Los corazones han vuelto a las calles, aunque este año los veamos menos, porque nos pasamos más tiempo en casa. Las rosas son de nuevo las protagonistas de los escaparates de las floristerías. Los restaurantes ya tienen sus reservas para el domingo completas, limitación de aforos mediante. Y Amazon nos machaca con sus ofertas románticas, con fregonas a la cabeza (también cepillos de dientes eléctricos, que cada uno entiende el amor a su manera). Ya se respira el espíritu de San Valentín, otra de esas grandes fechas de nuestro calendario consumista que engrasan nuestro sistema económico.
Pero, curiosamente, a pesar de su trasfondo amoroso, San Valentín es probablemente la fecha que tiene asociada un mayor número de productos con un origen cuando menos controvertido. Flores, chocolates, ropa o joyas, productos que hemos analizado durante los últimos años, dejan todo un reguero de impactos sociales y medioambientales a su paso.
Como ya os contábamos el año pasado, no fue hasta el siglo XIV que San Valentín empezaría a relacionarse con el amor. Sin embargo, los regalos aparecerían hacia el siglo XVIII, con el envío de tarjetas. En el siglo XIX llegarían los bombones, con las cajas en forma de corazón comercializadas por Cadbury, y a mediados del siglo XX De Beers nos metería en la cabeza que el amor se demuestra con diamantes.
Prácticamente ninguna de esas formas que tenemos de demostrar nuestro amor está exenta de polémica. Comencemos con las flores, la mayoría procedentes de Kenia, especialmente si hablamos de rosas. Una de cada tres de las que regalamos en Europa, concretamente. La producción de flores en Kenia se concentra en el lago Naivasha donde, como os contamos hace unos cuantos Valentines, la intensidad de las plantaciones ha hecho que el nivel del agua descienda y que las aguas estén continuamente contaminadas.
Aunque las flores cultivadas en América Latina suelen terminar en Estados Unidos, también es posible encontrarlas en Europa. En España hasta un 10% de todas las flores que encontramos en nuestras floristerías proceden de Colombia. El año pasado, nuestra compañera Nazaret Castro contaba en eldiario.es los abusos laborales a los que se ven sometidas las trabajadoras en el país latinoamericano y cómo afecta a su salud el uso de químicos, algo que también se ha documentado en Kenia. Y como en una calcamonía de lo que pasa en África, típico de este tipo de industrias que se reproducen de forma muy similar en lugar dispares, el sector también está provocando importantes impactos medioambientales en Colombia, sobre todo hídricos.
Y ya procedan de Kenia o de Colombia, tienen otra cosa en común; las flores en general son transportadas en avión hasta Europa para llegar frescas a la tienda, la mayoría además pasando antes por Aalsmer, el gran mercado de las flores a las afueras de Amsterdam (Holanda). Así que, además de los impactos en los lugares de origen, dejan una gran cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero por el camino.
Los bombones que también triunfan en San Valentín no son menos sospechosos, especialmente por dos de sus ingredientes más controvertidos y que en Carro de Combate hemos investigado en profundidad: el azúcar y el aceite de palma. Desde los impactos medioambientales, con deforestación de selvas tropicales, contaminación de aguas, a las duras condiciones laborales que se viven tanto en las plantaciones de aceite de palma como en los cañaverales. Es algo que analizamos en profundidad en nuestras investigaciones de cada industria (aquí puedes leer la del aceite de palma y aquí la del azúcar) y que entrelazamos en nuestro libro Los monocultivos que conquistaron el mundo.
Y, por supuesto, no hay bombones sin cacao, del que hace unos años publicamos un Informe de Combate (actualizado en la reedición de nuestro libro ‘Carro de Combate. Consumir es un acto político’). Trabajo infantil, trabajo esclavo y su papel en los conflictos civiles en Costa de Marfil son probablemente la cara más conocida de esta industria – aunque muchxs aún no haya oído hablar nunca de ello -, pero es además uno de los cultivos que se podría ver más afectado por el cambio climático. ¿Adiós, chocolate?
Y si estás pensando en regalar ropa, ya sabemos que hay que andarse también con ojo. Algo que nos ha recordado el reciente incidente en Tanger, donde casi una treintena de trabajadoras murieron electrocutadas Además, en muchos casos con proclamas ecologistas y feministas, como analizó nuestra compañera Brenda Chávez hace dos años.
Pero como siempre, hay alternativas para todo. Se pueden comprar tanto flores como dulces de comercio justo, cuyos procesos de producción son más sostenibles tanto social como medioambientalmente. U optar por lo local y cercano, especialmente si conoces de primera mano de dónde viene. En el caso de la ropa, las opciones son amplias, y ya recogimos algunas de ellas en nuestro Directorio de Moda Sostenible. O no regales nada, regala tiempo, una comida, un momento agradable. ¿Por qué nos tienen que imponer las fechas en las que tenemos que regalar y a quién? En fin, regales lo que regales, que lleve amor de verdad.