El aceite de palma provoca sed: impactos en el agua del monocultivo

El fruto de la palma en Tumaco, Colombia. Fotografía de Jheisson A. López.

En el trayecto que va de South Labuhan Batu, un distrito en el centro de Sumatra, una de las grandes islas de Indonesia, hasta Medan, la ciudad mas grande de la isla, el paisaje es monótono. Una plantación de aceite de palma se sucede tras otra y solo algunas casas destartaladas manchan de vez en cuando la uniforme estampa que se extiende durante más de 350 kilometros. En las tierras en las que ahora se extienden las plantaciones, había hace menos de un siglo frondosas junglas en las que vivían orangutanes, tigres y elefantes, entre otros. Sin embargo, los indonesios parecen más preocupados por otro de los impactos medioambientales asociados al aceite de palma de los que apenas se hablan: el agua. “En unos años tendremos una gran crisis de agua en Sumatra”, reflexionaba Lombak, un joven sindicalista local mientras ve pasar una tras otra las palmas aceiteras a través de la ventana del tren.

En realidad, las crisis por el agua en Indonesia empezaron hace décadas. Las grandes palmeras cubren hoy cerca de 11 milliones de hectáreas en Indonesia, concentradas en la isla de Sumatra y, cada vez más, en Kalimantan (el nombre que recibe la parte indonesia de Borneo) y Papua. Un cambio tan radical en el ecosistema ha terminado por tener consecuencias que pocos se esperaban. Así, en Aceh Tamiang, uno de los distritos de la provincia de Aceh, al norte de Sumatra, una gran inundación en 2006 hizo perder a muchos sus casas y sus cosechas. “La deforestación fue la principal causa de las inundaciones”, explicaba Rudi Putra, un activista medioambiental de la región. Un informe del Banco Mundial respalda su argumento y achaca la catástrofe a la deforestación del cercano ecosistema Leuser, continuamente amenazado por las plantaciones de aceite de palma, junto a la minería y las plantaciones papeleras. «Muchos se dan cuenta ahora de que el agua lo es todo. Y los bosques son fundamentales en los ciclos del agua. Sin árboles no hay agua. Y sin agua, no hay vida. Tampoco la nuestra», continúa Rudi Putra.

Después de perder sus casas, muchos habitantes del distrito de Aceh Tamiang tuvieron que mudarse y recomenzar sus vidas. Ahora miran al río con miedo. Pero la fuerza del agua no es su única preocupación. El aceite de palma es una planta sedienta que está secando sus acuíferos. “Este es el primer año que tengo que comprar agua. ¡Es muy cara!”, se quejaba Tengku Zainah, una ama de casa que perdió todo en las inundaciones de 2006.

En Riau, la más afectada por los incendios, el drenaje del agua que normalmente está atrapada en las tierras de turba es la principal causa de que cada año las llamas devoren miles de hectáreas. Los incendios son tan intensos que entre agosto y octubre buena parte del Sudeste Asiático suele estar cubierta de una densa nube de humo. “La turba cuando está seca es como gasolina”, explicaba Woro Supartinah, coordinadora de la ONG Jikalahari, que monitoriza a través de información satélite estos fuegos. El agua es de nuevo clave para evitar que esto ocurra, y las comunidades han empezado ahora a poner presas en los canales de drenaje para controlar el nivel de humedad y que el suelo no arda de nuevo cuando en agosto comience la época seca.

Aguas contaminadas

Una de las consecuencias más invisibilizadas de las grandes plantaciones industriales de palma aceitera es el uso intensivo de agroquímicos durante los primeros años de la planta, en los llamados viveros (pepinière, en francés, nurseries, en inglés). Éstos son una de las zonas más importantes de las plantaciones, y para poder satisfacer la gran cantidad de agua que necesitan, suelen situarse cerca de zonas con abundante agua. Como contábamos en el capítulo sobre impactos ambientales, el aceite de palma no es la planta oleosa con mayor huella hídrica, pero esta es, no obstante, importante. Así según datos de Naciones Unidas, el aceite de palma tiene una huella hídrica alta, de 5000 m3 por tonelada, mayor que la soja, con 4200, o el maíz, con 2600 litros por tonelada. Sin embargo, su necesidad de agua es menor que la del aceite de oliva, con 14500 litros de agua necesarios por tonelada, o el de ricino, con 24700

Las plantaciones en general, y los viveros en particular, acaparan así el agua disponible para los campesinos, mientras que los químicos de los pesticidas que se utilizan en las pequeñas palmeras terminan contaminando unas fuentes de agua (generalmente riachuelos) clave para la vida no sólo acuática, sino también terrestre en los alrededores de los ríos. “En la parte alta del río, donde no hay plantaciones, aún hay dragones voladores. Aquí abajo, ya no”, explicaba Husaini, un activista de Aceh Tamiang.

En la comunidad de Quilombo, en Camerún, los campesinos se han quejado ya en numerosas ocasiones de la contaminación de las aguas, explica Solange Ngobakounne, representante local de la aldea, quien ha visto cómo el vivero se instalaba frente a su casa. “Cuando echan los pesticidas, los desechos caen al río. Muchos días hemos encontrado que los peces que pescábamos estaban muertos. Y muchos niños han enfermado del estómago, porque nosotros bebemos también el agua del río”, relata.

En Montes de María, al norte de Colombia, la riqueza de fuentes de agua contrasta con la emergencia hídrica que vive la población. A los pies de las montañas de los Montes de María, en los poblados rurales del municipio de María la Baja, que hasta hace 15 años era la despensa agrícola de la región del Caribe, la palma africana se ha convertido en el nuevo oro rojo: la palma ocupa más del 60% de las tierras cultivables de María la Baja.

La población, mayoritariamente afrodescendiente y campesina, tiene sed, pese a las dos grandes represas, Arroyo Grande y Matuya, que abastecen uno de los mayores y más antiguos distritos de riego del país. Los campesinos culpan al monocultivo palmero como la razón principal: dicen que los empresarios del sector, especialmente el Grupo Oleoflores, han acaparado el agua, y que los agrotóxicos que precisa la palma han contaminado el agua de la represa. “El funcionamiento del distrito de riego responde exclusivamente a los intereses del cultivo de la palma, afectando el acceso al agua para pequeños y medianos propietarios”, denuncia Corporación Desarrollo Social (CDS). La tensión es constante entre la gerencia de Usomaria, el órgano que regula el distrito de riego, y la población rural de María la Baja.

Son las mujeres las que deben afrontar el reto diario de llevar agua a las casas. Una de ellas, que prefiere guardar el anonimato, explica que antes un pozo cercano suministraba agua para todos; ahora, el pozo “se secó de la tristeza”, dice melancólica; la palma requiere mucha agua: entre siete y diez litros por día y palma. Así que muchas mujeres deben caminar varios kilómetros hasta la represa, para recoger el agua, que transportan sobre sus cabezas en pesados baldes de veinte litros.

En algunos barrios, ni siquiera llega el agua sucia de la represa, porque las precarias tuberías se rompieron hace más de un año y el Estado se olvidó de arreglarlas. A otros lugares sí llega ese agua contaminada, que utilizan para lavarse; pero deben recoger -arriar, dicen ellas- el agua limpia, que toman del lugar más límpido de la represa y pasan después por los filtros que les suministró un grupo de cooperantes al desarrollo.

La combinación de sol justiciero y falta de agua ha provocado un aumento de enfermedades renales y digestivas, además de las enfermedades en la piel y las infecciones vaginales que sufren la mayor parte de las mujeres por lavarse con agua contaminada.

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