Chocolate perdió primero su casa. Cuando la selva en la que vivía apenas tenía ya árboles, vinieron a por él y a por su madre. Ella era demasiado grande para ser vendida, así que la mataron. Y Chocolate, entonces un bebé orangután, terminó preso de unos cazadores furtivos que intentaron venderlo al mejor postor. «El tráfico de oraguntanes está creciendo porque su medio está muy degradado y los cazadores furtivos pueden acceder a ellos», explica Panut Hadisiswoyo, fundador del Orangutan Informacion Center (OIC), una organización que trabaja por la conservación de los orangutanes. Y Panut, como la mayor parte de los activistas del norte de la isla de Sumatra, donde fue encontrado Chocolate, apuntan a un principal culpable: el aceite de palma.
Los orangutanes se han convertido en la cara más visible de los impactos medioambientales de esta voraz industria que se ha expandido rápidamente durante las últimas décadas. Varias campañas, entre ellas la famosa de Greenpeace y el Kit Kat, se han centrado en este gran primate, que vive sólo en las islas de Sumatra y Borneo, y en la fuerte amenaza que el aceite de palma supone para los ecosistemas en los que viven. Y no les falta razón. Según un informe reciente de UNEP, el orangután de Borneo probablemente se extinguirá antes de 2080 en buena parte de la tercera isla más grande del mundo cuando el 80 por ciento de su hábitat se haya perdido para ser convertida, sobre todo, en plantaciones de aceite de palma.
El orangután de Sumatra, la otra gran subespecie de orangutanes a la que pertenece Chocolate, tampoco lo tiene más fácil, sobre todo porque el ecosistema Leuser, su hábitat natural, podría verse reducido a la mitad si el gobierno semi-autónomo cumple sus planes de desarrollo para la zona. «Cuando las empresas van a estas zonas, cortan los árboles más grandes. Luego derriban todo, lo queman y matan cualquier ser vivo, incluso las hormigas. La mayoría de los orangutanes mueren en ese proceso también», explica Ian Singleton, director del Sumatran Orangutan Conservation Programme (SOCP), un centro de rehabilitación para orangutanes al que fue llevado Chocolate tras ser rescatado. «A menudo me refiero a ellos como los afortunados supervivientes de una ola apocalíptica de destrucción, pero son también refugiados», continúa Singleton.
El orangután no es, sin embargo, la única especie amenazada por el aceite de palma. Otro estudio realizado por investigadores de la Universidad de Duke aseguraba que un 42% de las especies animales endémicas que habitan en los bosques naturales del sudeste de Asia se enfrentan a un alto riesgo de extinción debido a la pérdida de sus hábitats por la expansión en los últimos años de plantaciones de aceite de palma, caucho y otros cultivos arbóreos. Entre ellos se encuentran especies únicas como el elefante de Sumatra o el tigre de Sumatra. Otro estudio sobre los efectos del aceite de palma en la diversidad de pájaros en la Amazonia Occidental concluyó que sólo un 5% de las especies que normalmente habitan los bosques tropicales de la región pueden hacerlo también en plantaciones de aceite de palma.
Las plantaciones son también una amenaza para el mismo ser humano y su forma de vida. Así, el informe de UNEP sobre orangutanes ya mencionado alertaba también de otros impactos asociados a la veloz deforestación de Borneo, como aumento de la temperatura, una reducción de la productividad agrícola o inundaciones graves. De hecho, el agua, como veremos en otro capítulo, se ha convertido en una de las principales preocupaciones para las familias que viven cerca de plantaciones.
La deforestación suele ser el primer paso en la construcción de este paisaje uniforme, típico de la palma, en el que es habitual encontrar grandes extensiones de la Elaeis guineensis, nombre científico de la planta, que pueden expandirse a lo largo de decenas e incluso centenares de kilómetros. La comunidad internacional acepta mayoritariamente que el aceite de palma es un agente activo en la deforestación de bosques tropicales, ya que ambos compiten a menudo por el mismo espacio. Así, según datos de FAO, un 64 por ciento de los bosques de Indonesia se encuentran sobre suelo adecuado para plantar aceite de palma y en Malasia, un 71 por ciento. El porcentaje desciende a un 50 por ciento en República Democrática del Congo o un 44 por ciento en Brasil. Perú y Colombia tienen también altos porcentajes, con un 67 y un 69 por ciento respectivamente.
Sin embargo, las opiniones sobre el alcance de la deforestación que puede ser achacada al aceite de palma varían. Así, según un estudio realizado por el Instituto de Tecnología de Zurich (ETH Zurich), basándose en datos de FAO, entre el 55 y el 59 por ciento de la extensión de aceite de palma plantada en Malasia entre 1990 y 2005 y al menos el 56 por ciento en Indonesia se ubicó en zonas que anteriormente habían sido bosque tropical. Sin embargo, el informe Palms of Controversies, publicado por el Center for International Forestry Research Center for International Forestry Research (CIFOR), asegura que de los 21 millones de hectáreas que desaparecieron en Indonesia entre 1990 y 2005, no más de 3 millones se han convertido en plantaciones de palma, es decir, un 14 por ciento. No obstante, continúa el informe, en ciertas zonas la relación es más directa, especialmente en Borneo, donde el 30 por ciento de los bosques primarios han acabado como plantaciones de palma, mientras que la media en Indonesia y Malasia sería del 10 por ciento. En Indonesia, la deforestación viene además asociada a menudo a grandes incendios que provocan intensas nubes de humo y liberan grandes cantidades de CO2 a la atmósfera, como ya analizamos en el perfil que publicamos sobre ese país.
En Camerún existe una enorme preocupación por la concesión de miles de hectáreas para la plantación de palma aceitera otorgada a Herakles Farm (de la que hablamos extensamente en el capítulo dedicado a este país), puesto que se encuentra entre dos zonas de especial importancia ecológica: el Parque Nacional de Korup y el área protegida de Rumpi Hills, por las que transitan una amplia variedad de animales y que forma parte de una de las selvas tropicales más antiguas y ricas de África. En esta zona abunda el bosque primario, que está siendo deforestado a pasos agigantados, tal y como denuncian organizaciones locales con las que nos reunimos en Yaoundé.
Del mismo modo, las plantaciones de palma aceitera y de caucho avanzan impunemente sobre la reserva del Dja, una de las principales áreas para la conservación de primates y considerada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Esta reserva forma parte además de la denominada Cuenca del Río Congo, el segundo pulmón del planeta después del Amazonas. Según ha denunciado repetidamente Greenpeace, los márgenes de la reserva están siendo ocupados por una inmensa plantación de caucho que habría alcanzado ya casi 6000 hectáreas, y hay planes para hacer lo mismo con una plantación de palma.
En Nigeria, el mayor productor de aceite de palma de África, la principal zona de inversiones en aceite de palma se encuentra en el estado de Cross River. Allí, la empresa Wilmar, el mayor intermediario de aceite de palma del mundo, ha comenzado a establecer plantaciones a través de una filial, Biase Plantations, que dispone ya de unas 5.500 hectáreas listas para producir, según denunciaba en 2013 el Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales. Se trata de un área que se encuentra dentro del Delta del Níger, donde el petróleo y los vertidos han causado una enorme destrucción. Después de años de lucha contra la extracción petrolera, se podría dar la paradoja de que las zonas que de un modo u otro sobrevivieron a la explotación petrolífera fueran ahora arrasadas para plantar palma aceitera. Palma para elaborar un aceite que terminará sustituyendo a aquello que se quería combatir: el petróleo.
En América Latina, la franja del Pacífico que va desde Panamá hasta el norte de Ecuador, la llamada Biorregión del Chocó, es una selva tropical húmeda que ha sido definida como una de las más biodiversas del planeta; es, a su vez, una región mayoritariamente habitada por comunidades afrodescendientes. Ha sido también la zona escogida para plantar un monocultivo que a su paso acaba con toda la biodiversidad, biológica y cultural. A pesar de los esfuerzos de algunas organizaciones ambientalistas por visibilizar la riqueza natural del Biorregión del Chocó, desde hace dos décadas esa exuberancia vegetal viene cediendo ante la expansión acelerada del cultivo de la palma aceitera: “Allí donde hay palma, no crece nada más”, nos repiten los campesinos.
Otro de los principales impactos medioambientales de la industria son los residuos generados tras el procesado y refinado del aceite. Según FAO, entre un 72 y un 76 por ciento del total del peso del fruto que entra en una planta de refinado «bien gestionada» terminará como residuo, fundamentalmente los racimos vacíos, la fibra de la pulpa y los huesos del fruto. La mayor parte de estos residuos son reutilizados, fundamentalmente como combustible o como abono para las propias plantaciones. Más problemáticas son, sin embargo, las aguas residuales. WWF calcula que por cada tonelada de aceite de palma se producen 2,5 toneladas de aguas residuales. Éstas son además el residuo más caro de gestionar, por lo que a menudo se liberan a los ríos cercanos.
¿Es la palma el peor aceite para el medio ambiente?
‘El aceite de palma es el tipo de aceite más productivo que existe’. Es el mantra de la industria cuando se critica su alta huella ecológica. «El problema no es el aceite de palma, pero la manera en que la gente ha decidido explotarlo», escriben los autores del informe Palms of Controversies. Y la industria asegura tener los datos a su favor. Así, mientras que la productividad media de una hectárea de aceite de palma es de 3,8 toneladas, la del aceite de girasol baja a 0,42 y la de la soja a 0,36, dice la Mesa Redonda por el Aceite Sostenible.
El balance en el uso de agroquímicos también es controvertido. Así, el Banco Mundial aseguraba en un informe que el aceite de palma es la planta oleosa que requiere de menos fertilizantes. Sin embargo, un análisis exhaustivo de FAO publicado en 2006 daba resultados muy diversos según la región en la que fuera producido. Así, en el Sudeste Asiático, donde se produce la mayor parte del aceite de palma, el uso de fertilizantes en las plantaciones es mucho mayor que para el resto de plantas similares. Por su parte, Amigos de la Tierra denuncia que aproximadamente 25 tipos diferentes de pesticidas son utilizados en las plantaciones, aunque su uso está poco controlado. «Muchas plantaciones ni siquieran tienen registros de qué fertilizantes y herbicidas están utilizando», asegura la agrupación ecologista en el informe Greasy Palms.
El análisis de la huella hídrica es menos favorable para el aceite de palma. Así según datos de Naciones Unidas, el aceite de palma tiene una huella hídrica alta, de 5000 m3 por tonelada, mayor que la soja, con 4200, o el maíz, con 2600 litros por tonelada. Sin embargo, su necesidad de agua es menor que la del aceite de oliva, con 14500 litros de agua necesarios por tonelada, o el de ricino, con 24700. El resto de datos también es una mezcla de datos positivos y negativos. Así, generalmente se considera que el aceite de palma es uno de los monocultivos con menor biodiversidad, aunque su consumo de energía es uno de los más bajos, con excepción del aceite de girasol, y su impacto sobre la calidad del suelo es también menor que otros cultivos.
Además, como tantos otros monocultivos, el aceite de palma también está expuesto a plagas e infecciones. Uno de sus principales enemigos en el Sudeste Asiático es el hongo Ganoderma, un parásito que ataca sobre todo a los árboles maduros y del que no se conoce tratamiento.
En Colombia, la región del Chocó sufrió una plaga de la pudrición del cogollo (PC), que acabó con la palmicultura casi tan rápido como ésta había llegado. De la PC poco se sabe, pese a que los ingenieros agrónomos llevan años estudiándola: se cree que es un hongo; algunas investigaciones relacionan la plaga con el glifosato, un agroquímico muy cuestionado por sus posibles impactos sobre la salud. Lo que sí se sabe es que se extiende con rapidez allí donde el clima es muy húmedo: por eso en regiones con temporada seca, como Montes de María o el Meta, la planta sobrevivió sin problemas, pero en el corredor Pacífico, donde las lluvias son constantes todo el año, la enfermedad del cogollo arrasó con la palma.
Cualquiera que esté familiarizado con la palma aceitera sabe que, una vez le entra la PC a la planta, es cuestión de tiempo que muera. No hay nada que hacer. La PC se expandió rápidamente del Chocó a Esmeraldas, al norte de Ecuador, llevando a la ruina a los pequeños productores que habían entrado en el negocio. Fue lo que sucedió en Tumaco, la principal localidad del Pacífico nariñense. “La palma llegó a Tumaco a fines de los 80 y se presentó como el gran proyecto que resolvería la vida de las comunidades”, cuenta Tatiana (nombre ficticio), una activista vinculada al PCN. El Estado, que nunca había brindado a los pequeños productores ninguna ayuda agrícola, fomentó la palmicultura ofreciendo créditos blandos y promoviendo las alianzas, siempre asimétricas, entre empresas y campesinos. “Ahí comenzó el proceso de compra de tierras y expropiaciones: quienes no quieren vender, son amenazados. La palma fue ganando terreno y, como en mitad de la palma no puede crecer nada, se acaba todo lo que se plantaba para la subsistencia: plátano, frutales, cacao”, prosigue Tatiana. Una buena parte de las tierras habían ganado la titularidad colectiva a través de la Ley 70, pero, pese a que la legalidad lo prohibía, las palmicultoras compraron tierras, mientras muchos campesinos se endeudaban con créditos blandos para plantar palma.
En esas llegó la PC y arrasó con los cultivos. Ocho mil familias perdieron su fuente de ingresos, según documenta el informe Que nadie diga que no pasa nada, publicado por la Diócesis de Tumaco en 2011. “El 70% de los cultivos murió entre 2001 y 2003”, asegura Tatiana. Enormes campos de palma quedaron reducidos a un cementerio. Muchos de esos campesinos arruinados emigraron a Ecuador, como muchos otros habían hecho antes, huyendo de la violencia paramilitar y de los chantajes de la guerrilla. Pese a ello, la palma siguió considerándose como el modelo de desarrollo para la región: a día de hoy se están ensayando semillas híbridas que, aunque son menos productivas, son más resistentes a la enfermedad.
Una lucha contra la deforestación
Una de las colinas cercanas a Langsa, una pequeña ciudad de la provincia indonesia de Aceh, luce prácticamente pelada. Ni un solo árbol se eleva sobre la ladera pero el suelo está cubierto por una alfombra de grandes hojas y de troncos cortados. No es una de las imágenes de deforestación que tan habituales se han hecho durante las últimas décadas en Indonesia. Es lo contrario, es el inicio de la reforestación.
La ladera de la colina estaba poblada hace algunos de meses por una gran plantación de aceite de palma ilegal que se había adentrado en el territorio del llamado ecosistema Leuser, una zona de alto valor biológico, protegida por la ley de Indonesia. El ecosistema Leuser es uno de los mayor pulmones del planeta y el único lugar del mundo donde aún conviven animales en peligro de extinción como el orangután, el elefante de Sumatra o el rinoceronte.
Las sierras comenzaron a hacer temblar los troncos de las palmas, y sobre todo a sus propietarios, en 2007, cuando el activista Rudi Putra inició un proyecto para recuperar los espacios protegidos perdidos. Desde entonces, ha reclamado con éxito 3000 hectáreas. «Primero hablamos con los propietarios de las plantaciones y les decimos, si no nos entregáis la tierra, tendréis que dársela a la policía», explica Rudi Putra.
Tras desmantelar las plantaciones, comienza la recuperación. «Si hay conexión directa con bosque virgen no hace falta intervenir demasiado, sólo dejar que la naturaleza siga su curso», dice Rudi Putra. Cuando el daño es más profundo, es necesario replantar algunas de las especies autóctonas para acelerar el proceso. «Un bosque tarda en recuperarse unos cinco años, no en su estado original, pero suficiente para que la mayor parte de las especies puedan vivir de nuevo en él», explica Rudi Putra. Cuando estén totalmente recuperadas, esas 3000 hectáreas crearán una barrera natural que protegerá de cazadores furtivos y tala ilegal otras 25000 hectáreas de bosque virgen.
Rudi no es el único trabajando en recuperar el bosque perdido. El Orangutan Information Centre (OIC) también está reclamando la tierra ocupada por plantaciones ilegales y rehabilitando el bosque en Ketambe, a una hora en coche de Langsa. En Bukit Lawang, una antigua reserva para orangutanes se ha desmantelado, pero los agentes forestales siguen cuidando de los primates que ahora viven en semi-libertad. Rudi Putra está además intentando que dos zonas de alto valor ecológico no protegidas se conviertan en espacios protegidos para asegurar la supervivencia de estos animales, mientras trabaja con los dueños de plantaciones para minimizar los conflictos con los animales que han perdido su habitat, sobre todo, elefantes . “No nos oponemos radicalmente contra el aceite de palma, solo contra el que se planta en los bosques”, dice el activista.
Los tribunales también se han convertido en un camino en esta batalla, en un país en el que las leyes ofrecen una alta protección medioambiental pero que a menudo no se aplican. La región de Tripa marcó el camino. Tras muchos años luchando por evitar la conversión de esta zona protegida en plantaciones de palma, en enero de 2014 un tribunal condenó a la empresa PT Kallista Alam a pagar cerca de 30 millones de dólares como compensación por el daño medioambiental causado en la región y se confiscaron 5800 hectáreas de plantaciones. La sentencia fue ratificada en agosto de 2015 por el Tribunal Supremo de Indonesia. Ahora varios ciudadanos de Aceh se han querellado contra el gobierno semi-autónomo de la provincia por el plan de desarrollo aprobado que, según ellos, supondría la destrucción de hasta la mitad del ecosistema Leuser. «Este mecanismo es bastante nuevo en Indonesia, pero creemos que puede ser una buena manera de luchar por la conservación del espacio natural protegido», asegura la activista Farwiza Farhan que ha liderado la querella.
La historia de Chocolate también es otra de esas historias con final feliz. Tras cuatro años en rehabilitación, Chocolate fue liberado a principios de 2016 en Jantho, una reserva natural habilitada por el SOCP, donde se está reintroduciendo la especie con los ejemplares que tienen la capacidad de sobrevivir por su cuenta.
Pero la batalla no es fácil. HAKA, la organización que dirige Rudi Putra, asegura que entre enero y junio de 2016 se han perdido más de 4000 hectáreas dentro del ecosistema Leuser. Para SOCP, la situación también está empeorando rápidamente y denunció a mediados de septiembre que en tan sólo 3 meses habían acogido a 13 nuevos orangutanes. América Latina y África son ahora las nuevas fronteras de la industria y cada vez sufren más los impactos de las plantaciones. Pero muchos de los que ven cómo sus frondosas selvas se convierten en monótonos monocultivos siguen luchando para que la expansión de este apetecible aceite no suponga un daño a sus comunidades demasiado alto.
Bibliografía y referencias:
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Yield Intensification in Oil Palm Plantations through Best Management Practice, C.R. Donough, C. Witt, and T.H. Fairhurst
Detection and control of Ganoderma boninense: strategies and perspectives Roozbeh Hushiarian, Nor Azah Yusof, and Sabo Wada Dutse
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Tripa’s Trials: protecting key orangutan habitat through the courts, Laurel A. Neme, Mongabay, 13 abril 2016
Roundtable on sustainable palm oil, Impact Report 2014
Greasy Palms. Palm oil, the environment and big business, Friends of the Earth, 2004
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“Understanding the Impacts of Oil Palm on Deforestation and Biodiversity,” Varsha Vijay, Stuart L. Pimm, Clinton N. Jenkins, Sharon J. Smith, PLOS ONE, July 27, 2016
Over 4,000 Hectares of Forest Destroyed in Aceh in Five Months, Jakarta Post, 29 Septiembre 2016
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