Tenemos los medios y la capacidad para erradicar el hambre en el mundo en una generación. Sólo necesitamos la voluntad política”. Pero nunca ha existido esa voluntad. De hecho, sólo con que usáramos el 2% de lo que dedicamos a armamento para luchar contra el hambre, podríamos acabar con él”.
Piensa en el dinero que se gastó en luchar contra la Gripe A en toda Europa. Han muerto 17.000 personas de Gripe A; menos de la mitad de la gente que muere de hambre en un solo año. El problema es que el hambre no es contagiosa. Si no, ya habríamos acabado con ella. Pero sí es peligrosa. Y es una miopía política no darse cuenta de lo que puede llegar a provocar. Los gobiernos no quisieron verlo hasta 2008, con las revueltas callejeras que se produjeron en más de 70 países. Fue entonces cuando algunos organismos empezaron a relacionar el hambre con la seguridad mundial.
No es casualidad, por lo tanto, que en el año 2009, por primera vez en su historia, el G7 y el G20 metan en su agenda la Seguridad Alimentaria. Y un poco más tarde lo incorpora Naciones Unidas. En España también pasó lo mismo. En 2010 recibí una llamada del general Miguel Ángel Ballesteros, responsable del Instituto Español de Estudios Estratégicos del Ministerio de Defensa. Me dijo que querían publicar un libro sobre la relación entre la Seguridad Alimentaria y la Seguridad Mundial y me proponían escribir uno de los capítulos y formar parte del comité asesor. Se habían dado cuenta de que la mejor forma de evitar una guerra podía ser reduciendo el hambre. Y esto se hizo todavía más evidente en 2011, cuando los precios volvieron a subir y se convirtió en unos de los detonantes (por supuesto que había muchas más causas, pero ésta tampoco es desdeñable) de las Primaveras Árabes.
¿Pero por qué subió tanto el precio de los alimentos?
En aquel año se dieron muchos fenómenos, entre los que destaca la demanda de producción agrícola para su transformación en agrocombustibles, la inestabilidad de las cosechas por factores climáticos y el aumento del consumo en los países emergentes fueron algunos de ellos. Pero el factor más decisivo fue la crisis inmobiliaria del 2010. O, dicho de otra manera, la especulación en el mercado de futuros de Chicago.
Y, de nuevo, nada fue casualidad. En 2007 estalló la burbuja inmobiliaria y los mercados tuvieron que abandonar el ladrillo para irse a invertir en otro lado. Tienen liquidez y necesitan dónde invertir.
Es entonces cuando entra en juego la Bolsa de futuros de Chicago, la cual, por cierto, había jugado un papel muy positivo, siendo durante décadas un factor esencial para la estabilidad de los mercados agrícolas. Pero cuando estas grandes compañías financieras comienzan a especular a través de ella es cuando tiene lugar el desastre. ¿Cómo? Porque apostaron para que los precios subieran sin tener en cuenta lo que eso podía suponer. Como tenían inversiones muy diversificadas, ellas siempre ganan: unos valores suben y otros bajan, sin importar el hecho de que se tratara de alimentos. Eso es un crimen de lesa humanidad. Pero es completamente legal, se puede hacer sin ningún problema. Y además se está haciendo con mi pensión, con la de todos los jubilados occidentales, con dinero que no controlamos directamente. Esto produce un efecto muy pernicioso: la volatilidad de los precios.
A esto se suma la cuestión del acaparamiento de tierras.
En efecto, son dos realidades totalmente ligadas, aunque parezca que no tiene que ver. Porque ante este crecimiento de los precios, algunos países que, siendo ricos, no tienen apenas recursos de tierras, como por ejemplo Japón, Corea del Sur, Arabia Saudí, Qatar… empiezan a darse cuenta de que no pueden programar sus presupuestos si el precio de los alimentos se multiplica de un mes para otro; eso pone en riesgo su propia seguridad alimentaria. Así que la solución es clara: comprar tierras fértiles en países pobres y utilizar mano de obra local que es la más barata. Un esquema tan interesante que las grandes compañías de otros países se suman rápidamente.
Comprar estas tierras es ya un atentado a la soberanía no sólo alimentaria, sino nacional. Y más teniendo en cuenta que en muchos de estos países, africanos sobre todo, no existen los cédulas de propiedad sobre las tierras y que las cesiones se hacen a 99 o más años, una enorme cantidad de tiempo. Ya lo dijo Kissinger: “ Si controlas los alimentos, controlas a los pueblos. Quien tiene el control de los alimentos, tiene el control de todo”.
¿Y qué pueden Hacer organismos supranacionales como la FAO ante esta situación?
Pues mira, te voy a dar un dato muy feo pero muy significativo: el presupuesto para dos años de la FAO es el equivalente a lo que los países desarrollados gastan al año en comida para perros y gatos. Así que qué va a hacer la FAO. Nuestra función es más proporcionar información (estadísticas) y, sobre todo, actuar como foro intergubernamental para consensuar y negociar convenios, tratados. Y ahí es donde se está centrando ahora mismo. La FAO es un foro intergubernamental que ayuda a negociar entre países. Por ejemplo, yo trabajé la mayor parte de mi tiempo en el Tratado Internacional de Recursos fitogenéticos, que tardó más de 20 años en llevarse a cabo, y tiene como objetivo salvaguardar la diversidad biológica como recursos naturales y la distribución justa y equitativa de los beneficios derivados de su uso. Fue muy costoso pero finalmente entró en vigor y yo estoy muy orgulloso de él.
Lectura imprescindible para ir entendiendo cómo funciona el tema. Comparto.
Totalmente de acuerdo. Lo estoy viviendo en persona. Mi madre heredó de su abuelo 2hect de tierra de secano. Se les prometió en tiempo de mi abuelo que llegaria el agua. No ha sido hasta tres generaciones más tarde que han hecho la concentración parcelaria i la llegada de agua del canal Segarra Garrigues. Tal cual se explica en su artículo todas las constructoras cuando llegó la crisis del ladrillo compraron o alquilaron grandes extensiones de tierra para explotarlas con monocultivos..Los payeses tienen que vender sus tierras no pueden hacer frente a los gastos que se les pide de agua tampoco se puede competir con las grandes extensiones. Actualmente lo que era campo de almendro y olivares es un mar de árboles de crecimiento rápido i de vida productiva de unos 20 años.Nos estan robando la tierra,nuestro sustento,nuestra libertad.Gracias por su artículo José Esquinas,
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Lectura imprescindible para los jóvenes en las escuelas.
En Marruecos ,plantaciones centenarias de olivos de secano fueron arrancadas y sustituidas por plantaciones modernas a alta densidad y riego localizado.
Actualmente se abandonan por falta de agua .