A menudo son invisibles, pero dejan su huella en prácticamente todo lo que nos rodea. Es gracias a ellas que comemos, que nos vestimos, que tenemos ordenadores y móviles y que podemos comprar otras tantas cosas a precios muchas veces ridículos.
Porque el precio lo pagan ellas; millones de mujeres que trabajan en sectores precarizados, a menudo sin contrato, sin la protección adecuada y, por supuesto, sin ninguna medida de conciliación. La explotación no se ejerce exclusivamente sobre las mujeres, pero a menudo les afecta mucho más a ellas, más vulnerables en sociedades profundamente machistas.
Durante los casi 11 años de Carro de Combate, hemos conocido a muchas de ellas. Hemos visto cómo la industria del aceite de palma tiene reservadas para ellas parte de las tareas más peligrosas, porque son ellas las que rocían los químicos sin protección. Hemos hablado con cientos de trabajadoras en maquilas textiles en medio mundo, que nunca llegan a cobrar un salario digno y cuyos trabajos penden de un hilo si no se las considera suficientemente productivas. Las hemos escuchado contarnos historias sobre cómo han abortado para no perder un trabajo o cómo llevan a sus hijos a esas fábricas hirvientes porque nadie puede cuidar de ellos.
Hemos conocido las historias de mujeres en la industria electrónica que nunca prosperan ni obtienen mejores puestos sólo por ser mujeres. Y de cómo se intoxican en los invernaderos de flores para que podamos mostrar nuestro amor en San Valentín o en el día de la madre.
Y, por supuesto, hemos conversado con muchas mujeres que están en la base de nuestra alimentación. Porque no sólo ellas suelen ser las encargadas de los pequeños cultivos familiares produciendo hasta un 80% de los alimentos que se utilizan para alimentar a las familias, a pesar de no poseer prácticamente nunca títulos de propiedad sobre la tierra. También son a menudo jornaleras, desplazadas miles de kilómetros – también a países como España- con contratos que no les aseguran prácticamente nada. Y aunque otras que trabajan el jornal cerca de sus casas, pero que apenas pueden comprar comida después de pasarse horas bajo el sol cortando caña de azúcar.
Sí, hemos visto muchas industrias maltratando a las mujeres a pesar de depender de ellas. Pero también hemos visto a esas mujeres levantarse y defender lo que es suyo. Las hemos visto abriendo sus propias fábricas de textil donde las condiciones laborales son dignas, las hemos visto liderar los movimientos contra la industria del aceite de palma o de la soja, las hemos visto prosperar en la industria pesquera en países como Filipinas a pesar de las dificultades. Aunque a menudo no les prestemos atención, ellas nos han enseñado muchos caminos. Y la mejor forma de reivindicarlas, de darles las gracias, es luchando nosotras también por un modelo de producción y consumo más justo. ¡Feliz 8M!
Todas las historias recogidas durante estos años han sido posibles al apoyo económico de nuestros mecenas. Si tú también quieres ayudarnos a seguir investigando, puedes hacerte mecenas aquí.